Nubes de kétchup (17 page)

Read Nubes de kétchup Online

Authors: Annabel Pitcher

Tags: #Drama, Relato

BOOK: Nubes de kétchup
4.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Y ¿cuál más?

Arrugué la nariz para pensar.

—El sonido de las alas de los pájaros al despegar. Ese es un sonido guay.

—El sonido de la libertad.

—Exactamente —respondí, asombrada de que lo hubiera entendido sin haber tenido que explicárselo—. Ah, y ¿sabes qué más? —le dije, pero no llegué a tener ocasión de describir el repiqueteo de las uñas de
Calavera
en las baldosas de la cocina, porque a Aaron le empezó a sonar el teléfono, un sonido que no me gustó en absoluto. Bajamos los dos la vista al nombre que aparecía en la pantalla.

ANNA.

—Me tengo que ir —dije de pronto.

—No, no pasa nada. —Su teléfono se calló y él se lo volvió a meter en el bolsillo—. Ella puede esperar… Pero mi madre no puede —dijo con voz de decepción mirando por encima de mi hombro. Al volverme vi a una mujer regordeta de pelo negro con reflejos caoba que se acercaba a toda velocidad a la biblioteca, examinándonos detenidamente—. Le he dicho que la iba a llevar a casa.

—No te preocupes. De todas formas, mi padre está a punto de llegar. Ya nos veremos.

Se agachó para recoger el cruasán y lo volvió a poner en el muñeco de nieve, donde se quedó pegado.

—Se me va a hacer largo, Chica de los Pájaros.

—A mí también —le respondí sonriendo mientras él corría a encontrarse con su madre. Sus palabras me tintineaban en los oídos.

«Ella puede esperar.»

Bueno, por supuesto que después de eso no fui capaz de resistirme a mandarle un mensaje, aunque logré esperar hasta que empezó a anochecer para que no se me notara tanto el interés.

Gracias otra vez por la sorpresa. Fred ha sido sin duda el mejor no—muñeco de nieve que se ha visto en el mundo.

Respondió él inmediatamente.

No sé yo. ¿Has visto la peli
The Snowman
, cuando el niño al final se sube en el montón de nieve? Está claro que ese es el mejor no—muñeco de nieve. ¡Qué va! Ese es un blandengue y está muerto. Todo para que el espectador se derrita. Fred es mejor.

Fred agradece tus amables palabras, pero sabe que no puede competir con un muñeco de nieve que VOLÓ HASTA EL POLO SUR.

Querrás decir el Polo Norte?!

El que sea. Adonde sea. VOLÓ. POR EL CIELO.

Pero Fred tiene una sonrisa hecha con un bollo. Eso tiene que contar algo…

La conversación continuaba cuando salí dando traspiés con las botas de agua a rellenar el comedero de los pájaros, preparada para afrontar la mañana. Mi teléfono empezó a vibrar contra mi pierna cuando estaba vertiendo las semillas en el cilindro de malla metálica. Sonriendo, me lo saqué del bolsillo.

Echo de menos tus besos jaja x

La cara se me desencajó. Max. Di un salto cuando el teléfono volvió a sonar.

Cuenta mucho, en eso tienes razón. Que duermas bien, Chica de los Pájaros. P. d. : Fred te dice bonne nuit por la comisura del cruasán x

Me reí. No pude evitarlo, a pesar de que en mi mente se estaba dibujando una imagen de dos hermanos, uno al lado del otro en el mismo cuarto con sus teléfonos, sin imaginarse siquiera que estaban escribiéndole a la misma chica. El comedero de los pájaros se columpió en la rama mientras yo levantaba la vista hacia las estrellas. A Aaron le gustaba yo. Y a mí me gustaba él. Novia o no novia, no estaba siendo justa con Max. Decidí ir enfriando un poco las cosas en los siguientes días y terminar con él después de Navidad.

Sorpresa sorpresa, mi padre y mi madre se la pasaron entera discutiendo.

—¿Tú qué sabes dónde habrán tenido a esos pájaros? Igual solo escriben Ecológicos en el paquete para que los pardillos como nosotros paguen el doble de lo que…

—Si pone Ecológicos, es que son ecológicos —le interrumpió mi madre echando unas zanahorias en el carrito del supermercado y continuando hacia delante—. Hay leyes para esas cosas, como tú deberías saber. ¿No eras abogado?

—¿No lo eras tú también? —replicó mi padre mientras yo me quedaba atrás, harta a más no poder de todo aquello.

Observé las arrugas de la frente de mi madre y el ceño fruncido de mi padre y sus brazos cruzados y las manos de mi madre apretando el manillar del carrito, sin querer ceder ninguno de los dos, y sinceramente, Stuart, daba la impresión de que la Guerra Fría seguía viva en el pasillo de las verduras junto a las patatas.

—Mira, no tiene sentido gastarse todo ese dinero en un pavo cuando andamos apretados —dijo mi padre.

—Si estamos apretados, es solo porque tú no eres capaz de buscarte un… —Mi madre se detuvo en el último momento y cogió una bolsa de coles de Bruselas.

—Venga —bramó mi padre—.
Dilo
si te atreves.

—¿Tú crees que aquí habrá suficientes? —le preguntó mi madre sopesando la bolsa en la mano.

Al final mi madre se salió con la suya en lo del pavo y a pesar de todo estuvo dorado y delicioso y olía de maravilla la mañana de Navidad, asándose en el horno mientras nosotros nos dábamos nuestros regalos. Por una vez el abuelo nos había mandado algo, unas felicitaciones con dinero dentro. Aunque estaban escritas con la letra de mi padre, y él sonrió de oreja a oreja cuando Soph se prendió el billete de veinte libras en la cinturilla del pantalón del pijama. Mi padre le preguntó a mi madre si nos dejaría ir de visita al hospital, puede que el 26, el Boxing Day, pero ella se limitó a echarse su perfume nuevo en las muñecas y a aspirarlo con los ojos cerrados.

—Papá Noel es tonto —dijo Dot cuando mis padres salieron del cuarto de estar para hacer el relleno del pavo. Ahora le costaba menos hablar por signos porque le habían quitado la escayola—. Ni siquiera
se leyó
mi carta.

—¿Qué le habías pedido?

—Un iPod.

—Pero si no puedes oír música.

—O un teléfono para poder modernizarme un poco. —Cogió una calculadora rota y apretó con tristeza los botones.

Para cuando anocheció ya volvía a estar contenta, entrando a la carrera y sin ropa en mi cuarto para preguntarme si quería ver cómo olía su nuevo gel de baño. Mientras la agarraba y la metía en el agua, olfateé el aire.

—¿Es de naranja? —le pregunté por signos—. ¿O de melocotón? ¿O de fresa y plátano y kiwi todo junto? —bromeé mientras Soph hacía un mohín. Estaba sentada con la espalda apoyada en el radiador con
Calavera
, tratando de animarlo a que intentara un salto que le había preparado con una botella de champú anticaspa y dos pastillas de jabón. Chapoteando de aquí para allá en el agua, Dot me habló de un trabajo sobre el futuro que estaban empezando en el colegio y de que en su clase iban a hacer una cápsula del tiempo metiendo todo tipo de cosas en una caja y enterrándola bajo tierra.

—Yo lo que voy a poner va a ser un diente de león.

—¿Un diente de león?

—Para enseñarles a los extraterrestres de dentro de cien años las flores que tenemos ahora —explicó Dot. Soph sonrió y yo también y Dot estaba resplandeciente entre las burbujas, aunque dudo que comprendiese dónde estaba la gracia.

—Dentro de cien años el diente de león estará muerto —dijo Soph en voz alta.

—Chisss —la previne, pero Soph se limitó a sonreír, satisfecha.

—Dot, el diente de león se va a marchitar —dijo claramente por signos. A Dot se le arrugó el entrecejo.

—Si lo entierras con cuidado, no —le dije yo por signos, fulminando con la mirada a Soph, que me sacó la lengua—. Estará perfecto.

—¿Tú crees que les gustará a los extraterrestres? —preguntó Dot.

La saqué del agua y la envolví en una toalla.

—Les encantará.

Cuando estuvo seca la puse encima de la cama, intentando no escuchar a mis padres, que discutían abajo sobre quién iba a fregar los platos. Me acurruqué bajo el edredón de Dot y le conté por signos el cuento del hombrecillo verde que vivía dentro de los semáforos. Cuando llegué al final me pidió por signos que se lo volviera a contar.

—¡No te pases! —le dije haciéndole cosquillas en los costados.

—Bueno, pues entonces ¿quieres que te dé tu regalo de Navidad? —me preguntó. Antes de que yo pudiera responder, plantó las regordetas rodillas en la alfombra y cogió de debajo de su cama un paquete envuelto en una bolsa de plástico.

—¡Un libro!

—Este no es el regalo —respondió Dot abriendo con cuidado la tapa—. Las flores no se marchitan, Zoe. Mira. —Entre las dos primeras páginas había un diente de león prensado, seco—. Aquel día en el jardín dijiste que eran tus flores preferidas.

—Son mis preferidas —dije, y no fue mentira, Stuart, porque de pronto lo eran de verdad.

—Feliz Navidad —me dijo por signos.

—Feliz Navidad —susurré yo, y ya es hora, Stuart, de que me marche, así que muy feliz Navidad para ti también.

Con cariño de

Zoe x

Calle Ficticia, 1

Bath

1 de enero

Hola, Stuart:

Bueno, iba a levantar mi vaso de agua para brindar y desearte un feliz Año Nuevo y todo lo demás, pero puede que eso no sea lo más adecuado. Lo más probable es que los reclusos en la cárcel no os quedéis despiertos esperando a que den las doce como el resto del mundo, porque allí no hay nada que celebrar. Normalmente, el 31 de diciembre la gente piensa en las cosas buenas que ha hecho en el año que se va y en lo que se han divertido, para desear lo mismo para el que viene, por ejemplo, acabar el instituto o aprender a conducir o entrar en la universidad o lo que sea. Pero por lo que yo sé, los presos no tienen nada por lo que emocionarse, a menos que la gente del Corredor de la Muerte brinden al dar las doce porque están un paso más cerca de su ejecución. O a lo mejor levantan los brazos de alegría porque tienen en su haber un año más, un año con el que no contaban, porque vivir en un sitio del tamaño de este cobertizo sigue siendo mejor que no vivir.

Qué triste es eso, Stuart, y para serte sincera en cierto modo me recuerda a
Canción de Navidad
. Si nunca has leído a Dickens ni has visto la versión de los Teleñecos, déjame que te explique que Bob Cratchit era un hombre muy pobre y su familia no podía permitirse más que el más escuálido ganso victoriano para el 25 de diciembre, pero sus hijos lo contemplaban como si fuera un ave enorme de gordas carnes blancas del que podrían comer durante semanas, y aplaudieron cuando lo vieron llegar a la mesa. Ese aplauso parecía un poco excesivo para lo que en realidad tenían delante, y sería exactamente lo mismo que tú con tu mono naranja estuvieras brindando y cantando
Auld Lang Syne
, celebrando el minúsculo atisbo de vida que se puede vivir en una celda.

Por si te lo estás preguntando, te diré que
auld lang syne
en escocés significa «por los buenos tiempos» según mi profesora de Geografía, y ella lo debe de saber, porque su plato preferido es el embutido escocés de vísceras de cordero. Nosotros la cantamos en recuerdo de los buenos tiempos que hemos pasado con gente que ya no está, cosa que resulta mucho más agradable que lo que yo había interpretado al principio. Lauren me dijo cuál es la letra de verdad hace ahora un año, y yo creo que por ahí es por donde vamos a empezar esta noche, por las risas que se echó al darse cuenta de que yo no había pillado bien la letra y me creía que todo el mundo celebraba el fin de año cantando sobre la mala vista de un jubilado.

Novena parte

—¡El ojo del anciano Lan! ¡Te creías que era eso!

—Cállate —le dije dándole con un globo, porque estábamos preparando las cosas para su fiesta. Lauren no había decidido invitar a gente hasta esa misma mañana, cuando su madre le anunció que su novio había reservado un viaje sorpresa a Londres para pasar allí el fin de semana.

—Un plan subido de tono —me explicó por teléfono—. Se van para hacerlo en el Hilton.

Hinché un globo.

—¿Cuánta gente va a venir esta noche?

Lauren me cogió de la mano el globo, le hizo un nudo en la boquilla y lo lanzó al creciente montón.

—Ni idea. He invitado a todas las personas a las que conozco, así que espero que venga gente suficiente. Mi hermano se lo ha dicho también a algunos amigos. —Me dio un codazo en las costillas—. Max ha dicho que iba a venir. —Y al ver que yo no respondía, dijo—: Estarás emocionada, ¿no?

—Sí. Sí, claro que sí —dije forzando una sonrisa, aunque estaba pensando en las docenas de mensajes que me había mandado él esas Navidades, aunque yo solo le había respondido a unos pocos. Los justos para no ser maleducada, aunque tenía que haber resultado evidente que estaba perdiendo el interés.

Other books

Ricochet by Sandra Sookoo
The Wizard And The Warlord by Elizabeth Boyer
Rosemary's Gravy by Melissa F. Miller
The Dolomite Solution by Trevor Scott
The Art of Control by Ella Dominguez
Prodigal Son by Dean Koontz
Handle With Care by Jodi Picoult
Hell Train by Christopher Fowler
The Cruel Twists of Love by morgan-parry, kathryn