Odio (25 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Odio
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El miedo y el pánico han llegado a un nivel intolerable en esta parte de la fila. Nos seguimos moviendo. Avanzamos a sacudidas hacia el edificio en medio del campo. El nerviosismo de los soldados a nuestro alrededor parece que ha aumentado.

¿Se trata de un matadero? ¿Nos van a neutralizar? ¿Han desarrollado una «cura» para que nos volvamos como ellos? Pensamientos terroríficos pasan por mi mente a cientos de kilómetros por hora a medida que me aproximo al edificio. Sea lo que sea que ocurra allí, sé que casi he llegado al final inevitable de mi viaje. El último día ha sido un infierno pero volvería a pasar por todo ello para cambiar mi sitio por el de la persona al final de la fila. Daría cualquier cosa para no atravesar esas puertas negras que se adivinan cada vez más cerca. A pesar del hecho de que estoy rodeado por cientos, probablemente miles de personas como yo, me siento completamente solo. Hace sólo unos días todo era relativamente normal y todo esto hubiera parecido imposible. Hace una semana estaba sentado en el pub con mi familia, ignorante de todo lo que nos estaba a punto de ocurrir. Pienso en la pérdida de Liz y de Harry y de Ed y de Josh, y se me hace difícil contener mis emociones. Pienso en Ellis y siento como si me hubieran apuñalado en el corazón.

Nos movemos por la carretera como si estuviéramos encadenados. Lo único que falta son los grilletes en los pies. Por encima del sonido de cientos de pies exhaustos que se van arrastrando, creo que puedo oír algo. Hay un ruido en la distancia. Es un ruido sordo e indefinido, pero está ahí sin lugar a dudas. Un rumor profundo y lejano. ¿Se trata de un trueno o algo por el estilo? La lluvia sigue cayendo sobre nosotros y la débil luz hace que sea imposible ver lo que ocurre más allá del edificio.

El avance es lento pero desearía que lo fuera más. Ya estoy a medio camino de la senda que va de la entrada del edificio hasta la carretera y ahora, por primera vez, estoy lo suficientemente cerca para ver algo de lo que ocurre alrededor de la entrada. El camino está repleto de personas que hacen cola ante un punto de control, cubierto con lona y estrechamente vigilado. Es difícil ver ningún detalle, pero desde aquí parece como un mostrador de control de inmigración o de aduanas en un aeropuerto. Un flujo constante de personas pasan por delante del punto de control y es conducido hacia la parte principal del edificio. Miran hacia atrás con desesperación mientras más soldados con los fusiles en ristre los empujan hacia delante. Ni siquiera quiero pensar en lo que hay ahí dentro. Una cosa es dolorosamente obvia: no parece que haya salida. La gente está entrando pero, por lo que puedo ver, nadie sale.

Ahora sólo quedan unos pocos metros entre el punto de control y el lugar en el que estoy parado. Por delante hay más pánico y confusión cuando algunos rompen la fila e intentan escapar. Nadie los sigue. La figura alta que corre hacia los enormes silos a mi izquierda es abatida con una larga ráfaga de balas, muchas más de las necesarias. Y sorprendentemente, en cuanto el cuerpo toca el suelo más soldados cruzan por delante del edificio para recogerlo. En vez de dejarlo donde ha caído, lo recogen y entre ellos lo cargan hasta el interior. ¿Qué demonios están haciendo?

Otro ruido en la distancia. Deben ser truenos.

Avanzamos de nuevo y ahora estoy lo suficientemente cerca para oír parte de la conversación en el puesto de control. Mi corazón late a un centenar de veces su velocidad normal y siento como si las piernas estuvieran a punto de ceder y dejarme caer. Esta vez no tiene nada que ver con el cansancio, es puro terror.

Puedo sentir cómo se van desgranando los minutos de mi vida y estoy desolado porque vaya a acabar de esta manera. Quizá pueda atacar. ¿Puedo reunir suficiente energía para un golpe final? ¿Estoy preparado para morir luchando? Ésta es realmente mi última oportunidad. Puedo ver a Patrick a sólo unas diez personas por delante de mí. Si pudiera llamar su atención, quizá podríamos hacer algo juntos... ¿A quién estoy engañando? Miro al soldado más cercano con el fusil terciado y preparado para disparar, y sé que las probabilidades están demasiado decantadas a un lado como para ni siquiera considerarlo. Se habría acabado incluso antes de que pudiera matar a uno solo de ellos.

—¿Nombre? —grita uno de los oficiales en el punto de control a la siguiente persona en la fila.

—Jason Mansell —contesta el hombre con voz tranquila y resignada, pero aún con un matiz de ira y resistencia.

—¿Fecha de nacimiento?

Responde. También le preguntan por su dirección más reciente y, mientras está contestando, finalmente se me hace evidente por qué estos bastardos nos están tratando como mierda pero están tan sorprendentemente preocupados por nuestros cuerpos. Nos han quitado toda individualidad y, sin embargo, quieren saber quiénes somos y de dónde venimos. La respuesta es obvia: se trata de un maldito censo. Nos están incluyendo en un maldito censo. Si nos quieren controlar totalmente y exterminarnos, entonces necesitan saber quiénes somos, hasta el último de nosotros. Por eso intentaron identificarnos cuando nos atraparon en la casa esta mañana. Por eso recogen los cuerpos de los muertos. Tienen que saber quiénes son los que han matado para asegurarse de que estamos todos. Estúpidamente pienso en darles información falsa cuando me llegue el turno pero sé que no le va a hacer ningún bien a nadie. Cuando me acerco veo que también están tomando muestras de saliva y están utilizando los aparatos para escanear los ojos y las palmas de las manos. Joder, para ellos debemos ser una amenaza terrible. Están cada vez más asustados.

Otro rugido de truenos. La tormenta se está acercando. Patrick ha desaparecido de mi vista y ahora sólo tengo cuatro personas por delante en la fila. Avanzamos a una velocidad incómoda. Están controlando a la gente a un ritmo frenético, lo que parece una locura. Hemos estado aquí parados durante horas. ¿A qué viene ahora tanta prisa?

Tres personas. Me gustaría que fueran más despacio.

Dos personas.

Ahora soy el siguiente. Estoy a corta distancia detrás de dos soldados y veo cómo controlan a Karin. Contemplo impotente cómo uno de ellos coloca con rudeza la palma de su mano sobre algún tipo de escáner, mientras otro le mantiene el ojo abierto y le escanea la retina con otro aparato. Unas pocas teclas presionadas en el teclado del ordenador y han terminado con ella. La empujan hacia la oscura apertura del edificio. A cada lado hay un compacto cordón de guardias. Está claro que una vez que has pasado el control sólo se puede ir hacia el interior.

—¿Nombre? —me grita el oficial tras el escritorio cuando me empujan hacia delante.

—Danny McCoyne —respondo. Miro a mi izquierda y veo que hay un rifle apuntando a mi cabeza. «Haz sólo lo que te dicen —pienso—, haz sólo lo que te ordenan».

—¿Diminutivo de Daniel?

Asiento con la cabeza.

—¡Contesta!

—Sí —murmuro.

Me pregunta por la fecha de nacimiento y mi dirección más reciente, y se lo digo. Después me agarran la mano derecha y la escanean. Se acerca otro soldado y con unos dedos duros y torpes me mantiene abiertos los párpados y me acerca el aparato. Tiene una luz brillante que no me esperaba. Me deja ciego durante un momento.

—Adelante —oigo que ordena el oficial y me empujan hacia la oscuridad. Indudablemente están acelerando las cosas. Están haciendo pasar a demasiados de nosotros con excesiva rapidez. Tropiezo con el final del cuello de botella que se está formando con rapidez. Detrás de mí oigo cómo controlan a la siguiente persona.

Menos de diez metros me separan ahora del destino que me está esperando dentro de este lugar. Sigo sin poder ver nada desde aquí, sólo un par de grandes puertas y un flujo constante de cuerpos que pasan por ellas. Como he visto hacer a tantas otras personas desesperadas, lanzo una mirada impotente por encima del hombro. No puedo ver demasiado pero sé que hay cientos y cientos de personas a mis espaldas.

Un ruido repentino nos coge a todos por sorpresa. Llega de dos direcciones: desde el final de la cola y también por el otro extremo de la carretera en la que hicimos cola inicialmente. Incluso los soldados parecen confusos durante un segundo. Muchos de los soldados que me rodean se giran y miran a través de los campos.

Se trata de un ataque.

Dios santo, alguien nos está atacando desde ambos lados.

En sólo unos segundos la escena pasa de una calma resignada y un orden relativo a una locura incontrolable. No tengo ni idea de quién está haciendo esto, pero puedo ver los brillantes focos de coches, motocicletas y otros vehículos cogidos al azar que convergen en este edificio desde todas las direcciones. Ahora no solo están en la carretera, los puedo ver atravesando los campos desde todos lados. Diablos, se trata de un ataque coordinado.

Me paro e intento volver atrás.

—Muévete, jodida escoria —me grita un soldado y me golpea con dureza en mitad de la espalda con algo que me saca hasta la última gota de aliento del cuerpo. La fuerza del impacto me lanza, tropezando, entre la multitud que están intentando meter por las puertas abiertas. Intento resistir pero respiro con dificultad y no puedo hacer nada cuando otros brazos rudos me agarran por los dos lados y me lanzan otra vez hacia delante. Ahora estoy dentro. Tengo un suelo de cemento bajo mis pies y un techo muy alto por encima de la cabeza, que finalmente me protege de la lluvia. Detrás de mí aumenta el sonido de disparos y explosiones, que quedan repentinamente ahogados cuando cierran las pesadas puertas por las que acabo de pasar.

Está oscuro y casi no puedo ver nada. Continuamente me empujan hacia delante hasta que no puedo avanzar más, me lo impide la masa de cuerpos. Estamos apretujados y parece claro que han metido a tantos de nosotros como han podido para alejarnos de lo que está ocurriendo en el exterior. La multitud está en silencio, sin poderse mover y casi sin poder respirar. De fondo, se oye el ruido constante de disparos apagados, gritos y explosiones que llega del exterior.

Un repentino crujido de estática de radio y los soldados que nos vigilan se ponen en movimiento. Al otro extremo se abren unas puertas, que libera inmediatamente la presión y permite a la multitud fluir hacia otra enorme sala como si fuera agua saliendo por un agujero en la presa. No me quiero mover pero, como todo el mundo, no tengo alternativa. Sé que cuanto más me interne en este edificio, menos oportunidades tendré de volver a salir, pero no puedo hacer nada para evitarlo. Me llevan adelante por el simple peso y presión de todos los que me rodean, y todos avanzamos por el miedo a las armas, que no dejan de apuntarnos.

Espacio.

Inesperadamente me encuentro con espacio y soy capaz de moverme libremente. Me paro y giro a mi alrededor, desesperado por saber dónde estoy. La intensidad de la luz en la sala es enervantemente baja y la gente a mi alrededor está aterrorizada. Están chillando, gritando y pidiendo ayuda. Contemplo impotente cómo las puertas por las que acabamos de entrar son cerradas y atrancadas desde dentro por más soldados. Visten uniformes diferentes de los otros. Llevan máscaras. ¿Son máscaras antigás? ¿No puede ser...?

Cadáveres.

Mis ojos se están acostumbrando rápidamente a la pobre luz amarilla y puedo ver cadáveres. Dios santo, esta sala está repleta de ellos. Están por todas partes: amontonados contra las paredes, apilados unos encima de otros a los largo de toda la salida, alineados en el suelo... mis peores sospechas y temores eran correctos. El edificio es un matadero. Nos han traído aquí para matarnos. Nos están catalogando y destruyendo.

Tengo que salir. Corro hacia las puertas cerradas pero uno de los guardias enmascarados me golpea. Ahora he perdido cualquier autocontrol y tengo que luchar. Sé que estos soldados están armados, pero no tengo alternativa y sé que, de todas formas, estoy muerto. Me levanto y corro de nuevo hacia el guardia con una velocidad, una fuerza y una determinación que no creía poseer. Me lanzo hacia él y lo tiro al suelo antes de que pueda reaccionar. Me doy cuenta de que más gente ha empezado a pelear a mi alrededor mientras le quito el arma y le arranco la máscara. Me mira con ojos fríos y llenos de odio mientras golpeo una y otra vez su cara, machando su carne con mis puños. Continúo mucho después de que sé que ha perdido la consciencia. No puedo parar hasta que estoy seguro de que está muerto...

A mis espaldas suena una ráfaga. Me giro con rapidez y veo que otro de los soldados ha abierto fuego contra la multitud. Algunos han caído ya, el resto de nosotros intenta cubrirse pero no hay dónde esconderse. Desesperado, recojo el cuerpo del soldado que se encuentra debajo de mí y me lo coloco delante como si fuera un escudo, con la esperanza de que parará la fuerza de cualquier disparo que venga en mi dirección.

Ahora están disparando dos soldados. Uno de ellos ha subido por una escalera metálica hasta una galería que recorre las vigas del edificio y está abatiendo personas a discreción. Por encima de la terrible confusión y la carnicería ahora puedo oír otro sonido, de manera que miro hacia el techo, aterrorizado. Una maquinaria, traqueteo de maquinaria. El siseo de un gas. Colgados en los cuatro rincones de la sala se encuentran grandes cajas de metal con frontales de ventilación que parecen unidades de aire acondicionado. El aire delante de cada una de las máquinas parece rielar como si fuera consecuencia del bochorno. Sé que ha comenzado. Tiro el cuerpo y empiezo a buscar en el suelo la máscara que le arranqué de la cara hace unos segundos. El suelo está cubierto de sangre, cuerpos y...

El mundo a mi alrededor explota.

Me dejo caer al suelo y me cubro la cabeza cuando el extremo más alejado de la sala en la que estamos atrapados estalla a causa de un impacto tremendo y lanza esquirlas y carne muerta en todas las direcciones concebibles. Todo se vuelve negro. El ruido de la explosión empieza a difuminarse y es reemplazado por chillidos y gritos de dolor, y de miedo, y ruido de combate.

—¡Corred! —grita una voz apagada por encima de la locura y la histeria.

El instinto toma el mando. Me levanto, pisando y tropezando por encima de cascotes y los restos de los cuerpos, y me abro paso por medio de las nubes de polvo y la muchedumbre de figuras aterrorizadas. A mi alrededor sólo hay disparos y confusión. Justo delante de mí una mujer cae abatida por un disparo. Por una décima de segundo veo cómo la sangre, la carne y el hueso explota en su espalda y cae al suelo como una muñeca rota. No puedo hacer nada más que correr por encima de su cadáver. Una ola de personas desesperadas se mueve a mis espaldas y no puedo parar, no tengo más alternativa que seguir adelante, cabalgando la ola de cuerpos. Levanto la mirada y veo que estamos corriendo hacia unos soldados con las armas levantadas. Pero estos soldados no llevan máscaras. Sus caras y ojos están desprotegidos e inmediatamente sé que están de nuestra parte. Gracias a Dios esa gente está de nuestra parte.

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