Entre los dos sacamos a los niños al recibidor. Yo vuelvo a la sala de estar.
En el exterior nadie hace nada. Nadie se mueve. No hay ninguna actividad en la calle, ni siquiera cuando el fuego del cuerpo de la mujer de Woods se extiende hacia una pila de bolsas de plástico llenas de basura que han estado al borde de la acera durante más de una semana. De las bolsas y de los cadáveres en la calle se eleva un humo negro que llena el aire de suciedad.
Sollozando, Lizzie cierra las cortinas.
El hombre en el descansillo de la escalera está muerto. Hace unos minutos salí del piso y subí a ver. Qué forma más horrible de morir: terminar tus días solo, desangrándote lentamente hasta la muerte, en una escalera de cemento a oscuras. ¿Podría haber hecho algo por él? Posiblemente. ¿Debería haber hecho algo por él? Definitivamente no. Era un Hostil y es escoria como él la que ha provocado todo esto. Ellos son la razón de que todo se esté desmoronando. Ellos son la razón de que tenga que encerrarme con mi familia en mi piso. Ellos son la razón de que todos estemos jodidamente aterrorizados.
Lo que me da más miedo del cadáver en la escalera y de lo que hemos visto en la calle es la proximidad de todo eso. Podía asumir esta crisis cuando era algo que veía en las noticias. Incluso podía sobrellevar lo del concierto y cuando vimos la pelea en el pub, y el chico bajo el coche. Lo que ha cambiado hoy es la proximidad del problema a mis hijos y a mi casa. Este piso era seguro hasta hoy.
Los niños se han dado cuenta del cambio. Quizá sea porque han estado atrapados en el piso sin contacto con nadie durante días. Obviamente lo que han visto hoy ha empeorado las cosas. Siguen haciendo preguntas y no sé cómo contestarlas. Ya no sé qué decirles. He retirado el pestillo que coloqué el domingo por la mañana en la puerta del cuarto de baño y lo he colocado en la parte interior de la sala de estar (o «habitación segura», que es como se supone que debemos llamarla ahora) para intentar que todo el mundo se sienta un poco más tranquilo. No sé si ha hecho algún bien.
Hemos estado sentados en la habitación segura durante horas y ya no lo aguanto más. Me levanto y me paseo por el piso sin rumbo fijo. No me puedo quedar sentado sin hacer nada, pero tampoco hay nada que hacer. No quiero hablar con nadie. Tengo frío y estoy cansado y aterrorizado. Entro en la pequeña habitación de Josh y Ed, y subo a la cama de Ed, que es la litera superior. Su pequeña pantalla de televisión está al final de la cama. La enciendo y voy cambiando de canal. Nada que valga la pena ver. Hay un par de canales que repiten viejos programas de televisión, el resto sólo emiten la película de información pública que vimos antes. Se emite exactamente al mismo tiempo en todos los grandes canales nacionales. Debe estar producida y emitida por el gobierno. Por lo menos supongo que es el gobierno. ¿Quién más podría ser?
Con nada en la tele y sin ninguna otra distracción, miro por la ventana que está justo al lado de la cama. Estoy tendido sobre el pecho en la estrecha litera y contemplo la calle a través de la cortinilla. Desde aquí puedo ver toda la extensión de Calder Grove: desde los cuerpos aún humeantes de Woods y su mujer hasta el cruce con Gregory Street. Excepto por el humo que se eleva en el cielo, todo lo demás está tranquilo. El mundo parece silencioso y desierto, como si todos nosotros estuviéramos en cuarentena. De vez en cuando vislumbro alguna figura solitaria en la distancia. La gente se oculta en las sombras y desaparece tan rápidamente como aparece. Prácticamente no hay ningún movimiento más. De tarde en tarde pasa un coche, pero da la impresión de que nada se mueve. Es como contemplar una foto fija del mundo.
¿Por qué nadie ha hecho nada con los cadáveres? Hemos mantenido cerradas las cortinas en la sala de estar para que los niños no los vean. Si el cuerpo de la mujer de Woods sigue ahí por la mañana saldré a echarle una sábana por encima para que no esté a la vista. Puedo ver los restos ennegrecidos de los brazos de la mujer. Sus huesudas manos y dedos están levantados y unidos como si estuviera rezando o suplicando ayuda.
No sé lo que vamos a hacer. Estoy intentando no dejarme llevar por el pánico. No creo que tengamos más alternativa que encerrarnos y sentarnos a esperar a que pase, por mucho que tarde. No quiero que...
—¿Qué estás mirando? —pregunta de repente una voz a mi lado, haciendo que dé un salto. Miro a mi alrededor y veo que es Ellis. Se ha deslizado en la habitación y ha conseguido subir la escalerilla hasta la cama de Ed. Me está mirando por encima de la barandilla, con ojos grandes como platos.
—Nada —digo, apartándome a un lado y dejándole espacio para que pueda subir a mi lado. Con esfuerzo se sube a la cama.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Eso es difícil de responder. Ni siquiera yo estoy muy seguro.
—Nada —repito.
—¿Estás mirando a la señora muerta? —pregunta con inocencia y sin darle importancia.
—No, sólo me he echado un rato. Estoy cansado.
—¿Por qué estás en la cama de Ed? ¿Por qué no te has echado en la cama tuya y de mami?
Sus preguntas parecen no acabar nunca. Me gustaría que lo hicieran. No estoy con ánimos para contestarlas.
—Quería ver la tele —le explico, sin ser totalmente honesto—. No tengo ninguna en mi dormitorio.
—¿Por qué no miras la tele con todos nosotros?
—Ellis —digo, reprimiendo un bostezo y acercándola más—, cállate, ¿quieres?
—Cállate tú —murmura entre dientes. También bosteza y se arrima más.
Por un ratito la habitación vuelve a estar en silencio y empiezo a preguntarme si Ellis se ha dormido. Pero no es sólo esta habitación la que está en silencio: en todo el piso hay un silencio ominoso. Incluso puedo oír los sonidos apagados de la tele en la sala de estar. ¿Están callados o les está pasando algo? ¿Es consecuencia de lo que ha pasado en el exterior, o es que el aislamiento y la incertidumbre empiezan a producir un efecto en el resto de la familia? ¿Uno de ellos está a punto de empezar a cambiar, o ya han cambiado...? Una vez más estoy pensando sobre lo que ocurre fuera. Todos estos pensamientos oscuros e inquietantes me están deprimiendo. Seguramente las cosas no pueden seguir así indefinidamente. Deben llegar a un punto en el que ocurra algo o la situación se resuelva por sí misma, ¿o no? No tengo respuesta y siento un gran alivio cuando Ellis decide atacarme con otra batería de preguntas mucho más sencillas.
—¿Volveremos mañana a la escuela? —pregunta con inocencia.
—No lo creo —contesto.
—¿Al día siguiente?
—No lo sé.
—¿Al otro?
—No lo sé. Mira, Ellis, no sabemos cuándo volverá a abrir la escuela. Esperemos que no tarde mucho.
—La semana que viene voy de excursión.
—Lo sé.
—Mi clase va a ir a una granja.
—Lo sé.
—Iremos en autobús.
—Lo sé.
—¿Podremos ir?
—Eso espero.
—¿Me llevarás si la escuela sigue cerrada?
—Te llevaré.
Con eso parece feliz y se calla de nuevo. Me recuesto y cierro los ojos. Hasta ahora el día ha sido largo y emocionalmente agotador, de manera que se ha cobrado su peaje. Siento los párpados pesados. Al poco, siento que el cuerpo de Ellis se relaja en mis brazos. Su respiración cambia, volviéndose más superficial y regular, y la miro. Está dando cabezadas, completamente relajada y casi dormida. En un mundo que de repente se ha vuelto totalmente irracional, impredecible y caótico ella permanece perfecta e inalterada. Esta niña pequeña lo es todo para mí.
Estoy cansado. Cierro los ojos.
Estaba casi dormido, hasta que volvió la imagen de la niña en el supermercado de esta mañana. Durante un terrorífico momento he imaginado que era Ellis y que estaba atacando a Lizzie tirada en el suelo. Estoy aterrorizado. Estoy petrificado ante la perspectiva de que, sea lo que sea que está ocurriendo fuera, pueda encontrar el camino de entrada a mi hogar y hacer daño a mi familia.
Intento imaginarme a esta bonita niña atacándome. Intento imaginarme a mí atacándola a ella.
Es justo antes de medianoche. Los niños están durmiendo. Estamos sentados en la sala de estar, en silencio y una casi total oscuridad. Harry, Liz y yo no podemos estar más separados los unos de los otros. Harry está frente a la ventana, mirando por unas cortinas medio descorridas. Liz está junto a la puerta, mirando hacia la nada. La televisión ha estado apagada toda la noche. Nadie dice nada nuevo, de manera que no tiene sentido mirarla. La falta de información está empeorando las cosas.
—¿Alguien quiere algo de beber? —ofrezco. El silencio es insoportable. Ella niega con la cabeza y baja la mirada. No ha hablado durante horas. Tuvimos una conversación sobre los niños justo después de que ser fueran a la cama, pero desde entonces casi no ha dicho nada.
La habitación se llena de un ruido sordo y retumbante, y un súbito rayo de luz, cuando una gran bola de fuego se levanta hacia el cielo desde un edificio cercano.
—¿Qué demonios ha sido eso? —gruñe Harry mientras se levanta de la silla y se tambalea hacia la ventana. Abre completamente la cortina y yo me quedo detrás de él y miro por encima de su hombro. No puedo ver qué se está quemando. Quizá sea el centro médico de Colville Way. Está a unos quinientos metros de aquí, pero es demasiado cerca para sentirse tranquilo. Cuando se apaga el ruido inicial y se modera el crepitar de las llamas oigo otros ruidos igualmente aterradores. Una mujer desesperada grita pidiendo auxilio. Su voz suena ronca y aterrorizada. Le está suplicando a alguien, gritándole que se alejen de ella y que la dejen sola... y sus gritos paran de repente. Ahora puedo oír un coche arrancando. El motor está revolucionado y acelera con furia. El coche empieza a moverse a gran velocidad pero su breve viaje acaba en segundos. Los frenos chirrían y los ruedas derrapan en medio de la calle antes de oír el golpe inconfundible de una colisión.
El silencio que sigue al repentino caos es mil veces peor que las llamas y los gritos. Estoy esperando oír las sirenas de la policía, de los bomberos o de cualquiera que pueda ayudar aproximándose a la escena; pero no hay nada, sólo un silencio frío y hueco. Sé que la respuesta sería la misma si algo ocurriera aquí. Estamos completamente abandonados a nuestra suerte.
Me doy la vuelta. La habitación sigue iluminada por el apagado resplandor del fuego. Veo que Lizzie está llorando. Me siento a su lado, dejando a Harry en la ventana contemplando ese infierno tan cercano. Pongo un brazo a su alrededor y la atraigo hacia mí.
—Venga —digo inútilmente. Ella no reacciona. Le cojo la mano, que se queda inerte en la mía.
—Nunca debería haber llegado hasta este punto —parlotea Harry de espaldas a nosotros, junto a la ventana, como un general supervisando el campo de batalla—. Nunca deberían haber dejado que llegáramos a esto.
Se da la vuelta y nos mira a los dos, como si estuviera pidiendo una respuesta. Liz le devuelve la mirada con la cara cubierta de lágrimas.
—Déjalo, Harry —le advierto—. No es el momento...
—¿Cuándo será entonces el momento? —me corta—. ¿Cuándo quieres que empecemos a hablar de ello? ¿Cuando los problemas llamen a tu puerta?
—Hay un cadáver tirado en la calle a unos diez metros de aquí. Creo que ya han llegado a la puerta —le replico enfadado.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunta. Hay un incómodo matiz de pánico y desesperación en su alto tono de voz—. ¿Vamos a seguir sentados aquí? ¿Sólo vamos a...?
—¿Qué podemos hacer? —le interrumpo, apretando un poco más la mano de Lizzie—. ¿Cuáles son las alternativas, Harry? ¿Debemos seguir sentados aquí manteniendo a los niños y a nosotros mismos seguros, o quieres que salgamos y nos unamos a la lucha?
—Eso es lo que ha provocado los problemas en primer lugar —argumenta.
—Exactamente, entonces ¿qué se supone que debemos hacer?
Ahora Harry me está apuntado con el dedo y sigue alzando la voz. No está siendo nada razonable y yo me estoy mordiendo el labio para no dejarme llevar por el pánico. Una vez más me pregunto si está a punto de cambiar.
—Esto es precisamente lo que la gente ha estado esperando —continúa con un tono incómodo—, una excusa para pelearse. No es que antes necesitaran muchas excusas, pero ahora ya no importa. La gente puede hacer lo que le dé la realísima gana sin temer las consecuencias. Es una oportunidad para que la chusma se muestre como lo que es y...
—Cállate —le chilla Lizzie enfadada—. Cállate, papá. No estás ayudando.
—Esa gente necesita mano dura —remacha, indiferente. Señala a la tele con un dedo acusador—. Y si los idiotas que dirigen las cadenas de televisión no hubieran sido tan sensacionalistas mostrando más y más violencia, quizá no estaríamos en este lío. Si sólo hubiera habido un poco de respeto por la autoridad, quizá todos hubiéramos...
—Ya no hay ninguna autoridad —le grito—. Ayer vi que un policía disparaba a sangre fría a la gente y después vi a otros agentes volver sus armas contra él y abatirlo. Las autoridades están tan jodidas como el resto de nosotros.
—Pero si la gente parase de...
—Por el amor de Dios, ¡cállate! —vuelve a chillar Liz. Aparta su mano de la mía y sale corriendo de la habitación. La veo desaparecer por el pasillo y casi de inmediato empieza la paranoia. Harry está ahora callado, ¿es Liz la que está cambiando? ¿Va camino de las habitaciones de los niños? ¿Va a hacerles daño? Me levanto y voy tras ella. Me siento aliviado cuando veo que se ha encerrado en el baño y me siento estúpido y culpable por pensar que pudiera estar haciendo cualquier otra cosa. Lentamente vuelvo a la sala de estar, donde parece que Harry finalmente se está calmando.
—¿Está bien? —gruñe.
Asiento pero no me puedo animar a hablarle. Me vuelve la espalda de nuevo y continúa contemplando cómo sale humo del edificio en llamas de Colville Way.
No estoy seguro de a qué hora me fui a dormir. Estuve tendido en la cama durante horas intentando (y fracasando) encontrar un sentido a todo lo que está pasando. Durante la noche debo de haber mirado el reloj despertador un centenar de veces o más. He visto cómo se escurría cada hora...
—Papá.
Aún estoy medio dormido pero Ed me despierta. Me siento con rapidez. ¿Qué va mal? ¿Qué está ocurriendo? Me froto los ojos e intento enfocarlos en la cara de mi hijo. La habitación está oscura pero me parece que está bien. Miro a un lado, y veo que Lizzie sigue durmiendo a mi lado en la cama. Ella también parece que está bien.