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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Odio (13 page)

BOOK: Odio
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La pantalla muestra una oleada de estadísticas gubernamentales y pierdo interés. No creo en las estadísticas. Son todas inventadas. Pueden hacer que las estadísticas digan lo que ellos quieran.

—El problema es —dice Harry— que han dejado que la cosa se descontrole. Eso es muy poco. Y llega demasiado tarde.

—¿De qué hablas? —pregunto—. ¿De qué se supone que estás hablando?

Señala la pantalla.

—Me refiero a los disturbios... —contesta—, a la violencia... la gente.

Las estadísticas han desaparecido y ahora nos muestran unas imágenes de una fila de casas ardiendo. Personas desesperadas están gritando y la policía las mantiene alejadas con una barrera. Todo lo que pueden hacer es contemplar cómo su vida desaparece envuelta en llamas.

—Lo que ocurre —susurra— es que la gente se aterroriza y reacciona en exceso a causa de lo que están viendo y de lo que les están contado. Han permitido que la situación se salga de madre. La gente está viendo los muertos y la destrucción en la televisión, y eso hace que también quieran formar parte de ello. Es como esas malditas películas de terror que Lizzie y tú veis. Provocan que quieras hacer cosas. Ponen ideas en tu cabeza y hacen que pienses que está bien hacer eso mismo. Incluso le están dando a esa gente una etiqueta. Por Dios santo, los llaman «Hostiles». Los están haciendo atractivos. Casi parece un club al que te gustaría pertenecer, ¿no te parece?

Está diciendo lo mismo que yo decía precisamente ayer. Pero yo ya he empezado a aceptar que estaba equivocado, y cuando contemplo esta noche la pantalla de la tele estoy aún más seguro de que he malinterpretado gravemente la situación cuando divagaba anoche. La misma escala de lo que está pasando está empezando a asustarme. Siguen hablando de pequeñas minorías pero miles, quizá decenas de miles de personas están implicadas en esta violencia. Cientos de vidas se han visto afectadas de alguna manera. Jóvenes, viejos, hombres, mujeres... personas de todas las clases sociales están implicadas. Esto es mucho más que una simple paranoia. Esto es mucho más que los medios magnificando los hechos.

—Yo no quiero unirme a ningún club —le digo—, y nadie me está metiendo ideas en la cabeza. Yo no he empezado ninguna pelea. No voy a salir a atacar a nadie, como tampoco lo vais a hacer tú o Lizzie.

—Lo sé. Tenemos la madurez y el sentido común de nuestra parte, ¿no? Conocemos la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Sabemos lo que es aceptable y lo que no.

—¿Estás intentando decir que todos los afectados por esto son sólo inmaduros? Venga, Harry, realmente crees...

—Hay un montón de gente ahí fuera a los que les importa una mierda el bien o el mal —prosigue, ignorándome—. Hay gente a la que entusiasma causar problemas, y mostrarlo en televisión como han hecho sólo ha empeorado las cosas. Al mostrarlo les están diciendo que está bien, que es aceptable.

—¡Y una mierda! No están diciendo eso en absoluto...

—Lo están insinuando porque ahora hay muchísima gente implicada, y todos los que por ahora se mantienen al margen pueden participar también.

—¡Y una mierda! —repito.

—No hace falta que me hables así —me corta.

—Estás tan equivocado —intento explicarle—. Esto no tiene nada que ver con...

—Y eso es precisamente del tipo de cosas de las que estoy hablando —continúa, levantando la voz y sin escuchar nada de lo que estoy intentando decir—. Hace treinta años nunca habrías usado ese tipo de lenguaje en una conversación normal. Ahora cada palabra que oyes es un taco. Lo aceptable se ha modificado y eso es lo que está ocurriendo en las calles.

Por un instante no puedo responder. El anciano está de repente muy agitado. Su rostro está rojo de ira. Unos pensamientos terribles me pasan por la cabeza. ¿Es un Hostil? ¿Está a punto de cambiar? ¿Está a punto de transformarse como esa gente que hemos visto en la tele? ¿Está a punto de atacarme? ¿Debo atacarlo primero, antes de que tenga la oportunidad de alcanzarme? ¿Es así como empieza...?

—Nadie tiene ya ningún respeto por nada ni por nadie —prosigue—. Eso es una maldita desgracia. Ha estado ocurrido durante años. Antes de que te des cuenta tendremos una anarquía total y verás...

—Sé lo que intentas decir, papá —le interrumpe Lizzie, que vuelve a la habitación—, pero no estoy de acuerdo. Danny y yo tuvimos esta conversación anoche, ¿verdad? Nunca he visto nada como lo que hemos presenciado en los últimos días. He visto un montón de disturbios con anterioridad, pero nada como esto.

Me relajo. La súbita llegada de Liz parece que ha calmado la situación. La ira ha desaparecido del rostro de Harry.

—¿Qué quieres decir? ¿Cuál es la diferencia? —pregunta.

Liz está en el quicio de la puerta y reflexiona durante unos segundos.

—Esta tarde, después de que apalizaran a aquel hombre, casi se podía palpar en el aire.

—¿Palpar qué? —le pregunto.

—El miedo —contesta—. La gente está aterrorizada. La gente está empezando a esperar que haya problemas y están tensos para reaccionar ante ellos. Y cuando ocurre, reaccionan, la mayor parte de las veces de forma totalmente desproporcionada a causa de lo que han visto. No sé cuál es la causa de todo esto, papá, pero sé que tiene que haber una razón física bien definida. La gente está aterrorizada y la situación va cada día a peor.

—Las cosas empezarán a calmarse... —empieza a decir Harry instintivamente. Lizzie está negando con la cabeza.

—No, no lo harán —replica con voz temblorosa—. Esta tarde hemos visto que un grupo de hombres apalizaba a un Hostil. No sé lo que había hecho, pero no puede ser mucho peor que la venganza que se han cobrado en él. En ellos sí que había odio y rabia, a más no poder.

MIÉRCOLES
VII

Daryl Evans estaba sentado al fondo del piso superior del autobús, que circulaba por las calles hacia el centro de la ciudad. Estaba recostado contra el cristal y miraba hacia abajo mientras se dirigía hacia las oficinas municipales donde trabajaba y con la perspectiva de un nuevo día de trabajo y sufrimiento. Hoy no tenía ganas de trabajar. Quizás intentaría dejarlo después de un par de horas, pensó. Quizá le diría a Tina, su supervisora, que no se sentía bien y tenía que irse a casa. Con todo lo que estaba pasando ahora mismo pensaba que ella no se lo iba a impedir.

Evans no estaba particularmente interesado en el resto del mundo. No prestaba demasiada atención a nada que ocurriera fuera de su círculo inmediato de familia y amigos. La pasada noche disfrutó de una feliz velada y esta mañana le había resultado más difícil encontrar ánimos para ir al trabajo. Pasó la velada con un amigo que no había visto desde hacía tiempo. Había pasado el tiempo bebiendo cerveza y comiendo comida basura. Aún se sentía lleno y un poco resacoso. No había oído el despertador y después había vuelto del revés el piso, buscando el reloj. Al final lo había encontrado, debajo de la cama, pero para entonces ya salía tarde para el trabajo. Sólo sabía que iba a ser uno de esos días en el que todo cuesta más esfuerzo de lo que debiera y nada sale bien.

Evans no tenía tiempo para las noticias ni los temas de actualidad. No sabía por qué las calles estaban tan tranquilas esta mañana o por qué había tenido que esperar el autobús el doble de tiempo de lo normal, y encima iba medio vacío. No se dio cuenta de que las cosas parecían diferentes hoy, pero realmente nada podía obligarlo a plantearse la causa.

Había siete personas más en el piso superior del autobús. Cinco estaban solas, silenciosas y pensativas, contemplando la mañana gris y húmeda. Una pareja estaba sentada hacia la parte delantera, riendo y bromeando, y haciendo más ruido que el resto de los pasajeros juntos. Evans estaba sentado detrás del todo y los veía a todos. El interior del autobús estaba lleno de vaho de la condensación. Limpió la ventanilla para poder ver hasta dónde había llegado. Su repentino movimiento había llamado la atención de un hombre delgado como un lápiz y con el cabello hirsuto, sentado dos filas por delante, que se volvió nervioso para ver qué ocurría a sus espaldas.

Evans miró al otro pasajero a los ojos y se quedó helado.

El hombre —silencioso, sencillo y sin ganas de tener problemas— se giró con rapidez y volvió a mirar hacia el frente del autobús, rezando para que no ocurriese nada. Era demasiado tarde. Evans, movido por un impulso y un miedo súbitos e incontrolables, saltó del asiento y arrancó al otro pasajero del suyo. Lo tiró en el pasillo, entre las dos filas de asientos, y aterrizó con un tremendo golpe que fue lo suficientemente ruidoso para que lo oyesen todos en el piso de abajo. Miró al hombre, que le devolvía la mirada, petrificado, los hombros encajados entre los asientos de ambos lados. Evans levantó el pie y le pisoteó la cara, rompiéndole la nariz y magullándole el párpado derecho. Después volvió a pisotearlo, una y otra vez, sintiendo cómo la resistencia desaparecía casi de inmediato. Luego notó que los huesos del hombre empezaban a romperse bajo la fuerza de su ataque sin piedad.

La conductora levantó la vista hacia su monitor pero los pasajeros del piso superior levantándose rápidamente de sus asientos y corriendo escaleras abajo le bloqueaban la visión. Frenó de golpe el autobús, en medio de una habitualmente concurrida calle de doble sentido. Una semana atrás la gente habría intentado hacer algo para ayudar, pero hoy no. Aterrorizados y temiendo por su propia seguridad, corrieron lo más rápido que pudieron, se echaron a la calle mirando hacia arriba cada vez que percibían los ocasionales atisbos del sangriento y violento ataque que proseguía en el piso superior.

Los agentes de policía que patrullaban cerca estaban dentro del autobús antes de que el último pasajero hubiera salido. Subieron rápidamente las escaleras, con las porras blandidas y dispuestas. Daryl Evans se les echó encima. Un único golpe de porra en un lado de la cabeza lo dejó sin sentido y cayó al suelo, a sólo unos centímetros de los pies inertes del cuerpo del hombre que acaba de golpear hasta la muerte.

14

Lizzie me ha dicho que era un maldito idiota por venir hoy, que estaba loco por ir a la ciudad y, ahora que estoy aquí, no puedo estar más de acuerdo. Quería quedarme en casa pero no tenía alternativa. En los últimos tiempos he faltado demasiado. Recibí una advertencia disciplinaria a causa de mi historial de ausencias hace un par de meses y ahora no me pagan si no ficho. Me han amenazado con despedirme si no aparezco en el trabajo y, no importa cuánto lo odio, pero no me puedo permitir perderlo. Quizá sea el único que aparezca hoy. Quizá deba aprovechar la oportunidad y darme la vuelta y volver a casa. No sé qué será peor: la idea de otra reunión disciplinaria con Barry, Penny y Tina, o correr el riesgo de verme involucrado en el tipo de problemas que vimos por aquí la pasada tarde.

Las calles están hoy más tranquilas. Aún hay un montón de gente por todas partes pero parece más un domingo por la mañana que un miércoles. Todo el mundo está silencioso y serio, y casi nadie habla con otra persona. Sé por qué es así. Yo tampoco quiero hablar con nadie. No quiero arriesgarme a hacer ningún contacto —ni siquiera los miro— por si existe la más mínima posibilidad de que estalle un incidente. Mantengo la cabeza baja y la boca cerrada, supongo que es lo que están haciendo todos los demás.

Todo esto es muy raro. Ayer por la tarde, cuando volvíamos a casa desde el hospital, y después, cuando estaba hablando con Harry, empecé a sentir como si el mundo se estuviera resquebrajando y llegando a su fin. Esta mañana la realidad parece diferente. A pesar de la tranquilidad y la ausencia de conversaciones todo parece extrañamente normal. Resulta difícil creer las cosas que hemos visto y de las que hemos oído hablar.

Cruzo Millennium Square para ir a la oficina. Se trata de una gran extensión pavimentada de baldosas y con una horrible y moderna fuente colocada justo en el centro. Está en pleno centro de la ciudad y la gente la cruza desde todas direcciones para ir a donde sea que vayan. Siempre está concurrida. Entre las ocho y las nueve de la mañana, entre mediodía y las dos de la tarde y casi sin interrupción después de las cuatro hasta primera hora de la noche, el lugar está lleno de gente. Si existe un sitio en el que puedes esperar que ocurra algo, es ése. Quizá lo debería haber evitado hoy, pero eso me habría hecho perder como mínimo otros diez minutos y ya voy tarde al trabajo. Parece como si las autoridades estuvieran preparadas para lo peor. Hay más agentes de policía patrullando por aquí de los que he visto con anterioridad y la mayoría, si no todos, van armados. Eso puede ser normal en cualquier otro lugar del mundo, pero aquí no. Joder, ver a los policías andando entre la multitud con sus armas semiautomáticas en ristre hace que me dé cuenta de cuán peligrosa e impredecible es la situación. Pero ¿su presencia no agravará el problema en vez de solucionarlo?

Mis últimos minutos de libertad antes de llegar a la oficina.

¿Por qué ocurre todo esto? Mientras atravieso la multitud silenciosa y adusta, no puedo dejar de preguntarme otra vez la causa de toda esta locura e histeria. ¿Por qué el mundo ha perdido la cabeza? ¿Toda esta situación ha sido creada por los medios como cree el padre de Lizzie o hay algo más? ¿Realmente ha ocurrido algo? ¿Todo el mundo se está alejando, aterrorizado de algo que ni siquiera existe? ¿Es que hay algo en el agua? ¿Hay algo en el aire dispersado por terroristas? ¿Estamos viviendo un extraño escenario del tipo de
La invasión de los ultracuerpos?

¿O es algo muchísimo peor que todo eso?

Mediodía.

Menos de la mitad de la plantilla ha aparecido en el trabajo. He intentado pasar desapercibido todo lo que he podido. Manteniéndote ocupado parece que el tiempo pasa más deprisa y yo quiero que el día pase lo más rápidamente posible. He hablado brevemente con Liz hace más o menos una hora. La escuela sigue cerrada. Han intentado abrirla esta mañana pero han aparecido la mitad de los niños e incluso menos maestros, de manera que Lizzie está pasando otro día encerrada en casa con los niños. La están volviendo loca pero sé que está mejor allí. A mí también me gustaría estar en casa.

La falta de personal significa que todos vamos estresados. Jennifer Reynolds es una de las personas que no ha aparecido y eso significa que todos tenemos que hacer turnos de una hora para cubrir Recepción. Si existe un día en el que no quisiera estar ahí fuera es hoy. Incluso Tina ha tenido que realizar un turno. Acabo de finalizar el mío y Hilary Turner ha salido a relevarme. Me gusta Hilary. Es una vieja solterona de rostro frío y agriado, y bastante obesa, pero sabe lo que hace todo el mundo por aquí y no está para gilipolleces. A diferencia de la mayor parte de la gente con la que trabajo, es recta y honesta. Si tiene algún problema con algo que has hecho te lo dice a la cara, nada de las puñaladas traperas que recibes de todos los demás. Es tan dura como una roca y me gusta por eso.

BOOK: Odio
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