He recibido una llamada de Lizzie justo cuando salía a comer. Teníamos una cita esta tarde para llevar a Josh a un reconocimiento en el hospital y, con todo lo que pasó ayer en la escuela, ambos lo habíamos olvidado. Josh se cayó de una silla en el parque hace tres semanas y se abrió la cabeza. La visita sólo es para comprobar que la herida se ha curado correctamente y que el niño está sano y en forma. Lizzie también había olvidado decirle a Harry que la escuela estaba cerrada, de manera que a las ocho de la mañana estaba en la puerta dispuesto a cuidar de Josh como siempre. Liz ha acordado con él que la lleve a ella y a Josh a la ciudad, y que vuelva con Ellis y Ed a casa. Le he dicho que me encontraré con ellos en el hospital y que volveremos a casa juntos después de ver al médico. He conseguido convencer a Tina Murray de que necesito estar presente en la visita. Por una vez se ha tragado la historia sin oponer demasiada resistencia.
A pesar de que he intentado salir pronto, ya iba con retraso cuando he salido de la oficina (me he parado a charlar con alguien) y he tardado una eternidad en cruzar la ciudad. La visita de Josh era las tres, hace tres cuartos de hora. Pero bueno, los hospitales siempre van retrasados y con todo lo que está ocurriendo lo más normal es que hoy haya más retrasos de los habituales. Me apuesto algo a que ni siquiera han entrado a ver al médico. Avanzo con rapidez por el descuidado camino que atraviesa el aparcamiento. El hospital parece muy concurrido. La tarde es gris y oscura y en las incontables ventanas del edificio relucen brillantes luces amarillas. Es un lugar jodidamente lúgubre. No me gustaría quedarme aquí por...
—¡Danny!
¿Quién demonios ha dicho eso? Me doy la vuelta y veo a Lizzie viniendo hacia mí con Josh en su sillita.
—¿Estás bien? —pregunto confundido.
—¿Dónde te has metido?
—No he podido llegar antes —contesto, mintiendo con los dientes apretados—. ¿Acabas de llegar? Ella mueve la cabeza.
—¿Estás bromeando o qué? Ya hemos acabado.
—¿Qué? ¿Ya lo han visitado?
—Era a las tres. Menos mal que no lo has traído tú.
—Lo sé, pero...
—Te he estado esperando veinte minutos. Entramos y salimos en segundos. Han ido muy rápidos.
—Lo siento, yo...
Vuelve a mover la cabeza y empieza a empujar a Josh cuesta arriba, hacia la calle principal.
—No importa —murmura. Joder, está de muy mal humor.
—¿Y está todo bien? —pregunto, gritando tras ella mientras se aleja a paso rápido—. ¿Está bien Josh?
—Está bien —gruñe volviendo la cabeza.
La tarde va de mal en peor. Lizzie me vuelve a hablar pero no está contenta. Tampoco yo lo estoy. Hemos caminado de vuelta a través de la ciudad hacia la estación pero ha habido un problema en la línea y han cancelado nuestro tren. No podemos llamar a Harry para que nos recoja (no hay suficiente espacio en el coche), de manera que la única alternativa es un largo viaje de vuelta a casa en tres buses. Liz acaba de llamar a Harry y le ha dicho que volveremos tarde. No le ha sorprendido.
La jornada laboral está llegando a su fin. La luz empieza a desvanecerse y aquellos oficinistas que acaban a las cuatro ya están empezando a llenar las calles. Tenemos que salir de la ciudad con rapidez o nos vamos a ver en medio de la hora punta.
—¿Qué autobús? —pregunta Lizzie, teniendo que gritar para que se la oiga por encima del tráfico.
—El 220 —contesto justo a sus espaldas. Ahora soy yo el que va empujando a Josh y parece que nos movemos en la dirección opuesta a casi todos los demás peatones. Es difícil avanzar en línea recta—. La parada está justo ahí delante.
Nuestra parada se encuentra hacia la mitad de una calle de un solo sentido. Lizzie se refugia bajo la marquesina y yo la sigo. Josh se está quejando. Tiene frío y hambre.
—Mira, siento no haber llegado al hospital a tiempo —le digo—. Por el momento las cosas son complicadas. Ya sabes lo que ocurre cuando...
—No importa —me interrumpe, poco interesada en mis explicaciones.
Miro hacia el final de la calle y aparece un autobús. Esperanzado, bizqueo en la distancia para intentar ver el número, pero no es el nuestro. Vuelvo de nuevo a la marquesina.
—¿Qué ha dicho el médico?
—No demasiado. Entramos y salimos en cinco minutos. La herida se ha curado y no hay ningún daño permanente. Le quedará una pequeña cicatriz pero quedará oculta bajo el pelo.
—Eso está bien —digo, bajando la mirada hacia Josh, que parece que está a punto de quedarse dormido—. Es un alivio. Nunca puedes estar seguro cuando se hacen daño de esa manera...
Me callo cuando al lado de la parada resuena un repentino estruendo de pasos a la carrera. Un grupo de seis hombres van a la caza de una figura con la cabeza rapada que intenta huir desesperadamente. Viste vaqueros y una camiseta blanca cubierta de sangre. Dos de los hombres nos empujan y casi tiran a Lizzie.
—¡A ver si miráis por dónde vais, jodidos idiotas! —les grito. E inmediatamente lamento haber abierto la boca. Lizzie me mira fijamente. Gracias a Dios los dos hombres siguen corriendo y ninguno de ellos reacciona.
El hombre al que están cazando corre hacia la calzada e inmediatamente se pone en el paso de un taxi que hace sonar el claxon y le hace luces. El conductor da un volantazo y derrapa al frenar, pero consigue evitar la colisión. El hombre se retira del capó del taxi, se gira y sigue corriendo por el centro de la calzada. Pero ese pequeño retraso es su perdición y el grupo de hombres que lo persiguen están sobre él como animales salvajes cazando su presa. Tengo el corazón en la garganta. El resto del mundo parece que se ha quedado paralizado.
El primero de los perseguidores extiende la mano y consigue agarrar la manga del hombre. Con un simple gesto consigue tirar hacia atrás a la desesperada figura. Tropieza con sus propios pies y cae hecho un ovillo sobre la línea discontinua, en el centro de la calzada.
—Jodida chusma —oigo gritar a uno de los hombres—. Jodida chusma de Hostiles.
Rodean al corredor solitario y lo apalizan. Le dan patadas y puñetazos sin piedad. Miro a Lizzie y ella me devuelve la mirada, los ojos muy abiertos de sorpresa y miedo. ¿Espera que yo haga algo? No hay ninguna razón para que me vea envuelto. Miro a mi alrededor y veo que nadie está haciendo nada. El tráfico se ha detenido y muchos de los peatones del otro lado de la calle se han parado.
La paliza dura menos de un minuto. Lo rodean y le pegan desde todos los lados y todos los ángulos, golpeándole cara, riñones, pecho y testículos, aplastándole la cabeza, las rodillas y las manos extendidas. Una vez ha terminado el frenético ataque, los asaltantes, sin aliento, dan un paso atrás, dejando en el suelo a plena vista un cuerpo contorsionado. El aullido de sirenas que se aproximan rompe el pesado y ominoso silencio. Vuelvo a mirar hacia el otro extremo de la calle y veo que se aproxima una moto de policía sorteando los coches parados. Para cuando el agente de policía llega al cuerpo todos los atacantes, excepto uno, han desaparecido entre la multitud. El que se ha quedado se mantiene firme y le grita y chilla al policía, señalando con un dedo acusador al hombre indefenso y destrozado en medio de la calle, antes de darse la vuelta y correr tras los demás. Con una extraña falta de urgencia, sin interés ni cuidado, el policía arrastra el cuerpo desde el centro de la calle y lo deja junto al bordillo de la acera, luego, hace señales a los coches para que se empiecen a mover.
Lentamente el mundo vuelve a ponerse en marcha.
Lizzie me está agarrando el brazo con tanta fuerza que me empieza a doler. No puedo apartar los ojos del oscuro montón que está a un lado de la calle. ¿Quién era? ¿Qué había hecho? Si realmente era un Hostil, se merecía todo lo que le ha pasado.
Parece que cada vez que salimos pasa algo.
Vuelvo a pensar en el programa de televisión que vimos anoche, y vuelvo a pensar en los otros ataques que hemos visto y de los que hemos oído hablar. Toda esa mierda que expliqué no cuenta para nada. En esto hay algo más. No es sólo paranoia o gente aprovechándose de la situación.
Me pongo enfermo de los nervios, y de miedo.
¿Quién va a ser el siguiente al que le pase algo? ¿Yo? ¿Lizzie? ¿Harry o uno de los niños? ¿Alguien del trabajo? Puede ser cualquiera.
Es tarde cuando llegamos a casa. Esperábamos llegar a las cinco. Había retenciones de tráfico a la salida de la ciudad. Ahora son casi las ocho.
—Alguien tiene prisa —dice uno de los hombres del piso superior cuando nos cruzamos con él al salir del bloque de pisos. Creo que es Gary. Está con otro hombre que no he visto nunca.
—Lo siento —murmuro mientras intento pasar por la puerta de entrada con la sillita de Josh.
—¿Están bien? —pregunta, aparentando interés.
—Estamos bien, gracias —contesto con rapidez y sin ganas de entablar conversación. Suavemente empujo a Lizzie hacia el piso. Los dos hombres salen.
—¿Va todo bien? —pregunta Harry cuando abro la puerta. Ya estaba a la mitad de camino del pasillo cuando ha oído la llave en la cerradura—. Me he preocupado muchísimo por vosotros. Podríais haber llamado otra vez.
—Lo siento, papá —se excusa Lizzie.
—Ha habido problemas —le explico.
—¿Qué tipo de problemas?
Liz se quita el abrigo y mueve la cabeza. Se limpia los ojos.
—No sé lo que está pasando ahí fuera —suspira en un tono bajo y emotivo—. Parece que como si todo el mundo se estuviera volviendo loco.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta, mirando de Lizzie a mí, y de nuevo a ella para obtener una respuesta—. ¿Estáis bien los dos? ¿Os...?
—Estamos bien —responde ella con cansancio mientras lo empuja suavemente por el pasillo hacia la sala de estar. Josh sigue durmiendo. Con mucho cuidado suelto las correas, le quito el abrigo y lo levanto de la sillita.
—¿Qué ha ocurrido? —vuelve a preguntar Harry cuando lo sigo a él y a Liz a la sala de estar. Me paro y echo una rápida mirada a los dormitorios de los niños. Ed está tendido en la cama, leyendo. La habitación de Ellis está vacía.
—Fuimos a pie hasta Pedmore Row para coger el autobús —le explico—. Un grupo de individuos salió de Dios sabe dónde y empezaron a darle una paliza a un tipo. Era un Hostil. ¿Dónde está Ellis?
Harry hace un gesto hacia la sala de estar. Echo una ojeada por encima del respaldo del sofá y siento un gran alivio al verla, encogida como una pelota, dormida con la cazadora de su abuelo echada sobre los hombros. Parece tranquila y relajada. La habitación está en silencio y a oscuras, y la única luz procede de la parpadeante tele.
—No quería irse a la cama —me explica, mirándola—. No dejaba de preguntar dónde estabais. La he dejado que se quedara conmigo durante un rato. Sabía que acabaría durmiéndose.
Liz se pone en cuclillas delante de Ellis y le aparta de la cara un mechón de cabello.
—La voy a llevar a la cama —susurra mientras desliza los brazos bajo su cuerpo y la levanta. Ellis murmura algo y se agita, pero no se despierta. Harry y yo contemplamos cómo se la lleva. Entonces Harry rodea el sofá y se sienta en el centro, probablemente donde ha estado sentado toda la tarde. Dejo a Josh tendido en mi regazo.
—Vuélvemelo a explicar —dice en voz baja—, ¿qué ha ocurrido exactamente?
Me siento a su lado y me quito los zapatos.
—No sé nada más que lo que te he contado. Un grupo de tipos la ha emprendido con un Hostil, eso es todo. El maldito cabrón probablemente se merecía todo lo que le ha pasado. Después el autobús tardó y había una carretera cortada y...
Harry asiente con la cabeza, suspira y se restriega los ojos. Parece cansado.
—No sé lo que está pasando ahí fuera. Tenía el presentimiento de que ibais a tener problemas esta noche. —Estoy a punto de preguntarle qué ha querido decir cuando coge el mando a distancia y sube el volumen de la tele—. He estado viendo las noticias desde que acabaron los programas infantiles.
Vuelvo la atención a la tele. Los disturbios están aumentado por todo el país. En las noticias están hablando de un «aumento exponencial de los incidentes». Las matemáticas nunca fueron mi fuerte en el colegio pero sé lo que quieren decir. Un incidente se convierte en dos, dos en cuatro, cuatro en ocho y así sigue y sigue hasta... Joder, ¿cuándo va a acabar?
Hay un cambio evidente en la forma en que los periodistas de la tele hablan de lo que está pasando esta noche. Se están concentrando en la gente —los llamados Hostiles— que parecen estar en la raíz de todos los problemas. Están remarcando que sólo está afectada una pequeña minoría, pero advierten al público que se mantengan alejados de cualquiera que parezca tener un comportamiento errático. Maldita sea, eso puede ser la mitad de los habitantes de esta ciudad en un buen día.
—Es como si fuera una enfermedad —dice Harry—. Una locura, ¿no te parece? Se está extendiendo como una enfermedad.
—Sería bueno que alguien se diera prisa y encontrara una cura —murmuro entre dientes mientras sigo contemplando la pantalla.
—Siguen diciendo que todo es obra de unos pocos, ¿sabes? —prosigue, repitiendo lo que ya he escuchado—. Cuando eso los asalta, sea lo que sea, los vuelve locos. Hace un rato ha hablado un médico. Hay que estar atento a los primeros instantes.
—¿Qué? —murmuro, escuchándolo sólo a medias.
—Cuando están a punto de perder el control, como ese tío que has visto esta tarde, supongo. Sencillamente atacan a cualquier persona o cosa que tengan alrededor. Después, dicen, empiezan a calmarse. Siguen siendo capaces de hacer cosas así, pero no son tan imprevisibles. ¿De qué está hablando?
—¿Qué quiere decir, no tan imprevisibles? —le pregunto—. ¿Quieres decir que sólo hacen lo suficiente para hospitalizarte pero no te matan?
—Sólo te estoy contando lo que he escuchado —suspira—. No seguiré si te vas a poner así.
Muevo la cabeza y vuelvo a mirar la pantalla, en la que se suceden imágenes de convoyes de tropas que circulan por el centro de una ciudad. No estoy seguro dónde es pero no se trata de un sitio que reconozca. Los periodistas están hablando de que la policía y las fuerzas armadas van a emplear todos sus efectivos, y vuelvo a pensar en el debate que vimos anoche en la tele. ¿Hemos llegado ya al punto de saturación sobre el que estuvieron hablando? Las voces en la tele se toman mucho interés en subrayar que, aunque hay dificultades, las autoridades siguen teniendo el control. Sólo eso. Joder, no imagino qué ocurrirá si todo esto va a peor y pierden el control. Maldita sea, no vale la pena pensar en ello.