Odio (14 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Odio
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—Ha estado tranquilo —le digo mientras se acerca caminando como un pato—. No ha entrado nadie.

—Eso es el beso de la muerte —gruñe, mientras se deja caer pesadamente en la silla caliente detrás del mostrador—, empezarán a entrar todos juntos ahora que he salido yo.

Estoy a punto de decirle que se calle y que no diga estupideces cuando se abre la puerta principal. Quizá tenga razón. Se produce una súbita explosión de movimiento cuando un hombre se precipita en el edifico. Lleva un montón de papeles que tira con un golpe sobre el mostrador. Ella salta hacia atrás. Este tipo está furioso. Bulle de ira y de repente estoy demasiado aterrorizado para moverme. ¿Es uno de ellos? ¿Es un Hostil?

—Soluciónelo —grita—. ¡Solucione este maldito lío ahora mismo!

Vuelve a dar un puñetazo en el mostrador. Su cara está roja de ira y respira pesadamente. Tiene más de metro ochenta de altura y la constitución de un maldito jugador de rugby. Debería decirle algo pero no puedo. En silencio espero que Hilary hable (habitualmente es muy buena manejando este tipo de situaciones) pero ella también permanece callada.

—Su jodida gente le ha puesto el cepo a mi coche —chilla—. No hay señales ni marcas de ningún tipo. Ésta es una total y jodida vergüenza. No he podido asistir a una reunión por culpa...

Sigo sin poder moverme. Él sigue gritando pero he dejado de escuchar lo que está diciendo. Lo miro a la cara y lentamente me voy alejando hasta que me aplasto contra la pared. ¿Es este hombre un Hostil? ¿Está a punto de explotar y matarnos a ambos? ¿Qué demonios debo hacer? ¿Debo correr? El hombre mira a Hilary y después a mí. Puedo ver a Hilary por el rabillo del ojo. Está temblando como una hoja. Normalmente es dura como una roca pero está tan asustada como yo. Tengo que hacer algo.

—Mire... —empiezo a decir en un tono bajo e inseguro.

—No me venga con más mierda. Sólo soluciónelo y hágalo ahora mismo. Necesito volver a mi oficina. Se me está acabando la paciencia y si no consigo...

Se inclina hacia delante y los dos reculamos.

—Por favor... —murmura Hilary lastimosamente. Empieza a sollozar. Bajo la mesa aprieta la alarma de ataque personal. Puedo oír el agudo pitido de la alarma en la sala principal.

El hombre se queda parado. Su expresión cambia. Él también está oyendo el estruendo. Me mira a mí, después a Hilary, y vuelta atrás una vez más. Sus ojos se han abierto de repente, llenos de sorpresa y miedo. ¿De qué demonios va a estar asustado? Ha sido él el que ha entrado aquí y...

—Lo siento —dice rápidamente, alejándose un par de pasos del mostrador—. Lo siento, yo no quería...

Se empieza a dar cuenta.

Su voz está ahora a una fracción del volumen de antes. Hilary y yo estamos esperando a que vuelva a explotar. En su lugar se encoge. Se da cuenta de que estamos asustados y ahora es él el que está asustado de cómo vamos a reaccionar.

—No soy uno de ellos —nos dice, suplicándonos que lo creamos. Parece como si tuviera lágrimas en los ojos—. De verdad que no lo soy. Me he vuelto loco por la multa de aparcamiento, que me ha sacado de quicio, eso es todo. No soy un Hostil. No quiero pelea. No voy a hacerle daño a nadie...

Sigo sin poder hacer nada. Me he quedado paralizado. Toda esta situación parece ajena y extraña. Es una escena incómoda que finaliza tan rápido como ha empezado. El hombre parece a punto de decir algo, pero no lo hace. Se da la vuelta y sale del edificio, con la multa de tráfico aún en la mano.

15

Hora de almorzar. Es un par de horas más tarde de lo que originalmente había planeado hacerlo. Hubiera sido más sensible y probablemente más seguro quedarme en la oficina, pero tenía que salir. He recibido otra llamada de Lizzie. Su día encerrada en casa con los niños ha ido empeorando. Necesitamos pan y leche pero los chicos están descontrolados y ella no se siente con fuerzas para llevarlos a ningún lado. Le he dicho que iré a comprar mientras esté por aquí. Iba a esperar hasta después del trabajo pero me alegro de no haberlo hecho. Las estanterías del supermercado estaban casi vacías. Esta noche ya no quedará nada.

Sin pensarlo ya estoy de vuelta en Millennium Square. No está tan concurrida como de costumbre pero hay un montón de gente y...

¿Qué demonios ha sido eso?

Estoy parado en el centro de la plaza, al lado de la fuente, y todo el mundo se ha vuelto loco. Todos se dejan caer al suelo y yo hago lo mismo. Se ha oído un ruido, un sonoro estallido, como si fuera un disparo. Pero no puede ser, ¿o no? Lentamente alzo la cabeza del suelo. La gente ha empezado a levantarse. Algunos ya están corriendo en todas direcciones y es imposible ver qué ha ocurrido. Otros permanecen quietos como yo, intentando averiguar qué está pasando y dónde está el peligro. Me tengo que mover. Tengo que salir de aquí. Me levanto y empiezo a correr hacia la oficina, pero es difícil avanzar con todo el mundo zigzagueando de repente a mi alrededor. Me paro y me agacho cuando vuelvo a oír el sonido. Era un disparo. No puede haber sido nada más.

Justo a mi izquierda un grupo de personas está gritando y chillando de pánico. En el suelo, justo en el centro del grupo, hay un cuerpo. No estoy lo suficientemente cerca para ver los detalles pero puedo ver que alrededor de la cabeza de la persona se está formando un charco de sangre. La gente ha empezado a moverse de nuevo, pisoteando el cadáver. Quizá ya está. Quizá ya ha acabado. Quizás es el cuerpo de un Hostil que yace muerto en el suelo y las cosas van a empezar a...

¿Ahora qué? La gente pasa a mi lado corriendo. ¿Han visto algo que se me ha pasado por alto? Tengo que salir de aquí antes de que me vea... demasiado tarde: un tercer disparo llega desde mi izquierda y envía a la multitud en dirección contraria como palomas asustadas. Tengo que seguir moviéndome pero mis piernas parecen de plomo. Estoy desorientado. Miro los edificios alrededor de la plaza, intentando orientarme y decidir en qué dirección correr. Cuando finalmente creo saber la dirección avanzo unos pasos, sorteo unas cuantas personas aterrorizadas y me quedo clavado en el sitio.

La multitud se ha dispersado delante de mí. A no más de diez metros por delante hay un agente de policía, armado como los que he visto esta mañana. Está vigilando la plaza, moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro. Ahora se ha parado y alza de nuevo el arma. Mierda, está apuntando en mi dirección. ¡Me cago en la puta, me está apuntando a mí! Le miro directamente a la cara y él me devuelve la mirada. ¿Me debo dejar caer al suelo? ¿Debo darme la vuelta y correr o...?

El cuarto disparo.

El policía dispara y, Virgen santa, casi puedo sentir como la bala silba junto a mi cara. Despacio, miro por encima del hombro y veo otro cuerpo en el suelo, no muy lejos de mí, con un agujero sangriento en la cara, donde debía estar el pómulo. Temblando, me doy la vuelta y corro. Voy en dirección opuesta a donde quiero ir, pero no importa. Sólo tengo que salir de aquí.

¿Y si soy el siguiente? ¿Y si me está apuntando en este preciso instante? En cualquier momento puedo oír la detonación del próximo disparo y puedo estar en el suelo con una bala en la espalda. No tengo ni una jodida posibilidad. Sólo seguir moviéndome y esperar que alguien se interponga entre el pistolero y yo. «Muévete más deprisa. Muévete más deprisa —me digo a mí mismo—. Sigue corriendo. Ponte fuera de su alcance. Sigue adelante hasta...»

Quinto disparo.

Nada. No me ha dado.

Sexto, séptimo y octavo disparo en rápida sucesión. Parece como si esta vez hubieran llegado desde otra dirección. Miro hacia atrás, al centro de la plaza.

El policía armado está en el suelo. Otro policía está encima de él y descerraja los disparos nueve, diez y once en el cuerpo, preso de espasmos, de su antiguo compañero.

Sigo corriendo. Mientras me muevo, un solo pensamiento devastador me cruza por la cabeza. ¿Era ese policía un Hostil? Jesús, si hay gente en las fuerzas de policía capaces de desencadenar este tipo de violencia a sangre fría y sin emociones, ¿qué demonios se supone que tenemos que hacer? Las implicaciones son terroríficas. ¿Quién va a mantener el control? ¿Qué demonios ocurrirá ahora?

Tengo que volver a casa. Jodido trabajo. Olvida el empleo. Cambio de dirección y corro lo más rápido que puedo hacia la estación. Tengo que volver con Lizzie y con los niños.

16

Gracias a Dios que hoy circulan los trenes. Ayer tardé horas en volver a casa y esta tarde no quiero estar en las calles más de lo indispensable. Sólo he tardado unos minutos en ir de la plaza a la estación y no he tenido que esperar demasiado al tren. Dios sabe lo que Tina me va a decir mañana si vuelvo al trabajo. Podría llamarla ahora con el móvil y explicarle lo que ha ocurrido, pero no quiero hacerlo. No quiero hablar con nadie. Sólo quiero llegar a casa.

Sólo hay tres vagones en este tren. No puede haber más de veinte personas a bordo. He encontrado un asiento lo más alejado posible de todo el mundo. Es el último asiento del tren, al final del tercer vagón. Hay otras dos personas conmigo. Ambos están más cerca de la parte delantera, cada uno a un lado del pasillo. Me doy cuenta de que no dejo de mirarlos, asustado de que uno de ellos se gire porque mientras el tren se esté moviendo estoy aquí atrapado, con ellos. De vez en cuando veo como uno de ellos mira hacia atrás. Están tan ansioso, como yo. Tengo el estómago revuelto y siento como si fuera a vomitar. No sé si es por el movimiento del tren o los nervios.

Estamos entrando en la última estación antes de casa. Joder, espero que no suba nadie. Tengo el móvil en la mano y no lo he soltado desde que subí. Quiero llamar a Lizzie y decirle que estoy de camino a casa pero no me puedo decidir a hacerlo. ¿Es una estupidez? No quiero hablar alto para no llamar la atención. No quiero hacer nada que les pueda dar a los demás pasajeros una razón para mirarme.

El tren frena y se para. Miro hacia el andén (intentando que no parezca que lo estoy escrutando) y veo que un puñado de personas se aproxima tranquilamente a las puertas del tren. Una persona del vagón se levanta y se apea, y sube otro pasajero. Se trata de un hombre con una larga gabardina gris y un maletín con un portátil colgado del hombro. Hago todo lo posible por evitar su mirada pero tengo que seguir mirando. Tengo que ver adónde va. ¿Viene hacia aquí? Mierda, sí. Rápidamente bajo la mirada al suelo, desesperado porque no se dé cuenta de que estaba mirando. ¿Sigue viniendo hacia mí? ¿Se está acercando?

Se ha parado. Estoy seguro de que se ha quedado quieto y no puedo creer lo aliviado que me siento. Coño, esto es una estupidez. ¿Estoy paranoico? ¿Soy el único que está actuando de esta forma? No puedo creer que lo sea. Con muchísimo cuidado y moviéndome con muchísima lentitud, levanto la vista y miro a mi alrededor. El tren chirría y traquetea cuando arranca y, con precaución, me yergo apoyándome en el respaldo del asiento delante de mí. El pasajero recién llegado se ha sentado hacia la mitad del vagón, al otro lado del pasillo. Parece como si deliberadamente hubiera puesto la mayor distancia posible entre él, yo y el tercer pasajero. Gracias a Dios.

Apoyo la cabeza contra la ventanilla y contemplo el familiar paisaje que pasa veloz. Todo parece igual pero esta tarde todo se percibe diferente.

Ya no falta mucho. Casi estoy en casa.

17

No más mierda. Son las nueve pasadas y los chicos están por fin en la cama. Ahora podemos bajar la guardia. Ahora podemos olvidar las voces felices, las sonrisas y las carcajadas que hemos desplegado por ellos. Ahora Liz y yo nos podemos sentar e intentar deducir qué está pasando. No tiene sentido implicar a los niños en esto. ¿Qué bien les iba a hacer? Si nosotros estamos confusos, ¿qué pueden hacer ellos? Es mejor que sigan ignorantes y felices. Ed está empezando a sospechar que algo va mal, pero los dos pequeños están muy tranquilos. A mí también me gustaría estarlo.

Llevamos sentados unos veinte minutos viendo los titulares.

—Esta noche es diferente —dice ella—. Ha cambiado.

—¿Qué ha cambiado?

—Las noticias. Han dejado de contarnos lo que está pasando. Sigue mirando y verás qué quiero decir. Ahora intentan explicarnos cómo afrontar la situación.

Tiene razón. Ha habido un cambio en el enfoque del canal de noticias que estamos mirando esta noche y yo no me había dado cuenta hasta que lo ha señalado Liz. Hasta ahora había un flujo continuo de reportajes sobre ataques individuales e incidentes mayores, pero todo eso ha desaparecido. Ahora todo lo que emiten es poco más que una serie de instrucciones. No nos están diciendo nada que no hubiéramos escuchado ya: alejarte de personas que no conozcas, quedarte en casa si es posible, vigilar cualquier comportamiento errático e irracional y alertar a las autoridades si estalla un incidente, cosas de ese tipo. Son todas instrucciones evidentes y de sentido común.

—Probablemente no valga la valga la pena perder el tiempo informando de todo lo que está ocurriendo —me dice—. Una pelea en la calle se parece a cualquier otra.

—Lo sé —confirmo—. Sin embargo, falta algo, ¿no?

—¿Como qué?

—Si escuchas lo que están diciendo, nos siguen explicando que todo está bajo control y el problema contenido pero...

—Pero ¿qué?

—Pero nadie aparece con una explicación. Ni siquiera están intentando explicar lo que está ocurriendo. Eso me dice que nos están ocultando algo o...

—Nadie ha conseguido explicarlo aún —me interrumpe antes de que pueda acabar la frase.

18

Está oscuro. La casa está en silencio. Estoy cansado pero no puedo dormir. Son casi las dos de la madrugada.

—¿Estás despierta? —pregunto en voz baja.

—Muy despierta —contesta Lizzie.

Giro sobre un lado y la abrazo. Ella hace lo mismo y se arrima. Está muy bien tenerla tan cerca de esta manera. Hacía mucho tiempo.

—¿Qué vas a hacer por la mañana? —pregunta, su cara está tocando la mía. Puedo sentir su aliento en mi piel.

—No lo sé —contesto. Quiero quedarme en casa pero una parte de mí sigue pensando que debería volver al trabajo. Cuanto más rato permanecemos despiertos, más me convenzo a mí mismo de que será seguro volver mañana a la oficina. Maldito idiota. Hoy he visto cómo tiroteaban a la gente en el centro de la ciudad. Es imposible que pueda volver allí.

—Quédate —me dice en voz baja—. Quédate aquí, con nosotros. Deberías estar aquí, conmigo y con los niños.

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