—Gracias, tío —boquea, alzándose sobre los codos—. He estado aquí durante horas. He oído cómo entraba alguien hace un rato y estaba intentado conseguir... —Deja de hablar, y sin fuerzas, cae sobre su espalda. El esfuerzo es demasiado. Su voz suena ahogada y rasposa. Debe tener sangre en la garganta. ¿Qué se supone que debo hacer? Dios santo, no tengo ni idea de cómo ayudarlo.
—¿Quieres que intente llevarte escaleras arriba? —le pregunto inútilmente. Él mueve la cabeza y traga para aclararse la garganta.
—No vale la pena —gruñe mientras intenta levantarse de nuevo. Le pongo una mano en un hombro para calmarlo—. Me gustaría un trago —dice—. ¿Puedes subir al piso y traerme una cerveza?
Sus ojos giran en las órbitas durante un segundo y me pregunto si se ha ido. Me levanto con rapidez y subo las escaleras hasta el piso que comparte con el otro hombre. Sigo un delgado rastro de sangre seca a lo largo del pasillo y hasta la sala de estar del piso, que está sorprendentemente limpia y bien arreglada. En realidad no sé por qué esperaba otra cosa. En medio de la habitación hay una mesa volcada y a su lado una lámpara rota. También hay una cámara de vídeo sobre un trípode al lado de un ordenador y una tele grande. Parece como si les gustase filmarse.
Tienen un caro sofá de cuero y... y me doy cuenta que estoy aquí, examinando el piso, mientras uno de sus ocupantes yace al final de las escaleras. Forzándome a moverme, voy a la cocina y cojo una botella de cerveza de una nevera bien surtida. La abro y corro de vuelta al lado del hombre que está en el rellano del primer piso.
—Aquí tienes —le digo mientras le acerco la botella a la boca. No sé cuánto ha conseguido tragar. La mayor parte parece que corre por su barbilla. Cuando retiro la botella veo que tiene el cuello cubierto de sangre, que procede de sus labios. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Intento moverlo pero no es buena idea. Gime de dolor en cuanto lo toco. Este pobre bastardo se está muriendo y no hay nada que yo pueda hacer para ayudarlo. No tiene sentido preguntarle quién le ha hecho esto o si hay alguien con el que puedo contactar: la rápida salida de su amante/amigo/socio esta mañana temprano era una clarísima admisión de culpa. Me siento fatal aquí a su lado, intentando pensar en una excusa para irme cuando se está muriendo a mis pies. Pero ¿qué puedo hacer?
—Voy a buscar ayuda —digo en voz baja, agachándome cerca de él, pero teniendo cuidado de no mancharme con su sangre—. Voy a ir a buscar a alguien que sea capaz de ayudarte.
Se lame los labios cubiertos de sangre, traga y niega con la cabeza.
—Ahora ya es demasiado tarde —resuella. Cada gesto le cuesta muchísimo esfuerzo y le provoca grandes dolores. Desearía que se callase y que se quedase tendido, pero no lo va a hacer. Tiene algo más que decir. Exhausto, vuelve a girar la cabeza hacia mí y me mira directamente a la cara.
—No hable más y... —empiezo a decir.
—Intenté ir a por él —explica sin aliento—. El jodido llevaba un cuchillo encima. Me dio primero.
—¿Qué?
—Intenté ir a por él pero me estaba esperando...
—¿Qué estás diciendo? ¿Te atacó? ¿Era un Hostil?
Niega con la cabeza.
—Lo ves todo tan claro cuando te ocurre. Tenía que matarlo. Era él o yo. Tenía que matarlo antes...
Me levanto y empiezo a alejarme. Dios santo ¿es él el Hostil? Él es el que empezó el jaleo que oímos la pasada noche. Él fue el que perdió el control. Joder, he estado aquí perdiendo el tiempo con un jodido Hostil.
Se lame de nuevo los labios ensangrentados y traga una vez más.
—Colega, se trata de ellos —murmura— o nosotros. Ellos son los que odian. Estate preparado...
No sé de qué demonios está hablando ahora y no quiero escuchar nada más. Necesito alejarme de este enfermo pedazo de mierda. Le doy la espalda y corro escaleras abajo, con la certeza que no hay manera de que llegue a alcanzar a mi familia en las condiciones en que se encuentra. Pienso en rematarlo pero eso me haría tan perverso como él y, además, dudo que fuera capaz de hacerlo. Miro atrás y lanzo una última mirada a esa escoria que está en el rellano. No le queda mucho. Estará muerto para cuando haya vuelto y eso no será demasiado pronto.
Corro hacia el coche y arranco el motor.
Normalmente puedo ir desde el piso a la casa de Harry en unos quince minutos pero hoy me ha costado casi una hora. Sigue sin haber demasiado tráfico pero algunas calles son inaccesibles. Algunas están atascadas con colas que se mueven con mucha lentitud, otras están simplemente cortadas.
Harry está tan agitado como el resto de nosotros aunque no quiera admitirlo. Está apagado, mucho más tranquilo de lo habitual. Liz lo ha llamado y le ha explicado que lo iba a buscar, pero no tiene nada preparado. Ahora estoy con él en el piso de arriba, ayudándole a llenar una bolsa para pasar la noche. Parece perdido e indefenso como un niño pequeño. Me sigue planteando preguntas que sabe que no puedo contestar. ¿Cuánto tiempo va a estar fuera? ¿Qué se tiene que llevar? ¿Estaremos seguros en nuestro piso?
La casa de Harry es silenciosa y oscura. Es muy raro que yo vaya al piso superior. El lugar es pequeño pero demasiado grande para él solo. Los dormitorios de Liz y de su hermana no se han tocado desde que se mudaron y un lado del dormitorio de Harry es un altar a Sheila, su difunta esposa. Lleva muerta tres años pero en la habitación siguen estando más cosas suyas que de Harry. Toda la casa está llena de trastos. El viejo nunca tira nada. No puede desprenderse de nada.
Quería entrar y estar fuera en minutos, pero Harry sigue retrasando la partida. Tengo que volver con Lizzie y con los niños pero estoy aquí, atascado, viendo cómo comprueba que todo esté apagado y después comprobando que lo ha comprobado todo. Me gustaría decirle que creo que ya no importa pero eso sólo iba a empeorar las cosas, así que le sigo la corriente e intento meterle prisa. La cabeza me da vueltas. Necesito hablar de lo que ha pasado, pero Harry no es la persona indicada. No sé quién lo es. Necesito hablar del hombre medio muerto en el rellano y sobre lo que he visto esta mañana en la tienda. No me puedo quitar de la cabeza la imagen de la niña golpeando a su madre. ¿Podría alguno de nuestros hijos atacar de esa forma a Lizzie? ¿Podría estar pasando ahora mismo, mientras estoy aquí, perdiendo el tiempo con este estúpido anciano? Me muerdo el labio e intento mantener la calma. No puedo mostrar ninguna emoción. No quiero que Harry piense que soy un Hostil.
—Venga, vamos —le digo, interrumpiendo su paseo por la planta baja, comprobando por tercera vez que las puertas y las ventanas están cerradas—, tenemos que irnos.
Espero una respuesta hiriente, que es lo que habitualmente obtengo de Harry, que es un viejo cabrón sabelotodo y gritón que no tiene una buena opinión de mí. Él supone que sabe más que yo de todo y nunca se toma a bien que le metan prisa o le digan lo que tiene que hacer. Me sorprendo cuando asiente, recoge su bolsa y camina lentamente hacia la puerta principal. Cojo la bolsa de su mano y la meto en el coche, dejando que le eche una última mirada a su hogar.
—Tranquilo, ¿no te parece? —dice mientras vamos de vuelta al piso. Inmediatamente lamenta sus palabras cuando desembocamos en una calle principal colapsada por un atasco. Nos unimos al final de la cola. Es lenta pero nos seguimos moviendo y no puedo pensar en ninguna otra ruta mejor hacia casa. Decido esperar sentado.
—¿Estás bien, Harry? —pregunto.
—Bien —contesta en un murmullo—. Un poco cansado, eso es todo.
—¿Problemas para dormir? Asiente con la cabeza.
—La pasada noche ocurrió algo en la parte trasera de la casa —explica con voz tranquila—. Hubo una pelea o algo así... muchos gritos, mucho ruido...
El tráfico se ha ralentizado otra vez y casi estamos totalmente parados. Para y arranca todo el rato.
—No sé lo que está ocurriendo —murmuro.
La calle por la que nos estamos arrastrando pasa delante de una fila de casas antes de subir y girar a la derecha, para cruzar por un puente que pasa por encima de la autopista. Al seguir el arco de la calle salta a la vista la razón del atasco. Hay un flujo continuo de coches que abandonan la autopista y se unen al tráfico de la ciudad. Nos volvemos a parar en medio del puente.
—¿Por qué nos paramos? —pregunta Harry, mirando a su alrededor con curiosidad.
—Ni idea. Debe haber habido un accidente o algo...
—Esto no es un accidente —dice mirando a través de la ventanilla y golpeando el vidrio con el dedo. Me yergo en el asiento y me inclino hacia él para ver qué está mirando. Hay algún tipo de bloqueo que corta totalmente la autopista. Hay dos grandes camiones militares de color verde oscuro parados a ambos lados. Guardias armados están colocando barreras con franjas rojas y blancas mientras otros soldados dirigen la cola de los coches que se aproximan. ¿Qué demonios están haciendo? Si no me equivoco, están parando los coches que intentan abandonar la ciudad. Ni siquiera los registran. O les ordenan que utilicen la salida para abandonar la autopista o los dirigen a través de un hueco que han abierto en la barrera central y los obligan a volver por donde han venido. El tráfico está siendo canalizado de vuelta a la ciudad.
—No quieren que nos vayamos demasiado lejos, ¿no te parece? —comenta Harry, que contempla los coches por debajo de nosotros mientras empezamos a avanzar de nuevo.
—Aunque dicen que lo tienen bajo control.
—¿Qué?
—Estuve viendo algo en la tele justo antes de salir a buscarte. Decían que la situación estaba bajo control.
—Bueno, esto es probablemente parte del control, ¿o no? Necesitan saber dónde está todo el mundo...
—¿De verdad?
—¿Cómo nos pueden proteger las autoridades si no saben dónde estamos?
No me molesto en contestar. El hecho de que acabo de ver una presencia militar importante en las calles no me llena de confianza. En todo caso, hace que me sienta peor.
Cuando nos alejamos de la autopista, el tráfico empieza a ser más fluido. Aprieto el acelerador y proseguimos hacia casa.
Mi nerviosismo y paranoia aumentan a cada segundo que pasa. Necesito volver con mi familia.
Las calles que atravesamos ahora están incómodamente silenciosas y tranquilas. Todo da una sensación ominosa. El país parece que se está rompiendo en pedazos con niveles desconocidos de violencia, ¿por qué, entonces, está todo tan tranquilo? La reacción humana normal ante una amenaza como los Hostiles sería levantarnos y luchar, pero hoy no podemos. Esa gente está enferma. Los mueve un deseo de matar y destruir y, por lo que he podido ver, no van a parar hasta que esos deseos se vean satisfechos. Levantarse y luchar contra ellos significaría desplegar las mismas emociones que ellos. Sería autodestructivo. Devolver el golpe es correr el riesgo de que también te tilden de Hostil. Todo lo que podemos hacer es mantenernos apartados y no contraatacar. La población se está alejando de todos los demás por miedo. Miedo a cualquiera y miedo a uno mismo.
Finalmente aparecemos frente al bloque de pisos y llevo a Harry adentro. Estoy a punto de volver a recoger su bolsa del coche cuando veo a una figura solitaria que camina por la calle. Instintivamente espero en la sombra hasta que estoy seguro que ha desaparecido antes de volver a poner el pie en la calle. Dios santo, estoy demasiado aterrorizado para arriesgarme incluso a que me vea un completo desconocido.
—Papá —dice Ed.
—¿Qué? —gruño, molesto por la interrupción. He estado leyendo una pila de revistas de música que he encontrado bajo la cama. Creía que las había tirado. Me han ayudado a soportar el intranquilo aburrimiento de esta tarde sin fin.
—¿Qué está haciendo?
—¿Qué está haciendo quién? —pregunto sin levantar la cabeza.
—El hombre de la casa al otro lado de la calle. ¿Qué está haciendo?
—¿Qué hombre?
—Virgen santa —chilla Lizzie al entrar en la habitación. El pánico en su voz hace que deje caer la revista y levante la vista. Por todos los demonios, el hombre que vive en una de las casas cercanas a nuestro bloque de pisos está arrastrando a su mujer fuera de la casa, hacia el centro de la calle. Es una mujer grande, con unas amplias espaldas y brazos fofos que agita frenéticamente. El hombre —creo que su nombre es Woods— la está arrastrando de los pies y desde aquí se oyen los gritos de ella. La arrastra por encima del bordillo y su cabeza golpea el asfalto. Él lleva algo más en las manos. No puedo ver qué es...
—¿Qué está haciendo? —vuelve a preguntar Ed.
—No mires —le grita Liz. Atraviesa la habitación corriendo e intenta que Ed se dé la vuelta y lo empuja hacia la puerta. Josh está en medio. Está de pie, en el quicio, comiendo una galleta, y Lizzie no puede pasar a su lado.
—¿Que no mire qué? —pregunta Ellis. No la he visto entrar. Está detrás de mí, de puntillas, mirando por la ventana.
—Haz lo que dice mamá —le digo mientras intento apartarla. Se agarra al alféizar y no hay forma de soltarla. Los niños se están volviendo locos atrapados dentro de casa. Están desesperados por cualquier distracción.
Fuera, Woods se ha dejado de mover. Su mujer sigue tendida en el suelo y él está encima de su cuello. Maldita sea, ha puesto la bota y todo su peso sobre su cuello. La cara de ella está roja de sangre y manotea ahora más que nunca, pero él está siendo capaz de mantenerla en el suelo, aunque tiene la mitad de su envergadura.
—Ellis, apártate de ahí —le grito, y finalmente consigo alejarla de la ventana. Ed sigue mirando y yo tampoco puedo evitar hacerlo. No puedo apartar la mirada. Era una botella lo que llevaba Woods. Ha quitado el tapón y ahora está vaciando el contenido sobre su mujer. ¿Qué demonios está haciendo?
—¿Qué ocurre? —pregunta Harry. Ahora estamos todos en la sala de estar. Él se encuentra de camino a la puerta y tengo que rodearlo para sacar a Ellis de allí. Intento cerrar las cortinas pero desde aquí no llego. Harry está en medio.
—Saca a los niños de aquí —grita Lizzie.
—¿Quieres apartarte, Harry? —le digo con tono seco—. No puedo pasar...
Vuelvo a mirar por la ventana cuando Woods prende fuego a su mujer. Dios sabe lo que le ha tirado encima, pero ella se ha encendido en una gran bola de llamas y el fuego también ha prendido en él. Ella se sigue moviendo. Maldita sea. Coloco mis manos sobre los ojos de Ellis pero reacciono con lentitud y ella ya ha visto demasiado. Woods se aleja del cuerpo en llamas con las perneras de los pantalones ardiendo. Se aleja a trompicones por Calder Grove, pero sólo llega hasta la mitad de la calle antes de que lo consuman las llamas.