Odio (15 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Odio
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—Lo sé, pero... —empiezo a murmurar.

—Pero nada. Te necesitamos aquí. Yo te necesito aquí. Estoy aterrorizada.

Sé que tiene razón. La abrazo con más fuerza y muevo la mano a lo largo de su espina dorsal. Lleva un camisón corto y deslizo mi mano por debajo para volver a sentir su espalda. Su piel es suave y cálida. Espero que gruña y se aparte de mí como hace habitualmente, pero se queda donde está. Ahora puedo sentir sus manos sobre mi piel.

—Quédate aquí conmigo —susurra de nuevo, moviendo lentamente la mano por mi espalda antes de introducirla entre mis piernas. Empieza a acariciármela y a pesar de todo el miedo, la confusión y la incertidumbre que sentimos los dos, se me pone dura en segundos. No puedo recordar la última vez que lo hicimos. Siempre parecía que había alguna razón para que no pudiéramos hacer el amor. Siempre se interponía algo o alguien.

—¿Cuánto tiempo hace? —le pregunto, manteniendo la voz baja.

—Demasiado —contesta.

Lizzie se pone de espaldas y yo me coloco encima. Con delicadeza, la penetro y ella se agarra a mí con fuerza. Puedo sentir sus uñas clavándose en mi espalda. Me desea tanto como yo a ella. Ambos nos necesitamos esta noche. Ninguno de los dos dice una palabra. No es necesario hablar. No hay nada que decir.

Son las cuatro y media. No recuerdo lo que ha ocurrido. Me he debido quedar dormido. Sigue oscuro y la cama está vacía. Miro alrededor y veo a Lizzie de pie, en la puerta.

—¿Qué ocurre?

—Escucha —susurra.

Me froto los ojos para quitarme el sueño y me siento. Oigo unos ruidos que vienen de arriba. Los sonidos son bajos y amortiguados. Algo está pasando arriba, en el otro piso ocupado. Se oyen voces —grandes voces— y después el sonido de unos cristales rotos.

—¿Qué está pasando? —pregunto, aún adormilado.

—Empezó hace unos cinco minutos —me explica mientras las voces de arriba son cada vez más ruidosas—. No podía dormir. Pensé...

Un golpe repentino en el piso de arriba la interrumpe. Ahora todo el edificio está en silencio. Se trata de un silencio largo, incómodo y ominoso, que provoca que contenga la respiración.

El dormitorio está frío y empiezo a temblar a causa de la combinación de la baja temperatura y los nervios. Lizzie se gira para mirarme y está a punto de decir algo cuando otro ruido se lo impide. Es el ruido de un portazo. Segundos después, oímos unas rápidas e irregulares pisadas en el vestíbulo del edifico, seguidas del chirrido familiar de la puerta principal al abrirse. Empiezo a levantarme.

—¿Adónde vas? —me pregunta.

—Sólo voy a ver... —empiezo a decir, aunque no estoy demasiado seguro de lo que estoy haciendo.

—No —me ruega—, por favor. Quédate aquí. Nuestra puerta está cerrada, al igual que las ventanas. Estamos seguros y también lo están los niños. Nadie más importa. No te involucres. Sea lo que sea que haya ocurrido ahí fuera, no te involucres...

No tengo intención de salir, sólo quiero ver qué ha ocurrido. Voy a la sala de estar. Oigo cómo arranca el motor de un coche y miro a través de las cortinas, asegurándome de que no me puedan ver. Uno de los hombres de arriba —no puedo ver cuál de ellos— se aleja a una velocidad increíble. No puedo discernir demasiados detalles, pero puedo ver que en el coche sólo va una persona, e inmediatamente empiezo a pensar en quién, o qué, se ha quedado arriba. Me doy la vuelta y veo que Lizzie está en la sala de estar, conmigo.

—¿Quizá debería subir a ver...?

—Tú no vas a ninguna parte —replica entre dientes—. Como te he dicho, nuestras puertas y ventanas están cerradas. Estamos seguros y tú no vas a ninguna parte.

—Pero ¿y si ha ocurrido algo ahí arriba? ¿Y si hay alguien herido?

—Ése no es nuestro problema. No me preocupa. Sólo tenemos que pensar en los niños y en nosotros. No vas a ir a ninguna parte.

Sé que tiene razón. Por sentido del deber, descuelgo el teléfono y marco el número de emergencias. Señor, ni siquiera consigo que contesten.

Lizzie vuelve a la cama. Yo también iré en un par de minutos, pero sé que no me voy a volver a dormir en toda la noche. Estoy aterrorizado. Estoy aterrorizado porque, sea lo sea que hayamos visto que le ocurre al resto del mundo, de repente, parece que está más cerca.

JUEVES
19

Me despierto antes de que la alarma del reloj deje de sonar y me quedo mirando al techo, mientras intento encontrarle un sentido a todo lo que ha pasado en los últimos días. Todo parece inverosímil e imposible. ¿Realmente ha ocurrido todo eso? Aún no puedo dejar de preguntarme si todo esto no es el resultado de la jodida y exaltada imaginación de la gente o si realmente está ocurriendo algo más siniestro y extraño. En la fría luz de la mañana es difícil comprender todo lo que he visto y oído. Estoy intentando convencerme a mí mismo para ponerme en marcha, levantarme y prepararme para ir a trabajar. Pero entonces recuerdo lo que vi ayer en Millennium Square y me invaden los nervios y la incertidumbre cuando me golpea de nuevo esa realidad.

No tiene sentido seguir en la cama. Lizzie y los niños siguen durmiendo. Afuera aún está oscuro pero me levanto y trasteo por la sala de estar. Miro por la ventana. El coche de los vecinos de arriba aún no ha regresado. ¿Qué ha ocurrido allá arriba? Mi mente empieza a divagar y a jugarme malas pasadas. ¿Había un Hostil arriba? Me aterroriza pensar que mis hijos hayan podido estar tan cerca de uno de ellos. Me obligo a recordar las palabras de Lizzie cuando nos despertamos. Tengo que ignorar lo que le ocurra a cualquiera y concentrarme en mantener segura a la gente que está en mi casa.

El piso parece más frío que antes y la baja temperatura me hace sentir más viejo. Tomo algo para desayunar y me siento delante de la tele. Miro unos dibujos animados. No puedo asumir nada más serio. Aún no.

Estoy a medias de una cuenco de cereales secos y no puedo comer nada más. No tengo demasiado apetito. Me siento inquieto y no puedo dejar de pensar sobre lo que pasa ahí fuera. ¿Qué demonios está pasando? Pienso en todos los acontecimientos inconexos que he presenciado y los cientos —probablemente miles— de incidentes que han ocurrido en otros lugares. Nadie puede vislumbrar ninguna conexión y sin embargo, ¿cómo pueden no estar conectados? Eso, decido, es el aspecto más terrorífico de todos. ¿Cómo puede tanta gente, con vidas tan diferentes, empezar a comportarse tan irracional y erráticamente en un período de tiempo tan corto?

Miro el reloj y me doy cuenta que debería estar preparándome para ir al trabajo. Mi estómago empieza a revolverse cuando pienso en llamar y hablar con Tina. Dios sabe lo que me va a decir o lo que yo le voy a explicar. Quizá ni llame.

La curiosidad y la aprensión sacan lo mejor de mí. Finalmente transijo y cambio a las noticias. La mitad de mí quiere saber qué está pasando hoy, la otra mitad quiere volver a la cama, meter la cabeza bajo la almohada y no levantarse hasta que todo haya pasado. Y eso me lleva a plantearme otra pregunta sin respuesta: ¿cómo acabará todo? ¿Esta oleada de violencia y destrucción sencillamente desaparecerá o seguirá creciendo y creciendo?

El canal de noticias de la tele parece diferente esta mañana y durante un rato no puedo decir por qué. El decorado es el mismo y la presentadora me resulta familiar. No reconozco al hombre sentado a su lado. Debe ser un sustituto. Supongo que el presentador habitual no se ha presentado a trabajar. La mitad de la plantilla no apareció ayer en mi oficina. No hay ninguna razón para que las cosas deban ser diferentes para la gente que trabaja en la tele, ¿o no? Excepto, quizá, por el hecho que a ellos les pagan muchísimo más que a mí por hacer muchísimo menos.

Otra vez están repitiendo las noticias a intervalos regulares. Parece que sólo están repitiendo los titulares, introducidos por los dos presentadores. No hay noticias de deportes, espectáculos ni economía, y los reportajes que estoy viendo son similares a los que hemos visto con anterioridad. Ninguna explicación, sólo la información básica. De vez en cuando se interrumpe la repetición, cuando uno de los presentadores entrevista a alguien con autoridad. A lo largo de los días he visto que entrevistaban a políticos, líderes religiosos y otras personas. Saben recitar el discurso y la mayoría de ellos también saben estar delante de las cámaras, pero ninguno de ellos puede disimular el hecho de que conoce tan poco de por qué está ocurriendo esto como nosotros. Y hay otras personas que habría esperado que entrevistasen pero que han brillado por su ausencia. ¿Qué ocurre con el primer ministro y con otros políticos de primer nivel? ¿Por qué no dan la cara? ¿Están tan ocupados gestionando personalmente la crisis (lo dudo) o pudiera ser que ya no estuvieran ocupando el cargo? ¿Podrían ser Hostiles el jefe del gobierno o el jefe de policía?

El presentador está diciendo que las escuelas y las empresas siguen cerradas cuando lo interrumpe un movimiento súbito frente a la cámara. Él levanta la mirada cuando una figura desaliñada con una carpeta en las manos y llevando auriculares aparece. Se trata de una mujer alta y esbelta que camina hacia atrás, hasta que está justo delante de la mesa de los presentadores. ¿Es la productora o la directora o algo así? Se inclina un poco para asegurarse de que la cámara la toma bien.

—No sigan escuchando toda esta basura —está diciendo, su cansado rostro desesperado y cubierto de lágrimas—. Sólo les están contando la mitad de la historia. No hagan caso de nada de lo que les digan...

Y desaparece. Hay más movimiento a su alrededor antes de que desaparezca la imagen y la pantalla se quede en negro. Después de una espera de unos largos e incómodos segundos vuelve la emisión. Se trata de un reportaje sobre protección personal y seguridad que he visto al menos cinco veces.

¿Qué es lo que no nos están contando? La mujer parecía desesperada, como si durante días hubiera buscado una oportunidad para hablar.

He llamado a la oficina hace unos minutos pero no hubo respuesta. Me sentí aliviado cuando no tuve que hablar con nadie, pero entonces empecé a asustarme de nuevo, cuando pensé qué mal debían estar las cosas para que nadie haya ido a trabajar.

No hay nada que hacer, excepto sentarse en el sofá, delante de la tele, y contemplar cómo el mundo se hace pedazos.

20

Necesitamos comida. Lo último que quiero hacer es volver a salir pero no tengo alternativa. Los niños y Lizzie han estado atrapados en casa el último par de días y la despensa está casi vacía. Deberíamos haber pensado antes en eso. Necesito conseguir algunos alimentos antes de que las cosas se vuelvan aún más inciertas ahí fuera.

Tengo tanto dinero como el que puedo encontrar en mis bolsillos y ya veré qué puedo conseguir con ello. Siempre he ido mal de dinero. No tengo tarjetas de crédito desde que tuve un lío con mi banco hace poco más o menos un año y cancelaron todo lo que estaba relacionado con mi cuenta. Me dieron un préstamo de «última oportunidad». Una vez que he cobrado la nómina y pagado las facturas, lo que queda es con lo que vivimos hasta el siguiente día de cobro. Faltan dos semanas hasta ese día, así que no me queda mucho.

No pienso adónde voy a ir hasta que he salido del piso. Instintivamente conduzco hacia el supermercado en el que habitualmente hacemos la compra semanal pero me doy la vuelta antes de llegar. Aunque era bastante temprano ya había una gran cola sólo para entrar en el aparcamiento. Se trata de un sitio desagradable y concurrido en los mejores momentos, y poner hoy un pie allí habría sido buscarse problemas. Dos coches chocaron en la cola, justo por delante de mí. Uno golpeó en la parte trasera del otro. Los dos conductores bajaron y empezaron a gritarse, y tuve la sensación de que el jaleo estaba a punto de estallar. No quería correr riesgos. Me di la vuelta y conduje de vuelta a casa por calles sorprendentemente tranquilas. Sigue habiendo bastante tráfico, pero nada que ver con la cantidad de vehículos que circulan habitualmente a esta hora del día.

Estoy delante de la tienda de ultramarinos de O'Shea. Sólo está a unos minutos del piso. Está escondida en una calle lateral que sale de la principal, Rushall Road. La mayor parte de su clientela proviene de una fundición de acero que hay a la vuelta de la esquina. He llegado a la conclusión que si la gente no va hoy a trabajar, la factoría debe estar cerrada y la tienda vacía. Tienen sólo una parte de la oferta del supermercado y los precios son el doble pero no tengo alternativa. Mi familia necesita comida y yo tengo que obtenerla en algún lado. Aparco (más lejos de lo habitual) y cruzo la calle.

Maldita sea, cuando me acerco a la tienda empiezo a pensar en darme la vuelta. Parece que el local está siendo saqueado. Está lleno de gente y el suelo está cubierto de basura. Me fuerzo a entrar, recordándome que mi familia tiene que comer. La mitad de las estanterías y de los congeladores ya están vacíos, y en los estantes hay más embalajes y basura que comida. Cojo una caja de cartón (es lo más grande que puedo encontrar) y empiezo a recoger lo que puedo. Parece que todo el mundo ha tenido hoy la misma idea que yo y, presas del pánico, se están llevando todo lo que encuentran. Yo me llevo todo lo que puedo encontrar —latas, botellas de salsa, patatas fritas, dulces, pasta— casi cualquier cosa rescatable y comestible. No hay nada fresco, ni leche ni pan ni fruta ni verdura.

La tienda es pequeña y el ambiente dentro del pequeño local caliente y congestionado es tenso. Ir de compras siempre parece que saca lo peor de la gente. Hoy puedo sentir la animosidad y los nervios en el aire, pero nadie está reaccionando. Todo el mundo mantiene la cabeza baja y prosigue con el saqueo de las estanterías. Nadie habla. Nadie mira a nadie. Un anciano me golpea accidentalmente en las costillas cuando los dos intentamos coger lo mismo. En una situación normal le habría dicho algo y él me habría contestado. Nos miramos por un instante brevísimo y en silencio cogemos lo que podemos. No me atrevo a iniciar una discusión.

Muy pronto la caja está llena en sus dos terceras partes. Giro la esquina hacia el último pasillo y veo delante de mí dos cajas de pago vacías. La gente simplemente pasa de largo y no se ve a ningún empleado. Inocente de mí, esperaba que la gente que he visto salir de la tienda hubiera pagado por los alimentos que llevaban. ¿Simplemente me debo llevar lo que he cogido? A pesar de todo lo que está ocurriendo a mi alrededor me siento incómodo ante la perspectiva de salir con la compra sin pagar. Pero tengo que hacer lo que tengo que hacer. Al diablo con las consecuencias, tengo que pensar en mi familia y olvidar todo lo demás. Esto es una locura total. Esto no es más que un saqueo con buenas maneras. Jodidamente extraño. Sigo llenando la caja y aproximándome a la salida.

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