Olvidé olvidarte (19 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Olvidé olvidarte
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—¡Genial! Dile a Valeria que allí estaré.

Sin decir nada más, se marchó. Mientras, risueña, se puso a pensar en el primo de Valeria, Vitorio. Tanto Oliver como su mujer estaban empeñados en que entre ellos hubiera algo, pero lo que no sabían era que Vitorio era gay. Ella nunca lo reveló, pero lo sabía desde la primera noche que el joven la acompañó a casa, pues él se lo contó.

Una vez acabaron sus clases, Rocío se acercó hasta un centro comercial. Tenía que comprar leche, fruta fresca y flores. Antes de abandonar el lugar, entró en una tienda de bebés y compró algo para Julia, el precioso bebé de nueve meses de Oliver y Valeria.

A dos manzanas del centro comercial, en Manhattan, estaba su apartamento. No era excesivamente grande, pero tenía dos habitaciones y resultaba muy acogedor. Tras soltar las bolsas en la cocina, oyó el teléfono y tras descolgar, comprobó que era Aída.

—Hola, cariño, ¿cómo estás? —La voz cariñosa de su amiga le reconfortó.

—Pues acabo de llegar de comprar y pensaba darme un baño relajante.

Mientras oía a sus gemelas pelearse, Aída dijo:

—Eso necesito yo. ¡Un baño relajante!

Al escuchar los gritos de las niñas, Rocío la entendió y comentó:

—Vaya jaleo que tienes, parecen doscientas en vez de dos.

—¡Joder, Mick! —chilló Aída, molesta por los gritos—. Saca a las niñas al jardín, que estoy hablando con Rocío por teléfono. Desde luego, qué poquita colaboración, Dios mío. ¡Qué asco de hombres! Te juro, Rocío, que si alguna vez me separo de este… este individuo, nunca más volveré a convivir con otro tío. ¡Son todos iguales!

Consciente de los problemas que atravesaba su amiga con su marido, Rocío intentó calmarla.

—Oye, Pocahontas, tranquilízate —bromeó al notar la tensión en su voz.

—Estoy que me subo por las paredes —protestó Aída tocándose el pelo—. Me canso de esperar, de creer que algo va a cambiar para que luego todo siga igual o peor.

Rocío se sentó en su sillón. Sabía que aquella conversación iba para rato. Cogió el mando de la tele y comenzó a cambiar de canal.

—Vamos a ver,
miarma.
¿Qué ha pasado hoy?

—Hoy no ha pasado nada —protestó Aída con la voz rota.

—Vale. Pues, entonces dime, ¿qué te pasa?

—Pues me pasa…, me pasa lo que me tenía que pasar —gimió desesperada—. Que… que… que estoy embarazada otra vez.

Rocío apagó el televisor de un manotazo.

—¿Qué? —gritó sorprendida la andaluza—. Pero ¿cómo ha podido pasar eso?

Sin embargo, Aída ya era un mar de lágrimas y balbuceando susurró:

—Solamente lo hicimos una vez el mes pasado. Una sola noche en que me pilló con la moral baja y fíjate —dijo dejando de llorar—. ¡Soy más fértil que una coneja! —De nuevo, volvió a llorar—. Oh, Dios, ¿por qué me tiene que pasar esto?

Rocío intentó pensar con rapidez, pero era imposible, por lo que con todo el cariño que pudo le indicó:

—Tranquila, cielo. Venga, no llores más que se te van a secar la pupilas. —Y armándose de valor preguntó—. ¿Lo sabe Mick?

—Se lo dije anoche y el muy tonto está encantado —contestó hipando—. No lo entiendo. No sé qué quiere. Pero lo que sí tengo claro es que a mí no me ama y ya no aguanto más. Por fin he tomado una decisión.

—¿Qué vas a hacer? —susurró Rocío.

—Anoche Mick y yo estuvimos hablando hasta tarde. No queremos más hijos. Con las niñas y el bebé ya tenemos bastante, pero…

Aquel «pero» a Rocío le sonó mal. Como una flecha, preguntó:

—¿Has pensado abortar? —Era lo más lógico en su situación.

—Pasó por mi mente esa posibilidad. Pero —volvió a llorar—, cuando miré las caritas de Julia y Susan, me di cuenta de que no podía. No puedo.

Aquello era una locura, quiso gritar Rocío. Sin embargo, quiso ser juiciosa e intentó entender la situación de su amiga mientras la escuchaba.

—No puedo, no puedo —sollozó Aída—. Pienso que un bebé como mis niños está creciendo dentro de mí, y no puedo hacerlo. Y te juro, Rocío, que no lo entiendo. Yo estoy a favor del aborto, pero ahora que soy yo la que tengo que tomar la decisión, ni quiero ni puedo hacerlo.

—Lo que hagas estará bien —contestó tranquilizándola—. Si tú quieres a ese bebé, adelante. Pero piénsalo. ¿Lo saben las chicas?

—Elsa y Javier sí. A Shanna pensaba llamarla más tarde, y a la Tempanito le he dejado un mensaje en el contestador. —Y con un suspiro, añadió—: Ahora voy a llamar a casa para decírselo a mis padres.

«Uff… que Dios te pille confesada,
miarma
», pensó Rocío.

—¿Les contarás también que quieres separarte de Mick?

—No. De momento sólo les diré lo del bebé.

—Tu madre se volverá loca de alegría —resopló al pensar en Cecilia—. Ya le gustaría a mi madre que yo la llamara para decirle algo semejante.

—No me extraña —sonrió limpiándose las lagrimas—. Aquí la única que se ocupa de repoblar el mundo soy yo. Vosotras no tenéis hijos y yo… —dijo volviendo a llorar— ya casi tengo cuatro.

Rocío intentó no sonreír. Sin embargo, la situación resultaba surrealista.

—Venga, Pocahontas, no llores, tonta. Ya verás qué bebé tan precioso vas a tener —bromeó Rocío.

—Eso no lo dudo, me salen muy guapos, ¿verdad?

—Guapísimos —asintió Rocío con cariño.

En ese momento se oyó el llanto de un bebé y Aída dijo con rapidez:

—Rocío, cariño, te dejo. El enano está llorando y no puedo soportarlo. Ya hablamos en otro momento. —Y colgó.

Aquella noche mientras Rocío cenaba una tortilla de patatas, pensó en la tranquilidad de su apartamento en comparación con el ruido que había en casa de su amiga. Allí sólo vivían ella y
Lola
, una gata callejera que tan pronto aparecía como desaparecía. Sonó el teléfono. Era su madre, que la informó de que iba a ser tía. La noticia la alegró, pero cuando su madre comenzó con el interrogatorio acerca de su vida privada, Rocío la cortó y colgó. Tras hablar con ella más de una hora, llamó a Elsa para desahogarse. Pero su amiga no estaba. Dejó un mensaje en el contestador, se tumbó en la cama y se durmió.

El sábado por la tarde fue a casa de Oliver y su mujer. Allí pasó una agradable velada con la familia italiana de Valeria. Bailó con Vitorio, con Daniel, otro primo, y comió muchísima pasta. Le encantaba aquella familia. Era muy parecida a la suya. Bulliciosa, alegre y cariñosa. Sobre las doce de la noche, Vitorio la acompañó a casa y ella le invitó a subir. Entonces le contó que iba a ser tía y el joven sonrió al enterarse de lo mucho que su madre lo agobiaba por no tener novio. Vitorio, con una gran sonrisa, le contó la cantidad de veces que la suya le había preparado citas a ciegas que siempre acababan fatal. Tras dos horas de distendida charla, Vitorio se marchó y ella, tras beberse un vaso de leche, se metió en la cama y se durmió, hasta que sonó el teléfono. Eran las diez de la mañana.

—¿Te he despertado? —preguntó Elsa.

—Pues sí. —Se estiró Rocío—. Pero no importa, ya es hora de levantarse.

—Te llamo para saber si tienes controlado lo de las bicis de las niñas.

Ozú, siquilla
, qué
pesaíta
eres, pensó ella pero respondió:

—¡Que sí! Mañana, de camino al trabajo, pararé en la juguetería y encargaré que se las manden para la comunión.

—¡Genial! —aplaudió Elsa—. Bueno, ¿y tú cómo estás?

—Uff…
miarma
, estoy cansada. Ayer me quedé en casa de Oliver y Valeria de fiesta hasta tarde y tengo el cuerpo
cortao
.

—Oí tu mensaje en el contestador. ¿Qué ocurre?

Aquella pregunta la despertó y gritando dijo:

—¡Voy a ser tía! Por fin Miguel se ha decidido. —Y con voz pesarosa, añadió—: Imagínate mi madre.

—Uff… Me lo imagino —suspiró Elsa.

—¡Virgencita! Se me abren las carnes cada vez que me acuerdo de la charla que me dio.

Sin poder evitar una carcajada, Elsa le contestó:

—No te preocupes, ya sabes que no eres la única. Mi madre y mi abuela me tienen frita con eso. Me imagino que Candela te dirá las mismas tonterías que me dicen a mí.

—¡Anda, cómo lo sabes! —exclamó divertida. Sabía que su madre y Bárbara hablaban del asunto—. Me dijo que no entendía cómo ninguna de nosotras se había casado. Según ellas, somos monísimas pero trabajamos demasiado.

—Ah, sí —rió Elsa y continuó—: Te diría que los años son los años y que se nos pasará el arroz…

—Y que el ciclo biológico para tener hijos también caduca…

—¿Te dice eso? —rió Elsa.

—Eso y cosas peores. Incluso un día me preguntó si era lesbiana —rió al recordarlo—. Según ella en Estados Unidos hay demasiado vicio y perversión.

—Tu madre es la pera —comentó Elsa—. La mía se ha acostumbrado a que sus tres hijos seamos un poco desastre. Nico y Marta llevan siete años casados y no les veo yo muy por la labor de tener hijos. Bea está en Londres y no creo que piense en niños, y yo no tengo intenciones ni de casarme.

—Tampoco hace falta estar casada para tener hijos —apostilló Rocío.

—Ya lo sé, mujer. Tan antigua no soy.

—Oye, ¿y con el hermano de Pocahontas qué?

—Bien.

Al notar un titubeo en su voz, Rocío volvió a preguntar:

—¿Sólo bien?

Elsa asintió.

—Sólo bien.

—Mira, guapa —respondió Rocío incorporándose de la cama—. Haz el favor de soltar lo que tienes dentro y no hagas que investigue. Estoy demasiado dormida para eso.

Deseando hacerlo, Elsa dijo de carrerilla:

—Javier me ha invitado a ir con él a Oklahoma.

—¿Y cuál es el problema?

—Quiere que vayamos al Pow Pow que anualmente celebran varias tribus norteamericanas.

Muerta de risa, Rocío preguntó:


Ozú, miarma
, qué cosa más rara. Pero ¿qué es un Pow Pow?

—Según me ha explicado Javier es un festival de ceremonias que tiene lugar una vez al año. Se reúnen miembros de las tribus indias que se encuentran viviendo en otros lugares.

—¡Qué pasada! ¿Puedo ir yo?

—Pues no lo sé —dudó Elsa.

—Es una broma, mujer. Seguro que danzaréis alrededor del fuego y fumaréis la pipa de la paz.

—No digas tonterías —rió Elsa al oír aquello.

—Pues a mí me parece algo curioso y digno de ver. ¿Por qué no quieres ir?

Con desesperación Elsa se recogió su rubio pelo con un pasador rojo y dijo:

—Estará su bisabuela y eso me pone nerviosa.

—¿La mítica Sanuye? —preguntó Rocío abriendo los ojos como platos.

—La misma, pero me da pánico conocerla. Y aunque Pocahontas y Javier me han dicho que es encantadora, para mí es una responsabilidad.

—¡
Ozú
, qué interesante! Cada vez me apetece más ir.

Durante años había oído hablar de aquella mítica mujer india, de su sabiduría y de sus visiones. No entendía que Elsa, que tenía la oportunidad de conocerla, no quisiera hacerlo.

—Vamos a ver,
siquilla
. Déjate de tonterías. Si realmente te gusta Javier, debes ir, conocer a Sanuye y pasártelo bien. Por cierto, ¿qué te parece lo de Pocahontas?

—Me tiene muy preocupada —susurró Elsa—. Hablo todos los días con ella. Sé que lo está pasando mal y me da miedo que le dé un arrebato y haga una tontería.

—¿Qué te parece lo del bebé?

—¿Sinceramente?

—Sinceramente —asintió Rocío.

—Yo creo que en las circunstancias en las que se encuentra no es lo mejor. Sin embargo, es ella quien debe decidir.

—Más o menos eso le dije yo.

Tras un silencio entre las dos, Elsa preguntó:

—¿De verdad nos acompañarías al Pow Pow?

—Por supuesto. Cosas así no se ven todos los días.

—Se lo diré a Javier. Quizá si tú vienes me resulta más fácil a mí.

—¡Gallina! —se mofó Rocío. Ambas rieron—. Por cierto, el viernes es cuando tienes la boda hindú, ¿verdad?

—Sí, la boda de Lahita y Kamal. Fíjate que hasta hemos tenido que alquilar un caballo blanco.

—Vaya, ¡qué fuerte! Siempre pensé que sólo se utilizaban caballos en Andalucía. En especial para casarse en el capilla de mi virgen, la virgen del Rocío.

—Pues no, guapa, no. El caballo es parte de la tradición. El novio tiene que llegar montado a lomos de un caballo blanco, junto a un pequeño de la familia.

—¡Qué pasada! —susurró Rocío—. La verdad es que deberías escribir un libro contando las diferentes maneras de casarse que existen en el mundo.

—Creo que no sería capaz —bromeó Elsa, mientras veía cómo su perro la miraba. Quería salir a la calle—. Oye, te dejo. Parece que
Spidercan
necesita salir con urgencia. Te llamaré y te diré algo del Pow Pow.

—De acuerdo, un beso y no te agobies.

Tras cortar la comunicación, Rocío se tumbó de nuevo en la cama. Debía levantarse, pero estaba demasiado casada. Además, no tenía nada que hacer, así que decidió dormir.

21

En Los Ángeles, Elsa, colgó el teléfono y cogió las llaves del apartamento, la correa de
Spidercan
y salió a la calle. Fue hasta un parque y sonrió al ver correr al can a sus anchas. Miró su móvil. Ninguna llamada perdida de Javier. Con una gran sonrisa en los labios se sentó en un banco del parque y pensó en él. Desde que había aparecido en su vida, todo le parecía más bonito y estaba más contenta.

Javier era encantador, además de que la cuidaba y la mimaba. Él quería hacerle la vida más fácil y nunca se quejaba por nada. «Demasiado bonito para que dure», pensó Elsa.

Tras aquel pensamiento fugaz, frunció el cejo y se regañó a sí misma. ¿Por qué se empeñaba en buscar fallos donde no los había? ¿Qué más podía pedir? Tras llamar a
Spidercan
con un silbido, le cogió con la correa y se fue para casa.

En ese momento, en el restaurante que había frente al hospital donde trabajaba Javier, éste hablaba con su ex. Parecía enfadado.

—Belén, fuiste tú quien decidió dejarme. Y ahora no quiero que me llames ni me persigas. Lo nuestro se acabó. Así lo decidiste.

Pero aquella mujer latina, bonita, castaña, de largas piernas y ojos de gata, se negaba a aceptar lo que él afirmaba.

—Cariño —dijo mientras se acercaba a él—, dame una última oportunidad.

Javier gritó con desesperación, atrayendo las miradas de la gente que allí había.

—¡Por Dios, escúchame! —exclamó separándose de ella—. No habrá más oportunidades. Lo nuestro se acabó. Olvídate de mí y déjame vivir en paz.

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