Al amanecer estaban cansadas. La noche había sido larga y cuando se quisieron dar cuenta eran las siete de la madrugada. Muertas de sueño, se durmieron. Finalmente, se despertaron a las dos y media de la tarde.
—¡Qué vergüenza! —comentó riéndose Rocío al ver la hora que era—. ¿Qué pensará Angelita de nosotras?
Celine, vistiéndose con premura, susurró con los ojos aún hinchados:
—No lo sé, pero lo que no entiendo es por qué no nos ha llamado antes.
—¡Qué pena! Se nos ha muerto otro cachorro —murmuró Rocío con tristeza al mirar dentro de la caja donde estaban los animalillos y ver que otro no respiraba.
—¡Joder, qué mala pata! —susurró Celine mirando la caja.
Tras observar durante unos segundos al cachorrito muerto, cogió el único que quedaba con vida y mirando a su amiga dijo:
—Éste es un superviviente y lo tengo que salvar como sea. No voy a permitir que le pase lo que a los otros.
—Vale, vale —susurró Rocío, conmovida al ver de nuevo lágrimas en los ojos de su amiga—. Pero tranquilízate. Estamos haciendo todo lo que podemos por ellos. Quizá estaban enfermos o…
—Le llevaremos al veterinario —comentó Celine mientras recogía su ropa.
Rocío asiendo del brazo a su amiga, que parecía decidida a salvar ese cachorro como fuera, le preguntó:
—Pero, Celine, ¿qué vas a hacer con él? Tu vuelo para Bruselas sale dentro de dos días y no te dejarán llevarlo contigo en el avión.
Ésta suspiró. Sin embargo, tenía claro que algo tenía que hacer por el animal.
—Mira, Rocío, no sé qué haré con él, excepto salvarle la vida. Pero lo que tengo claro es que aquí no lo voy a dejar para que muera como los otros dos.
Una vez metieron sus ropas en las maletas, las muchachas se despidieron de Angelita. Mientras salían de las tierras de Marco, Celine miraba a su alrededor. Nunca más regresaría allí. Intentó no llorar y sonrió cuando Rocío le pellizcó la mejilla en un gesto cariñoso. Cuando pasaron cerca de unos trabajadores que dijeron adiós con la mano ellas respondieron, mientras Rocío acariciaba al perrillo que llevaba sobre su regazo dormido.
Una hora después, Celine conducía tranquilamente. Por su gesto altivo nadie hubiera imaginado que por dentro estaba destrozada. Adoraba a Marco, pero su propia rabia no le dejaba demostrarle sus verdaderos sentimientos. Mientras conducía, no podía olvidar el momento vivido con él el día anterior, en las bodegas. Adoraba aquellos labios, aquel cuerpo y, en especial, cómo la hacía sentir cuando posaba sus manos sobre ella y le hacía el amor. Todavía le escocían los labios y podía sentir sus dulces besos, mientras Rocío hablaba, aunque realmente no se enteraba de nada, cosa que a ésta no se le pasó por alto.
En ese instante sonó el móvil de Celine. Era Elsa.
—Cógelo tú, no tengo ganas de hablar —dijo Celine, que iba conduciendo.
Rocío, tras encogerse de hombros al ver que su amiga no había querido conectar el manos libres, cogió el modernísimo móvil de Celine y saludó:
—Hola,
miarma
.
Al oír su voz, Elsa sonrió y preguntó:
—¿Dónde estáis?
—Camino de Los Ángeles.
—Habéis salido muy tarde, ¿verdad?
Ésta sonrió al oírla y, tras mirar a una Celine ausente, dijo:
—Más o menos. Anoche nos acostamos muy tarde. Nos liamos a cotorrear y ya sabes lo que pasa cuando las amigas se ponen a charlar.
Al ser tan poco descriptiva sobre lo que contaba, Elsa captó rápidamente el mensaje y chilló:
—No me lo digas. La señorita Tempanito te ha contado algo que no sabemos, ¿verdad?
Celine oyó la pregunta, y, tras mirar a Rocío, le hizo una señal de que callara o la cortaba el cuello. Pero ésta respondió con una sonrisa:
—Más o menos.
«Maldita sea», pensó Celine.
—¿En serio? Cuenta… cuenta —insistió Elsa, divertida.
Celine, que la volvió a oír, le quitó el móvil a una risueña Rocío y gritó:
—No seas pesada, Elsa, guapetona, y cierra el pico. —Tras aquello, le volvió a pasar el teléfono a Rocío, que la miraba muerta de risa.
Elsa se estaba divirtiendo de la lindo. Se rió y cambiando de tema, preguntó:
—¿Sobre qué hora llegaréis?
—Sobre las ocho o las nueve de la noche.
—¿Tan tarde? —resopló Elsa decepcionada. Aquella noche dormirían las tres en su casa y estaba deseando que llegaran, y más si había noticias nuevas.
—¡Oye, guapa! —gritó Celine quitándole de nuevo el teléfono a Rocío—. ¿Acaso quieres que nos matemos por ir a doscientos por hora?
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Elsa.
Rocío notó la crispación de Celine según se alejaban de Marco Depinie. Volvió a quitarle el teléfono, y, en ese momento, su amiga se encendió un nuevo cigarro.
—Dame el teléfono, gruñona y presta atención a la carretera. —Y volviendo a hablar con Elsa, dijo—:
Ozú…
miarma
, Elsa cariño, no hagas caso. Hoy nuestro «tempanito» no tiene un buen día. Por cierto —dijo para desviar el tema—, llevamos un cachorro de perro, así que vamos a ser uno más.
—De acuerdo —asintió Elsa sin querer preguntar más—. Os espero en casa. Prepararé algo de cena y dile a la loca esa que conduzca con tranquilidad.
Tras despedirse de Elsa, Rocío cerró el móvil de Celine y, sin pensárselo dos veces, dijo al ver un área de servicio:
—¡Para allí! Tomaremos algo. Tengo hambre y este amiguito seguro que también —dijo tocándole la cabeza al cachorrillo.
Una vez en el aparcamiento, Rocío fue a pedir unas hamburguesas, un par de refrescos y un poco de leche para el cachorro, que parecía estar bien. Mientras esperaba en el interior del bar a que la atendieran, vio cómo Celine lloraba apoyada en el volante del coche. El corazón se le partió al ver aquella estampa. Sin embargo, tras pensárselo mucho, decidió dejarla un momento a solas para que se desahogara. Pasados unos minutos, Rocío se acercó con las provisiones hasta el coche.
—He traído un par de hamburguesas, dos Coca-Colas y un delicioso vaso de leche templada para nuestro amiguito.
Oculta tras sus inconfundibles gafas negras, Celine sonrió.
—¡Estupendo! —exclamó—. Estoy muerta de hambre, y apuesto a que él también.
Rocío se sentó en el coche y, mientras abría el papel de la hamburguesa, preguntó:
—Por cierto, ¿qué nombre le vas a poner?
Celine miró al cachorro. ¿Cómo pensar en un nombre si ni siquiera sabía qué iba a hacer con él?
—No lo he pensado —respondió ésta tras retirarse el pelo de la cara.
Rocío al ver los ojos rojos de su amiga a través de sus oscuras gafas, dijo:
—Bueno, no te preocupes. Ya lo pensaremos. Tenemos tiempo.
Durante unos minutos comieron en silencio, saboreando aquellas hamburguesas. Rocío miraba a su amiga con disimulo. Estaba demasiado callada y cuando ya no pudo más dijo:
—¡Por Dios, Celine! Di algo,
siquilla
. Cágate en mi madre. Odia mi color de pelo, di que la hamburguesa sabe a rayos pero, por favor, ¡di algo!
Aquellas palabras provocaron de nuevo el llanto de Celine. Rocío, totalmente descolocada, soltó su hamburguesa y la abrazó. Nunca la había visto así, ni siquiera cuando ocurrió lo de Bernard. Como pudo y con toda la paciencia del mundo, la tranquilizó y cuando consiguió que dejara de llorar, le quitó las dichosas gafas negras para poder verle los ojos. Unos ojos azules llenos de tristeza, pena y, sobre todo, de dolor.
—Pero ¿qué te pasa, Celine? —susurró Rocío conmovida.
—No sé por qué me he traído al cachorro conmigo —sollozó—. Seguro que no sabré cuidar de él.
Aquella contestación hizo que Rocío sonriera y preguntara:
—¿Tengo que entender que estás llorando como la Macarena de mi pueblo por el cachorro? O quizá lloras porque no quieres alejarte de este valle, y de ese pedazo de hombre llamado Marco Depinie.
Oír su nombre la hizo volver a gemir. Rocío ya tenía una respuesta.
—Soy una imbécil, una prepotente y nadie me quiere.
—Eso es mentira, Tempanito… Totalmente falso.
—Acabaré sola y sin que nadie me quiera, a excepción de vosotras —gimió Celine con los ojos llenos de lágrimas—. Sólo os tengo a vosotras cuatro, porque soy una persona mala y sin corazón, que todo lo hace mal.
—Pero ¿qué dices? —respondió Rocío secándole las lágrimas—. Eres una mujer con un carácter fuerte pero nada más. —Y antes de que protestara, Rocío siguió—: Escúchame, so tonta. No es que todo lo hagas mal, es que eres demasiado exigente y crítica para todo y ahora que estás en un momento flojo y tonto te voy a decir que yo creo que deberías empezar a pensar en ti y en tu corazón y dejar de una puñetera vez esa imagen de Mata Hari que te empeñas en mostrar al mundo.
—Rocío, si no fuera por vosotras, estaría sola en al mundo —dijo haciendo que se le encogiera el corazón—. Tener la familia que tengo es como no tener nada. Yo sólo os tengo a vosotras y a mi trabajo.
—Y a Marco Depinie —aclaró Rocío.
—Él me odia. Ayer lo vi en sus ojos. Durante mucho tiempo ha intentado que vuelva con él, pero yo me he empeñado en hacerle la vida imposible. Con eso me la he hecho imposible también a mí y ahora… ahora mira cómo estoy —sollozó, destrozada.
Al ver la oportunidad de poder hablar de aquello, Rocío le tomó la cara y, tras limpiarle las lágrimas con un pañuelo, dijo mirando aquellos dulces ojos azules tan vacíos de amor:
—Estás confundida respecto a él. Marco daría su vida por ti. —Y pensando en Elsa, preguntó—: Pero ¿qué os pasa a Elsa y a ti? Sois dos tontas laboriosas, que sólo pensáis en trabajar y trabajar y dejáis que se os escape la felicidad, y lo peor de todo es que no hacéis nada para retenerla. —Y para hacerla sonreír, añadió—: No es justo, ¿por qué no aparecerá un indio en mi vida o un Marco Depinie? Al final va a tener razón mi madre con ese dicho que afirma que «Dios da pañuelos a quien no tiene narices».
Aquel refrán y la sonrisa de su amiga consiguieron que Celine volviera a sonreír.
—Creo que Elsa y yo somos unas idiotas que no sabemos ver cuándo alguien nos quiere y nos respeta. Pero en nuestra defensa tengo que decirte que quizá ambas pensemos que cualquier relación, por maravillosa que parezca, al final, nos hará sufrir, y no queremos.
—¡Virgen del Rocío! —gritó—. Qué pena no tener una grabadora para poder utilizar estas palabras cuando os pongáis idiotas alguna de las dos. —Y sonriendo, comentó—: Creo que eres tonta. Has conocido a un tipo encantador que está loco por ti, y déjame decirte que la vida son dos días y que hay que aprovechar los momentos para ser feliz. Un amor como el que tienes la oportunidad de vivir con Marco no se encuentra todos los días. Hoy por hoy, la gran mayoría de los tíos van a lo que van, a un polvete rápido, y luego si te he visto no me acuerdo. Sin embargo, Marco, por lo poco que le he conocido y lo que tú me estás contando, no es así. Creo que desperdiciar el ser amada, cuando realmente te aman, es una tontería. No seas idiota, Celine, y aprovecha lo que tienes hoy. Vive al día, porque nunca se sabe si algo tan maravilloso como lo que has encontrado volverá a pasar por tu vida.
—¿De veras crees eso?
—Tanto como que me llamo María del Rocío Fernández Albiño del Monte —comentó sonriendo—. Creo que Marco es un hombre excepcional, que está loco por ti y que no dudaría en abrirte los brazos si tú quisieras.
Con la barbilla temblorosa por lo que oía, Celine susurró:
—Ayer fui muy desagradable con él. Le dije cosas terribles y despreciables.
Rocío contestó, haciéndola sonreír de nuevo.
—La verdad es que a veces eres un poco borde. ¡Pero, chica, tienes la suerte de que Marco está dispuesto a soportar tu mal humor y tus salidas de tono! —Luego tocándole la cara, añadió—: Deberías hablar con él. Sería bueno para los dos y estoy segura de que Marco vendrá volando para estar contigo.
Encendiéndose un nuevo cigarro, Celine preguntó:
—¿Sabes que tuvo un hijo con su ex mujer?
—Hay muchas cosas que ignoras, Celine —dijo Rocío—. Su ex mujer murió hace un año en un accidente de tráfico y él se ocupa de su hija Sabrina, de dos años. —La cara de Celine era un verdadero poema. Rocío prosiguió—: En los días que hemos estado en la finca, la niña ha permanecido en la casa de su hermana. Creo que él la llevó allí para que no te incomodara.
Sorprendida y sin creerse lo que acababa de oír preguntó con la voz ajada:
—¿Que su ex mujer murió?
Rocío asintió y, tomándola de las manos, dijo:
—Prométeme que le vas a llamar y vas a hablar con él.
Tras suspirar y tomar fuerzas, Celine asintió.
—Te lo prometo. —Y tras un cariñoso abrazo, mirándola a los ojos, dijo—: ¿Sabes que eres la mejor de todas nosotras?
—No sé si seré la mejor, pero desde luego ¡la solterona seguro! Con la suerte que tenéis todas con los hombres, exceptuando a Pocahontas, ¿por qué yo no encuentro mi superhéroe?
—Estoy segura de que aparecerá —sonrió Celine—. Gracias por ser tan buena conmigo, Rocío…
—No digas tonterías,
siquilla
—se emocionó ésta al escucharla—. Lo hago por ti, tú, o cualquiera de las chicas lo haríais por mí, puedo asegurártelo. Lo que pasa es que vives muy lejos de todas nosotras. Pero aquí, cariño, cuando alguna tiene un problema, vamos todos a una.
—Lo sé —asintió Celine.
—Y creo que todas te hemos dicho que aunque tú estés en Bruselas, el teléfono existe y los aviones también. Lo pudiste comprobar cuando ocurrió lo de Bernard. —Luego, sonriendo, añadió—: Prepárate, porque no quiero ni pensar lo que dirán cuando se enteren de esta historia. —Y al ver que sonreía, continuó—. A ver si de una vez por todas cambias, eres como debes ser y dejas la frialdad para otras personas. Ese Joel será un tipo maravilloso, que seguro que te hace ver las estrellas cuando se mete entre tus piernas, pero creo que ambos os utilizáis. —Celine asintió y Rocío omitió comentar lo de Claudia, era innecesario—. En cambio, Marco no te utiliza, ni te utilizará nunca. ¿Y sabes por qué? Porque está loco por ti y cuando uno está loco por alguien, no ve defectos, sólo virtudes, y estoy segura de que con él no sólo verás las estrellas, ¡verás el firmamento entero! —Ambas rieron—. Entonces, hazme el favor de ser feliz y prométeme que seré la madrina de tu primer hijo con Depinie, ¿vale, Tempanito?
Con las lágrimas corriéndole por la cara, pero esta vez de felicidad, Celine susurró: