Olvidé olvidarte (25 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Olvidé olvidarte
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—¡Serás guarra! —gritó Elsa—. A ver… por dónde iba. ¡Ah, sí! Tras firmar la
Ketuba
, Nick le colocó un anillo precioso de Tiffanis que, por cierto, cuando lo encargamos tuvimos que decir que tenía que ser de oro, liso y sin ningún dibujo para que la buena suerte fluyera con soltura.

—¡Tiffanis! —gritó sorprendida Celine—. ¡Míralos qué pijos!

—Les gusta lo bueno —sonrió Elsa al recordarlos—. Pero lo que más me emocionó de la boda fue cuando Nick le puso el anillo a Shasha en el dedo y mirándola a los ojos con cara de cordero degollado dijo algo como: «Por este anillo te consagras como mi mujer por la ley de Moisés y las tradiciones de Israel».

—Vaya, ¡qué emocionante! —comentó Celine mirándola, sin entender qué era lo que la había emocionado tanto.

Elsa, con una mirada soñadora, siguió hablando.

—La tía de Nick nos comentó en la fiesta que aquellas palabras eran una tradición del siglo vii. Bueno, a lo que iba, Nick pisó con fuerza una copa de cristal hasta romperla en mil pedazos y todos gritaron:
Mazal Tov.

—¿Y eso qué es?

—¡Buena suerte! —aclaró Elsa—. Luego Tony y yo nos encargamos de acompañar a los invitados hasta el salón, donde se bendijo una hogaza de pan llamada
Challah
, y a partir de ahí la gente bailó, comió y se divirtió.

—Caramba, cuánta tradición. Sinceramente, Elsa, de las bodas que me has contado he decidido que o me caso con un esquimal o no abandono la soltería.

Aquello las hizo carcajearse a ambas.

—Pero es todo muy frío —rió Elsa—. No celebran boda. Sólo llegan a un acuerdo e incluso hay matrimonios de prueba. Y lo que me parece fatal es eso de que si tu marido tiene hermanos menores, cuando él no esté en casa o se vaya de caza, la obligación de los cuñados es cumplir con la esposa.

—¡Maravilloso! Fíjate qué cantidad de cosas buenas. Si te va mal, le mandas con su madre. Además, se pueden tener amantes. ¡Yo sería una buena esposa esquimal!

—Ja, ja, ja —volvió a reír Elsa—. Sí, es cierto: los amantes pueden ser fijos o esporádicos y en sus relaciones son muy liberales.

—Definitivamente, me casaré con un esquimal. Son mi tipo —añadió Celine mirándola fijamente—. Las relaciones matrimoniales son libres y lo mejor de todo es que entre los amigos se intercambian las parejas y, al revés que en el resto del mundo, eso refuerza la amistad entre ellos.

—¡Pero qué promiscua eres!

Tras un rato de risas, Celine susurró a su amiga una vez llegaron al hotel:

—A veces envidio tu trabajo. Parece todo tan fácil.

—Pues no lo es —comentó Elsa llamando al ascensor—. Es una tarea en la que debes tenerlo todo controlado. Si algo falla, estropeas el día más importante de las personas que depositan en ti toda su confianza. Es muy estresante, aunque te aseguro que también altamente gratificante.

—Ya lo sé, tonta. En el fondo es muy parecido al mío. Tienes que escuchar lo que ellos quieren para conseguir ofrecerles lo que buscan. La publicidad es eso.

—En cierto modo, tienes razón —dijo mientras subían en el ascensor.

—¿Dónde se va a celebrar la boda de Shanna?

—En la pequeña Capilla Blanca —sonrió Elsa—. Está saliendo de Las Vegas y, para mi gusto, es una de las más bonitas que existen en este loco lugar.

Una vez entraron en la habitación, Celine se sentó en el espacioso sillón y dijo:

—No me creo aún que estemos aquí para que una de nosotras se case, ¡en Las Vegas!

—Te puedo asegurar —rió Elsa quitándose los zapatos—, que cuando Shanna me llamó la semana pasada para decirme que necesitaba que organizase su boda en esta ciudad no podía creérmelo. Es más, le pregunté si quería una boda temática junto a Elvis Presley.

—¿Qué es esa horterada?

—Si quieres casarte en el puente de la nave
Enterprise
, hay que ir al hotel Las Vegas Hilton y solicitarlo. El hotel Excalibur te organiza una boda medieval, que hasta cierto punto incluso me puede parecer curiosa. En el hotel Treasure Island, te organizan una boda pirata y…

—¡Pero qué me estás contando!

—Oh, sí, Celine —dijo Elsa muerta de risa—. Aquí la boda estrella es llegar montada en una Harley Davidson a la capilla y caminar los metros hasta tu colorido novio acompañada del brazo de un Elvis Presley con grandes patillas de quita y pon.

—¡Dios mío! ¿Shanna no habrá sido capaz de elegir una boda así?

—¡Antes la mato! —Y apoyando su cabeza en el sillón, Elsa susurró—: El sitio elegido es bonito y agradable, ya lo verás.

Celine, mirando a su amiga, preguntó con curiosidad:

—Elsa, ¿por qué no le das a Javier una nueva oportunidad?

Tras suspirar, ésta respondió:

—No me apetece hablar mucho sobre ese tema.

Levantándose, Celine se sentó junto a su amiga y dijo:

—Nunca te apetece hablar. Mira, recuerdo que cuando teníamos veinte años y te rompió el corazón un imbécil llamado Edward, lo pasaste fatal pero no dijiste nada a nadie, nunca, y eso no es bueno, amiga. Años más tarde Peter, el iluminado de las finanzas, te lo volvió a romper y volviste a hacer lo mismo. ¡Pero eso ha cambiado, mona! —Al escucharla, Elsa sintió ganas de reír—. Cuando yo estuve mal y necesité llorar la traición de Bernard, ahí os tuve a todas vosotras. Con esto te quiero decir que nos hables, que nos cuentes cómo te sientes, que te quejes o que llores, pero que hagas algo.

Elsa, sin poder aguantar más, comenzó a reírse de manera descontrolada, hasta dejarla perpleja.

—Gracias, Celine. Gracias por ser como eres. Eres la única capaz de decirme lo que no quiero oír y hacerme reír.

—Anda, pues mira qué bien —se mofó Celine—. Escucha, Aída no quiere decirte nada porque Javier, ese macizón, es su hermano y tú eres muy importante para ella. Le da miedo tu mala leche, y entre eso y lo mal que lo está pasando por lo de Mick, la mujer opta por no hablar.

—¿Lo dices en serio? —preguntó acercándose al bar para poner dos copas.

—Totalmente en serio. Shanna, con la locura de vida que lleva últimamente, me dijo que no podía pensar en otra cosa que no fuera su historia, cosa que comprendo, y Rocío me aseguró que no está dispuesta a discutir contigo por hablar del asunto. Por lo tanto, sólo quedo yo para decir lo que pienso y escuchar lo que quieras contarme.

—¿Y qué pretendes que te diga?

Cogiendo la copa que su amiga le tendía, Celine respondió:

—Pues lo que piensas, lo que sientes. Cómo odias a Javier, cómo te odias a ti por negarte a hacer las paces. Necesito saberlo todo y, en especial, por qué no quieres hablar con él y que me aclares por qué ordenaste a los vigilantes de tu casa que lo echaran. ¡Eso es terrible, Elsa!

Recordar aquello aún le dolía. Sabía que se había pasado pero, en aquel momento, necesitaba hacerlo.

—Sinceramente, no sé por qué lo hice. Te prometo que, en ocasiones, desearía coger el teléfono y pedirle perdón por aquello. Me avergüenzo de haber llegado a ese extremo.

—¿Y por qué no lo haces?

—Mi orgullo me lo impide —se sinceró Elsa—. Todavía pienso que me mintió en referencia a su ex, Belén.

Celine, escuchándola, susurró al ver su gesto de tristeza:

—Yo creo que no te mintió. Sólo omitió decírtelo.

—Para que los cimientos de una pareja no se derrumben, no deben existir mentiras ni omisiones —respondió Elsa.

—Tienes razón —asintió Celine—. Pero sé por Aída que Javier le había dicho a esa guarra que le dejara vivir en paz. En cambio, ella, para llamar su atención, se enrolló con ese amigo indio, Achili o Chilili o como narices se llame.

—Chimalis —aclaró Elsa con una sonrisa—. Se llama Chimalis.

—¡Ese mismo! —asintió Celine—. Por eso Javier se enfadó. No porque sintiera nada por ella, sino porque vio el juego sucio de la zorra esa, a la que le daba igual romper vuestra relación o el matrimonio de ese tal Chipirrin.

—Chimalis —repitió Elsa, pensativa.

—Eso, Chimalis.

—Me siento tan avergonzada —susurró Elsa al recordar el día en que Javier llamaba a su puerta y ella avisó a los de seguridad para que le echaran del edificio—. Hice mal. De aquello hace ahora dos meses y diecisiete días. Ése fue el último día que supe algo de Javier.

—Normal, Elsa. Ponte en su lugar. Si eso me lo haces a mí, y eso que no soy india, te arranco la piel a tiras. Él lo ha intentado todo. ¿Qué más quieres?

—No lo sé —respondió mirándola a los ojos.

—¿Tú le quieres?

—Muchísimo —afirmó sorprendiendo a Celine. Elsa era una persona que antes de decir algo solía pensárselo varias veces, pero no fue así en esta ocasión.

—Entonces, maldita sea, ¿por qué no haces nada por recuperarlo?

—Es complicado de entender, Celine. Además, sé por la pequeña Julia que Javier está con otra chica.

Al escuchar aquello, Celine miró al cielo. Julia, la hija de Aída, era una pequeña lianta como su madre.

—¿Que esa pequeña terrorista te ha dicho eso?

—Sí, hace un mes. Julia me dijo que su tío Javier tenía una amiga muy simpática y que la semana anterior habían ido a tomar un helado con ellos.

—Pero si esa enana es una mentirosa compulsiva —gruñó Celine al escucharla—. ¿Le has preguntado algo a Aída?

—No hizo falta. Otra noche, mientras les poníamos los pijamas a las niñas, Julia volvió a hacer ese mismo comentario cuando se habló de Javier. Ya no me hizo falta preguntar. La mirada esquiva de Aída me confirmó lo que yo necesitaba saber.

Sorprendida por la noticia, pues Aída no le había dicho nada, suspiró.

—¿Y tú estás bien, cielo?

—Estoy hecha fosfatina —respondió con tristeza— y dolida. No le ha costado nada reemplazarme por otra.

—Seguro que esa chica no es nada para Javier y…

—Ni lo sé, ni quiero saberlo —cortó Elsa bebiendo de su copa—. Ahora estoy centrada en mi trabajo y te puedo asegurar que tengo un montón de proyectos y que Javier no está entre ellos.

—Creo que te equivocas. Deberías prestarle más atención a tu corazón. Parece mentira que te pases media vida organizando bodas y seas incapaz de organizar la tuya.

—Nunca ha entrado en mis planes casarme, y lo sabes.

Celine, encendiéndose un cigarrillo, hizo reír a Elsa cuando dijo:

—Vamos a ver, petardilla. Sé que pensamos igual, pero ese indio macizón te quiere y si no te olvidó en diez años, no creo que lo haga en cinco meses.

En ese momento se oyó la puerta abrirse, y dos alocas Rocío y Aída entraban partiéndose de risa.

—¡Chicas! —gritó Rocío—. ¡Hemos ganado un premio de tres mil dólares en una ruleta!

—Tenemos una conversación pendiente —susurró Celine mirando a Elsa.

Minutos después, las cuatro reían por lo que las recién llegadas contaban. Cuando se iban a dormir, Celine se volvió hacia sus amigas y saltó:

—Ya sabéis lo que se dice, afortunadas en el juego, desafortunadas en amores.

—Será hija de… —comenzó a decir Rocío. Pero, rápidamente, Aída le tapó la boca y todas comenzaron a reír.

29

A la mañana siguiente, Elsa, mientras todas dormían, se acercó hasta la oficina de licencias para matrimonios. Allí conocía a Claudia, una amiga cubana de la familia, que le proporcionó, como un favor especial y sin necesidad de que fueran Shanna y George en persona, una licencia para que sus amigos se pudieran casar. Después fue a la capilla y coordinó algunos detalles más.

Por la tarde, antes de salir del hotel para asistir a la ceremonia, las cinco amigas se reunieron en la habitación de Shanna, que lloraba de emoción al recibir la pulsera de oro que sus amigas le habían regalado. En la parte de atrás estaban grabadas las palabras «Siempre Juntas». A las seis menos cuarto de la tarde todas estaban en la capilla. Mientras George y Shanna se besaban antes de la ceremonia, Elsa pasó al despacho donde entregó la licencia de matrimonio, los pasaportes de ambos y una copia del decreto final del divorcio de George, donde se podía ver la fecha y el lugar donde aquel documento había sido registrado.

La ceremonia fue más sencilla y bonita que muchas otras. Shanna estaba guapísima ataviada con aquel sencillo vestido de gasa blanco y el conjunto de pendientes y collar de oro blanco que su madre había diseñado especialmente para aquella ocasión. A la boda acudieron, además de las amigas, Roana Berson, la madre de Shanna, que estaba todavía un poco sorprendida por la rápida ceremonia y Henry y Thomas, sus hermanos, con sus respectivas parejas. Henry Bradfotte, su padre, decidió declinar aquella invitación, pero Marlene, su hermana, cogió un avión y, previo consentimiento de ambos padres, voló para estar junto a su adorada hermana.

Por parte del novio, fueron los padres de George y dos parejas de amigos que viajaron desde Seattle. La ceremonia fue relativamente rápida. Media hora después, Shanna, del brazo de su marido George, reía mientras recibía los besos de los asistentes, mientras Elsa le explicaba a su ya marido que cuando llegaran a Seattle debería registrar el matrimonio entregando la copia del certificado que éste portaba en la mano. En un momento dado, Shanna tiró el ramo y nadie, a excepción de Rocío y Marlene, levantaron los brazos para cogerlo. Finalmente, fue Marlene quien se hizo con él.

Aquella noche cenaron en un bonito restaurante donde un caballero amenizaba la cena tocando al piano piezas que Elsa le había proporcionado. Era una especialista en cuidar hasta el más mínimo detalle en sus trabajos, y por supuesto en aquella boda tan especial, más todavía. Todas rieron cuando Celine comentó que George no llevaba corbata, por lo que el nudo no se le podía torcer, cosa que nadie entendió, a excepción de ellas. Durante la cena, Roana, la madre de Shanna, comentó que le encantaba Tom Jones y que le gustaría ir a verlo. Sabía que actuaba en una de las salas de fiestas que había en Las Vegas. Para sorprenderla, Elsa, tras hacer varias llamadas, consiguió pases para la actuación que éste tenía a las doce de la noche. La velada terminó con todos los invitados moviendo las caderas al ritmo de las canciones de Tom Jones.

El lunes, tras desayunar todos juntos, cada uno volvió a su hogar. La familia de Shanna voló hacia Toronto, a excepción de Marlene, que marchó hacia Francia. La de George, a Seattle. Los novios se fueron a Maui de luna de miel y las chicas, todas juntas, volaron hacia Los Ángeles. Una vez allí, Aída cogió un taxi y se marchó a casa de Javier para recoger a sus hijos, mientras Elsa volvió a su trabajo.

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