Rocío, que se había pedido una semana de vacaciones, decidió acompañar a Celine. Aprovechando el viaje a Estados Unidos, tenía que visitar las instalaciones de las bodegas Depinie. Alquilaron un Audi TT, para gusto de Celine y locura de Rocío, y se encaminaron hacia el valle de Napa.
Tras horas de viaje, al llegar frente a una verja cerrada donde en un gran cartel se leía
Bodegas Depinie
, Celine paró el coche. Después de hacer una llamada, la verja se abrió. Mientras continuaban el camino que les llevaba hacia la casa grande, observaron las hectáreas de terreno llenas de viñas. Con lentitud, llegaron hasta una gran edificación con enormes muros de piedra cubiertos en su mayoría por una hiedra frondosa y reluciente.
—¡Virgen de la Macarena! ¡Qué chozita! —exclamó Rocío mientras observaba la impresionante casa que ante ellas se levantaba.
Celine, quitándose sus glamurosas gafas de sol, susurró:
—Parece más pequeña que la de Francia.
—Pero ¿existen casas más grandes que ésta? —preguntó Rocío escandalizada—. ¡Dios mío, qué burrada! No quiero ni pensar lo que tienen que limpiar.
—Eso se lo puede responder mi ama de llaves —comentó una voz ronca tras ellas—. Angelita está a cargo de todo lo referente a la casa.
Al volverse, Rocío se encontró con un hombre alto, de pelo castaño, de unos cuarenta y cinco años, vestido con ropas claras y oculto bajo unas gafas de sol que, tendiendo la mano, dijo presentándose:
—Soy Marco Depinie. ¿Y usted es?
—Rocío —murmuró—. Rocío Fernández y…
—Tranquila, Rocío —susurró Celine y poniéndose delante de ella y tendiéndole la mano a aquel hombre a modo de saludo, dijo—: Señor Depinie, encantada de volver a verle. Sé que quizá le sorprenda esta visita, pero aproveché un asunto privado para visitar sus instalaciones en el valle de Napa.
Aquel hombre, tras asentir, tendió la mano a Celine y la saludó.
—Mi visita, le recuerdo, es con motivo del catálogo que pronto prepararemos para la subasta. —Celine intentaba controlar sus nervios ante el hecho de que él no dijera nada y volviéndose hacia Rocío, añadió—: Ella es una buena amiga que vive en Nueva York y amablemente ha querido acompañarme para que no viajase sola.
—Encantado de conocerla —comentó Marco mirando a una asustada morena, a la que se le había comido la lengua el gato—. Me alegro de que nos honre con su visita. —Luego, volviéndose hacia Celine, dijo tomándole la mano—: Encantado de volver a verla, Celine, y no se preocupe, ya sabía que usted pensaba visitarme. Su encantadora secretaria se puso en contacto con la mía, aunque tengo que reconocer que su llamada de hace diez minutos nos ha pillado por sorpresa. No habíamos hecho reserva en ningún hotel para facilitarle el alojamiento.
Celine, omitiendo mirar a aquel hombre, al que conocía desde hacía cuatro años, dijo:
—No se preocupe, señor Depinie. He visto varios hoteles cuando veníamos de camino y…
Pero él no la dejó continuar y cortándola, añadió:
—Por suerte, tengo una casa muy grande y Angelita —dijo mirando a Rocío para sonreírla, cosa que ésta agradeció— es una loca de la limpieza que siempre tiene las habitaciones listas por si se presenta algún invitado sorpresa. Por eso les pido a ambas que se queden en mi casa el tiempo que haga falta.
Escuchar aquello hizo a Celine maldecir en voz baja, mientras Rocío decía:
—Igualita que mi madre. Ella dice que la casa hay que tenerla siempre limpia como una patena por si se presenta algún imprevisto.
—Son mujeres previsoras —añadió aquel hombre mirando a Rocío, que le devolvió la sonrisa.
En ese momento, un perro apareció corriendo y el hombre, volviéndose, gritó:
—Andrés, cierra la puerta de la casa. No quiero que ningún chucho entre.
—Señor Depinie, muchas gracias pero… —comenzó a decir Celine. En cambio, Marco sin hacerla caso, se volvió y llamando a unas señoras, hizo que avisaran a Angelita de que tendrían dos invitadas.
Eso hizo bufar a Celine. Mientras, Rocío la miraba con curiosidad. ¿Qué le pasaba?
—No se hable más. Son mis invitadas. Por favor, sigan a Angelita. Ella les indicará sus habitaciones y dónde pueden refrescarse si quieren. Cuando bajen de nuevo, no se preocupen, ya me avisarán —dijo señalando a una sonriente señora de pelo blanco que en ese momento asomaba por la puerta.
Aquel imponente hombre de casi dos metros, con un cuerpo esculpido por el trabajo y bronceado por el sol, se alejó hablando con un joven que fue a enseñarle unas uvas que llevaba en la mano. Rocío y Celine se quedaron sin saber qué decir.
—Señoritas —comentó Angelita tras ellas—. Si me siguen les diré dónde pueden refrescarse.
Ambas, tras mirarse, comenzaron a caminar siguiendo a aquella mujer que sonreía al ver sus caras de desconcierto, sobre todo la de Celine. Cuando llegaron ante unas grandes puertas pintadas en beige claro, la mujer se detuvo y, tras indicar que aquéllas serían sus habitaciones, comentó mirando a Celine:
—No se preocupe, señorita, perro ladrador poco mordedor.
Celine la miró y sonrió.
—¡Anda! Eso se dice mucho en España —comentó Rocío.
—Mi madre era de Burgos —aclaró la mujer.
—Ozú
. ¡Qué pequeño es el mundo! —rió Rocío al oír aquello.
Tras aquel comentario, Angelita se marchó, no sin antes recordarles que pidieran cualquier cosa que necesitaran. Una vez dentro de la fabulosa y preciosa habitación, Celine se volvió hacia su amiga y preguntó.
—¿Has oído lo que ha dicho esa mujer?
—Sí, Tempanito. Y no me extraña que te lo dijera, tenías una cara de mala leche que no veas.
Celine, sin apenas escucharla, volvió a protestar.
—Pero ¿tú has visto cómo es ese hombre? Da igual lo que digas. Él hace y deshace a su gusto, sin contar con lo que piensen los demás.
—
Ozú
, Celine, ¡deja de ladrar! Estamos en un sitio magnífico, precioso.
—Me pone de los nervios. Siempre se sale con la suya.
Rocío, clavándole la mirada, preguntó:
—Pero ¿desde cuándo conoces a ese tipo?
—Desde hace cuatro años —explicó Celine mirando por la ventana—. La empresa para la que trabajo consiguió hacerse con su campaña de Navidad hace tiempo, y ahora es uno de nuestros clientes más importantes. Posee viñedos aquí, en Italia y en Francia. Nuestra firma, o mejor dicho ¡yo!, lleva todas sus campañas —gruñó al ver pasar a Marco bajo la ventana—. Él exigió que fuera yo quien me ocupara de todo lo relacionado con sus campañas.
—Qué maravilla, chica —comentó Rocío. Aquello era un buen reconocimiento a su trabajo.
—¿Maravilla? —gruñó Celine—. No le soporto. Es un chulo prepotente que se cree que todo lo que él diga está bien. No aguanto su aire de autosuficiencia. Es arrogante, estúpido y tiene muchísimas más cosas que prefiero no recordar.
—¡Dios mío! —susurró Rocío prestándole toda la atención—. Pero si es el hombre ideal para ti. —Pero, al ver su cara dijo con rapidez—: Era broma, era broma.
Encendiéndose un cigarro y con los nervios a flor de piel, Celine murmuró:
—Llevo retrasando este viaje meses. La última vez que estuve en su casa de Francia regresé a Bruselas con una úlcera en el estómago. Es que no lo soporto.
—Pues parece amable —susurró Rocío, sorprendida por la reacción de su amiga.
Sin apartar sus fríos ojos azules, Celine continuó mirando a Marco y dijo:
—Te doy dos horas a su lado, y luego me cuentas.
Aquella tarde, sobre las seis, Rocío y Celine bajaron y allí se encontraron con Pierre, que las invitó a visitar las bodegas Depinie. Se montaron en un jeep que las llevó hasta la bodega. En su interior, la luz era cenital mientras recorrían largos pasillos llenos de botellas hasta el techo. Pierre les explicó paso a paso cómo se elaboraba el vino en las bodegas Depinie.
Cuando llegaron a una sala donde había unas enormes cubas, el hombre les explicó que allí el vino se trasvasaba de unas cubas a otras para aclararlo. También les indicó que en esas instalaciones se elaboraban varios tipos de vinos: cabernet sauvignon, chardonnay, merlot, etcétera, todos almacenados en barricas de roble francés o americano. Al final de la visita, pasaron a una sala que ellos llamaban de cata, una estancia donde los clientes probaban los vinos que allí se elaboraban.
—¿Les han gustado las bodegas? —preguntó Marco, que en ese momento apareció y Celine, al verle, se tensó.
—Me han encantado —comentó muy campechana Rocío mirando a su amiga—. Son una maravilla. A mi madre le encantaría ver todo esto.
—Traiga a su madre la próxima vez que me visite —dijo Marco mirándola, y dirigiéndose hacia Celine, señaló sorprendiendo a Rocío—: Celine, no se te ocurra encenderte otro cigarro. Fumas demasiado.
—¡Por favor, qué pesado! —protestó ésta contrariada.
Rocío, sorprendida por el comentario y para quitarle importancia, dijo:
—Dudo que mi madre venga. Ella no se sube a un avión ni loca.
Al oírla, Marco sonrió y, dejando de mirar a Celine, que aún protestaba, dijo:
—Seguro que si la invito yo, vendría.
—Lo dudo —respondió Rocío mirando a Celine, que puso los ojos en blanco.
—No voy a apostar con usted. Perdería la apuesta —rió Marco mirando a Rocío, que comprobó que éste tenía unos ojos color avellana rasgados, muy bonitos.
—Lo dudo —insistió Rocío.
—No lo dude, perdería la apuesta —dijo acercándose a ella y, tras mirar a Pierre, añadió—: Si vienen conmigo las acompañaré a casa. Me consta que Angelita nos ha preparado una estupenda cena.
Aquella noche tomaron unas verduras al vapor riquísimas y un pato con mermelada de arándanos excelente. Acabada la cena pasaron a una confortable sala donde continuaron hablando con tranquilidad.
—¿En serio que es Codorníu? —preguntó Rocío.
—Sin duda alguna —afirmó Marco—. Si mal no recuerdo, en el año 1991 directivos de Codorníu crearon una gran bodega aquí, en Napa. Poseen bastantes hectáreas de viñedos en Estados Unidos. Mañana cuando salgamos les llevaré hasta donde empiezan sus tierras. Su viticultor, Brandon Mckerrigan, es amigo mío, y estoy seguro de que les enseñará las bodegas.
—Aquí se llaman Codorníu Napa —aclaró Celine. Conocía la historia sobre aquella famosa firma del Penedés.
—Yo creía que sólo fabricaban en el Penedés sus vinos y cavas —comentó Rocío con una encantadora sonrisa.
—Durante sus primeros años aquí en Napa sólo elaboraron vinos espumosos, pero luego dieron un giro a su producción y hoy elaboran más tipos de vinos. De todas formas, entre Napa y Sonoma hay más de doscientas cincuenta bodegas. No crea que aquí somos los únicos que hacemos vino.
Marco, levantándose, se acercó hasta Celine, y rápidamente le quitó el pitillo que ésta iba a encender.
—¿No ves las campañas en la televisión? —Celine maldijo y éste, con gesto de guasa, murmuró—: Fumar mata.
—Si no le importa, señor Depinie, creo que puedo elegir cómo morir, ¿no cree? —maldijo sacando un nuevo cigarro para encenderlo.
Rocío, testigo de aquel juego extraño que se traían entre los dos, dijo al ver salir a Celine al jardín con una mala leche de aúpa.
—Por lo que veo, señor Depinie, usted entiende bastante sobre vinos, cavas y todo lo que sea el líquido espumoso.
—Lo primero que vamos a solucionar esta noche, querida amiga, es nuestro ridículo léxico —dijo Marco mirando a Rocío—. Por favor, a partir de este momento, si no tienes inconveniente, preferiría que me llamaras Marco y me permitieras llamarte por ese nombre tan bonito que tienes, Rocío. Creo que sería más cómodo para todos.
—Uff… encantada. Los formulismos no son lo mío —dijo sonriente.
—Sobre lo que decías antes —comentó Marco observando a Celine, que miraba hacia un rincón del jardín con curiosidad—, piensa que Depinie es una empresa familiar. El primer Depinie fue mi tatarabuelo, y así progresivamente hasta llegar a mí. En todos estos años ha sido una empresa que ha dado trabajo en Italia, Francia y aquí, en Estados Unidos. Cultivamos uvas para fabricar vino en la falda de la colina. Sólo aquí hay zinfatel, una variedad de uva que sólo se puede encontrar en California. Con esa uva conseguimos un vino rojo agradable al paladar, y también el zinfatel blanco que ofrecen en casi todos los restaurantes de la zona. —Y observando a Celine, que seguía mirando hacia el jardín, preguntó—: Celine, ¿qué es lo que te mantiene tan atenta?
En ese momento, un perro se levantó de entre los matorrales y salió corriendo.
—¡Malditos perros! —protestó Marco al verlo—. No soporto a esos animales babeantes que ensucian todo lo que tocan con su saliva y sus pelos.
—Eso no es cierto —dijo Celine llevándole la contraria, algo normal entre ellos.
—El perro es un animal, y como tal, sucio y desagradable.
—Estás muy equivocado, Marco —señaló Rocío—. Parece mentira que vivas en el campo y no sepas que los perros no son los que lo ensucian todo.
Con gesto agrio y sin explicarles que en su familia había ocurrido una desgracia años atrás por culpa de un perro, gruñó:
—¡Nunca me han gustado esos bichos! Por más que intentamos que salgan de mis tierras, no lo conseguimos.
—Eres un exagerado con los animales —susurró Celine.
—¿Por qué crees que exagero? —preguntó él mirándola directamente a los ojos.
De pronto, Rocío al percatarse de la mirada desafiante en los ojos de su amiga y la sonrisa sensual en los labios de él lo entendió todo. «Estos dos han estado liados», pensó.
—En esta vida, señor Depinie, no hay que exagerar cuando uno no posee la información necesaria sobre ciertas cosas.
Con una sonrisa, Marco la miró de frente y susurró:
—Por fin veo a la Celine que conozco. Me gusta cuando hablas así y me encanta que no seas como los imbéciles de tu empresa, que sólo dicen lo que yo quiero oír. Eres la diseñadora de mi campaña porque me atrae tu empuje. Aunque lo que más me gusta de ti es que me haces pensar.
—Soy una profesional de la publicidad —susurró ésta con una pequeña sonrisa que no pudo evitar—. Ya te dije una vez que tú en lo tuyo serías un as, pero yo en lo mío soy la mejor.
Rocío, incrédula, les miraba consciente de que Celine tendría mucho que explicarle.
—No lo dudo —sonrió Marco con sensualidad, comiéndosela con los ojos—. Eso siempre me gustó de ti. Eres como yo. No te conformas con poco y siempre quieres ser la mejor, aunque lo mejor no sea un idiota llamado Joel.