Al escuchar aquello, Celine blasfemó y Rocío se encogió de hombros.
—¡Eres un maldito engreído! ¿Cómo se te ocurre hablar de Joel? Pero bueno, ¿quién te has creído que eres? Tú eres lo peor que he conocido en mi vida.
—Vaya, vaya. Aquí está de nuevo la Celine que conozco.
—¡Cierra el pico, Marco!
En ese momento, Celine se dio cuenta de que Rocío la miraba con una media sonrisa en los labios y maldijo en silencio. Su amiga se había dado cuenta de todo y no le apetecía dar explicaciones a nadie. Rápidamente, buscó una salida.
—Estoy cansada. Si no os importa, me retiro —dijo de pronto Celine, levantándose—. Rocío, quédate un rato más y no te preocupes por mí. Voy a caer rendida en la cama.
«Vaya manera de dejarme colgada, guapa», pensó Rocío.
—Ve a descansar, Celine —comentó Marco levantándose para besar la mano de ésta—. Hasta mañana. Rocío y yo daremos un paseo por el jardín.
Celine se dio la vuelta y, sin mirar atrás, se marchó. Desde la ventana, semiescondida tras las cortinas, vio a Rocío y Marco caminar mientras charlaban.
—No me gusta meterme donde no debo —comenzó a decir Rocío, que ya no podía aguantar más—. Pero aquí pasa algo y te lo voy a preguntar directamente. Entre Celine y tú hay algo más que trabajo, ¿verdad?
Marco sonrió y más relajado desde que Celine había desaparecido, contestó:
—Yo soy el que paga la publicidad y ella es quien la elabora.
—¡Venga ya, Marco! —dijo Rocío dejando a éste sin saber qué decir—. Conozco a mi amiga. Bueno, da igual. Le preguntaré a ella.
—Pregúntale —sonrió éste— y luego me lo cuentas.
—Te juro que nunca la he visto así. Somos amigas desde hace casi veinte años y nunca, y cuando te digo nunca te lo digo en serio, la he visto tan fuera de sus casillas.
—Quizá ha dado con la horma de su zapato —añadió Marco mirándola. En ese momento, los ojos de Rocío brillaron.
—¡Virgencita, cuando se enteren las otras! ¡Esto es un bombazo! —rió mirándole—. ¿Y esta manera vuestra de ligar cuánto dura?
—Cuatro años —resopló al decirlo—. Nos conocimos cuando contraté la campaña de Navidad para la empresa hace cuatro años. En seguida me atrajo su manera de ser. No se conformaba con nada, y consiguió que aquella campaña fuera todo un éxito. Desde ese momento, exigí que Celine se encargara de todas las campañas de la empresa. —Rocío asintió. Eso le había contado Celine—. Cuando acabó la primera, la invité una noche a cenar, pero ella me rechazó, y así estuvimos hasta —rió al recordarlo— que lo conseguí.
—Es muy testaruda —sonrió Rocío—. Pero por lo poco que he visto he comprobado que tú tampoco te quedas corto, amigo.
Ambos rieron y Marco continuó:
—Por aquel entonces se estaba reponiendo de lo ocurrido con un tal Bernard.
—¡Oh, Dios! El gran error de su vida —comentó Rocío—. Pero no lo entiendo, Marco. ¿Qué pasó entre vosotros para que ella este así contigo?
—Cuando la conocí hace cuatro años me estaba separando de mi mujer, Brianda. Se lo dije la primera noche que cenamos juntos en Bruselas. Quería que lo nuestro fuera especial y allí iniciamos una relación que duró unos once meses.
Rocío casi gritó al escuchar aquello. Nunca había oído el nombre de Marco y estaba segura de que el resto de sus amigas tampoco.
—¿Que has tenido una relación de casi un año con Celine y la muy… la muy… guarra no me lo ha contado?
Al ver la indignación de la muchacha, Marco sonrió y, sólo cuando Rocío dejó de blasfemar, continuó:
—La verdad es que fue uno de los mejores años de mi vida, aunque luego todo se torció tras un fin de semana que pasamos en mi casa de Francia.
—Mira, Marco, voy a ser indiscreta y voy a preguntar: ¿qué pasó?
—Estábamos en mi casa de Francia y llegó Brianda, mi ex, con unos amigos.
—Pero ¿no decías que estabas divorciado de ella?
—Y lo estaba, pero la relación entre Brianda y yo siempre fue buena. Celine lo sabía, pero aquel fin de semana Brianda me dijo que tenía que contarme algo y delante de Celine le pregunté qué ocurría. Entonces ella me comentó que estaba embarazada de cinco meses y que el bebé era mío.
—Pero… —susurró Rocío intentando entender.
—Espera, no saques conclusiones antes de tiempo. Te lo voy a contar —dijo Marco al ver la impaciencia en su rostro—. Durante los años que estuvimos casados, Brianda tuvo un problema de salud, y los médicos nos dijeron que no debía tener hijos hasta que pasaran por lo menos cinco años. Por aquel entonces, estábamos muy enamorados y decidimos congelar unos espermatozoides míos en un banco de esperma para cuando ella pudiera quedarse embarazada. Todo aquello se hizo en la clínica que su hermano dirigía en Londres. Los años pasaron y Brianda y yo, por problemas que no vienen al caso, decidimos separarnos, pero siempre nos unió un gran cariño.
—¡Virgencita! Pero entonces ¿me estás diciendo que ella no te preguntó nada antes de usar lo que teníais congelado?
Al ver el gesto tan gracioso de Rocío, Marco tuvo que sonreír y seguir contando:
—Si te soy sincero, cuando nos estábamos separando ella me comentó que estaba pensando utilizar el esperma congelado para quedarse embarazada, y la verdad es que yo le dije que no había problema. Es más, le firmé unos papeles para que pudiera hacerlo. Siempre he deseado tener hijos a los que dejar todo esto, como anteriormente hicieron mi padre o mi abuelo.
—Entonces, ella jugó limpio.
Marco asintió y, con una extraña tristeza en los ojos, dijo:
—Exacto. Ella siempre fue una gran persona, pero si te soy sincero, tras pasar los meses y no recibir noticias a ese respecto, me olvidé por completo del asunto, hasta que ocurrió lo que ocurrió.
—¡Virgen de la Candelaria! —susurró Rocío al imaginarse la reacción de su amiga—. Sinceramente, Marco, lo que no sé es cómo todavía estás vivo tratándose de la Tempanito.
—¿Tempanito? —preguntó sorprendido.
—Oh Dios… Ni se te ocurra llamarle eso. ¡Me mataría!
Ambos rieron hasta que él la miró y dijo:
—La verdad es que vivir como vivo no es recomendable. Amo a una mujer que no quiere saber nada de mí. Trabajo muchísimo y tengo una preciosa hija de dos años que continuamente me pregunta dónde está su mamá.
—Pero ¿por qué vive contigo la niña?
—Mi ex mujer, Brianda, sufrió un accidente de coche hace un año y murió.
—¡Oh, Dios mío! Lo siento. Lo siento mucho. Disculpa mi indiscreción.
—No te preocupes, te entiendo —murmuró mirando al suelo.
Rocío, tras tocarle el brazo para hacerle saber que estaba con él, preguntó:
—Pero ¿dónde está la niña? —Y clavándole la mirada añadió—: ¿No me digas que la has escondido cuando llegamos nosotras aquí?
—No, tranquila. Se la llevó mi hermana a su casa hace unos días. Vive a unos kilómetros de aquí y tiene la casa llena de niños, y mi pequeña Sabrina se divierte mucho con sus primos y su tía. Es una niña encantadora.
—¡Dios mío! —susurró al enterarse de aquello y, mirando a Marco, preguntó—: Y la Tempanito ¿sabe algo de lo que me has contado?
—Le expliqué de todas las maneras que pude lo que ocurría con el asunto del embarazo, pero ella no quiso escucharme. Nos distanciamos, el tiempo pasó y no sé si ella sabrá algo de lo que te acabo de contar.
Rocío, confundida por todo, le contestó como pudo:
—No lo sé. Te juro que ni yo ni las chicas sabíamos nada de todo esto.
—Ella siempre me habló de la gran amistad que os une a las cinco. Os aprecia muchísimo y me hablaba a menudo de vosotras.
—Pues siento comunicarte que no puedo decir lo mismo —comentó Rocío, algo enfadada con Celine—. Por cierto, siempre que os veis ¿os tratáis con tanto cariño?
—Más o menos —sonrió Marco al responder—. Aunque tengo que decirte que la situación empeoró el año pasado, cuando coincidimos en una fiesta de fin de año en París. Ella iba acompañada de un estúpido al que he visto en la oficina, un tal Joel.
—Sobre ése sí he oído hablar —asintió al recordar la descripción que Celine le había hecho, aunque, para su gusto, Marco era un tipo no excesivamente guapo, pero sí tremendamente interesante y atractivo.
—¡Maldición! —soltó al oír aquello y, tras mesarse el cabello, dijo—: Coincidimos en aquella fiesta. Yo iba acompañado por una publicista, una tal Claudia y…
—¿Claudia? —gritó Rocío incrédula—. ¿Una publicista que trabaja en la misma empresa que Celine?
Marco asintió y ésta le explicó que la tal Claudia primero entró en su vida llevándose a Bernard y luego volvió a hacerlo con él.
—Ahora lo entiendo —murmuró Marco al comprender la bronca que tuvo con ella.
—Y yo, Marco, y yo —susurró Rocío. Aquello le aclaraba situaciones que a veces había vivido con Celine.
—Mira, Rocío, te pido que no le comentes nada de lo que hemos hablado. Me odiaría más —dijo mirándola—. Sé que ha intentado librarse de mi cuenta en la oficina, pero he presionado a sus jefes para que no lo haga. De esta manera sigo viéndola aunque sé que me detesta. Por cierto, he comprobado que fuma demasiado.
Rocío, conmovida, le miró a los ojos y preguntó:
—¿De veras estás enamorado de ella?
—Como un bobo, Rocío, pero no me sirve de nada. Ella está enamorada de Joel.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque me informo sobre su vida y sé que tiene una relación algo más extensa con él fuera de la oficina. Van al teatro, a los museos, e incluso un par de veces a la semana se ven en la casa de Celine.
—¿La estás espiando? —preguntó escandalizada.
—Durante un tiempo la investigué para saber qué hacía, y fue cuando supe que ella mantenía una relación con Joel. Lo que no sé es si ella sabe que ese idiota ofrece sus favores a dos personas más de esa oficina. Por cierto, una de ellas es la famosa Claudia.
—¡La madre que los parió! —susurro ésta—. Eso me encargaré de decírselo yo.
—¡Ni se te ocurra! Sufriría muchísimo.
—Pero, Marco, ¿qué puedo hacer para ayudaros? Tengo muy claro que entre vosotros más que una chispa hay un cortocircuito. ¡Madre mía, cuando se lo cuente a las chicas! Pocahontas va a alucinar.
—Ten cuidado con lo que cuentas. Algunas cosas pueden hacer más daño que beneficio —dijo regresando a la casa.
—Tranquilo, no diré nada que no deba. Buenas noches, Marco. —Tras aquello, Rocío se fue a dormir con una sonrisa en los labios.
Al día siguiente, acompañadas nuevamente por Pierre, dieron un gran paseo en jeep por los campos repletos de viñedos. Pierre les comentó que los valles de Napa y Sonoma, eran las regiones más famosas de California en lo referente a la producción de vinos. En Washington se producían también unos caldos excelentes, aunque éstos eran similares a los finos vinos alemanes. Les comentó que en la subasta que se organizaba cada año para recaudar dinero para los hospitales se ofrecían grandes sumas por algunos lotes de vinos. Celine asintió. Había leído un artículo sobre aquella subasta hacía un año en
The Wall Street Journal
, cosa que hizo sonreír a Rocío. Aquel viaje le estaba sirviendo para ver dónde tenía su amiga aparcado su corazón, aunque todavía no se hubiera dado cuenta.
Pierre les habló sobre el valle de Napa. Les comentó la importancia del invierno frío y húmedo para las viñas, que dormían durante la estación fría para, más tarde, dar una estupenda cosecha. Les describió la tranquilidad que en febrero tenían los viticultores y que, sin embargo, a partir de marzo todo se volvía ajetreo y bullicio cuando empezaba la vendimia.
Cuando llegaron a las bodegas del día anterior, se encontraron con Marco. En ese momento salía con Delfín, una empleada y amiga que llevaba junto a él toda la vida.
—¡Delfín! ¿Cómo estás? —saludó Celine, regalándole una espléndida sonrisa.
—Señorita Celine, no sabía que estuviera aquí. —Se alegró de verla. La conocía de cuando su jefe tuvo una aventura con ella y, mirándole de reojo, preguntó—: ¿Cuándo ha llegado?
—Vaya, qué alegría da encontrarse con un buen amigo —comentó con sarcasmo Marco al ver lo contenta que estaba Celine por ver a Delfín—. Ahora si nos disculpan, tenemos cosas importantes que hacer.
—Por mí como si te rompes una pierna —susurró Celine mientras se metía en la bodega dejando a todos atónitos por aquella respuesta.
Tras resoplar, Marco sujetó a Rocío y Pierre, que pensaban seguir a Celine y, sin necesidad de hablarles, les indicó que esperaran a que él saliera de las bodegas. Y con una fuerza que sorprendió a todo el mundo, Marco abrió la puerta de la bodega y se introdujo en ella. Allí, a grandes zancadas, buscó a Celine. La encontró frente a un libro de anotaciones.
—¿Cuándo volverás a ser amable conmigo? —dijo Marco de pronto.
—No tengo ninguna intención de volver a serlo —respondió sin volverse.
Acercándose a ella, la cogió del brazo y haciendo que se diera la vuelta para mirarla de frente, dijo:
—Estamos perdiendo el tiempo con este absurdo juego.
—Lo estarás perdiendo tú —comentó mirándole—. ¿Qué te ocurre? ¿Qué quieres?
Marco no respondió, sólo se limitó a mirarla. Su fragancia, su cercanía, todo en ella, le excitaba. Aquella mujer le enloquecía. Celine, consciente de que sus defensas se derretían ante su proximidad, se puso a gritar mostrando todo su enfado:
—¡Aquí me tienes, Marco! Obligaste a mis jefes a que yo llevara tu maldita cuenta y, con eso, me has obligado a mí a venir aquí. ¿Qué más quieres?
—Te quiero a ti, maldita cabezona. ¿Todavía no te has enterado? —susurró para su desconcierto. No esperaba aquel arranque de sinceridad.
Con las pulsaciones a cuatro mil por minuto, Celine intentó alejarse de él y con voz dura repuso:
—Siento decirte que yo no estoy en venta. Habrás comprado a mis jefes, pero no me podrás comprar a mí. —Aquel comentario no gustó a Marco, que resopló—. Como profesional de la publicidad, aquí estoy para ayudarte en lo que necesites, pero no esperes otro tipo de favores, porque no estoy dispuesta a hacértelos.
—Te equivocas, Celine.
—¡No!
Marco, acercándose más a ella, le susurró cerca de la boca:
—Sí. —Y pasando su dedo por el óvalo de su cara, prosiguió—. Tenemos que hablar. Esto es absurdo.
A Celine se le puso el vello de punta al sentir aquella tierna caricia. Alejándose de él, dijo:
—Absurdo es que sigas intentando algo conmigo. Te dejé claro hace tiempo que no quería saber nada de ti. Olvídate de mí, porque entre tú y yo nunca habrá nada, ¿me has oído?