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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (35 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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—¿Cuándo habéis llegado?

Bárbara, sin intuir lo que aquel muchacho sentía ni pensaba, respondió:

—Apenas hace unas horas.

Durante unos minutos fue cortés y habló con las mujeres, pero cuando ya no pudo aguantar más, miró a Celine y Rocío y preguntó:

—¿Elsa se ha ido ya?

Con una sonrisa en los ojos, Celine asintió y él resopló.

—Hace un un par de horas —respondió Rocío al ver la impaciencia en sus ojos, y con una dulce sonrisa añadió—: Pero iba directamente para su casa.

—Anda… ve a buscarla. Allí la encontrarás —sonrió Celine guiñándole un ojo.

Javier sonrió ampliamente y Candela y Bárbara se miraron. ¿Qué ocurría allí?

—Gracias, chicas. —Salió disparado de la habitación pero, segundos después, entró y mirando a Bárbara y Candela dijo—: Mañana prometo venir a verlas con más tranquilidad. Ahora, si me disculpan, tengo algo importante que hacer.

Quitándose la bata con una sonrisa en los labios, Javier corrió hacia el ascensor. Necesitaba ver a Elsa.

—Vaya, vaya. Creo que alguien va a pasar una noche maravillosa —murmuró Celine con malicia al verle salir.

—¡Ojalá,
miarma
…, Ojalá! —rió Rocío—. A ver si se arreglan de una vez.

Bárbara y Candela, que habían sido testigos de aquello, comenzaron a entender de qué iba todo. Entonces Bárbara, cuadrándose ante ellas, preguntó:

—¿Que se arregle quién?

—Pues Elsa y Javier —respondió Rocío. Al ver sus caras, comentó—: Es una larga historia.

—¡Virgencita! —dijo Candela al escuchar aquello—. Si ya decía yo que el muchacho tenía mala cara y tu hija también.

Al oír aquello, Bárbara comprendió las ojeras de su hija. Sólo deseaba que aquel asunto se solucionara lo mejor posible para todos, aunque en especial para Elsa.

Sentándose frente a Rocío y Celine, que se miraban con complicidad, Bárbara dijo:

—Queridas niñas, desembuchad ahora mismo, porque tengo toda la noche para escucharos. —Y dicho aquello, las muchachas le comenzaron a contar la historia.

Aquella noche, cuando Elsa llegó a su casa, convenció a Shanna y a George para que se marcharan a cenar solos a un elegante y bonito restaurante. Necesitaba estar sola para lamerse las heridas. Quería estar sola para meterse en la bañera y llorar sin que nadie la oyera. En un principio, sus amigos se negaron si ella no les acompañaba, pero cuando consiguió deshacerse de ellos, cogió la correa de
Spidercan
, que saltaba alegremente a su alrededor y bajó hasta un parque cercano. Tras soltarle para que corriera un poco, se apoyó en un banco y sonrió al verle jugar con otros perros. Pero su cabeza sólo podía pensar en una persona: Javier. Al darse cuenta de las horas que habían pasado desde que dejó la nota en su despacho con las flores, imaginó que éste las había tirado directamente a la papelera. Y aunque le doliera reconocerlo, se lo merecía por estúpida, tonta, desconfiada y todo lo que se la pudiera llamar.

Convencida de ello, Elsa centró de nuevo su mirada en
Spidercan
, que detuvo su carrera para fijarse en alguien que se acercaba por el parque. Elsa levantó la vista hacia donde su perro miraba, pero las sombras de la noche no le dejaban ver con claridad de quién se trataba. Y cuando la luz de una farola le permirió reconocerle, a punto estuvo de desmayarse. Era Javier, que la miraba con una sonrisa en la boca. Ella, al verle, se quedó clavada en el banco. Intentó levantarse, pero las piernas no la sostenían. Cuando Javier estuvo lo suficientemente cerca, se paró y, durante unos segundos, ambos se miraron tiernamente a los ojos hasta que él, con cariño y con una maravillosa sonrisa, dijo mientras se acercaba lentamenta a ella:

—Hace años te dije que las cosas importantes no se suelen olvidar. Y esto —dijo enseñándole las flores de nomeolvides— me hizo recordar cuánto te necesito y te quiero. Intenté odiarte y olvidar tus ojos, tu boca, tu sonrisa, para dejar de sufrir al pensar en ti. Te quiero como nunca voy a querer a nadie, ¿sabes por qué, cariño? —Elsa, con los ojos anegados en lágrimas, negó con la cabeza, y él dijo—: Porque olvidé olvidarte.

—Te quiero, cariño —susurró Elsa.

No hizo falta decir más. No hubo preguntas, ni explicaciones, ni respuestas. Javier, tras dos zancadas, llegó hasta Elsa y la cogió entre sus brazos. Levantándola del banco, la besó con toda la pasión retenida durante aquellos largos meses. Elsa, tras volver a la realidad y verse en los brazos de aquel hombre, le abrazó fuerte, muy fuerte, dispuesta a quererle y a dejarse querer. Atrás quedaron las noches sin dormir, el dolor, la desazón. Frente a ellos se abría un futuro con posibilidades y, sobre todo y lo más importante, con mucho amor.

Epílogo

Aquellas Navidades fueron unas fiestas muy familiares. Celine y Rocío recibieron el alta y, ante la insistencia de Marco, se trasladaron al valle de Napa para terminar de restablecerse. Allí fueron atendidas con amor por Angelita y Candela, que se mostraba entusiasmada por todo lo que estaba conociendo de Estados Unidos. A raíz de aquel viaje, su visión de aquel país cambió. Ya no todo eran hamburguesas, vicio y música rap.

Rocío se encontraba en un momento dulce y feliz. El amor le llegó sin buscarlo. Nunca pensó que pudiera encontrarse en un momento tan dramático como en el que se conocieron, pero la anciana Sanuye tenía razón. Kevin, aquel bombero valiente, apareció con el fuego, y ese mismo fuego era el que consumía a Rocío cuando él le miraba y le hacía el amor. Ni que decir tiene que Candela estaba encantada con las visitas que aquel hombre hacía a su hija siempre que podía. Era ver aparecer a Kevin por las tierras de Depinie, y una tonta sonrisa se le instalaba en la cara.

En lo que respecta a Celine, la vida le cambió radicalmente. Tras hablar con su oficina en Bruselas, decidió pedir una excedencia de dos años. Marco le pidió que se casara con él y ella aceptó, aunque no quiso abandonar su trabajo. Marco no insistió, pero se convenció a sí mismo de que conseguiría hacer que cambiara de opinión y lo olvidara. Rocío, con una sonrisa, no lo dudó. Si él había conseguido montar a su madre en un avión, conseguiría su propósito con la Tempanito. Celine sonreía más a menudo. Lo más importante para ella en la vida era Marco, su hija y sus amigas, a partes iguales. Cuando Celine conoció a la pequeña Sabrina, la niña le tomó un cariño fuera de lo normal desde el primer momento. Nunca vio competencia en ella. Al revés, la ternura que esa niña le regalaba día a día abría en Celine partes de su corazón que ella no conocía.

Shanna y George decidieron finalmente irse a vivir a Seattle. Por medio de un conocido que trabajaba en la televisión privada de aquella ciudad, Shanna consiguió un empleo en el Canal 31, como presentadora de un magazine matinal, que en pocos meses fue líder de audiencia. George continuó trabajando como jefe de veterinario, en el zoo y en el acuario, y cada noche, cuando llegaba a su casa, saboreaba la dulzura de su mujer. El amor que un día volvió a encontrar y que decidió no olvidar jamás.

Aída tuvo su bebé. Un niño al que le pusieron el nombre de Brandon. El divorcio con Mick siguió adelante. Tras aquella separación, Aída comenzó a trabajar en una de las clínicas que sus tíos poseían en Los Ángeles. Por primera vez en su vida trabajaba y era independiente. Gracias a la ayuda de su familia y sus amigas, su vida volvió a empezar. Ahora era ella la que salía y entraba con amigos, alguno más especial que otro, y a comparación de sus amigas, era ella la que vivía la vida, mientras que las demás disfrutaban de más tranquilidad y sosiego.

Elsa y Javier decidieron casarse. Fue una boda que la propia novia, junto a Tony, preparó a conciencia. Una experta en la materia como era ella organizó la mejor boda de todas. Tras hablarlo con Javier, decidieron que la ceremonia tuviera lugar en la playa. Sólo asistieron familiares directos y algunos amigos.

La noche anterior al enlace, las cinco amigas se reunieron para charlar en el cuarto de Elsa. Todas se emocionaron al entregarle el regalo que habían encargado a Roana, la madre de Shanna. Elsa, al abrir el paquetito que ellas pusieron en su mano, sonrió al ver una preciosa pulsera de oro blanco, pero se emocionó al leer en el reverso de aquella joya «Siempre juntas: Celine, Shanna, Rocío, Aída y Elsa».

La mañana de la boda, Estela, la abuela, estaba orgullosa al ver a su preciosa nieta tan feliz, a punto de casarse con aquel médico que tanto le gustaba y que con tanta pasión la miraba. Los padres de Javier, Cecilia y Anthony, junto a unos encantados Patrick y Ayllana, hablaban con los invitados y disfrutaban de la ceremonia. Candela junto a Alfonso, su marido, disfrutó de aquel maravilloso día. Y, por su lado y sin decir nada, ya estaba haciendo la lista de boda para no quedar desprevenida, por si Rocío se animaba. Bea, la hermana de Elsa, que residía en Londres, acudió acompañada de un chico que llevaba varios pendientes en la nariz. Aquello escandalizó a algunos, pero tras tratar con él y ver que era un encanto a pesar de su desastroso aspecto, decidieron que el muchacho se tenía el cielo ganado por aguantar a su Bea, que seguía siendo tan exigente como siempre.

Por otro lado, Juan, el marido de Bárbara y padre de Elsa, reía sin parar. Las vidas de sus hijos eran de ellos, y ni él ni nadie debía meterse por medio. Así que, con una estupenda sonrisa, atendió al extraño novio de su hija Beatriz, disfrutó al ver la felicidad de su hija Elsa y se alegró cuando Nico y Marta les anunciaron que iban a ser abuelos.

Antes de la ceremonia, Aída, con una pícara sonrisa en los labios, se acercó hasta la habitación de Elsa y le puso unos preciosos pendientes de cristal de Swarovski que Elsa le había regalado para su boda. Los años habían pasado y ahora era Elsa quien iba vestida de novia. Estaba preciosa con aquel maravilloso modelo de encaje y tul que Bárbara había diseñado y entre todas las costureras de su taller habían confeccionado con especial cariño y amor.

Las niñas de Aída, Susan y Julia, y la pequeña Sabrina portaron las arras y los anillos en la ceremonia, aunque cuando empezaron a revolcarse en la arena de la playa y a jugar aquello se empezó a descontrolar. Mientras Elsa, con Javier cogido de la mano, sonreía.

Durante el baile, las chicas, entre risas, le pusieron la corbata derecha a Javier, cosa que hizo reír a las cinco. Y a la hora de tirar el ramo, éste fue a parar inexplicablemente a las manos de Aída, que al cogerlo lo soltó de inmediato como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Es hizo reír a todo el mundo. Al final, el ramo terminó en las manos de Rocío, que recibió un maravilloso beso de Kevin, mientras Candela comenzaba a hablar con Bárbara sobre el vestido de novia de su hija.

Tras una preciosa y entrañable ceremonia, donde todo fue diversión, complicidad y amor, Elsa y Javier cogieron un avión sobre las dos de la madrugada para comenzar su luna de miel.

—¿Te he dicho hoy, señora Thorton, cuánto te quiero? —susurró Javier besándola en la boca.

—Sí, pero me gusta oírlo. —Y tras besarle con pasión, murmuró—: ¿Te he dicho cuánto me gustas y que te adoro, mi amor?

—Sí… —sonrió él cogiéndola en brazos mientras caminaba hacia el pequeño río que había cerca de la casa de su abuela Sanuye, en Oklahoma.

Feliz, la anciana les miró y, tras dar las gracias a su marido y a sus antepasados por su ayuda, tiró un beso al cielo y se fue a dormir, mientras su nieto y su mujer disfrutaban para toda la vida de su amor.

MEGAN MAXWELL, es una reconocida y prolífica escritora del género romántico. De madre española y padre americano, ha publicado novelas como
Te lo dije
(2009),
Deseo concedido
(2010),
Fue un beso tonto
(2010),
Te esperaré toda mi vida
(2011),
Ni yo misma lo sé
(2011),
Las ranas también se enamoran
(2011),
¿Y a ti qué te importa?
(2012) y
Olvidé olvidarte
(2012) además de cuentos y relatos en antologías colectivas. En 2010 fue ganadora del Premio Internacional Seseña de Novela Romántica, y en 2010 y 2011 recibió el Premio Dama de Clubromantica.com. Megan Maxwell vive en un precioso pueblecito de Madrid, en compañía de su marido, sus hijos, su perro Drako y su gato Romeo. Encontrarás más información sobre la autora y su obra en www.megan-maxwell.com.

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