Olvidé olvidarte (28 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Olvidé olvidarte
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La rabia hizo que Marco la atrajera de nuevo hacia sí. Sujetándola con fuerza por los brazos, la obligó a besarle. Al principio ella se resistió. Pero la lucha de Celine cedió y su boca le respondió con auténtica pasión. Separándose unos centímetros, se miraron. Marco, sin darle tiempo a pensar, la condujo hasta un pequeño despacho. Al entrar, cerró la puerta. Celine soltó los papeles que llevaba en las manos y se lanzó a besarle. Con una sonrisa en los labios, Marco la acogió y con pasión la abrazó, mientras el calor de sus cuerpos subía. La excitación que sentían podía con la razón. Rodeándola con sus brazos Marco se acercó con ella hasta el borde de una mesa y, sin pensárselo dos veces, tiró todo lo que en ella había y la posó allí.

—Esto no es buena idea —jadeó ella, incapaz de detenerse.

Pero Marco ya le había quitado la blusa que llevaba y le estaba chupando los pechos con avidez. Los mismos que adoraba y que siempre le habían sabido a gloria.

—Te equivocas. Es una fantástica idea —corrigió él mientras ella le quitaba la camiseta y él le desabrochaba su precioso sujetador.

Con una sonrisa que desarmó a Celine, Marco la tumbó en la mesa y la devoró. Comenzó por su boca, luego bajó a su cuello, para seguir hasta sus pechos y finalizar en su ombligo, mientras ella, jadeante, notaba cómo él le desabrochaba el cinturón de los pantalones. Cuando lo consiguió, tiró de ellos y la dejó semidesnuda encima de la mesa, sólo con el tanga y el sujetador. Al ver cómo la miraba, Celine llevó sus manos a los pantalones de él. Percibió la tensión que Marco contenía entre las piernas y que pugnaba por salir. Le desabrochó los pantalones y, sin apartar su mirada de él, metió la mano dentro del calzoncillo y le asió los testículos con suavidad.

—No deberíamos hacer esto, Marco, creo que… —susurró.

Sin embargo, él no la dejó terminar de hablar. Volvió a atacar aquellos labios que adoraba sin piedad y comenzó a morderlos y succionarlos como sabía que a ella le gustaba mientras le bajaba los tirantes del sujetador para pellizcarle los pezones. Hacía tiempo que Celine no disfrutaba tanto. Ambos gimieron de placer.

Sin mediar palabra, la tumbó de nuevo sobre la mesa, le subió las piernas y se las abrió para dejar aquel sexo húmedo, delicioso y caliente ante él. Con delicadeza, Marco se arrodilló ante ella y pasando sus manos por debajo de sus piernas, la atrajo hacia sí y comenzó a chuparle el clítoris hasta que ella, entregada, se contrajo de placer.

La boca de Marco abarcaba todo su sexo para jugar con él. Succionó, chupó, lamió, mordió e introdujo su cálida lengua en ella, mientras Celine se abría y gemía extasiada para que él continuara. La excitación era tal que ella se incorporó y, pasando las piernas por encima de los hombros de él, empujó su sexo contra la cálida boca de Marco. Éste sonrió al sentirla así.

—Sí, sí… No pares —susurró ella al sentir cómo en su interior explosionaba algo caliente que la hacía vibrar.

Cuando ella gritó, Marco se levantó y guiando su pene al interior de la vagina de Celine, la penetró. Ella, agarrándose a su cuello, fue la que dio el primer empujón.

—Dime qué quieres, pequeña —susurró él disfrutando del momento—. Qué quieres que te haga… Dímelo.

Celine, totalmente entregada, seguía moviéndose con torpeza en busca de su placer. Pero al oírle le miró y, sonriendo como llevaba tiempo sin hacer, le susurró, tumbándose de nuevo en la mesa:

—Marco… haz conmigo lo que quieras.

Con una sonrisa que puso la carne de gallina a Celine, éste la asió por las piernas y allí abierta ante él, con su pene dentro de ella, comenzó un particular y lento bombeo que enloqueció una y otra vez a Celine, hasta que la oyó gemir de placer y jadear como una loca. Sin poder aguantar más, la besó y asiéndola por el cuello la inmovilizó y comenzó a empujar con rapidez, una y otra vez, hasta que no pudo soportarlo más y, antes de llegar al clímax, sacó su pene de ella y se corrió.

Fuera de las bodegas, mientras tanto, Rocío bromeaba con Delfín sobre la pelea que debían mantener aquellos dos en esos momentos. Nunca se hubieran imaginado que pudieran estar haciendo el amor de aquella manera tan pasional. Cuando Marco quedó tendido encima de Celine, el calor le subía hasta la cabeza de una manera increíble. Celine, bajo él, respiraba con agitación. Llevaba tiempo sin hacer el amor de aquella manera. Aunque con Joel era salvaje, no lo sentía como cuando lo hacía con Marco. Las miradas de los dos se encontraron. Él se levantó y Celine comenzó a vestirse con rapidez, sin mediar palabra hasta que Marco dijo:

—Celine, te necesito. Te quiero y tengo muchas cosas que decirte, que contarte y…

Asustada por cómo latía su corazón, hizo regresar su máscara de frialdad. Apenas sin mirarle, susurró:

—No, no puede ser. Tú no entras en mis planes. No quiero volver a sufrir.

Cuando ella dejaba que aquella frialdad se adueñara de su rostro a Marco se le helaba la sangre de indignación. ¿Por qué hacía eso? Enfadado y sin quitarle la vista de encima gruñó.

—En tus planes entra el imbécil con el que sales. ¿Llena más tu vida y te hace vibrar más que yo?

Levantando la mirada de sus zapatos, le miró con dureza y, muy enfadada, le gritó:

—Lo que yo haga y con quién lo haga, a ti no te importa.

Incapaz de entender por qué ella negaba lo que sentía por él, vociferó molesto:

—¡Me importa y mucho! Tú me importas más de lo que te imaginas. Odio ver cómo ese tío te besa y te toca, mientras que yo no puedo hacerlo.

Al entender lo que Marco quería decir, Celine abrió los ojos aún más.

—Pero ¿qué dices? —exclamó—. No me lo puedo creer. ¿Me estás espiando? No tienes bastante con obligarme a venir aquí para que me ocupe de la publicidad de tu maldita empresa, sino que, además, ¡me espías!

Furioso, Marco abrió la puerta del despacho y salió.

—Oh, Celine, sinceramente, no entiendo cómo puedes hacer el amor conmigo así —gritó— y luego tener la sangre fría de decirme que no entro en tus planes. ¡Eso se acabó! A partir de este momento tú ya no entrarás en los míos.

A grandes zancadas, se alejó de ella.

—¡Quieres hacer el favor de estarte quieto mientras hablamos! —gritó ella.

En ese momento, todos les oyeron desde fuera y sonrieron. Aunque Rocío se encogió de hombros al pensar lo furiosa que debía de estar su amiga para gritar así. Marco, sin hacerle caso, abrió la puerta de salida de la bodega con gesto de enfado, se montó en su jeep y, dejando a todo el mundo con la boca abierta por el acelerón que pegó, se marchó. Todos estaban mirando el coche cuando Celine salió de las bodegas. Nadie, a excepción de Rocío, se percató de que en los ojos de Celine había lágrimas. Ella se las secó con rapidez. No pensaba dejar que los demás vieran que estaba llorando.

Aquella tarde, mientras Celine hablaba con Pierre sobre él catálogo que querían preparar para la subasta, Marco buscó a Rocío para despedirse de ella.

—¿Cómo que te vas? —preguntó incrédula—. Pero si ésta es tu casa. Somos nosotras las que deberíamos irnos.

Marco la miró con una sonrisa y respondió:

—No te preocupes por eso. Pierre y Celine están terminando de trabajar en el catálogo de la subasta. Creo que hoy lo terminarán y yo necesito ir a ver a mi pequeña Sabrina. Esta noche no regresaré. Me quedaré en casa de mi hermana. Necesito empezar a poner mi vida en orden y creo que hoy puede ser un buen día.

Tocándole el pelo con cariño, cosa que el hombre agradeció con una sonrisa triste, Rocío preguntó:

—¿Estás bien, Marco?

Tras resoplar, éste se encogió de hombros.

—Es difícil responder a esa pregunta, y más cuando uno debe asumir que hay cosas en la vida que aunque uno se empeñe, no se pueden tener.

—Yo no lo veo así —dijo Rocío—. Creo que os hace falta tiempo. Mira, conozco a Celine y te puedo asegurar que lo que he visto en sus ojos estos días no lo había visto nunca.

Eso le hizo sonreír y, tocándose la incipiente barba susurró:

—Nos hace falta un milagro y eso, querida Rocío, creo que no va a ocurrir. —Dándole un beso en la mejilla añadió—: Quiero que sepas que me ha encantado conocerte y que, siempre que necesites algo, aquí estaré. Toma —dijo dándole una tarjeta—, aquí tienes mis teléfonos y mi correo electrónico, por si alguna vez quieres traer a tu madre o venir para visitar a un viejo amigo. Siempre serás bien recibida.

—Es una pena que estés enamorado de la Tempanito —bromeó ella haciéndole sonreír—, porque te puedo asegurar que mi madre moriría porque un hombre como tú se enamorara de mí.

Tras aquel comentario, se abrazaron. Sólo se conocían desde hacía dos días, pero habían llegado a conectar tan bien que supieron que entre ellos había comenzado una bonita y sana amistad. Minutos después, Marco se despidió de ella y se perdió por el valle al volante de su jeep.

32

Aquella noche, Celine, al enterarse durante la cena de que Marco no volvería, se sorprendió. En cierto modo se molestó. Además notó que Rocío se mantenía extrañamente callada, cosa que le mosqueó. Tras la cena, decidieron dar un paseo por el jardín. A la mañana siguiente regresarían a Los Ángeles, pues Celine había acabado el trabajo y era la comunión de Julia y Susan, las niñas de Aída.

—Es precioso todo esto. Me encantaría vivir en un lugar así —comentó Rocío—. En cierto modo, me recuerda a Oklahoma y a la tranquila casa de la abuela de Pocahontas.

Celine, tras encenderse un cigarrillo, aspiró y miró a su alrededor. Aquello era precioso: los árboles, grandes y frondosos, rodeaban la casa, el jardín estaba lleno de flores y los campos resplandecían con los cultivos. Aquel lugar era un lujo que pocas personas podían disfrutar. Sin embargo, con gesto de indiferencia dijo finalmente:

—Sí, un lugar así resulta relajante.

Rocío, cada vez más enfadada con su amiga por todo lo que le había ocultado a ella y al resto de las chicas, la miraba con el cejo fruncido.

—¿Por qué no dejas de fumar de una vez,
miarma
? —preguntó.

—Porque no me da la gana, querida Rocío.

—¿Alguna vez has contado la cantidad de cigarrillos que te metes en el cuerpo en un solo día? Marco tiene razón, fumas demasiado.

Aquel comentario no le gustó. No quería hablar de él aunque no pudiera quitárselo ni un segundo de la cabeza.

—No comiences tú también con ese rollo —dijo mirándola.

Con malicia, Rocío se detuvo y, agarrando a su amiga del brazo, susurró:

—Hablando de rollo, ¿tienes que contarme algo?

Al oír aquello, Celine se maldijo e, intentando zafarse de ella, respondió:

—No me apetece hablar de eso ahora.

Pero Rocío, dejando desconcertada a su amiga, le espetó:

—Esa frase es de Elsa. Invéntate otra cosa, porque ésa la tengo muy oída.

Al decir Rocío aquello, Celine comenzó a reír y su amiga la acompañó.

—No sé por qué te ríes —comentó Rocío—. Si yo estuviera en tu lugar, estaría llorando a moco tendido, ¡te lo aseguro! Marco es un hombre maravilloso y estás perdiendo la oportunidad que él te ofrece de ser feliz.

—No creo que estamos hechos el uno para el otro —gruñó Celine mirando hacia el fondo del jardín, justo al lado de unos arbustos.

—¿Por qué nunca nos has contado que tuviste una relación con él de casi un año?

Sorprendida, Celine la miró y, con gesto furioso, preguntó:

—Pero ¿qué clase de conversaciones has tenido tú con Marco?

—Las justas para entender muchas cosas,
siquilla
—sonrió Rocío al ver la cara que ponía su amiga—. Y ahora comprendo, por ejemplo, por qué sabes tanto de vinos, y más cuando a ti, realmente, no te gustan. También he entendido por qué cuando te pregunté qué tal habías pasado la Nochevieja el año pasado me dijiste que había sido la peor de tu vida, y muchas cosas más.

—Sé que me vas a dar la charla por no haberte contado nada pero es que… —dijo mirando de nuevo a los matorrales—. ¿Has oído algo?

Rocío, mirando a su alrededor, preguntó:

—¿El qué?

—Allí —dijo Celine señalando a los matorrales—. Anoche, cuando estábamos hablando con Marco, me pareció oír algo pero es que ahora se mueven, ¿lo ves? —dijo mientras ambas veían cómo aquel matorral se movía.

Con cuidado, se acercaron hasta él y sonrieron al descubrir lo que había allí.

—Virgen de la Candelaria, ¡qué cosa más linda! —exclamó Rocío al ver tres cachorrillos de pocos días.

—Deben de ser los del perro que ayer mandó echar Marco de su finca —comentó Celine al recordarlo.

—¡Pobrecillos! —gritó Rocío—. Llevarán sin comer desde ayer. —Y cogiendo a uno de ellos, que no tenía ni siquiera los ojos abiertos, preguntó—: ¿Qué vamos a hacer ahora?

—No lo sé. Quizá podríamos darles algo de leche. Angelita seguro que nos la proporciona de la cocina —susurró Celine cogiendo los otros dos perrillos.

Si algo la enternecía eran los cachorros, aunque nunca se había permitido tener ninguno, por su trabajo y porque siempre le habían dicho que una persona como ella no sabría cuidar de nada ni de nadie. Con rapidez, ambas regresaron a la casa y buscaron a Angelita, que estaba sentada en el salón viendo la televisión. Al verlas aparecer con aquellos animalillos entre las manos, se levantó rápidamente y buscó un cuenco donde calentar algo de leche en el microondas. Como los perrillos eran tan pequeños, no sabían lamer la leche del plato. Por eso y a falta de tetinas de biberón, Angelita, mujer de recursos, cogió un guante de goma y tras lavarlo, lo llenó de leche. Haciendo unos pequeños agujeros en la punta de los dedos, lo acercó en las bocas de aquellos cachorrillos. Poco a poco, los perritos comenzaron a beber leche, hasta que se saciaron.

Aquella noche, ya que Marco no estaba en casa para echarlos a la calle, Celine se empeñó en llevárselos a su habitación. No quería dejarlos solos. Los sentía tan indefensos que le parecía increíble que ellos solos hubieran podido sobrevivir. Sobre las cuatro de la mañana, cuando Rocío fue a darles leche de nuevo, vio con tristeza que uno no respiraba. Celine, al comprobarlo, lloró sin saber realmente por qué.

Rocío, sorprendida por aquel llanto repentino, intentó calmarla, aunque aquellas lágrimas eran lo que su amiga necesitaba. Llevaba años sin llorar de aquella manera. Sentada delante de la ventana, con los cachorros en su regazo, Celine le contó a Rocío lo que necesitaba oír. Escuchar a su fría e imperturbable Celine y descubrir que su corazón sufría de tristeza por su soledad, hizo que Rocío llorara también. Nunca se había imaginado que su dura amiga ansiara tanto que alguien la quisiera. En esos momentos lo veía, mientras le relataba con dolor lo ocurrido con Marco.

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