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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (12 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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—¿Vives desde hace mucho tiempo aquí?

—Exactamente ocho años.

Elsa había puesto mucho corazón para decorar aquel apartamento. Estaba lleno de recuerdos que ella había acumulando durante años y estaba orgullosa de la casa tan bonita que había conseguido. Mirándole, dijo:

—Cuando me vine a vivir a Estados Unidos, primero pasé dos meses en San Diego con la abuela y luego estuve en un piso alquilado hasta que encontré éste, que ahora es de mi propiedad.

Él confirmaba y asentía.

—Creo que hiciste una buena compra. Es un apartamento agradable, además de que está en un barrio estupendo.

—¿Dónde vives tú?

Mientras le veía mirar por el ventanal, Elsa observó su perfil. Aquella mirada que lo escrutaba todo, su boca grande, su nariz recta, su pelo negro como la noche, largo y recogido en una coleta, y el perfecto acoplamiento del vaquero a sus nalgas le hacían parecer salvaje y muy sensual. Durante la cena, él le explicó que además de ser jefe de urgencias, entrenaba un equipo de baloncesto en Chinatown, y eso seguro le hacía estar en forma. Sin poder evitarlo al mirarle de nuevo el trasero, pensó en sus amigas y en sus mordaces comentarios si hubieran estado allí. Javier, a través del cristal, veía cómo ella le miraba, pero no se imaginaba ni por un segundo lo que pensaba, y volviéndose hacia ella, respondió:

—Vivo en la zona de la playa —dijo sentándose frente ella, por lo que Elsa dejó de mirarle con aquel descaro—. Antes vivía en Chinatown, pero hace unos meses Carlos, un médico que trabaja en el hospital, me propuso compartir gastos y alquilamos una casa allí.

Nerviosa por cómo éste la miraba, dijo tomando su Coca-Cola:

—¿Y qué tal se vive en la playa?

—De momento bien. La casa no es tan lujosa como ésta, pero creo que Carlos y yo hemos encontrado el equilibrio justo para que el hogar de dos médicos sea una casa agradable a la vista y limpia —rió al recordar los dos primeros meses de convivencia—. Sobre todo recogida. ¿Tú vives sola?

Se moría por preguntarle si salía con alguien, pero intuía que no debía hacerlo.

—Sola, sola no. —Y señalando a
Spidercan
, que dormía en su rincón preferido comentó—: Él me hace mucha compañía. Entre el trabajo, la familia y él, me doy por satisfecha. ¿Y tú por qué vives con Carlos?

—Pues… —dijo tras pensar la respuesta—. Anteriormente vivía con Belén, mi ex, pero tras romper con ella y proponerme Carlos compartir gastos en una casa que le habían enseñado unos amigos frente a la playa, no me lo pensé dos veces y acepté.

—Vaya, siento lo de tu ex —mintió Elsa.

—Ya está superado.

Recordar aquello no le agradaba. Todavía le dolía pensar cómo Belén había jugado con él. Según ella se había aburrido de estar con un simple médico y, tras serle infiel con un ejecutivo, decidió que el otro le convenía más.

—Siento haberte recordado algo así. No son cosas agradables.

—La vida no es fácil, Elsa —respondió mirándola con intensidad—. Unas veces se gana y otras se pierde. Por cierto, si te hago una pregunta ¿me contestarás?

—Sí —afirmó ella, aunque añadió—. Si no es muy indiscreta, claro que sí.

Él sonrió y clavando su oscura mirada en ella dijo:

—Hace años, cuando ambos nos vinimos a vivir a Estados Unidos, mi hermana me dio el teléfono de tu trabajo. Te llamé en varias ocasiones, pero nunca conseguí hablar contigo. ¿Llegaste a saber de aquellas llamadas?

—Sí —asintió al recordar las llamadas que había evitado responder—. Te mentiría si te dijera que no supe que me habías llamado. Pero acababa de llegar aquí, tenía mucho trabajo y, sinceramente, lo que menos me apetecía era salir a tomar algo contigo.

Al recordar la impaciencia con la que había esperado su respuesta, hasta que asumió que ella nunca le llamaría, preguntó:

—¿Por qué no me telefoneaste para decírmelo? Una llamada no se le niega a ningún amigo, y menos siendo el hermano de una de tus mejores amigas.

—Tienes razón. Te pido mil disculpas —susurró, escrutándole con la mirada.

—Claro que estás perdonada.

«Qué sexy eres, Javier», pensó Elsa al sentir y oler su aroma de hombre.

Él sonrió mientras se levantaba y se sentaba junto a ella en el sofá y, mirándola a los ojos, dijo para excitarla:

—Quiero que sepas que en aquel momento me rompiste el corazón.

Ella lo sabía. Aída, años atrás, le había comentado la desilusión que se había llevado su hermano ante la falta de respuesta a sus llamadas. Pero tras aquel día ni Aída le había contado nada de su hermano, ni ella le había vuelto a preguntar.

—¿En serio? —murmuró con coquetería.

—Muy en serio. Pero no te preocupes, todo se supera y más cuando uno es un «crío» —dijo arrastrando aquella última palabra, mientras con su mano tocaba un mechón del cabello de Elsa. Ella no se retiró.

—¿Todavía lo recuerdas? —Él asintió lentamente, cada vez más cerca—. Éramos unos niños y a esas edades cuatro años son un mundo.

—Perdona, no te equivoques —susurró él muy, muy cerca—. El crío era yo. Siempre te encargaste de recordarme que tenía cuatro años menos que tú y…

Sin terminar la frase, Javier acercó sus labios a los de ella y ésta los aceptó. Durante unos segundos se besaron con ternura, miedo y placer. Pero cuando el sabor dulce del sexo llenó sus sentidos, fue Elsa quién atrapó su boca y jugó con él hasta que Javier, excitado, la agarró de la cabeza, la atrajo hacia sí y le devoró la boca, hasta que Elsa soltó un gemido de placer. Entonces Javier, con una sonrisa morbosa y sexy, se apartó y continuó hablando mientras observaba la cara de desconcierto de Elsa.

—Y lo mejor de todo lo que he dicho antes, Elsa, es que aún sigo siendo cuatro años menor que tú, y por lo tanto, para ti, un «crío»

Al escuchar aquello y ver la sonrisa socarrona en los labios de él, ella dijo enfadada:

—No lo vuelvas a hacer —siseó señalándole con el dedo.

Él, con una sonrisa encantadora, se echó para atrás en el sillón y preguntó con picardía:

—¿El qué?

—Lo que acabas de hacer —dijo separándose de él.

—Me ha dado la sensación de que te gustaba —se atrevió a decir, y le encantó ver la cara de circunstancias de ella.

—Eso es lo que tú te crees, engreído —gruñó frunciendo el entrecejo—. Lo que tienes es mucha cara. Te ofreces a traerme a mi casa y ahora ¿pretendes seducirme?

—¿Qué? —soltó una estruendosa carcajada, que hizo levantar a
Spidercan
su cabeza del cojín.

Enfadada y avergonzada por lo ocurrido, Elsa gruñó y dijo:

—Vete de mi casa.

—¿Me echas?

Aquella sonrisa burlona la descompuso. Tuvo que contenerse para no darle con la muleta que descansaba cerca de ella, mientras observaba cómo Javier se levantaba y se dirigía hacia la puerta.

—Está bien, me iré. No veo muy buenas intenciones en ti. —Ella resopló—. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.

Como pudo se levantó, cogió las muletas y le siguió hasta la puerta.

—Dudo que quiera nada más de ti. —Y, cuando por fin tuvo a Javier al otro lado de la puerta, dijo—: Gracias por tu amabilidad.

Sujetando la puerta, pues intuía las intenciones de ella, dijo en tono burlón:

—Espero que nos volvamos a ver para poder demostrarte que los «críos» crecen.

—¡Vete a freír espárragos!

Al oír la carcajada de Javier, soltó las muletas y sin pensar en su pie, y con una fuerza que ni el mismo Javier esperaba, empujó la puerta hasta cerrarla, mientras aún escuchaba las risotadas del hermano de su amiga. Su tobillo se resintió y, maldiciendo, volvió a tirarse en el sillón. Poco a poco aquel dolor cedió, junto a su mala leche, para dejar paso a unas excitantes sensaciones al pensar en Javier. Él, por su parte, al salir a la calle fue hasta donde había aparcado su coche, y antes de montarse en él, miró hacia arriba, vio la luz anaranjada que salía del apartamento de Elsa y, tras sonreír, se montó en el vehículo, arrancó y se marchó.

11

Dos días después, Elsa se encontraba convaleciente de la caída mientras veía la televisión en su cama, con el pie sobre cojines, cuando de pronto se abrió la puerta de su habitación y apareció su abuela.

—Voy a bajar a comprar algo al supermercado. Pero bueno, Elsa —la regañó la mujer mientras movía su dedo acusatorio ante su nieta—. ¿Cómo puedes vivir con el frigorífico vacío? Pero si ni siquiera tienes una pequeña despensa con cualquier cosa fácil y rápida de hacer. Si se presenta una visita sorpresa, ¿qué haces?

Levantando el móvil y el teléfono que descansaban en la mesilla, dijo:

—Abuela, pues cojo esto, marco el número de comida a domicilio y en veinte minutos tengo una cena perfecta para cualquier visita sorpresa.

—De verdad, hija, qué descontrol de vida lleváis las jóvenes de hoy en día. No me extraña que esté bajando la natalidad en el mundo —cuchicheó mientras cogía su bolso y se marchaba.

Cuando oyó que la puerta se cerraba, Elsa se puso un cojín en la cara y gritó. Adoraba a su abuela, pero en pocos días la estaba volviendo loca. En ese momento le sonó el móvil. Era Tony.

—¿Cómo está mi enferma favorita?

Con su pésimo humor, ésta respondió:

—A punto del infarto —intentó bromear incorporándose de la cama.

Por inercia cogió el mando de la televisión, y comenzó a cambiar canales.

—¡Mira que te quejas, reina! —dijo al escucharla. La conocía muy bien, y ese tono de voz tenso le indicó que estaba nerviosa.

—¿Cómo llevas la boda de Roberta y Carlos? —preguntó impaciente sin darle tiempo a responder—. ¿Llegaron los del
catering
?

—Sí.

—¿Recogisteis el ramo?

—Sí.

—Los del cava ¿llevaron las cuatro cajas de más que les pedí ayer?

—Sí, reina —afirmó a la espera de que ella le dejara hablar.

—Entonces, sólo me llamas para decirme que todo está saliendo estupendamente. —Sonrió al saber que todo marchaba según los cálculos.

—Pues no. No era precisamente eso lo que te iba a contar.

Con una angustia que le oprimió el pecho, gritó:

—¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué ha pasado?

Tras retirarse el auricular de la oreja para no quedarse sordo, respondió:

—Pues mira, reina. Todo ha llegado a su tiempo y perfecto.

—¿Entonces? —gruñó sin entender nada.

—Pues que el que no ha llegado a las doce ha sido el novio —dijo Tony cansado del agotador día que llevaba.

—¿Cómo? —gritó ella sin creer lo que estaba oyendo—. ¿Carlos no se ha presentado?

—Pues no, no se presentó, y si te callas dos minutos te cuento lo que ha pasado. —Ella se calló y Tony prosiguió—. Por lo visto, ayer por la noche el novio asistió a una fiesta con sus amigos y ahí se encontró con un viejo amor. Tras pasar la noche con ella, esta mañana ha mandado un telegrama a Roberta media hora antes de la boda pidiéndole disculpas por el daño que le iba a causar, pero anulaba la boda. ¡Imagínate la que se ha liado! Todo preparado en la casa de los padres de la novia, los invitados la mitad en la iglesia y la otra mitad de camino y el novio que decide que no se casa.

—¡Pobre Roberta! —susurró Elsa.

Nunca, en todos los años que llevaba en el negocio, había ocurrido algo así. Había sufrido anulaciones pero nunca el mismo día del enlace.

—¿Cómo está ella?

—Pues imagínate. Tuvimos que llamar a un médico, porque le dio un ataque de ansiedad increíble. Ha sido horrible Elsa, horrible —respondió cerrando los ojos al recordarlo—. Ahora está con su padre despidiendo a unos familiares. Por cierto, Elsa, el padre es un tío encantador. Hace un rato y sin que yo mencionara nada, me dijo que no nos preocupáramos, que nuestro trabajo nos lo pagaba de todos modos.

Destrozada por lo que estaba escuchando susurró, apenada por Roberta:

—¡Qué desastre, Tony! Por Dios, siento no haber estado ahí para ayudaros.

—Tranquila, esto hubiera ocurrido aunque tú hubieras venido.

Reponiéndose del golpe recibido, Elsa comentó:

—Me imagino que habrás hablado con los del cava, el
catering
, etcétera.

—Solucionado, jefa. Hablé con los fotógrafos y con los músicos y les prometí pagarles un veinte por ciento de lo pactado y aceptaron. Sobre el vestido de novia ya sabemos que se da el dinero por perdido. La empresa de
catering
me ha dicho que me llamará y me dirá una cantidad, que rondará sobre el cuarenta por ciento de lo encargado. Referente a los anillos, no he querido preguntar. Creo que Roberta hablará con nosotros dentro de unos días y nos dirá qué desea hacer con ellos.

—¡Qué desastre, Tony! —volvió a repetir mientras le escuchaba.

—Sobre la devolución de los regalos, ya está Domenica repasando la lista y preparando las tarjetas para pedir disculpas por las molestias ocasionadas. Mañana podremos empezar a devolverlos.

—Me alegra ver que lo tienes todo controlado. Buen trabajo, Tony.

—Gracias, jefa —suspiró resignado—. Cuando cuelgue el teléfono, iré a despedirme de Roberta y su padre. Necesito un baño relajante en el hotel.

—No me extraña —asintió ésta—. Menudo papelón. Oye, ¿podría hablar con Roberta un momento? ¿Crees que se querrá poner?

Tony miró hacia donde estaba la muchacha con su padre y dijo.

—Espera, la tengo cerca, se lo preguntaré. —A través del teléfono Elsa oyó a Tony hablar con ella y en dos segundos pudo percibir su débil voz.

—Hola, Elsa.

—Roberta, lo siento —dijo odiando a todos los hombres por mentirosos e insensibles—. Lo siento de todo corazón. No entiendo cómo ha podido hacerte esto.

—Yo tampoco —susurró la muchacha moqueando—. Sólo espero que me lo explique algún día.

—Seguro que sí —dijo intentando ser positiva—. Sólo quería decirte que aquí me tienes para lo que necesites y, personalmente te aconsejo que te apoyes en tu familia y tus amigos. Entre todos intentaremos ayudarte.

—¡Lo haré! —asintió la muchacha y Elsa prosiguió:

—Ahora tienes que ser fuerte, y sé que será difícil entender lo que te voy a decir, pero sal a divertirte con tus amigos, eso siempre será mejor que encerrarte en casa y enfermar de pena.

—Gracias por tus palabras —susurró Roberta, agradecida por el detalle—. Te llamaré dentro de unos días. Gracias, Elsa.

Y tras aquello le pasó el teléfono a Tony, que había estado a su lado, junto al padre de Roberta, para animarla.

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