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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (16 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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Sin entender aún qué hacía allí, ni por qué hablaba así de la pobre
Jamila
, refunfuñó, mientras Luis, el cámara, hacía ver que no escuchaba.

—De verdad, Phil. No sé qué te ha hecho esta pobre gorila para que tengas que hablar así de ella.

—Te parece poco cómo estoy poniendo de caca de animal mis bonitos zapatos. —Al oírle y ver cómo éste le enseñaba su zapato derecho, sonrió.

Le conocía muy bien y sabía que los animales, de cualquier especie y tamaño, y Phil debían permanecer cuanto más lejos mejor.

—Por cierto, Shanna —dijo el hombre mirándola—. Estás más guapa que la última vez que te vi.

—Gracias, Phil. Eso es todo un cumplido viniendo de ti. —Suspiró mientras observaba cómo su ex se restregaba el zapato contra la acera y Luis hacía esfuerzos por no reírse.

Una vez el zapato estuvo algo más limpio, Phil centró de nuevo su atención en ella.

—¿Qué tal te va la vida? —Al preguntar aquello, perdió el equilibrio y metió el pie en un charco.

—Pues como a todos. Unos días bien y otros mejor —sonrió al ver su gesto de horror cuando comprobó que unas gotas negras habían manchado su caro y clarísimo traje beige.

—He oído que estás saliendo con Marlon, el jugador más polifacético del equipo olímpico de waterpolo.

«Y a ti qué te importa», pensó Shanna pero, sin querer entrar en su juego, respondió:

—Te han informado bien.

—¿Eres feliz?

—Mucho —respondió tras cruzar una mirada con su compañero Luis.

—Por lo que sé, ese tipo es un guaperas que se lleva a las nenas de calle.

Aquel malicioso comentario de Phil no le gustó. Shanna le miró entonces y, tras conseguir que su autocontrol le funcionara al cien por cien, con una sonrisa dijo:

—Marlon es un hombre muy sexy. Es normal que las mujeres babeen por él. Pero ahora está conmigo y no creo que tenga nada por lo que preocuparme.

Con una sonora carcajada, que no gustó a Shanna, él añadió, con un extraño brillo en los ojos:

—Vaya… vaya. Veo que la madurez ha relajado tus celos.

Molesta por aquel absurdo comentario se cuadró ante él y preguntó.

—¿A qué te refieres?

Pero alejándose de ella, al ver que sus maquilladoras llegaban, dijo con soberbia:

—Cómprate el
New York Times
, cucuruchita, y ya me lo dirás.

Cuando aquel tipo se alejó, Luis, el cámara, acercándose a ella espetó:

—Qué tío más impresentable.

Shanna marcó el teléfono de Marlon con la intención de comprar el
New York Times
en cuando pudiera. Seguía desconectado por lo que, tras cerrar su móvil y con gesto contrariado, respondió:

—Dímelo a mí. Anulé mi boda con él.

16

A las cinco y media George llegó al zoo con dos compañeros que actuaron como asistentes en el parto. Junto a los cuidadores, sedaron a Jamila. Se le puso anestesia general y se le practicó una cesárea para extraer a sus dos crías. Fueron dos machos sanos que pesaron dos kilos y medio y dos kilos y trescientos gramos respectivamente. Shanna desde su sitio miraba alucinada cómo George y sus compañeros trabajaban, mientras Luis grababa. Cuando George se acercó a ella con uno de los pequeños gorilas y se lo dejó coger en brazos se sintió feliz, mientras éste la miraba encantado. Aquello desagradó terriblemente a Phil, que desde su sitio declinó la oferta de George para coger a la otra cría.

Aquella noche al regresar al hotel, lo primero que hizo Shanna nada más cerrar la puerta de su habitación fue llamar a Marlon. Tras el comentario de Phill, algo rondaba en su interior. Maldijo el momento en que volvió a saltar el buzón de voz. Molesta por no poder hablar con él, se metió en la ducha y cuando salió vio que tenía varias llamadas perdidas. Tres de Aída, dos de Rocío y dos de Elsa. Eso la mosqueó aún más. ¿Qué había salido en el
New York Times
?

El teléfono sonó. Era Rocío. Pero no lo descolgó sino que, directamente, lo apagó. Primero, necesitaba saber por qué Marlon no contestaba al teléfono. Cuando se disponía a salir en busca del dichoso periódico, sonó el teléfono de recepción. Era George. Se había informado de dónde se alojaba y quería invitarla a cenar. Ella aceptó. Con rapidez, cambió los vaqueros por un vestido de tirantes azul y blanco y unas sandalias, aunque se llevó la cazadora vaquera por si refrescaba. Como una tromba, bajó por las escaleras del hotel y, al ver a George, que estaba guapísimo con aquellos vaqueros y su camisa negra, dijo antes de que él pudiera hablar:

—¡Necesito un favor muy urgente!

—Dime.

—Quiero ir a algún sitio donde pueda comprar la prensa.

Sin entender el porqué de aquello, George se encogió de hombros y, acompañándola hasta su coche, le abrió la puerta y dijo:

—Eso es fácil. Te llevaré a un sitio muy pintoresco de Seattle, Pike Pine Market. Es un lugar donde encontrarás cualquier cosa. —Ella asintió y se sentó en el coche. Necesitaba desvelar lo que había ocurrido.

George, al sentarse frente al volante de su coche y ver los nudillos de las manos de Shanna, blancos como el techo de su casa, la miró extrañado y preguntó:

—¿Ocurre algo?

Ella le miró y, tras resoplar con un gesto que la hizo sonreír, susurró:

—Sí, ocurre algo, pero todavía no sé el qué.

El trayecto en coche no fue muy largo, y a pesar de la conversación que George intentaba mantener con ella, Shanna estaba demasiado callada. Tras aparcar el coche, George la cogió del codo y la llevó hasta un impresionante local, donde se podía comprar prensa extranjera o local. Ya de lejos, Shanna vio la portada del
New York Times
. Como una autómata, cogió el periódico en sus manos y leyó el titular: «Sexo, drogas y mujeres para los jugadores Olímpicos de waterpolo». En la foto se veía a Marlon, Denis y Jack con tres mujeres en posturas no muy decorosas.

—¡Será cabrón! —gritó con el periódico en las manos.

Todo el mundo la miró, y eso hizo que George se fijara con más atención en el titular.

—¿Conoces a esos tipos? —preguntó George.

—¡Es Marlon! —contestó Shanna señalando la foto del periódico.

—¿Y quién es Marlon? —preguntó George observándola.

Con los ojos como platos Shanna le miró y, tratando de no decir palabrotas, repuso:

—Hasta hace dos minutos, la persona que salía conmigo.

—¿Cómo? —dijo George y fijándose en la foto preguntó—: ¿Tú salías con este tipo?

Incrédulo, la miró. El individuo de la foto llevaba el pelo platino y un pendiente en la oreja, y su gesto de mala leche indicaba la clase de persona que era.

—Tú lo has dicho —suspiró soltando el periódico—. Salía.

Ahora lo entendía todo. Las llamadas de sus amigas, el teléfono desconectado de Marlon, y la lengua viperina de Phil. Desconcertada, resopló y se llevó las manos a la cabeza intentando razonar antes de hablar.

—Ven aquí. —George la agarró y la sacó de la tienda—. Vamos a cenar algo.

Mientras caminaba por aquel mercadillo cogida de la mano protectora de George, pensó que realmente Marlon y ella nunca habían sido pareja. De los tres meses que llevaban juntos, entre sus viajes y los de ella, apenas se habían visto uno. Pero le dolió pensar en la traición. Había creído que Marlon sentía algo por ella. Por lo menos así se lo hacía saber. George, sin detenerse a pensar y enfadado por ver a Shanna en aquel estado, la llevó a un restaurante tranquilo, donde unos músicos amenizaban la velada. Cuando ambos se sentaron, miró a George y dijo:

—No sé si podré cenar…

George la miró y, al verla tan descolocada, deseó besarla. Sin embargo, aquél no era el mejor momento. Se acercó a ella y le pasó la mano por su sueve pelo:

—Oh sí —afirmó con seguridad—. Por supuesto que podrás. Toma la carta, olvida lo ocurrido y decide qué quieres cenar.

Al sentir su mano en su cabello, a Shanna se le erizó todo el vello del cuerpo, Mirándole por el rabillo del ojo pensó en lo atractivo que estaba con aquellas gafas sin montura. Luego observó sus labios tentadores y sintió el deseo de besarlos:

«¡Oh, Dios! Pero ¿en qué estoy pensando? Me parezco a Celine, no acabo con un tipo y ya estoy imaginando cómo será besar a otro», se regañó a sí misma. Pero con George no lo podía evitar. Siempre le había atraído y volvía a comprobar que incluso pasados los años seguía sintiendo la misma atracción por él. Al ver que el hombre la miraba como si intuyera lo que pensaba, soltó un resoplido y dijo:

—Todavía no me lo puedo creer. Y encima en mi casa. ¡Qué poca vergüenza!

—¿En tu casa? —repitió George, escandalizado.

—Las fotos que han salido son del patio de mi casa —repitió ella, que tras mirar la carta y mientras encendía el móvil dijo—: Me apetece tomar cordero. ¿Tendrán cordero?

George la miró sorprendido. Shanna seguía haciendo lo mismo que cuando era jovencita. Su punto fuerte siempre había sido no dejar al descubierto sus sentimientos.

—No lo sé —respondió George—. Pídelo y a ver qué dice el camarero.

Dos minutos después, tras preguntar si había cordero y recibir una respuesta positiva, mientras George hablaba con el camarero sonó el móvil de Shanna. Como si le quemara el trasero ésta se levantó de la silla al ver en la pantalla el nombre de Marlon. Disculpándose, se alejó unos metros de George, pero dio igual. Sus continuos movimientos con las manos y sus gritos al maldecir hicieron que todo el restaurante estuviera pendiente de ella. Le decía que no quería volver a verlo y que, en su ausencia, sacara sus trastos de su casa, porque si cuando ella regresara estaban allí, los iba a tirar al contenedor. Diez minutos después, tras soltar por su boca todo tipo de maldiciones, volvió a la mesa en la que un paciente George la esperaba.

—¿Mejor? —preguntó él.

Ella dio un trago a su bebida y asintió. El móvil sonó de nuevo. Era Elsa. Esta vez, sin levantarse de su asiento, lo cogió y sorprendiendo de nuevo a George y a todo el restaurante vociferó:

—¿Has visto al malnacido de Marlon en el
New York Times
? Por Dios, te juro que le mataría, le sacaría los higadillos y se los metería de nuevo en la boca.

Elsa, al notar lo furiosa que estaba su amiga, intentó calmarla. Diez minutos después, George comía mientras Shanna continuaba hablando.

—Elsa, cariño, prometo telefonearte mañana. Por favor llama a Aída y a Rocío. Me han dejado un mensaje y no he podido hablar con ellas. Diles que estoy bien, ¿vale?

—Por supuesto, no te preocupes —asintió Elsa—. Ahora mismo las llamo. Sólo queríamos saber cómo estabas.

—Tranquila, estoy bien —repitió—, y en buena compañía. —Mientras miraba a George, que comía, y para evitar la curiosidad de su amiga preguntó—: ¿Y tú qué tal con el hermano de Pocahontas?

—De película —respondió Elsa antes de colgar—. Y oye, que no cuela. ¡Sé que estás con alguien! Ya hablaremos en otra ocasión, con más tranquilidad.

Tras despedirse de Elsa, Shanna cerró el móvil. Pero en ese momento volvió a sonar. Era Marlon.

—Apaga ese trasto y cena —ordenó George, muy serio. Ella lo apagó encantada.

17

Tras la cena en la que Shanna apenas pudo comer, pero sí beber, George la llevó al barrio más antiguo de Seattle, Pionner Square. Él vivía allí, cosa que hizo que Shanna se pusiera tensa. Pionner Square era un barrio lleno de cafés, tiendas de pintura, antigüedades y galerías de arte. Tras pasear mirando escaparates decidieron sentarse a tomar un café, aunque Shanna prefirió una cerveza. Acomodados a una mesa redonda, George le contó que su casera le había explicado que aquel lugar fue un barrio de mala muerte durante una época, lleno de burdeles y de gente de mala calaña. Ella, de forma inexplicable para él, sonrió al escucharle. Lo que George no sabía era que ella se sentía feliz porque estaba encantada de estar con él.

Mientras le escuchaba, Shanna pensó en lo diferente que era aquel hombre en comparación con los demás con los que había estado. Por su trabajo conocía a mucha gente del mundo de la farándula y por la relación que mantuvo con su ex, especialista en deporte, y amiga de muchos deportistas, también se relacionaba con gente a la que le gustaba la fiesta. Sin embargo, George era todo lo contrario. Le gustaba la paz y la tranquilidad, y sólo con mirarle cualquiera podía darse cuenta de que las frivolidades eran lo que menos llamaba su atención.

Una hora después y tras la insistencia de Shanna, se fueron a un local de un amigo de George donde se tomaron varias cervezas. Con todo su autocontrol activado, George se contuvo en más de una ocasión para no besar a Shanna. Ella no se podía imaginar, o eso creía él, las sensaciones que una mujer de treinta y dos años como ella podía causar en un hombre. Le gustaba verla reír, pero más aún le gustaba que ella se acercara a él para decirle algo al oído. Sentirla tan cerca y oler su perfume le habían embriagado de tal forma, que estuvo tentado un par de veces de partirles la cara a dos tipos que la miraron cuando ella fue al servicio.

Desde la barra la miró bailar con su amigo Peter, el dueño del local. Mientras unos desconcertantes y extraños celos le carcomían, tuvo que contenerse para no saltar sobre ella cuando ésta, divertida o más bien algo achispada, se puso a imitar a Uma Thurman en
Pulp Fiction
, bailando para él. La velada se fue calentando. Y Shanna, que no paró de beber cerveza, también. Aquella muchacha parecía tener un imán para atraer a los hombres, cosa que a George comenzó a molestarle. No podía hablar tranquilamente con ella sin que alguno de sus amigotes se le acercara. Al final, cuando George no pudo más, la tomó de la mano de forma posesiva y la sacó del local, dispuesto a llevarla a su hotel. Una vez fuera, la soltó y comenzó a andar hacia el aparcamiento.

—¿Por qué nos vamos?

Molesto por lo amable que era ella con los demás hombres, la miró y dijo:

—Es tarde. Mañana tengo cosas que hacer.

Shanna, tocándose la cabeza, pensó: «Vaya colocón que llevó con tanta cerveza». Mientras le seguía hacia el coche, miró su trasero y volvió a pensar: «Uff, George, me gustas tanto que si tú quisieras pasaríamos una noche maravillosa». En ese momento, la miró. Parecía como si hubiera estado escuchando lo que pensaba. Ella, sonrojándose, miró hacia otro lado. Sin embargo, cuando él dejó de mirarla sonrió.

George parecía molesto y su cejo fruncido le gustó. No era un hombre guapo, era más bien del montón. Pero ese aire intelectual, su flequillo ladeado y su desgarbado y espigado cuerpo siempre la habían atraído. Cuando llegaron al coche, Shanna en vez de meterse dentro se apoyó en él. Al ver que él se paraba frente a ella, dijo sin pensar:

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