Eso le hizo sonreír con agrado. Elsa intervino:
—Muy rico todo abuela, pero ya hablaremos tú y yo.
La mujer la miró con gesto de no entender nada. En ese momento, Javier dijo:
—Bueno, me quedaría con vosotras más tiempo, pero me tengo que ir.
—¿Tan pronto? —preguntó Estela, al pensar que se iba porque ella había llegado.
—Le han llamado del hospital. Ha habido un accidente y debe regresar —comunicó Elsa.
—Oh, Dios, qué horror —murmuró la mujer y, marchándose a toda prisa a su habitación, añadió—: Que tengas buena noche, hijo. Espero verte otro día por aquí. —Tras decir aquello, cerró la puerta de su cuarto.
Al ver aquello, ambos se miraron, sonrieron y Elsa suspiró.
—Verdaderamente, iba para actriz.
—Estoy seguro de que habría ganado muchos Oscar —bromeó él apoyado en la puerta mientras miraba a Elsa, que se había empeñado en levantarse para acompañarle hasta la puerta.
Cuanto más la contemplaba, más guapa y deseable la veía con aquel pijama de seda azul oscuro. Quería volver a verla, pero no quería agobiarla. Optó por no decir nada.
—Bueno, tengo que irme —bromeó él—. El deber me llama.
—Muchas gracias por las flores y por tu compañía.
Aquella encerrona por parte de su abuela había sido una de las mejores cosas que le había pasado en mucho tiempo. La compañía de Javier le agradaba, y mucho.
Sintiéndose como un tonto al verse allí parado, decidió ponerse en marcha y, mientras caminaba hacia el ascensor, Javier se volvió y dijo:
—No te olvides de ir al hospital dentro de tres días, por lo de tu tobillo.
Ella sintió deseos de que la besara como había hecho noches atrás pero, incapaz de decir nada, se limitó a apoyarse en su muleta, mientras lo veía esperar el ascensor.
—Te espera una noche ajetreada, ¿verdad?
Él asintió y retirándose el pelo de la cara apuntó:
—Sí, será dura. Durante varias horas estaré metido en un caos que en muchas ocasiones acaba trágicamente para algunas personas. —Al ver que ella le miraba con el cejo fruncido, intentó sonreír y añadió—: Aunque también la sonrisa de un paciente o ver que has aliviado su dolor resulta reconfortante. En fin, será una noche larga.
En ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Los dos se miraron, indecisos, y al final Javier se acercó a ella, depositó un suave beso en sus labios y, volviendo con rapidez hacia el ascensor, dijo:
—Me ha encantado estar contigo.
Las puertas del ascensor se cerraron y Elsa se quedó como una tonta apoyada en la muleta y en la puerta, mientras sentía aún el dulce beso de Javier. Un par de minutos después, cerró la puerta de su casa y sus ojos miraron hacia la mesa donde momentos antes Javier y ella habían cenado juntos, entre risas. Cerró los ojos y, tras luchar contra ella misma, sacó la tarjeta que éste le había dado y después de escribir «¿Cuándo volvemos a ver una película?» en el móvil, le mandó el mensaje. Dos segundos más tarde su móvil pitó y sonrió al leer: «Mañana, pero esta vez las palomitas las llevo yo».
Al día siguiente, sobre las cuatro de la tarde, Javier, con cara de cansado apareció en el apartamento de Elsa con una película bajo el brazo,
Family man
, de Nicolas Cage, y un cubo de palomitas. Al abrir la puerta y ver al joven allí, Estela se sorprendió pero al percibir la sonrisa de su nieta, no lo dudó y se marchó con rapidez a casa de su hija Samantha, con el pretexto de ver a la pequeña Estela.
Javier, al ver marcharse a la mujer, miró a Elsa y al darse cuenta de que sonreía, no se lo pensó, soltó todo lo que tenía en las manos, se acercó a ella y la atrajo hacia sí para besarla. Primero lo hizo en la frente, luego en las mejillas y, finalmente, en la boca. Durante un rato permanecieron abrazados en medio del salón, hasta que Javier la cogió en brazos y la llevó hasta la cama, donde continuaron besándose. Elsa no quería pensar. Sólo quería disfrutar del momento. Ansiaba los besos y las caricias de Javier, como el sediento desea saciar su sed. Javier, agotado por la noche pasada pero ansioso por retozar en los brazos de Elsa, se dejó guiar por ella, que le quitó primero la camisa y luego le empezó a besar los pectorales hasta que él la atrajo hacia sí y le susurró al oído:
—Quiero que me desees tanto como yo a ti.
Al oír aquello, Elsa se excitó aún más y mirándole con pasión murmuró.
—Te deseo. Te deseo, Javier.
Al oír aquello él sonrió y comenzó a besarla con tal pasión, que Elsa sintió que le hervía la sangre. Javier la apretó contra su cuerpo y ella no dejó de besarle en el cuello. Las manos de él comenzaron un lento ascenso bajo el pijama en busca de sus pechos, hasta que los encontraron. Con delicadeza, el hombre los acarició hasta que sus suaves dedos se centraron en sus pezones. Elsa notó que su cuerpo se aceleraba al sentir aquel contacto, y se restregó contra su rígido miembro que, al sentir el roce, se tensó a punto de explotar. Desesperado y muy excitado, deseoso de entrar en ella, Javier la desnudó, mientras ella le desabrochaba la cremallera del pantalón y le acariciaba el miembro.
—Javier, Javier —gritó con voz entrecortada al sentir la húmeda y caliente boca de él succionando primero uno de sus pezones y luego el otro.
—Dime —susurró él mirándola con deseo.
—Me estás volviendo loca…
Javier sonrió y, asiéndola por las nalgas, se apretó contra ella para hacerla sentir la dureza de su deseo. Con voz entrecortada, añadió:
—Así me tienes tú a mí, preciosa.
—¡Oh, Dios! —gimió ella echándose hacia atrás mientras se apretaba más y más contra él. Aquel hombre sabía tocarla y sabía hacerlo bien. ¡Muy bien!
Al sentir cómo su mano tocaba sin ningún pudor su erección un gruñido de satisfacción surgió de la garganta de él. Con un rápido movimiento, la tumbó en la cama, quedando él encima. Sin apartar sus oscuros ojos de ella, Javier se quitó primero los pantalones y luego los calzoncillos, consciente de que ella le miraba y deseaba. Una vez desnudo, y con la respiración entrecortada, se inclinó sobre ella y la besó. En ese momento, Elsa sintió primero sobre su abdomen y luego sobre sus muslos la dureza sedosa y caliente que deseaba sentir dentro de ella. Pero Javier sacó la lengua y empezó a pasarla lentamente entre sus pechos, para seguir bajando hasta su vientre.
Elsa se estremecía de placer. Separó las piernas para permitirle un acceso total. Cuando la lengua de Javier tocó con ligereza los labios de su sexo, ella gimió gustosa. Como un lobo hambriento, tomó con su cálida boca el clítoris de Elsa y jugó con él hasta que ella aceleró sus movimientos y jadeó extasiada de placer.
Abandonaba a sus caricias, Elsa entrelazó sus dedos con el pelo de él para alzarlo y, cuando lo tuvo frente a ella, le miró con pasión y le besó. Le devoró la boca con tal morbo que éste pensó que iba a explotar. Incapaz de aguantar un segundo más, Javier se retiró y preguntó:
—¿Tienes preservativos?
Elsa, acalorada, negó con la cabeza. Llevaba tiempo sin preocuparse de esas cosas. No tenía relaciones, así que no compraba preservativos. Él, levantándose, cogió su cartera y tras sacar uno, se lo puso con maestría y rapidez ante la mirada obnubilada de ella.
—Eres preciosa —le susurró al oído. Ella, rezongona, sonrió al sentirle tan cerca.
Acoplándose de nuevo entre sus piernas, y sin necesidad de guiar su erección, se hundió lentamente en ella, hasta que Elsa volvió a gemir contra su boca, mientras el seguía besándola. Loco de deseo por la mujer que bajo él gemía y se retorcía bajo su tacto, comenzó a moverse dentro y fuera de ella, con movimientos cada vez más rápidos, más profundos, más certeros, mientras Elsa le clavaba las uñas en la espalda y jadeaba. Cuando Javier oyó el grito de placer en ella, percibió que iba a perder el control. Antes de soltar un sonido gutural y tumbarse sobre ella, se hundió hasta el fondo en su cuerpo, y se dejó llevar. Segundos después, Javier rodó hacia un lado de la cama y la tomó entre sus brazos para acercarla hacia sí. Elsa, consciente de que había sido el mejor encuentro sexual de su vida, se dejó abrazar y sonrió al oír.
—¿Crees que un «crío» como yo podría volver a repetir lo que hemos hecho?
Risueña, levantó la mirada y repuso:
—Si el «crío» me promete que será igual, sí.
Javier, aún sin aliento, asintió y, acercando su boca a la de ella, le susurró:
—Te prometo que cada vez será mejor.
Se volvieron a besar con pasión. Minutos después, aún en sus brazos, Elsa se convencía de lo que había hecho e, incluso, estaba deseosa por repetirlo. Consciente de lo que quería, le miró, y no pudo contener la risa al ver a Javier dormido. Despacio y con cuidado para no despertarle, se levantó de la cama y se vistió. Javier debía de estar agotado. Seguro que llevaba más de veinticuatro horas sin dormir.
Le miró con tranquilidad. Ante ella tenía a un hombre con un cuerpo fibroso que, más que un doctor, ahora que tenía el pelo suelto parecía un cantante de
rock
. Sin poder contenerse, le besó en los carnosos labios y, con cuidado, le retiró el pelo de la cara. Al ver lo sexy que estaba desnudo ante ella, suspiró. En ese momento sonó el teléfono. Lo cogió de la mesilla con rapidez, para que no se despertara, y salió cojeando de la habitación.
—Cariño, ¿cómo va todo? —Era su abuela.
«Uff… si yo te contara», pensó divertida. En cambio respondió:
—Bien, bien, muy bien.
—Escucha, cariño, estoy con Samantha y la niña en el hospital.
Al oír la palabra hospital, Elsa se asustó.
—¿Qué ocurre?
—No es nada grave, cielo —dijo para tranquilizarla—. La pequeña lloraba mucho y nos acercamos con ella al médico.
Apoyándose en la pared preguntó, preocupada:
—¿Qué os han dicho? ¿La niña está bien?
—Tiene un poco de infección en la orina y se quedará ingresada esta noche, en observación. —Con pesar, su abuela añadió—: Yo te llamaba para preguntarte si te las podías apañar sin mí esta noche. Me gustaría quedarme con Samantha. Mañana, después de comer si todo va bien, Clarence me llevará a tu casa. ¿Te parece?
—Por supuesto, abuela. No te preocupes, ya has visto que puedo arreglármelas sola.
—Vaya, cariño, eso me deja más tranquila —sonrió la mujer.
Tras hablar con ella un rato, se despidió y colgó. Bajó el timbre del teléfono y abrió la puerta de su habitación para observar a Javier, que dormía con tranquilidad. El que su abuela no regresara aquella noche le permitiría estar a sus anchas, en su casa, con él. Con una sonrisa pícara, cerró la puerta y, cojeando, se dirigió al salón. Allí, tras acomodarse en el espacioso sillón, introdujo el DVD que éste había llevado, una película de Nicolas Cage, y, tras coger las palomitas, se recostó con una sonrisa. Disfrutó de la película mientras pensaba en Javier y en lo que dirían Shanna y el resto de sus amigas cuando les contara lo sucedido.
Aquel día de lluvia era uno de los peores que había vivido. Shanna estaba enfadada. Tenía ese fin de semana libre. Sin embargo, Brad, un buen amigo y reportero que tenía que cubrir una noticia en Seattle, había tenido un accidente doméstico y el Canal 43, para el que ambos trabajaban, le pidió el favor de que fuera ella quien cubriera la noticia, y eso a pesar de que ella estaba especializada en asuntos del corazón. A regañadientes, viajó a Seattle. Allí debía cubrir el parto de gemelos de la gorila
Jamila
, a la que hacía años el Canal 43 había apadrinado.
—¿Éste es el hotel que nos ha pagado el canal? —preguntó Shanna, incrédula, al comprobar el estado de decrepitud de aquel alojamiento.
Su compañero Luis, el cámara que la acompañaba, tras contemplar el edificio dijo:
—Quizá esté mejor por dentro.
Al oír aquello, resopló e intentó sonreír. Pero estaba enfadada, muy, muy enfadada. Ella tenía que estar con Marlon Shiper, su pareja, en Toronto, en la fiesta de un diseñador de ropa deportiva, en vez de encontrarse en aquel cochambroso lugar. A pesar de todo, y con desgana, siguió a su compañero al interior del hotel.
Desde que terminó la carrera de periodismo, Shanna nunca había dejado de trabajar. Sin embargo, desde hacía años prestaba sus servicios al Canal 43, un canal privado de Toronto. No le pagaban mal, pero en ocasiones como aquélla, estaba tentada de presentar su currículo a otras cadenas. Ya no soportaba los continuos viajes y la frivolidad de las noticias del corazón. Ahora lo que deseaba era cubrir noticias de importancia.
En ese momento le sonó el móvil. Era Marlon Shiper, su última conquista.
—Hola, cielo —respondió Shanna con voz sensual.
—¿Sigues pensando en no hacerme caso y seguir adelante con ese trabajo tuyo? —dijo el musculitos de Marlon.
Al oír la música de fondo y su ronca voz, Shanna se sintió fatal. Ella quería estar allí con él. Sin embargo dijo:
—Lo siento. No pude negarme.
Marlon era un jugador del equipo olímpico de waterpolo de Canadá. Un rubio musculoso con mucho éxito entre las féminas que, por alguna extraña razón, parecía querer algo con Shanna. Eso le gustó. Pero no se hacía ilusiones con él. Su fama de mujeriego le precedía.
—Te estás perdiendo una fiesta increíble, caramelito —rió éste al oír cómo ella resoplaba. Odiaba que la llamara así—. Aquí hay una marcha increíble.
—Aquí también —cabeceó Shanna al entrar en el hotel.
—Me apetecía mucho estar aquí contigo —dijo el hombre en un tono de voz que a Shanna le calentó la sangre. Si algo bueno tenía Marlon, además de su atractivo físico, era lo bien que se lo montaba en la cama.
—Hummm —suspiró ella mientras Luis hablaba con el del hotel.
Marlon, al oír aquel suspiro, sonrió y con su voz grave dijo:
—Me debes una compensación, por dejarme solo esta noche.
Apartándose del mostrador Shanna dijo a media voz:
—Dentro de dos días prometo dártela.
—Eso suena muy bien —asintió Marlon mirando a una morenaza que pasaba ante él—. Bueno, caramelito, mañana hablamos. Y recuerda, te espero en tu casa y en tu cama.
—De acuerdo. —Y, entre susurros, añadió—: Sé bueno esta noche.
—Por supuesto —se despidió él.
Tras colgar, Shanna sonrió. Le gustaba que Marlon se quedara en su casa. Pero cuando volvió a la realidad y miró a su alrededor, todo le apareció patético. Si la recepción del hotel era así, no quería pensar en cómo serían las habitaciones. Sin embargo, estaba tan cansada que se conformaba con que las sábanas estuvieran limpias. Y se conformó.