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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (5 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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Shanna sonrió. Celine no tenía remedio.

—Quizá tengas razón —afirmó Rocío al recordar alguna experiencia pasada.

Pero al tocar un asunto que sabía que podía traer problemas, prosiguió:

—Sin embargo, Celine, tu vida no es muy normal que digamos. Por eso vas tan a menudo al mercado.

—¡Rocío! —le reprochó Shanna. Ése era un comentario de mal gusto.

Celine, que no se amilanaba ante nadie, dijo al ver las miradas de sus amigas volviéndose hacia la que había hecho el comentario.

—Rocío, me sorprende lo valiente que te estás volviendo con el paso de los años. —Sacó su pitillera y, sentándose en la tumbona, se encendió otro cigarro—. Aunque no lo creas, me alegro de que hayas hecho ese bonito comentario. Precisamente os quería contar algo respecto a Bernard, pero primero te contestaré a ti —dijo en tono nada conciliador, mirándola a través de sus gafas negras—. Mira, guapa, los reproches que tú o cualquiera me haga, me entran por este oído y me salen por este otro, por no decir una vulgaridad peor.

Rocío, al darse cuenta de que había metido la pata, intentó hablar.

—¡Celine! Yo no quería que te lo tomaras en serio. Estábamos riéndonos y creí que…

—¡Ahora cállate! —ordenó Celine dejándolas boquiabiertas—, y dejadme que os diga cómo veo yo vuestras vidas. —Volviéndose hacia Aída dijo—: Tu vida es casarte con un vestido maravilloso, estar guapa en tu día y llenarte de mocosos que te joroben la vida. —Luego miró a Elsa—. Tu vida se centrará en el trabajo. Desde que el idiota de Edward se casó con aquella chica asturiana, no has vuelto a ser la dulce Elsa. Despierta y date cuenta de que la vida hay que disfrutarla. Respecto a ti —le tocó el turno a Shanna—, tu vida será muy parecida a la de Aída. Sólo esperas que tu príncipe azul, llamado George O’Neill, ponga un anillito en tu precioso dedito —dijo al recordar al vecino que Shanna mencionaba en sus cartas—. Mientras tanto, vives y dejas vivir. Y en cuanto a ti, mi querida Rocío, todavía estoy por ver qué será de tu vida. No sé realmente qué te gusta ni lo que buscas. Para mí eres la más enigmática. Creo que no te conoces ni tú, y sexualmente no sé cómo definirte porque…

—¿Y tú cómo te defines sexualmente? —arremetió Elsa con dureza tras todo lo que había tenido que oír—. ¿Cómo te definimos a ti? ¿Ninfómana, guarrilla o salida mental?

—¡Elsa! —gritó Aída—. Por favor, no os habléis así.

—¡Ha empezado ella! —protestó Elsa, rabiosa por haberle recordado su episodio pasado con Edward. Aquella historia que tanto la había hecho sufrir y que se había desencadenado cuando Amalia, una conocida, había entrado en sus vidas y se había quedado embarazada de Edward. El dolor que Elsa sintió al verse traicionada por su amor fue tan grande que ella misma se había negado a recordar todo aquello.

—Me parece muy mal lo que has hecho —gritó Elsa a su amiga—. Sabes que nunca he querido hablar de aquello y tú vas y lo sueltas. Me parece cruel que pienses así de nosotras, cuando nosotras, a pesar de ser como eres, de que más de una vez nos has despreciado y de todo, te queremos. —Al ver las lágrimas en los ojos de Rocío, se enfureció más y prosiguió—. Rocío sólo estaba bromeando, pero tú no. Tú das donde más duele.

Shanna, acercándose, abrazó a Elsa. Todas conocían a Celine y sabían lo cruel que podía llegar a ser. Sin embargo, también sabían que por ellas moría.

—Venga, basta ya —dijo Shanna tras regañar con la mirada a Celine—. No sigamos por este camino. No nos conviene.

Pero Elsa, nerviosa, respondió deshaciéndose de su abrazo:

—Lo que no nos conviene es una persona como ella. ¿Por qué demonios sigue siendo mi amiga? ¿Por qué sigo queriendo tener su amistad?

Celine, que parecía no inmutarse tras sus gafas de sol, respondió:

—Eso es algo a lo que tú misma tienes que responder. Yo sé por qué vosotras sois mis amigas. Nadie me impone nada, yo elijo por mí.

Esta vez fue Rocío la que saltó y, tras sonarse la nariz con un pañuelo que le entregó Aída, dijo:

—¡Ah sí! Pues dime ¿por qué somos tus amigas? Porque, sinceramente, no lo sé. —Celine sonrió, para rabia de Rocío, que continuó—. Tú y nosotras somos diferentes. Pero no somos distintas porque nosotras lo digamos. Aquí la que siempre ha marcado las diferencias eres tú. Mírate ahí sentada, escondida tras tus carísimas gafas. No podemos ver tus ojos. En cambio, tú a nosotras nos ves aquí, delante de ti, tal como somos. Si te parecemos tan tontas, simples o poco glamurosas, dime ¿qué haces aquí?

Todas miraron a Celine, que continuaba fumando como si nada. Sólo tenía veintidós años, y, sin embargo, de ella nunca surgía nada que no fuera calculado. No era cándida, como las demás chicas, pero aquella tarde por primera vez, se vio sola frente a sus amigas. Observó con frialdad cómo ellas se abrazaban y, a pesar del dolor que sentía, respondió:

—Porque os quiero —susurró mientras fumaba como si tal cosa.

Al escucharla, Elsa abrió los ojos y, moviendo las manos ante ella, gritó:

—Prefiero que me quieras menos, si así me vas a tratar mejor.

Celine, quitándose las gafas de sol, dejó al descubierto sus glaciales ojos azules y dijo:

—Yo os quiero. Sé que no soy fácil como persona, pero también sé que os quiero mucho. Vosotras sois mi familia. Con mi madre hablo cuatro veces al año y con mi padre apenas tengo relación. En cambio, vosotras siempre estáis ahí —dijo levantándose para ir directa a Rocío—. Perdóname, Rocío. Una vez más, como muchas otras, me he pasado contigo.

Rocío, incapaz de negarle el perdón, sonrió, le dio un beso y Celine se volvió hacia Elsa.

—Sé que no te gusta que se mencione el asunto de Edward —murmuró Celine a su amiga—. Pero ya sabes que soy una estúpida y sólo te puedo pedir perdón una y mil veces.

Elsa asintió y, tras tragar el nudo de emociones que Celine le provocaba, dijo:

—No quiero que vuelvas a hablar del idiota ese.

Celine asintió y, tras abrazar a su amiga, le susurró al oído:

—Nunca más lo haré. Te lo prometo, Elsa.

Volviéndose hacia Shanna y Aída, comentó:

—Discúlpadme por la cantidad de tonterías que hago o digo cada vez que nos vemos. —Las muchachas sonrieron. Sabían del valor humano de Celine, a pesar de su frialdad.

Rocío, para hacer menos trágico el momento, dijo algo para que todas se relajaran un poco:

—Desde luego,
miarma
, una cosa sabes hacer bien: pedir perdón.

Todas sonrieron y volvieron a ser una piña.

—Cuando se es como yo y se tienen unas amigas como vosotras —dijo Celine—, o sabes pedir perdón o no te las mereces. —Y poniéndose de nuevo sus gafas de sol dijo—: Quiero contaros otra cosa respecto a Bernard. Que sepáis que ha venido a la boda porque, oficialmente, se va a divorciar de su mujer.

—¿De verdad? Pero ¿cuándo? —preguntó Aída.

—Va a empezar los trámites en cuanto volvamos a Bruselas. La semana pasada habló con su suegro, y éste entendió que la enfermedad de su hija hace imposible su matrimonio.

—¿Qué enfermedad tiene? —preguntó Elsa.

Celine, encendiéndose otro cigarro, respondió:

—Por lo visto comenzó a comportarse de una manera extraña hace años, pero como Bernard no vivía con ella, pues no le hizo mucho caso. Sin embargo, todo empeoró tras perder el bebé que esperaban.

—¿Cuándo ocurrió eso? No sabía nada —dijo Shanna.

Celine, al ver que todas se miraban buscando información, aclaró:

—Lo del bebé fue hace un año. No os lo comenté porque no era algo que me hubiera ocurrido a mí. —Las muchachas asintieron y ésta continuó—. Tras el aborto, que no ha superado, ha aflorado un brote esquizofrénico, que, al parecer, hace que se vuelva loca sin ningún motivo. Pero, tras unas pruebas médicas y varios estudios, se han dado cuenta que es una enfermedad hereditaria, de la familia de su madre. Por lo visto, esa dolencia se remonta a muchos años atrás y, por lo general, sólo las mujeres de la familia la padecen.

—¡Qué horror! —susurró Elsa.

Celine asintió y continuó:

—Su madre se suicidó cuando Priscilla tenía cuatro años. Hoy por hoy, Priscilla permanece en casa con una mujer que la cuida y le dedica las veinticuatro horas del día, pues no puede hacer vida normal.

—¡Pobrecilla! —exclamó Rocío—. ¿Cuántos años tiene?

—Veintiocho —respondió Celine, que entendía la pena que podía dar un caso así—. Y no creáis que a mí no me da lástima. Una cosa es que yo esté enamorada de Bernard y otra muy diferente que una pobre mujer de veintiocho años pierda la cabeza por una enfermedad hereditaria.

—¡Qué fuerte! —comentó Aída.

—Entonces… ¿Pronto volveremos a ir de boda? —preguntó Shanna sonriendo.

—Lo dudo. Ya sabéis que eso no va conmigo —rió Celine.

—¡Di que sí! —sonrió Rocío con picardía—. Para qué casarte con uno cuando se puede tener a muchos.

—Eh… ese comentario es más propio de mí que de ti —se carcajeó Celine.

—¿Sabéis lo que decía Mae West referente a los hombres y al matrimonio? —preguntó Elsa para ver cómo todas negaban con la cabeza—. Pues afirmaba que: por qué casarse y hacer sufrir a un solo hombre, cuando se podía hacer felices a muchos.

Tras aquel comentario, Celine empujó a Elsa al agua. Pocos segundos después, todas estaban en la piscina riendo como las buenas amigas que siempre habían sido.

5

A las cinco y veinte de la tarde, todas estaban ya vestidas. Aída lucía espectacular con su vestido de novia. Entre todas las amigas le habían regalado una pulsera de oro con una chapita que por un lado tenía grabado su nombre, Aída, y por el otro el que a ella tanto le gustaba, Amitola, que en lenguaje indio quería decir «Arco Iris».

Aída estaba radiante con aquel modelo que se le ceñía al cuerpo como un guante, mientras las chicas llevaban otros idénticos pero de distintos colores. Era una boda en la que se mezclaba lo europeo con lo norteamericano. En Estados Unidos no había padrinos como en España y en casi toda Europa. Allí se organizaba un cortejo nupcial compuesto por varios padrinos y madrinas. Lo normal era que una de ellas, que solía ser soltera, llevara el ramo, otra las arras y otra más los anillos y el lazo. En el caso de los chicos, la cosa era exactamente igual. Lo habitual era que la madrina que llevaba el ramo entrase sola a la iglesia mientras el cortejo la seguía y, tras éste, entrara la novia.

Pero como estaban en España, la boda se celebró a la usanza del país. Hubo padrino, que fue el padre de Aída, y madrina, que fue la madre de Mick.

Los nervios empezaron a aflorar a las cinco y media, cuando llegó el fotógrafo. Cecilia, la histérica madre de la novia, se tomó varias tilas. Se hicieron infinidad de fotos: la novia con el padrino, con su madre, con el hermano, la familia completa, las amigas de la novia, etcétera.

Las chicas estaban espectaculares con sus vestidos en colores pastel. Aquellos modelos los había diseñado Bárbara. Iban desde el gris perla para Elsa, el rosa palo para Shanna o el verde manzana para Celine hasta el cielo para Rocío. Habían sido confeccionados en damasco y seda y tenían un vuelo espectacular. Cecilia optó por uno en Gazzar azul marino, con un tacto suave y una caída excelente, y Anthony, como padrino de la boda, lució junto con su hijo Javier un esmoquin en color oscuro. En el cuarto de Aída reinaba una paz increíble tras la sesión de fotos. Las chicas terminaban de arreglarse mientras seguían hablando.

—¿Te has puesto lo que debe llevar toda novia? —preguntó Elsa.

—Creo que sí —respondió Aída mirándose al espejo—. En el pelo me he colocado el nácar labrado que me mandó la bisabuela Sanuye —dijo enseñando unas delicadas placas de nácar que llevaba prendidas en el recogido.

Tras alabar aquel nácar labrado, Shanna preguntó con curiosidad:

—¿A qué te referías con eso de que «si lo llevaba todo»?

—A algo azul… algo nuevo… —señalo Rocío mientras se miraba al espejo.

—Pero eso son costumbres y supersticiones, ¿no? —preguntó Celine mientras se engominaba el pelo.

—Pues las dos cosas —dijo Elsa mirando dentro de su zapato, pues algo le molestaba—. Pero, por lo general, toda novia se ocupa de que no le falte nada ese día, por si las moscas. Mirad: igual que el color blanco es símbolo de pureza y virginidad —rió al ver la cara de Celine mirando a Aída, cuyo vestido no era blanco—, se suele llevar algo azul porque significa una unión duradera o la fidelidad; algo prestado como símbolo de la amistad; algo nuevo para comenzar una nueva vida feliz y algo viejo, que representa una conexión con el pasado.

—¡Qué romántico! —exclamó Rocío—. ¿Sabes algo más de tradiciones o supersticiones?

Todas sonrieron, pues sabían que Elsa lo conocía todo sobre aquel asunto. Entre la tienda de novias de su madre y los negocios de su familia en Estados Unidos, estaba muy puesta en lo relativo a tradiciones, costumbres o supersticiones.

—Pues mira —rió Elsa—. Dicen que si el novio lleva torcida la corbata el día de la boda será infiel. —Eso provocó risas generalizadas—. Y por norma las novias se ponen a la izquierda del novio en el altar, porque se cuenta que, antiguamente, los futuros maridos querían tener la mano derecha libre para así poder defender a las doncellas.

—Oh, Dios… ¡Qué romántico! —suspiró de nuevo Rocío.

Celine, al escucharla, sonrió y, tras sentarse y encenderse un cigarro, dijo:

—Cada vez tengo más claro que por ese circo yo no pasaré.

Shanna sonrió al escucharla y, dándole un puñetazo en el hombro la regañó:

—¡Cállate, tonta! Elsa… sigue contando.

—Las perlas dicen que son lágrimas para las novias —prosiguió Elsa—. Si te casas en enero tendrás problemas económicos. Los anillos que se intercambian durante la boda simbolizan la eternidad y antiguamente, se creía que la vena que pasaba por el dedo anular iba directa al corazón. Las arras, que son trece, son los bienes que se van a compartir. El arroz que lanzamos es el símbolo de la fertilidad. Lanzar el ramo tras la boda es anunciar la de la siguiente novia. —Luego, dijo con guasa a su amiga—. Por lo tanto, tíralo al lado opuesto de donde yo esté, ¿vale?

—Lo mismo digo —asintió Celine.

—Mira que sois tontas —rió Aída, mientras Elsa proseguía.

—Llevar huevos a santa Clara o a las clarisas sirve para que el día de la boda haga buen tiempo y poner una moneda en el zapato de la novia, para atraer el dinero.

—Pues tu madre ha llevado docenas y docenas de huevos —se guaseó Celine—. Este calor en febrero, a las siete de la tarde, no es normal.

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