—Sí. Sí, lo sé —afirmó Javier, mirándola—. Recuerdo haber visto, creo que en Los Ángeles, un edificio con el logotipo de Pikers.
Elsa, feliz al hablar de su familia, asintió y dijo:
—Sí. En Los Ángeles el tío Brad dirige la empresa. Aunque es la abuela desde San Diego quien lo controla todo. ¡Menuda es! —rió al recordarla—. Las oficinas centrales están en Los Ángeles. Allí se canalizan los trabajos y se reparten dependiendo de dónde se tengan que realizar. Sé por mi tía Samantha que a veces le ha tocado viajar a México. Allí también les contratan para algún que otro evento, y hace poco hablé con ella y me dijo que tenía previsto un viaje a China o Japón, no sé bien adónde. Espero que cuenten conmigo para ese viaje. Me atrae conocer otras culturas.
—Entonces, ¿organizáis todo tipo de eventos?
—Sí. Desde una celebración de Acción de Gracias hasta una maravillosa Navidad, una estupenda boda o lo que quieras encargar. Mamá comprobó cuando llegó a España que aquí, por cultura, no se suele contratar a ninguna empresa para la organización de eventos y por eso montó la tienda y el taller de vestidos de novia Bárbara Pikers. Su propia empresa.
Como sentía curiosidad por saber de su vida, a pesar de que sonaba una canción distinta no la soltó y continuó bailando.
—¿Y qué harás en Los Ángeles?
Elsa resopló y retirándose un mechón de la frente dijo:
—Pues si te soy sincera, no lo sé. —Ambos sonrieron—. Cuando hablé con la abuela me dijo que quería que estudiase todo lo que pudiera sobre celebraciones, bodas, compromisos y demás. Ella sabe cómo soy y siempre ha dicho que yo era emprendedora, igual que ella. Además, sabe que ayudo a mi madre en la tienda y que soy una excelente relaciones públicas. Me gusta que las clientas se vayan contentas y vuelvan tras su boda, para encargarnos cualquier tipo de vestido, de noche, de cóctel, etcétera. Me encanta que la gente que viene a Bárbara Pikers se vaya satisfecha por el trato que ha recibido aquí.
—¿Sabes, Elsa? Creo que triunfarás —aseguró Javier muy convencido.
—Gracias —sonrió ella—. Pero más que triunfar, yo lo que quiero es estar contenta conmigo misma.
—Quizá podamos vernos alguna vez en Estados Unidos —soltó el chico asustándola—. Ambos estaremos en Los Ángeles.
Elsa le miró. No quería ser antipática, era el hermano de su amiga. Pero no quería nada con él, ni con nadie. Así que, tras tomar aire, respondió:
—Quizá… Pero sé que cuando llegue allí me espera un trabajo duro, y a ti igual. Vas a ser médico, no lo olvides. Además, piensa que no tendrás tiempo para nada y olvidarás muchas cosas.
—Tienes razón, ambos tendremos que trabajar duro. Sin embargo, las cosas importantes no se suelen olvidar.
Al borde del infarto, Elsa pensó qué responder mientras se acercaban hasta un gran centro de flores, donde sobresalían unas florecillas pequeñas de color azul y blanco. Javier, al ver la confusión en sus ojos, alargó la mano y cogió un pequeño ramo azul cielo.
—Toma, Elsa. Son para ti.
—Gracias —murmuró al cogerlas—. ¡Qué bonitas! Me encantan.
Javier sonrió y mirándola se perdió en sus ojos mientras le decía:
—Mi padre las hizo traer. Esta flor representa mucho para mamá y para él. —Ella, al escucharle, se sorprendió y él prosiguió—: Si recuerdas el ramo de flores que llevaba Aída, recordarás que había unas cuantas en azul.
—¿Cómo se llama esta flor? —preguntó al observar un ejemplar de cinco pétalos con el centro rosáceo.
—Myosotis palustris —respondió Javier sonriendo, mientras ella se prendía con un alfiler las flores en el vestido, justo encima del corazón.
—Mucho nombre para tan poca flor, ¿no crees?
Javier asintió y, hechizado por ella, susurró:
—Tienes razón, pero ése es su nombre científico.
Al decir aquello, Elsa le miró. Observó sus labios, y sintió el mismo deseo que él. Se sentía extrañamente atraída por Javier, algo que no le había ocurrido desde que su ex novio la dejara para casarse con la asturiana. Los ojos del muchacho le decían lo que su boca no era capaz de articular, pero su juventud, sus dieciocho años, hacían que le rechazase, a pesar de que le parecía mucho más maduro que otros a los que había conocido.
En ese momento apareció Mark, uno de los amigos de Mick, y rompió la tensión que entre ellos se había creado al pedir permiso a Javier para bailar con ella. Javier, apartando la mirada de ella, asintió y la soltó, y ella sintió una extraña sensación de euforia y tristeza pero, con rapidez, apartó los brazos del cuello de Javier, para ponerlos sobre el de Mark. Con una sonrisa, Javier se alejó y Elsa continuó bailando con Mark. A partir de ese momento, el muchacho no volvió a acercarse a Elsa. Quería que ella se acercara hasta él, pero no lo hizo. Aunque sí le sonreía, cuando las miradas de ambos coincidían y se alegró al ver que las flores azules seguían prendidas en su vestido.
—Javier es una monada, ¿verdad? —preguntó Shanna directamente a Elsa, que estaba apoyada en una mesa tomándose un refresco.
—Es un chico de veras encantador —respondió escuetamente.
Shanna, acercándose a ella, dijo con complicidad.
—¿Sabes? Creo que le gustas.
—¿Tú crees? —intentó hacerse la sorprendida.
Su amiga, divertida por cómo ella disimulaba mirando alrededor, le susurró:
—Y también creo que él te gusta.
Con rapidez, Elsa se volvió hacia su amiga, a quien encontró con una sonrisa pícara, y, tras retirarse el pelo de la cara, dijo levantando la barbilla:
—¡Anda ya!, no digas tonterías. Es un crío.
—Hablo de chispazo, no de amor eterno —aclaró Shanna—. Intuyo que entre vosotros existe ese algo inquietante. Lo percibo en vuestros ojos, en vuestras miradas.
—¿Nuestras miradas?
Shanna, cada vez más divertida por la cara de angustia de su amiga, se acercó más a ella y le indicó:
—Nos conocemos, Elsa, no intentes disimular conmigo. Ese crío, como tú lo llamas, ha despertado algo en ti que hasta hace poco estaba dormido. —Al ver que sonreía, remató—. Y no me extraña, en mí y en más de una que hay por aquí, Javier despierta muchas cosas. Si con dieciocho años es así, vaya, no quiero ni pensar cómo será con unos añitos más.
—¿Qué despierta en ti? —preguntó Elsa mientras miraba de reojo a Javier bailando con una chica de su edad.
—¡Deja de fruncir el cejo o todos se darán cuenta! —la reprendió Shanna.
—Pero ¿qué dices? —Y al decir aquello, ambas rieron. Elsa asintió. Su amiga tenía razón—. Vale… de acuerdo. El hermano de Aída me parece un chico encantador, pero de ahí a más…
—¿Sólo encantador? —preguntó Celine, que se unió a ellas con un vaso en la mano—. Para mí es un chico que tiene muchas cosas excitantes, además de encantador. Su cuerpo atlético, sus profundos ojos negros, esas manos grandes —dijo mientras todas, con descaro, le observaban—. Además, pensar en su puntito cherokee me hace imaginar estar en con él en la cama… y esa parte india suya…
—¡Celine! —gritaron a la vez Shanna y Elsa, escandalizadas.
Ésta sonrió y preguntó:
—Pero ¿por qué os escandalizáis? Javier es un muchacho alto, guapo, atlético y con unas espaldas y unos brazos que te tienen que dejar sin sentido, y no hablemos ya de su vena india. Oh, Dios… Es más, porque estoy muy enamorada de Bernard, si no, ese morenazo pasaba esta noche por mi cama y no precisamente para dormir.
—¡Dios mío! ¿Eres una «asaltacunas»? —rió Shanna al escucharla.
Celine pestañeó y bebió de su copa sin contestar.
—¡Eres tremenda! —dijo Elsa tras escuchar aquel tórrido comentario de Celine.
En ese momento llegaron Rocío y una sonriente Aída, con alguna copilla de más.
—¿Quién es una «asaltacunas»? —preguntó la andaluza.
—Pues quién va a ser —balbuceó Aída—. Celine. ¿O acaso me equivoco?
La carcajada fue general, incluida la de la propia implicada que, mirándolas, indicó:
—¡Chicas! Porque os quiero mucho y sois mis amigas, de lo contrario, os mandaba a freír espárragos por tener esos pensamientos tan reales sobre mí. Y para que lo sepas, hablábamos del guaperas de tu hermano.
—¿Quieres beneficiarte a mi hermano? —gritó Aída.
Aquel grito hizo que todas se dieran cuenta de lo borracha que estaba la novia.
—¡Calla, loca! —rió Celine al ver cómo unos invitados volvían la mirada hacia ellas—. Sólo decía que tu hermano es un chico que está muy bien.
Entonces Aída, con una risa tonta, comenzó a canturrear para sorpresa de todas.
—A mi hermano le gusta Elsaaaaaaaaaaaaaa. Él no me lo ha dichoooooooo, pero yo le conozco muy biennnnnnnnnnnnnn.
—Oh… ¡Qué sorpresa! —gritó Shanna confirmando lo que ella pensaba.
Rocío, que hasta el momento había permanecido callada, al ver que Elsa se ponía roja como un tomate preguntó:
—¿A ti te gusta su hermano?
—¡Imposible! —gritó Aída, sin dejar hablar a Elsa—. Ella considera que es un crío porque tiene cuatro años menos que ella. ¡Ja, un crío!
De pronto, Cecilia, la madre de la novia, se acercó hasta el grupo, y al ver a su hija con una copita de más se horrorizó.
—Oh… Aída. Pero ¿qué te pasa, cariño?
Al oír la voz de su madre, se colgó de ella y, para horror de la mujer, confirmó:
—Nada, mamá. Que me he casado y estoy borracha perdida.
—¡Oh, Dios mío… qué horror! —dijo la mujer llevándose la mano a la cabeza—. Chicas, rápido, sacadla de aquí y que le dé el aire.
Todas se miraron e intentaron no sonreír. La mujer, señalando hacia un lateral del salón, murmuró:
—Sí salís por ahí, a la izquierda, hay un bonito jardín con bancos. —Y empujando a su hija comentó—. Venga tesoro, venga. Tus amigas y tú os salís un poquito al fresquito de la noche. Te vendrá bien.
Empujadas por Cecilia, salieron al jardín. Se metieron por un sitio donde no había nadie y, cuando fueron a sentar a Aída en el banco, ésta se negó y se tiró en el césped, sin pensar en su vestido de novia.
—Da igual —regañó a sus amigas, que se empeñaban en hacer que se sentara en el banco—. No me lo voy a volver a poner nunca más en mi vida. Dejad que lo disfrute y me siente donde yo quiera.
—Pues también tiene razón la muchacha —dijo Celine. Las demás asintieron, sentándose junto a ella.
—Prometedme que no cambiará nada entre nosotras —pidió Aída— y que siempre estaremos juntas para lo bueno y lo malo.
Con sonrisas cómplices todas se miraron y asintieron, mientras las estrellas lucían en el cielo. Tras un silencio, fue Rocío la que habló.
—Miarma, todavía no me creo que estés casada.
Aída, tirada en el césped junto a las demás, dijo:
—Pues lo estoy, y con un chico encantador que me cuidará toda la vida.
—Toda la vida es mucho tiempo —susurró Elsa—. Pero ojalá tengas razón.
De nuevo, todas miraron las estrellas hasta que Celine se quejó.
—Qué mierda. En dos días tengo que volver a Bruselas. ¿Cuándo volveremos a estar juntas otra vez?
—No lo sé, pero debemos hacer lo posible para no separarnos —puntualizó Shanna y, volviendo su mirada hacia Celine, preguntó—: ¿Qué vas a hacer ahora, cuando vuelvas a Bruselas?
—De momento —respondió Celine exhalando el humo del cigarro que se había encendido—, seguiré trabajando en Brujas, en la empresa de publicidad. Me gusta trabajar allí.
—¿Qué haces en esa empresa, además de fumar? —preguntó Aída.
—Ocuparme de satisfacer a los clientes que nos contratan. Hace unos días tuvimos una reunión con una firma de ropa interior. Me imagino que cuando vuelva, se hablará de cómo enfocar la campaña de publicidad. Ya os contaré.
—¿Cuánto tiempo estarás en España, Shanna? —preguntó Rocío.
—Dos semanas. Así veré a mi hermana Marlene. Me apetece mucho estar con ella. Luego volveré a Canadá. Tengo una entrevista de trabajo para el Canal 43 de Toronto a final de mes.
—¡Lo conseguirás! —rió Aída—. Y yo estaré contenta de tener una amiga que va a ser presentadora en un programa de televisión.
—¡Ojalá! Pero si no lo consigo, lo seguiré intentando. De momento trabajo para un canal de televisión desconocido, aunque eso me sirve para adquirir experiencia, cosa que en el mundo de la imagen se valora. —Luego, volviéndose a Rocío, preguntó—: ¿Tú volverás otra vez a Nueva York?
—Sí. Quiero terminar los cursos que comencé en la escuela de arte dramático. Allí seguiré presentándome a castings y quizá algún día tengáis la suerte de tener una amiga que gane un Oscar. Pero si en cinco años veo que mi carrera de actriz no sale adelante, volveré a España y trabajaré como profesora de inglés en cualquier colegio.
—¿Os la imagináis junto a Tom Cruise? —bromeó Elsa.
De nuevo, todas comenzaron a reír. Aquello parecía una locura.
—Prometo ir contigo a recoger el Oscar —se ofreció Celine que, mirando a Elsa, preguntó—: ¿Y tú qué planes tienes?
—En septiembre me trasladaré a San Diego y luego a Los Ángeles. Trabajaré en Pikers.
—Siempre he sabido que terminarías trabajando con tu familia —comentó Shanna mirándola con cariño.
—Yo también, siempre lo intuí —asintió Elsa—. Quizá la sangre empresarial o trabajadora de mi abuela me empuje a mí a hacer lo mismo que ella.
—¡Genial! —aplaudió Aída—. Estoy feliz porque te tendré más cerca. Y ya verás como serás la organizadora más guapa y mejor pagada de Pikers, ya lo verás.
Todas asintieron. Conocían a Elsa y sabían el potencial de trabajo que podía ofrecer.
—Sinceramente, lo que de verdad quiero es demostrarme a mí misma que soy capaz de trabajar como lo hacen todos en mi familia.
—Yo sería incapaz, cariño —susurró Aída, que comenzó a tener frío. No había que olvidar que estaban en febrero—. Igual que tú llevas en los genes lo de ser empresaria, yo debo de llevar en los genes lo de ser una buena esposa que prepare deliciosos pasteles y tenga la casa llena de niños.
—Pues no es por desanimarte, pero siempre he oído decir que ése era uno de los trabajos más agotadores que puede haber para una mujer —dijo Celine con cariño—. Sin embargo, todas estaremos muy orgullosas de ti. Sabemos que harás los mejores pasteles del mundo y tendrás los niños más guapos y más cuidados que conozcamos.
—Me estoy empezando a congelar —susurró Rocío.
—Yo también —comentó Shanna—. Pero esperemos un poco para que Aída se despeje y a su madre no le dé un ataque.