Olvidé olvidarte (9 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

BOOK: Olvidé olvidarte
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—Dios mío. Qué bendición de Dios. ¡Otra nieta más!

En ese momento se abrió la puerta y apareció Clarence, el marido de Samantha. Un hombre alto, calvo y regordete de buen corazón, que había esperado pacientemente fuera del despacho y ya no podía esperar más. Estela, al verle asomar, dijo:

—¡Ven aquí, sinvergüenza! —Y tras abrazarle le dijo haciéndole sonreír—. Hemos venido charlando por el camino y no has sido capaz de decírmelo. ¡Mal yerno!

Elsa y Samantha empezaron a reírse. Clarence adoraba a su suegra. Gracias a ella, a su fuerza y su coraje, Samantha pudo continuar viviendo tras la pérdida de Britney.

—Querida suegra, si se me ocurre decírtelo, tu hija me mata.

—Mamita, quería decírtelo yo. —Y sonriendo añadió—: Te mentimos. Hoy no vendrá el notario porque no hay nada que firmar. Pero lo que sí vas a hacer es quedarte unos días conmigo en casa. Necesito que estés aquí para que me ayudes a encargarme de todo lo que tengo que preparar para la pequeña Estela.

—¡Estela! ¿Se va a llamar como yo?

—Un nombre maravilloso, abuela —añadió Elsa emocionada, quitándose con un pañuelo unas lágrimas furtivas que habían escapado de sus ojos.

Su tía y su abuela se abrazaban y hablaban sobre aquel grandioso regalo inesperado que la vida había puesto en sus vidas.

Dos días después, Elsa estaba en un avión rumbo a Chicago. Junto a ella viajaba Tony Santos, su colaborador. Juntos habían empezado la aventura hacía diez años, cuando ella llego a Los Ángeles. Nunca olvidaría su primer día en la ciudad. Cuando llegó al edificio donde su familia trabajaba y se sentó en la mesa de su nuevo despacho. Su abuela y su tío se sentaron frente a ella y escucharon lo que ésta podía aportar a la empresa. Luego fue ella quien escuchó. Desde el primer momento, su abuela y su tío Robert presintieron que Elsa podría ser una estupenda coordinadora para cualquier tipo de eventos, pero quizá por el trabajo realizado con su madre en España, iba a ser una estupenda coordinadora de bodas.

Una vez que ella aceptó el trabajo, le pusieron encima de su mesa varios currículos de personas que se ofrecían para distintos puestos de trabajo. Minutos después, su abuela y su tío la dejaron sola en aquel despacho. Entonces, ella se puso a mirar uno por uno los currículos. Era su primera decisión. Tras estudiarlos, optó por entrevistar a varios candidatos.

La primera candidata fue una chica de Los Ángeles. Pero cuando la vio entrar en su despacho, algo en ella le advirtió de que aquella joven Barbie de pequeña minifalda y pechos exuberantes no se adaptaría a lo que estaba buscando. El siguiente fue un hombre de Phoenix, que le pareció excesivamente tranquilo para el trabajo. La chica de Philadelpia le gustó, pero estaba separada, era madre de tres hijos y no tenía disponibilidad para viajar y, con todo el dolor de su corazón, la tuvo que descartar. Otro que acabó igual fue un chico de Sacramento que llegó con
piercing
en la ceja y en la nariz, y con pocas ganas de trabajar. Pero cuando Tony, un chico de Puerto Rico, entró con su traje azul impecable y bien planchado, y su camisa blanca, todo comenzó a encajar.

A Elsa le gustaron el color tostado de su piel, sus grandes ojos negros, su expresividad y su dulce forma de comunicarse. Tras aquella primera entrevista, concertó una segunda en la que Elsa se fijó en que Tony acudía con el mismo traje. Su dinero no le daba para tener más de uno. Además, durante la reunión Tony le indicó que era gay. Elsa se sorprendió, pues no lo había preguntado, y le aclaró que ella buscaba alguien competente para el trabajo. Tony había llegado de Puerto Rico y necesitaba una oportunidad como aquélla. Y así fue como ambos comenzaron a trabajar en Pickers con el mismo empeño y las mismas ganas de demostrarle a todos que eran un buen equipo.

Y Elsa acertó. Tony y ella, desde el primer día, formaron un dúo excepcional. Lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría al otro. Y fueron muchas las felicitaciones recibidas en todos aquellos años.

—Mira, ¿qué te parece? —dijo Tony, sentado junto a ella en el avión, enseñándole su nuevo móvil.

Elsa lo tomó en sus manos y, tras observarlo, pues le encantaban las últimas tecnologías, respondió:

—Es chulísimo. ¡Me encanta!

—Es un regalo de Conrad. —Ella asintió—. Me dijo que así, mientras estoy de viaje, le puedo mandar bonitas fotos de los lugares adonde vamos.

Con complicidad, Elsa apoyó su cabeza en el hombro de Tony.

—¿Sabes? Conrad me parece un tipo excepcional, me cae muy bien. Te trata como ninguno lo ha hecho antes y creo que vuestra historia puede ser estupenda.

Tras suspirar feliz, Tony se guardó el móvil en el bolsillo de su camisa Ralph Lauren.

—Yo también lo creo. Anoche me propuso que nos fueramos a vivir juntos en su casa. No le contesté, le dije que me lo pensaría. —Elsa le miró—. Pero ya sabes lo que pienso sobre dejar mi casa. Lo hice una vez, pero no creo que lo haga dos.

La última relación que Tony había tenido había sido con un inglés llamado John. Se había roto tras dos años de convivencia, y, al final, Tony se había quedado sin casa. Hasta que encontró un lugar decente donde vivir, Elsa, le acogió en la suya. Fue agradable para los dos.

—¿En serio?

—Totalmente en serio —respondió mirándola a los ojos—. Le dije que, cuando volviera de este viaje, hablaríamos de nuevo.

—Creo que haces bien pensándotelo, aunque creo que Conrad no es John.

Tony asintió. Conrad y John no podían ser más diferentes.

—Eso ya lo sé, pero…

—¿Sabes? —le interrumpió Elsa—. No creo que porque una vez te saliera mal con un idiota debas tener miedo. Además, Conrad está loquito por ti. —Al ver cómo la miraba, con una sonrisa, preguntó—: ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?

—Un año, tres meses y once días —respondió Tony.

—¿Y cuánto hace que pasó lo de John?

—Cuatro años o más.

Elsa, apoyándose de nuevo en su hombro, dijo:

—Vamos a ver, Tony, ¿no crees que ha llegado la hora de que te des otra oportunidad? —Él suspiró—. Inténtalo de nuevo. Un tipo como Conrad no aparece todos los días. Piénsalo. Él es un tío atractivo, abogado, y que está coladito por ti —rió con satisfacción al ver la felicidad de Tony—. Además, si algo sale mal, sabes que mi casa siempre estará ahí.

—Ya lo sé, reina —asintió él—. Como tú dices, tipos tan maravillosos como Conrad no se encuentran todos los días. —Y dándole un coscorrón, indicó—: Tú podrías aplicarte también el cuento, ¿no te parece?

—¿Referente a qué? —rió ésta tocándose la cabeza.

—Pues referente a que los hombres existen, reina. Hay hombres bajos, altos, guapos, feos, musculosos, sin músculos, rubios, morenos, con dinero, sin dinero, con …

—Basta… Basta ya, por favor —se carcajeó Elsa.

—¿Qué pasó con el tío aquel tan estupendo con el que saliste a cenar hace dos días?

Al oír aquello, Elsa suspiró y puso los ojos en blanco.

—¿Alfred? —Él asintió—. Menudo sinvergüenza. Estaba casado —Tony se sorprendió—, y me enteré porque cuando estábamos cenando le sonó el móvil. Era su mujer. A su hija la estaban operando de apendicitis.

—Pero ¿qué me estás contando? ¡Qué metedura de pata! —rió Tony.

—Pues sí. Una enorme y tremenda metedura de pata.

—Reina, escúchame. Si quieres que yo me dé una oportunidad, dátela tú a ti.

Elsa se acurrucó junto a él y sonrió antes de responder.

—Ya me la daré. Pero tras lo del idiota de Alfred, no me apetece. ¿Por qué seréis los tíos tan mentirosos?

—No todos lo somos —corrigió Tony—. Pero qué papelón lo de Alfred.

—Pues sí, fue un papelón —sonrió al recordar su cara—. Se puso tan nervioso que fue incapaz de inventar algo y, de momento, he decidido que el único que ocupa mi corazón es
Spidercan
.

—¡Dios santo, Elsa! Cualquiera que te oiga pensará que te gusta la zoofilia.

—¡No seas bruto! —dijo dándole un puñetazo—. Adoro a
Spidercan
. Además, recuerda quién me lo regaló hace unos años por Navidad.

—Mmmm… no pude resistirme. Cuando pasé por aquella tienda de animales y lo vi solo, con esos ojos tristes y esas orejas grandes, no sé por qué, pero me recordó a ti.

—¿Me estás llamando orejotas?

Al escucharla y ver su gesto de niña mala comenzó a reír y recordó aquella mañana de Navidad, cuando todavía compartían casa. Tony dejó bajo el árbol una caja que no paraba de moverse. Elsa, con rapidez, se lanzó hacia ella y su cara de sorpresa fue mayúscula cuando, al abrir la tapa, salió disparado un cachorro marrón claro de cooker español que, subiéndosele a los hombros, comenzó a lamerle la cara

—¿Recuerdas cómo se subió a tu cabeza cuando abriste la caja?

Elsa sonrió. Aquel recuerdo siempre estaría en su memoria.

—Por supuesto. Por eso se llama
Spidercan
, porque trepa como las arañas.

—Lo has dejado con Samantha, ¿verdad?

—Oh, sí. Adora a mi tía y allí le tratan como a un rey mientras yo estoy de viaje. —Mirándose el reloj preguntó—. ¿A qué hora quedaste con los del
catering
?

Con rapidez, Tony abrió su agenda:

—A las cuatro y media. A las cinco con los de las flores y a las seis tenemos el ensayo general de la boda —dijo.

Elsa asintió, y ambos comenzaron a hablar de trabajo.

La tarde en Chicago fue un verdadero torbellino. Las familias se ponían excesivamente nerviosas en las bodas y colaboraban poco. El primer problema se presentó cuando se supo que el padre de la novia, que la iba a acompañar hasta el altar, se había roto una pierna. Con rapidez, la novia decidió que su hermano Alan lo hiciera en su lugar. A partir de ese momento, Tony se puso en acción para conseguirle un traje parecido al que estaba preparado para el padre. El segundo surgió por culpa del juez de paz. Se presentó achispado al ensayo general y la madre del novio se negó a asistir a la boda si ese juez era el que iba a dirigirla. Sin esperar un segundo, y acostumbrados a los imprevistos, Elsa y Tony buscaron a otro. Sin embargo, por la noche, cuando llegaron al hotel, estaban exhaustos. Y mientras se quedaban dormidos, rezaban porque al día siguiente, el día de la boda, todo fuera mejor que durante el ensayo.

A la mañana siguiente, desde las ocho de la mañana, Tony y Elsa trabajaron sin descanso. La boda se celebraba en el jardín trasero de la casa de la novia. Primero llegaron los del
catering
, y comenzaron a montar las mesas redondas en aquel cuidado jardín. Tony se encargaba de la distribución de mesas, mientras Elsa daba órdenes sobre dónde poner los grandes centros florales y tranquilizaba a la madre de la novia. En el altar donde horas más tarde se casarían, Donna y Kevin, de la floristería contratada por Elsa, organizaban el helecho y las orquídeas blancas. Sobre las doce llegó el equipo de peluquería y maquillaje, que se encargaría de la novia y sus damas de honor.

Tras varias latas de Coca-Cola, a la una apareció Fanny Carmichael, amiga de Elsa y famosa diseñadora que había sido la encargada de crear el traje de la novia y las de las damas de honor, que fue recibida por las chicas con aplausos. Tony y Elsa sonrieron. El que la diseñadora se presentara en casa de la clienta no fallaba nunca. Donna, la novia, se puso su vestido de crepé de corte princesa. Era una novia clásica que quería una boda clásica.

Meses antes, poner de acuerdo a todas las madrinas no había resultado tarea fácil. Unas querían ir de azul celeste y otras de rosa palo. Al final, ante la falta de cooperación por parte de las damas, Elsa optó, siempre con el consentimiento de Donna, por un color intermedio. Ni azul, ni rosa. Irían de naranja suave, lo que pareció agradar a todas. Con los padrinos no hubo ningún problema. Ellos acataron rápidamente lo que Elsa les indicó.

De pronto y como ocurría en la mayoría de las ocasiones, todo empezó a cuadrar. Las mesas estaban distribuidas tal y como tenían dibujado en sus papeles, las flores ocupaban sus lugares correspondientes en las mesas y en el altar y la novia disfrutaba de su día. A las tres y media de la tarde llegaron los músicos, quienes comenzaron a afinar sus instrumentos de cuerda y viento. Media hora después, se les oía tocar una sinfonía de Vivaldi muy agradable y relajante. A las cuatro de la tarde, la novia y las damas de honor, vestidas y nerviosas, eran entretenidas por el fotógrafo contratado. Elsa no quería que ningún familiar se quedara sin su foto.

El
catering
llegó y todo fue trasladado a la cocina de la casa. Expertos cocineros y camareros que se encargarían de que las cosas salieron bien. A las cinco y veinte de la tarde comenzaron a llegar los invitados y a las seis menos cuarto Kevin, el novio, junto a sus amigos esperaba sudoroso al lado al altar. A las seis y cinco hizo su aparición la primera dama de honor portadora del ramo de la novia. Detrás, y por parejas, llegaron las madrinas y los padrinos con el lazo, los anillos, las arras, etcétera. Eso sí, siempre manteniendo la distancia de separación entre las parejas como el día anterior les había marcado Tony. Y al final del cortejo apareció una radiante Donna, con su precioso traje y del brazo de su hermano, que al ver al novio, sonrió. Minutos después, los contrayentes se juraban amor eterno.

—¡Dios mío! —suspiró Tony tres horas más tarde mientras tomaba una copa de champán en la cocina—. No puedo creer que esto acabe por fin.

Elsa le miro y sonrió. A pesar de que todo solía salir bien, coordinar una boda nunca era fácil. El más mínimo error podía echar a perder el día más importante de los novios. Pero con una sonrisa asintió y dijo:

—Sólo queda que corten la tarta y empiece el baile. Por cierto, ¿ha llegado ya el grupo que tiene que tocar tras el banquete?

—Sí, están vistiéndose en el piso de arriba —respondió Tony mientras masticaba un canapé de salmón.

Al escuchar aquello, Elsa se relajó y cogiendo una copa de champán murmuró:

—Pues entonces, amigo mío, esto ya está casi terminado. Ahora sólo nos queda disfrutar.

Tras el maravilloso banquete en que todo funcionó a la perfección, Tony y Elsa regresaron al hotel, destrozados.

El teléfono de su mesa sonaba cuando Elsa entró en su despacho. Era Celine.

—¡Ya era hora, guapa! —dijo Elsa al oír su voz.

Celine, que seguía viviendo en Bruselas, respondió:

—Otra con lo mismo. Pero ¿no os dais cuenta de que yo trabajo?

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