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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Olvidé olvidarte (30 page)

BOOK: Olvidé olvidarte
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—Te lo prometo. —Y sonriendo dijo—: Este viaje me ha hecho darme cuenta de lo maravillosas que sois vosotras y de que sin Marco no voy a poder vivir.

Diez minutos después, tras terminar sus congeladas hamburguesas, Rocío comentó:

—Creo que debemos continuar. Elsa nos matará como se le enfríe la
pizza
congelada que estoy segura que nos va a preparar. —Y poniendo los ojos en blanco, añadió—: ¡Otra que no ve que el amor de su vida está delante de sus narices!

Dispuesta a hacérselo ver a su amiga, Celine arrancó el coche y dijo:

—Pues tendremos que hacer que se dé cuenta.

—¡Virgencita! La que se va a armar esta noche. ¡Otra noche sin dormir! —rió Rocío haciéndola sonreír mientras proseguían su viaje.

33

Aquella noche en Los Ángeles, Elsa hablaba tranquilamente por teléfono con Aída. Como siempre, ésta estaba histérica ante un evento, en este caso la comunión de las niñas.

—¿Mañana iréis directamente a la iglesia?

—Creo que será lo mejor —respondió Elsa que hablaba con el manos libres mientras se pintaba las uñas—. Me imagino que las chicas llegarán cansadas y que lo mejor será ir directas. Por cierto, ¿han llegado ya tus padres de España?

—Sí. Ayer Javier fue a buscarles al aeropuerto, y por la noche llegaron también los abuelos Patrick y Aiyana. Por cierto, la bisabuela Sanuye me ha dado recuerdos para ti. Dijo que esperaba tu grata visita alguna vez en su casa.

Oír aquel nombre hizo que a Elsa le diera un brinco el corazón.

—Agradezco la invitación. Espero ir contigo y disculparme por lo borde que estuve el día que nos marchamos de allí.

Preocupada por su amiga, Aída preguntó:

—Elsa, ¿crees que mañana estarás bien?

Sin pensarlo mucho, pues no quería pensar, respondió:

—Por supuesto que sí. Por mis niñas ya sabes que yo hago lo que sea. Y por cierto, si me preguntas eso porque tu hermano irá acompañado por otra mujer, no te preocupes, lo superaré.

—¡No digas tonterías! Javier no acudirá acompañado. No hagas caso de lo que las niñas te digan. Para ellas cualquier amiga de Javier es una novia.

Elsa llevaba varios días sin dormir. Pensar que durante unas horas ella y Javier se verían las caras la estaba matando. Sin embargo, para cambiar de tema, comentó:

—Anoche hablé con Shanna. Me dijo que Maui es una maravilla y que tenemos que organizar unas vacaciones todos juntos con los niños.

—¡Qué divertido! Serían unas vacaciones geniales, sobre todo para mis cuatro niños —dijo tocándose su abultada tripa con amor—. Oye, ¿y qué tal la luna de miel?

—Se lo están pasando estupendamente y sienten un montón no poder asistir a la comunión —mintió Elsa. Shanna quería darle una sorpresa. Por nada del mundo se perdería la comunión de aquellas pequeñas.

—Ya le dije que no se preocupase. Una no está de luna de miel todos los días.

Tras sonreír, Elsa preguntó:

—Y tú ¿cómo estás?

—Pues bien, a pesar de estar como un globo hinchable —sonrió al verse reflejada en el espejo—. Pero algo cansada de aguantar a mi madre, y eso que llegó ayer. Me está volviendo loca con lo de Mick. Según ella, es una locura todo lo que estoy haciendo con la separación.

—Aída, cariño, sobre lo que piensa tu madre… —comenzó a decir Elsa.

—No te preocupes —la interrumpió su amiga—, sé responderle bien. Mick y yo estamos haciendo las cosas de manera amistosa, sobre todo por los niños. Nunca volveremos a ser los mejores amigos, pero sí los mejores padres para nuestros hijos. Yo estoy bien y tranquila. Por primera vez elijo qué hacer con mi vida y te puedo asegurar que me encuentro con mucha fuerza, porque sé que lo que estoy haciendo será bueno para todos.

—Me gusta escucharte hablar así —añadió Elsa orgullosa.

—Ésta es mi vida, Elsa, y he decidido vivirla. Mañana Mick acudirá acompañado de su familia, y espero que mis niñas tengan una comunión invernal tranquila y como Dios manda.

—Seguro que sí —sonrió Elsa.

Tras despedirse y quedar para el día siguiente, Aída volvió al cuidado de sus hijos, y Elsa continuó pintándose tranquilamente las uñas, hasta que sonó otra vez el teléfono. Era su abuela Estela.

—Hola, cariño mío.

—¡Abuela! ¡Qué sorpresa! —sonrió dispuesta a escuchar lo que diría a continuación.

—¡Sorpresa! —la regañó—. ¿Te parece bonito que lleves sin llamarme tres semanas?

—Abuela, perdona, pero es que…

—Ni es que, ni nada —gruñó Estela entre risas al advertir el desconcierto de su nieta. Suavizando la voz, comentó—: Espero que por lo menos estés ocupada en algo que no sea únicamente el trabajo o me enfadaré.

—Por supuesto, abuela —suspiró, dispuesta a no hablar de Javier.

—¿Tienes comida en la nevera o tengo que ir yo a llenártela?

—Abuela, tengo cosas en la nevera —mintió al recordar que sólo guardaba allí Coca-Colas, huevos y alguna
pizza
congelada para cuando llegaran las chicas—. No te preocupes, abuela, como bien.

—Dentro de unos días estaré en Los Ángeles. Necesito ver a mi pequeña Estela.

—Está preciosa, abuela —sonrió al recordarla—. Hace dos días estuve cenando en casa de la tía y la pequeñaja está para comérsela. Por cierto, ¿adivina quién estuvo cenando con nosotros?

—¿El doctor Thorton? ¿Ese chico tan guapo y que te conviene? —preguntó esperanzada.

Elsa maldijo entre dientes y contestó:

—No, abuela. Joanna, la amiga de la tía.

—¿La loca esa? —rió al recordar—. ¿Y cómo está?

—Cuando la veas te partirás de risa. Ahora parece más joven que yo —se carcajeó al recordarla—. Se ha hecho una lipoescultura, se ha quitado las ojeras de los ojos y se ha redondeado la barbilla.

—¡Dios mío! —gritó la anciana—. ¿Tú crees que esa mujer es una amiga recomendable para Samantha? Cualquier día la convence y Samantha se nos hace algo.

—Tranquila, abuela. La tía está muy contenta como es —contestó al pensar en ella. La maternidad casi a los cincuenta le había sentado de maravilla.

—Bueno, cariño, te dejo —se despidió la mujer—. Recuerda que dentro de unos días estaré allí y quiero verte.

—De acuerdo, abuela. Te quiero.

34

Lejos de la tranquilidad de la casa de Elsa, el sonido de las ambulancias llenaba el ambiente. Un grave accidente se había producido en la autopista 101. El conductor se había quedado dormido al volante y eso había producido un choque en cadena. Los bomberos trabajaban para intentar sacar a las personas que se habían quedado atrapadas entre los coches, y los médicos atendían a las víctimas tan rápido como podían.

—Virgencita, ¿qué ha pasado? —susurró Rocío tras el impacto, el ruido y el silencio posterior. Estaban boca abajo—. Ay, Dios, Celine, ¡tienes sangre en la cara!

Celine intentó moverse, pero no pudo.

—Tranquila, estoy bien, ¿y tú? —murmuró.

—Me duele la pierna. Creo que la tengo enganchada en algo y no la puedo sacar.

—¡Ay, Dios mío! —casi gritó Celine al oír aquello.

—Pero no te preocupes, estoy oyendo las sirenas de una ambulancia. Seguro que nos sacan de aquí en un pispás. —Rocío intentaba ser positiva a pesar del agobio que sentía.

—El cachorro, Rocío, ¿dónde está el cachorro? —preguntó Celine, asustada. Su mente revivía el momento en que vio cómo los coches de delante chocaban entre sí y ella no podía frenar.

—No lo sé, Celine, no puedo moverme, pero tranquila, seguro que no andará muy lejos —pensó Rocío mientras imaginaba que lo habría aplastado.

En ese momento se oyó la explosión. Fue uno de los coches cercanos. La onda expansiva movió el vehículo en que se encontraban ellas y Rocío gritó al sentir un fuerte dolor en el costado y un golpe en la cabeza. En ese instante, ambas se quedaron sin palabras. Se veían atrapadas y sin poder hacer nada. Segundos después oyeron una voz masculina que les hablaba.

—¡Tranquilas, señoritas! Ya estamos aquí y vamos a sacarlas de ese incómodo coche.

Rocío, que tenía un fuerte golpe en la cabeza, intentó sonreír. La voz de aquel hombre sonaba cerca. Le oía dar órdenes. Moviendo un poco el cuello, vio unas sombras que metían sus cuerpos entre el amasijo de hierros para ver cómo estaba el coche por dentro. De pronto, aquel hombre volvió a hablar.

—Soy Kevin Dangelo, jefe de bomberos, y él es Patrick, el excepcional médico que os va a atender. Decidme cómo os encontráis.

—Mal —susurró sin fuerzas Celine.

—Hola, Kevin —murmuró Rocío—. Ella es Celine y yo soy Rocío, y me encuentro como si toda una manada de elefantes africanos me hubiera pasado por encima.

Aquel comentario llamó la atención del hombre que sonrió y, sin parar de trabajar, dijo:

—Pues permíteme decirte que para haberte pasado por encima una manada de elefantes africanos yo te veo muy bien.

Ambos sonrieron y Rocío continuó:

—Ella no se puede mover y sangra mucho por la cabeza. Yo debo de tener la pierna enganchada en algo y me duele el costado. He intentado abrir las puertas, pero no puedo y un coche cercano ha explotado y… —susurró comenzando a sollozar, mientras Patrick, el médico, con la ayuda de Kevin, les ponía unos collarines a ambas.

—No llores, Rocío —dijo el bombero tocándole la mejilla ensangrentada—. Por la explosión no te preocupes, mis compañeros tienen controlado el fuego. Ahora Steven y Garet, dos de mis hombres, cortarán con una sierra los hierros para poder sacaros de aquí.

Pero Rocío estaba asustada y no podía parar de llorar.

—No llores, Rocío, o conseguirás que me asuste —murmuró Celine, que en ese momento perdió el conocimiento. Con eso, Rocío se asustó todavía más.

El bombero, al ver que ésta intentaba moverse para tocar a su amiga, la sujetó de las manos y dijo:

—Vamos a ver, tranquilízate. Tu amiga sólo se ha desmayado. ¿Vale? —Ella asintió y dejó de llorar—. Ahora voy a taparos con estas mantas para que podamos cortar los hierros con las sierras. Estas mantas os protegerán de las chispas que se desprenderán al cortar. Por el ruido no te preocupes, nosotros estamos aquí y no nos vamos a mover hasta que no os saquemos.

—Estoy asustada ¡qué digo asustada! ¡Me va a dar un infarto de un momento a otro! —comentó Rocío al sentir el calor que desprendía el coche que había saltado por los aires—. Ay, Dios mío… Tengo miedo de que nos quememos. Por favor, hacedlo deprisa o te juro que yo me muero aquí.

El desparpajo de aquella mujercita, a pesar de estar herida, le atrajo. Tras decirle algo a sus compañeros, Kevin dijo tirándose de nuevo al suelo para hablar con ella:

—Tengo una idea. Me quedaré aquí contigo charlando bajo las mantas mientras ellos trabajan. Para algo soy el jefe, ¿no crees? —Ese comentario hizo sonreír a Rocío, que le agradeció aquel gesto y, como si la conociera de toda la vida, le agarró de la mano mientras seguía hablando.

—Gracias, gracias, gracias. Te juro que cuando salga de aquí,
miarma
, te haré el favor que tú quieras, por tu amabilidad.

En ese momento, un ruido tremendo de sierras comenzó a sonar.

—De nada, es mi trabajo. —Al ver que ella se encogía y temblaba, apretó su mano y ella, de nuevo, sonrió.

Rocío y Celine, junto a Kevin, quedaron cubiertas por unas grandes mantas ignífugas. Mientras, tres bomberos cortaban los hierros del coche para sacarlas de allí. Rocío miró a aquel bombero mientras le castañeaban los dientes. Su cuerpo empezaba a quedarse frío y Kevin, que no podía hacer nada, veía cómo la muchacha perdía fuerzas y color en la cara por momentos.

—No te preocupes, esto terminará pronto. Mis muchachos son los mejores en su trabajo. En seguida te haremos entrar en calor —dijo él, inquieto porque sus hombres terminaran. Por cierto, tu acento ¿de dónde es?

—España. Soy española.

—Vaya, estuve allí hace años y me encantó vuestra tortilla de patata.

—Y seguro que sabes decir «olé», ¿verdad? —Él sonrió—. Celine está muy quieta —murmuró ella con pocas fuerzas.

—Es normal, se ha desmayado —añadió él, mientras sacaba una mano por la manta y les pedía a sus hombres que se dieran prisa. Por el color de las caras de aquellas chicas, podía decir que estaban empeorando—. Te prometo que en dos minutos estaréis fuera del coche. Ya tengo a varios médicos esperando para atenderos, y ya que sé que eres española, algún día me tendrás que invitar a comer tortilla de patata. Yo prometo decir entre bocado y bocado «olé».

Apenas sin fuerzas, Rocío sonrió, justo en el momento en que quitaron las mantas y con mucho cuidado sacaron a Celine, que seguía inconsciente. Segundos después, Kevin sacó a Rocío y ayudó al médico a ponerla en una camilla. Acto seguido se dio la vuelta para seguir ayudando a otras personas.

—¡Kevin, Kevin! Por favor —gritó como pudo Rocío llamando la atención del bombero que había estado a su lado durante aquellos momentos.

—¿Dime? —preguntó éste volviendo a su lado.

—Por favor, que nos lleven al mismo hospital. —El de la ambulancia asintió—. Y una cosa más, llevábamos un cachorro de perro con nosotras. ¿Lo habéis encontrado?

—Nos tenemos que ir —dijo el médico que las atendía—. Debemos llegar cuanto antes al hospital.

Kevin, tras cruzar una mirada de alerta con el médico, dijo a la muchacha:

—No he visto ningún cachorro, pero no te preocupes, ahora volveré al coche y lo buscaré. —Luego dándole un cariñoso apretón en la mano, dijo para infundirle fuerza—. Espero que tú y tu amiga os pongáis bien, y si encuentro al cachorro, os lo haré llegar.

—Gracias por todo —susurró Rocío antes de que se cerraran las puertas de la ambulancia y ella volviera a llorar.

35

Elsa estaba intranquila. Eran casi las once de la noche y no tenía noticias de las chicas. Las llamó a sus respectivos móviles, pero el mensaje era siempre que estaban apagados o fuera de cobertura. En ese momento, sonó el teléfono. Era Aída.

—Elsa, me acaba de llamar Javier. Han llevado a Celine y Rocío al hospital.

—¿Qué? —preguntó Elsa—. ¿Qué dices?

Histérica, Aída relató:

—Ha habido un accidente en la carretera de entrada a Los Ángeles, con muchos heridos. Gracias a Dios, las chicas están en el hospital donde Javier trabaja. Me acaba de llamar para decirme que ambas están allí.

Levantándose con rapidez del sillón, Elsa dijo:

—Ahora mismo voy para allá.

—Te veré allí. Mamá se quedará con los niños y papá me acompañará.

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