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Authors: Eva P. Valencia

Otoño en Manhattan (5 page)

BOOK: Otoño en Manhattan
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Capítulo 6

 

Gabriel regresó a su despacho; tenía mucho trabajo
pendiente por acabar. Caminó a través del pasillo pensando inevitablemente en
Jessica, en la mujer de hielo que se había mostrado vulnerable ante sus ojos,
permitiendo asomar la imagen de una mujer mucho más frágil e incluso por qué no
decirlo, mucho más humana.

Entró y se sentó.

Entrelazó sus dedos colocándoselos por detrás de la nuca y
se recostó hacia atrás, haciendo balancear levemente la silla.

De repente, escuchó el sonido de un mensaje entrante en la
bandeja de su móvil. Miró la pantalla y comprobó que era de su colega Eric:

 

“Esta noche te recojo a eso de las diez,

iremos a cenar con la morena del tatuaje

y con su amiga la brasileña”

 

Gabriel sonrió zarandeando la cabeza a la vez que escribía
la respuesta:

 

“Recuérdame que les pregunte cómo se llaman,

ya que tú por lo visto no lo sabes”

 

Esperó el mensaje de vuelta:

 

“Pero, ¿Desde cuándo importa el nombre,

si solo me las voy a tirar?

Ja, ja, ja…”

 

Gabriel como era obvio, no esperaba otra respuesta viniendo
de él. Se echó a reír y luego le envió un último mensaje confirmando la
hora. 

 

La mañana fue transcurriendo sin grandes cambios. Alrededor
de las once Gabriel se acercó a recepción a por su dosis diaria de café.

Alexia al verle, se incorporó, cogió dos tazas y encendió
la máquina
Expresso
.

Hoy se había recogido la melena pelirroja en un moño alto,
dejando al descubierto su nuca y una bonita y perfecta piel nívea. Se había
arreglado más que de costumbre, luciendo su figura con un elegante vestido
ligeramente entallado, de escote en forma de pico y de alegre estampado en
tonos tierra.

Alexia no se consideraba una chica especialmente atractiva
para los hombres. Aunque estaba orgullosa de poseer un carácter afable y
tranquilo. Solía mantener la templanza en cada situación, a excepción de con
individuos como Gabriel que en ocasiones solían mermarla.

—Gracias, ¿qué haría yo sin tus cafés a media mañana…?
—Cogió la taza llevándosela a la nariz para oler mejor el aroma del café—. Por
cierto, ese recogido te sienta muy bien —añadió sorbiendo y siendo partícipe de
cómo se ruborizaba lentamente mientras enredaba un mechón de pelo en su dedo.

De repente, se abrió la puerta de uno de los despachos. De
su interior aparecieron dos hombres, uno de ellos con acento londinense.

El más mayor tenía cuarenta y cinco años. De cabellos
grises, tez morena y pequeños ojos negros. Era alto y muy delgado. Vestía con
un traje gris, una camisa blanca y una corbata negra.

El más joven debería rondar los treinta y cinco. Tenía el
cabello muy oscuro, los ojos grandes y marrones. Labios perfilados y un hoyuelo
en el mentón. Una perfecta mandíbula cuadrada y un cuerpo armonioso y atlético.
Era muy alto y vestía al igual que su compañero, un traje negro, una camisa
blanca y una corbata negra.

Ambos se acercaron hasta Alexia y Gabriel.

—Alexia, tesoro... —dijo el más joven—, dile a Jessica que
hemos vuelto de Londres, algo antes de lo previsto, pero que tenemos que darle buenas
noticias.

—Jessica ha tenido que salir, pero le dejo una nota —añadió
anotándolo en un Póst-it de color amarillo.

El hombre más mayor miró a Gabriel de arriba abajo
deduciendo que él debía ser el nuevo fichaje que todos estaban esperando. Así que
se acercó un poco más y se presentó tendiéndole la mano.

—Yo soy Richard, supongo que tú debes ser el famoso Gabriel
Gómez de Barcelona —aseveró con un deje algo grosero en su timbre de voz.

Gabriel enarcó una ceja y le devolvió la mirada sin
amilanarse. Su suspicacia no le impresionaba. Aunque no era de extrañar que
Gabriel levantara envidias, a sus treinta años había cosechado más logros que
quizás todos los que Richard llegase a conseguir a lo largo de toda su vida.

El más joven que ya conocía el hiriente y ofensivo carácter
de su compañero Richard, intervino relajando la tensión del ambiente. Se colocó
estratégicamente entre ambos y disimuló presentándose también.

—Bienvenido Gabriel, yo soy Frank Evans—le estrechó la
mano.

—Gracias —contestó Gabriel.

—Me han hablado maravillas de tus proyectos —sonrió Frank
con amabilidad— y estoy deseando trabajar codo con codo a tu lado. Espero
aprender mucho de ti.

—Lo mismo digo. Jessica me ha comentado que trabajaremos
juntos en el proyecto
Kramer
.

—Exacto, pero eso será a partir de mañana —dijo mirando a
Richard y haciendo un mohín, concluyó—: Si nos disculpas, nos iremos a
almorzar.

Frank y Richard se despidieron y Gabriel regresó de nuevo a
su despacho. 

 

Jessica se sentó en una de las sillas de la sala de espera
del
Bellevue Hospital Center
, esperando con impaciencia su turno.

Desde que había recibido la inesperada llamada telefónica
del centro, no pudo deshacerse de un doloroso nudo que se le había formado en
la misma boca del estómago.

Al poco rato, una pareja joven entró en la sala.

La chica estaba embarazada y según la dimensión de su
vientre, probablemente lo estaría de unos siete meses.

Jessica no podía dejar de mirarlos. 

El chico la rodeaba con sus brazos mientras acariciaba su
enorme y redondo vientre. Se les veía muy ilusionados, y muy… enamorados.

Jessica, apartó de golpe la mirada.

Prefirió perder su valioso tiempo mirando al blanco de las
paredes antes de saber que había personas capaces de ser felices.

Hacía demasiados años que dejó de ser feliz.

No recordaba haber amado a ninguna de sus parejas, desde lo
ocurrido con Adam; y lo que era peor, estaba convencida de que ninguno de ellos
tampoco la había amado.

Jessica Orson había estado gran parte de su infancia
internada en prestigiosos colegios por decisión expresa de sus padres. Unos
padres a los cuales apenas conocía. Unos padres quienes impusieron sus normas,
para que Jessica llegase a ser lo que era: Una exitosa mujer de negocios de
treinta y cuatro años, directora de una de las más importantes empresas de
Nueva York. 

Para muchos, Jessica era envidiada porque lo tenía todo:
Belleza, inteligencia, dinero, poder… aunque la realidad, tristemente, era
otra. Todo se debía a una fachada pero sin embargo, ella seguía sintiéndose
vacía por dentro.

De repente, la puerta se abrió y apareció una jovencísima
enfermera vestida de uniforme y con una cofia blanca en la cabeza.

—¿La señorita Jessica Orson? —preguntó buscando entre los
pacientes.

—Yo misma —bajó la pierna que reposaba sobre la otra y
estirando el largo de su falda de lápiz, entró con decisión a la consulta.

Nada más entrar el Doctor Olivier Etmunt se levantó para
recibirla.

La besó en las mejillas y tras colocar la palma en el bajo de
su espalda, la acompañó hasta la silla.

—Tú dirás Olivier —le dijo Jessica con un leve deje de
preocupación.

El Doctor Etmunt le miró a los ojos y después observó el
informe que había en el interior de una carpeta. Extrajo una radiografía y
encendiendo la pantalla que colgaba de una de las paredes, señaló unos puntos
oscuros mientras le explicaba el por qué debía realizarse de nuevo las pruebas.

Jessica que miraba con atención, se quedó sin habla.

El incómodo nudo del estómago ahora había ascendido a la
altura de su garganta.

Trató de recuperar el aliento mientras escuchaba como el
doctor daba las indicaciones a su ayudante.

—Khristen, acompaña a la señorita Orson de nuevo a la sala
de rayos X —le pidió a la enfermera la cual permanecía en pie con las manos
unidas detrás de la espalda.

Nada más llegar, le indicó dónde debía depositar las
pertenencias. Le ofreció una bata de algodón de color verde por estrenar y le
sugirió amablemente que debía desvestirse de cintura para arriba.

Aquellos horrendos segundos y los que vinieron después
Jessica fue sumamente consciente de lo que el Doctor Etmunt trató de
explicarle: Si el resultado salía positivo, tendrían que sentarse y hablar de
cómo afrontarían el problema.

Capítulo 7

 

Al mediodía Gabriel aprovechó para salir a la calle a comer
algo, un bocadillo tal vez, algo rápido que le permitiera estar de vuelta lo
antes posible a la oficina. El proyecto
Kramer
le empezaba a absorber
por completo pese a que hacía mucho tiempo que no se ilusionaba tanto en un
reto similar.

Descendió a la planta baja, saludó al portero con la mano y
salió a la calle pisando el asfalto.

Caminó un par de manzanas en dirección a una cafetería que
previamente Alexia le había recomendado, la cual era famosa por sus bocadillos
y comida rápida para llevar. Pero justo nada más doblar la esquina, sus ojos
verdes salieron disparados como flechas, hacia los movimientos de una joven.

Ella era morena y vestía de manera informal, con una
camiseta de tirantes, unos tejanos y unas Converse fucsia.

Se mostraba alterada. Corría de arriba abajo y de vez en
cuando miraba a la carretera tratando de alertar algún taxi, sin conseguirlo.

Gabriel a medida que se aproximaba, notaba la angustia
reflejada en su rostro.

Lo tenía completamente desencajado y su cuerpo temblaba a
la vez que intentaba marcar las teclas del móvil con verdadera dificultad.

—¡Joey! —la chica gritó con voz entrecortada.

Gabriel continuó observándola desde una distancia
prudencial.

No sabía por qué, pero por una extraña razón, no era capaz
de dejarla sola. Necesitaba ayudarla.

Alzó su mano al aire para tratar de conseguirle un taxi,
pero tampoco tuvo suerte.

De la nada, una persona la acechó ante sus ojos. Le robó y
acto seguido huyó despavorido entre la multitud.

—¡Eh tú! ¡Mi teléfonooooo! —gritó ella con voz
desgarrada. 

Trató de perseguirlo, de correr tras él, pero por desgracia
enseguida le perdió de vista. Exhausta, apoyó las manos sobre sus rodillas.

Entonces rompió a llorar desconsoladamente.

Gabriel, corrió a su lado. Acarició su espalda para tratar
de tranquilizarla, si era capaz.

—¿Estás bien?

Ella levantó la vista hacia aquella voz desconocida pero a
la vez tranquilizadora. 

Gabriel pudo descubrir que a través de las lágrimas se
ocultaban unos preciosos ojos grises, completamente desolados.

La joven descubrió el tatuaje que asomaba por la manga
de la camisa y Gabriel  instintivamente, trató de ocultarlo. No quería que
tuviese una percepción equivocada.

Pretendía ayudarla, no robarla.

—¿Qué te han robado?

—El móvil —contestó entre sollozos.

—Espérame aquí —le sugirió.

Gabriel echó a correr, como alma que llevaba el diablo tras
aquel chico.

Empezó a sortear a la gente a su paso.

Gracias a que era un joven atlético pudo seguirle sin problemas,
dándole casi alcance a solo unas manzanas. Por lo visto, el chico tampoco
estaba dispuesto a rendirse. En ocasiones giraba la cabeza para saber a qué
distancia estaba Gabriel.

Le estaba pisando los talones.

Pronto le daría alcance.

En un último esfuerzo por tratar de esquivarle, tropezó con
su propio pie cayendo al suelo, dando varias vueltas sobre el asfalto.

Gabriel paró en seco, le asió de la camiseta con fuerza,
obligándolo a levantarse.

Las gotas de sudor bañaron su frente…

—¡Cabrón, devuélveme el móvil! —le gritó mientras jadeaba y
le enseñaba el puño de forma amenazante.

—¡¡No me pegues, no me hagas daño…!! —suplicó tapándose la
cara con las manos.

Gabriel al ver su rostro, se fijó mejor. No era más que un
niño con cuerpo de hombre. Un niño aterrado que pedía clemencia. 

—Toma el móvil… —se lo devolvió temblando como una hoja.

Gabriel resopló, como le había mirado a los ojos no fue
capaz de pegarle, ni siquiera de recriminarle nada. Su apariencia desdeñosa le
delataba de estar viviendo en la más absoluta pobreza. Era muy probable, que no
tuviera medios para subsistir y robar se habría convertido en la única salida
posible para mantenerse con vida.

—¡Lárgate antes de que me arrepienta! —le soltó de la
camiseta con desprecio.

El chico disimuló una sonrisa en forma de agradecimiento y
sin pensárselo dos veces, arrancó a correr hasta perderse entre la gente.

Gabriel se guardó el móvil en el bolsillo. Dio media vuelta
regresando por el mismo sitio y al llegar al punto de partida, ella ya no estaba.
Había desaparecido. 

Su estómago volvió a retorcerse de nuevo. Se moría de
hambre, literalmente. Así que entró en la cafetería que Alexia le había
recomendado.

Se sentó en la barra y cogió la carta para leer el
menú. Poco después mientras le preparaban la comida aprovechó para lavarse la
cara y las manos.

Al regresar, se dio cuenta de que todo el mundo miraba con
asombro al televisor. Sus ojos en un acto reflejo también lo hicieron y
comprendió el porqué de tanta expectación. Por lo visto un loco chiflado armado
con una escopeta había secuestrado a los niños y a los profesores de un colegio
de Nueva York. Afortunadamente habían conseguido abatirlo. Sin embargo la
noticia más amarga era que el perturbado había disparado a varias personas
hiriéndolas de gravedad.

La expresión de Gabriel se endureció, sintiendo en su
propia piel la angustia de los familiares de aquellas víctimas.

—Aquí tienes el bocadillo y la cerveza bien fría —le
entregó la camarera.

—Gracias. ¿Cuánto te debo?

—Doce con veinte.

Gabriel pagó y salió de aquel local.

Bebió la lata de cerveza de un solo trago y guardó el
bocadillo en un bolsa de plástico, de momento era incapaz de probar bocado, las
imágenes que acababa de presenciar tenían la culpa.

 

Hacia las seis de la tarde, Gabriel empezó a ordenar los
papeles que tenía esparcidos por toda la mesa mientras comprobaba la hora para
no llegar tarde a la cena con Eric y las chicas.

Antes de marcharse fue a ver a Jessica.

Desde aquella llamada telefónica no la había vuelto a ver
en todo el día. Cruzó el largo pasillo y golpeó la puerta del despacho con
determinación, pero nadie contestó. Esperó unos segundos más y al final se dio
por vencido.

Metió las manos en los bolsillos, acercándose a recepción.

—Alexia, ¿sabes algo de Jessica?

—He creído verla subir a la planta de arriba.

—¿Al gimnasio? —preguntó extrañado.

Ella asintió.

—Ajá.

Sin apenas meditarlo, subió las escaleras de dos en
dos. 

La planta superior estaba dividida en dos zonas: La
inmediata, era una sala de máquinas. Había tres bicicletas estáticas, dos
cintas para correr y un multigimnasio y, en la otra sala una piscina de
veinticinco metros de largo por doce de ancho, un jacuzzi y una sauna
turca. 

Gabriel llegó a una gran sala custodiada por Henry quién se
encargaba del mantenimiento y limpieza de la misma.

—Buenas tardes —saludó mientras enceraba el suelo con la
máquina pulidora.

—Buenas tardes Henry. Por casualidad ¿has visto a la
señorita Orson? —le preguntó echando un vistazo por encima de su cabeza para
ver si lograba verla.

—Sí, está en la piscina haciendo unos largos.

—Gracias. Y no trabajes mucho, eh… —le sonrió dándole un
par de palmaditas en la espalda.

Henry lo saludó estirando la visera de la gorra de su equipo
de béisbol favorito: los New York Yankees, poco después agachó la cabeza y
prosiguió con su trabajo.

 

Gabriel atravesó la sala de las máquinas llegando a una
puerta acristalada ligeramente empañada de vaho. Deslizó una de las puertas
correderas y nada más cruzarla, el olor a cloro se coló por los orificios de su
nariz. Al entrar, vio a alguien nadando en el interior de la piscina
aclimatada.  

Se acercó a uno de los bancos de madera y se sentó a
esperar.

Desde allí podía recrearse con las vistas. Jessica era
una experta nadadora.

«¿Hay algo que no hagas bien, Miss perfección?»

Gabriel soltó una risa. 

Nunca antes había conocido a nadie tan borde y que a la vez
le incitaba tanto al morbo.

Cuando ella acabó de realizar los ejercicios acuáticos, subió
por las escalerillas. Se quitó las gafas, los tapones de los oídos y el gorro
de látex, liberando así su preciosa melena azabache, cayendo en cascada cada
uno de los mechones sobre su espalda desnuda.

Gabriel carraspeó, tragando saliva varias veces, admirando
aquel espectáculo maravilloso. Si vestida era majestuosa, ligera de ropa era
una verdadera Diosa y él simplemente un pobre mortal.

Jessica enroscó sus cabellos para retirar los restos de
agua.

Pero cuando alzó la vista y vio a Gabriel sentado en aquel
banco, frunció el ceño molesta.

«¿Qué está haciendo Gabriel aquí?»

Empezó a caminar a paso ligero enojándose por momentos.

Gabriel se había quedado sin habla. Embriagado por su
belleza, su figura y sus firmes y perfectos pechos. 

Desde la lejanía, aprovechó para deleitarse con cada una de
sus curvas. Haciendo hincapié a sus grandes pechos y en especial a los pezones
que se marcaban como pequeños guijarros a través de la licra mojada del bikini.

Gabriel notó crecer y engordar su pene al tiempo que el deseo
incontrolable por devorar su boca, acariciar su piel y… poseerla, hacerla suya.

Ya no podía reprimir sus instintos… la deseaba. Pura y
llanamente.

Sin embrago, todo se esfumó de golpe, cuando ella le abordó
como un perro rabioso, nada más llegar a su lado.

—¡¿Ahora se dedica a espiarme?! —le increpó colocando los
brazos en jarras.

—He subido a saber cómo se encontraba. 

Gabriel ensombreció el semblante al instante. Desde luego
no esperaba ese tipo de recibimiento.

—¡No es de su incumbencia! —Arrugó la frente y apretó la
mandíbula con fuerza— No debería estar aquí... entre usted y yo únicamente debe
existir un trato estrictamente profesional ¡¿Le ha quedado claro, de una
puñetera vez?!

—Solo trataba de ser amable.

—Pero nadie se lo ha pedido.

Un incómodo silencio les envolvió en segundos.

Ninguno se atrevía a pestañear, salvo porque una sugerente
gota comenzó a deslizarse por la frente, después por la mejilla y finalmente
perderse entre los labios de Jessica.

Gabriel no pudo evitar seguir con la mirada el sendero
pecaminoso que había dejado la gota.

Cerró los ojos. Tratando de no caer en la tentación.

Pero cuando los volvió a abrir, notó como una fuerza
invisible le arrastraba hacia ella. Hacia aquella boca.

Necesitaba besarla, saborear aquellos labios… sentirla,
devorarla…

Desafortunadamente Jessica se dio cuenta de sus intenciones
y le apartó echándole a un lado de un empujón.

—Ni se le ocurra besarme —le amenazó.

Malhumorada cogió su albornoz para salir de allí cuanto
antes.

Gabriel no vaciló.

Se giró, le arrancó el albornoz de las manos y lo lanzó
contra el suelo. 

—Pero ¿se ha vuelto loco?

—Sí... —gruñó agarrándola de los brazos, sin separar los
dientes.

Se abalanzó sobre ella y su espalda chocó contra la pared.

—¡Suélteme! 

—No pienso hacerlo... tendrá que obligarme...

Gabriel se pegó como una lapa a su cuerpo apretando la polla contra su
vientre. 

—No me creo que no desee lo mismo que yo —murmuró con voz
ronca y grave mientras se frotaba deliberadamente contra su cuerpo, mostrando
su enorme virilidad.

—¡Váyase a la mierda, capullo arrogante! —gritó
zarandeándose, tratando de liberarse de su amarre, pero le fue del todo inútil.
La complexión de Gabriel la tenía completamente sumisa a su voluntad.

Acercó la boca para tentarla. Rozó los labios con los de
ella, sensualmente. Estaba provocándola.

Jessica se mordió el labio, maldiciéndose por ello. Por lo
que acababa de sentir. De nuevo esa electricidad, esa energía entre ellos…

Gabriel le cogió una mano y la colocó sobre su erección.

—Este el efecto que ejerce sobre mí, señorita Orson —ronroneó en su
oído.

Jessica pudo notar el enorme y caliente bulto bajo la tela
de sus pantalones.

¿Cómo podía negarse a lo evidente?

Lo deseaba. Deseaba a ese cabrón. 

Pero apartó la mano como si le quemara. Aquello no estaba
bien. No podía liarse con su empleado… No.

—No sea tímida…

Gabriel desabrochó el botón y bajando la cremallera del
pantalón, le cogió otra vez la mano. 

—Vamos, siénteme...—le susurró al oído mientras la obligaba
a meter su mano en el interior del bóxer.

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