Otoño en Manhattan (7 page)

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Authors: Eva P. Valencia

BOOK: Otoño en Manhattan
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Gabriel dio un paso al frente.

—Por lo visto, el mundo es un pañuelo —se rió divertido.

—Cierto —fue la única palabra que logró articular. Estaba
abochornada.

De repente, se les acercó una camarera que sostenía una
bandeja entre sus manos. Era rubia, alta y llevaba el pelo recogido en un moño
alto.

—Disculpen —dijo cruzando el pasillo y pasando entre ellos.

La camarera miró de reojo a ambos y se detuvo en seco,
cuando se cruzó con la mirada de Gabriel. Entonces caminó hacia él con
determinación y ni corta ni perezosa, le asestó un bofetón tan fuerte en toda
la cara, que se la giró de golpe.

—¡Cabrón! —le gritó abochornada.

Gabriel se frotó la mejilla, ésta le ardía.

—¡No soy ninguna puta a la que te puedas follar y después
dejar tirada!

Él abrió los ojos aturdido por el bofetón pero aún más al
reconocer que era la misma camarera de la discoteca
Kiss&Fly
.

—No me dejaste ni una jodida nota… ¡nada!

Gabriel no supo qué contestar y Daniela no cabía en ella
del asombro.

—Nicole, me llamo Nicole… —le fulminó con la mirada y luego
le apartó de su camino de un manotazo, desapareciendo enfurruñada por las
escaleras.

Gabriel por primera vez en su vida, se sintió como un
cerdo. Trató de disimular ante la mirada escrutadora de Daniela. 

—Esto... me esperan fuera –hizo una mueca señalando las
escaleras.

—Sí y a mí en la mesa.

—Bueno... —aún seguía sin poder articular varias palabras
seguidas—. Nos vemos…

Daniela asintió y Gabriel tras despedirse se marchó.

Una vez a solas, inspiró hondo. La escena había sido
demasiado tensa. 

Al dar un paso para empezar a caminar, pisó algo que había
en el suelo. Bajó la vista para saber de qué se trataba y luego se agachó para
recogerlo. Era una cartera de piel de color marrón, probablemente se le cayó a
Gabriel mientras la chica le abofeteó.

Daniela corrió hacia las escaleras.

Buscó entre la gente. Pero ni rastro de Gabriel por ningún
sitio.

Salió a la calle.

Pero, él ya se había marchado…

 

Capítulo 9

 

El sol empezó a entrar por los diminutos orificios de las
persianas de la habitación de Daniela. Hacía rato que estaba despierta. Boca arriba,
con el monedero de Gabriel entre sus manos, dándole vueltas sin atreverse a
abrirlo. Resiguiendo una y otra vez las siglas gravadas “GG”.

Y de nuevo esa sensación, a partes iguales entre placentera
y dolorosa. Ese deseo por volver a verle de nuevo, aunque ni siquiera fuese
capaz de mirarle a los ojos apenas dos segundos consecutivos. 

Mientras decidía qué hacer con la cartera, se levantó de la
cama para coger el libro que guardaba entre sus páginas el trozo de papel que
Gabriel le dio. 

Inspiró hondo y luego soltó el aire con determinación para
escribirle un escueto mensaje de WhatsApp:

 

“Soy Daniela
Luna, encontré tu cartera tirada en el suelo del restaurante”

 

Tras enviarlo, dejó la cartera a un lado y bajando de la
cama procurando hacer el menor ruido posible para no despertar a Claudia,
se calzó sus zapatillas.

Fue al cuarto de baño y abriendo uno de los cajones buscó
una goma de pelo para recoger su melena. Se hizo una coleta alta dejando varios
mechones sueltos. Luego abrió el grifo, puso la mano bajo el agua y tras
esperar la temperatura deseada, se lavó la cara y las manos.

Inmediatamente después, observó su imagen en el espejo.
Rozando con las yemas la palidez de sus mejillas, al mismo tiempo que dejaba
libre su mente. 

Zarandeó la cabeza.

¿Por qué aquel chico al que apenas conocía ocupaba todos y
cada uno de sus pensamientos? Por más que trataba de ser honesta consigo misma,
no lo conseguía. Gabriel, jamás se fijaría en alguien como ella. Así que debía
de empezar a olvidarse de que existía. A ser posible, más pronto que tarde. De
esa forma, sería menos dolorosa la caída al despertar de aquel precioso e
inalcanzable sueño.

 

Gabriel que estaba de camino a la oficina, notó como su
móvil empezó a vibrar en el interior de su bolsillo y mientras daba una última
calada a su cigarrillo, leyó el mensaje de Daniela.

Enarcó una ceja sorprendido por el hallazgo de su cartera y
por quien era la remitente de aquel mensaje.

Se rascó la cabeza recordando la noche anterior, haciendo
balance: La bofetada de Nicole, la pérdida de la cartera y las horas muertas
dando parte a la policía. 

Apagó la colilla en la suela de su zapato y lanzó el
resto a la papelera justo antes de entrar en el edificio. 

Respondió al mensaje de Daniela con una llamada telefónica.

—Buenos días —saludó Gabriel.

Ella se quedó muda.

La voz varonil de él al otro lado sonaba de lo
más sexy.

—Buenos días —titubeó sonrojándose de nuevo. Por suerte, no
podía verla.

La melodía había despertado a Claudia, su compañera de
piso, quién hacía señas con la mano preguntando quién era el maleducado que
molestaba a esas horas de la mañana. Y sin esperar respuesta, se cubrió la
cabeza con la almohada sin dejar de refunfuñar. 

—¿Daniela? —insistió tras un largo silencio.

—Ehm... perdona, estaba... —le contestó saliendo de la
habitación y entrando a su vez en la cocina—, caminando por el apartamento...

—Tranquila, no te preocupes.

Daniela meditó durante unos instantes y luego añadió:

—¿Cómo podría devolverte la cartera?

Gabriel recordó la conversación que mantuvieron en su
primer contacto, su apartamento quedaba a solo varias manzanas de su despacho.
Podría ser una buena opción acercase hasta allí.

—Si no te va mal, podríamos quedar en alguna cafetería
cercana a tu apartamento. Sobre el mediodía.

Daniela hizo memoria de los locales ubicados en su calle.
Pronto recordó uno que había justo al doblar la esquina.

—En Madison Avenue hay una
Coffee Shop Expreso
.

—Vale. Entonces nos vemos allí en un rato.

Tras colgar, Daniela se quedó pensativa.

¿Se había citado con Gabriel? No daba crédito, tuvo que
pellizcarse para asegurarse de que no era fruto de un sueño.

De repente, Claudia cruzó la cocina, descalza. Vestida
únicamente con una camiseta de tirantes y unas braguitas. Cogió la cafetera y
llenando una taza de café, se llevó la mano a la boca para acallar un bostezo.

—Buenos días, Daniela.

—Buenos días.

—¡Uf! Creo que anoche bebí demasiado —dijo frotando su
frente—. Me duele horrores la cabeza…

Cuando acabó con el contenido de su taza, rellenó otra para
Daniela. Luego las dejó sobre la mesa.

—Bebe. La cafeína te ayudará con la resaca.

Aunque nunca tomaba café, aquella mañana hizo una
excepción. Daniela agarró la taza con ambas manos sintiendo como el calor poco
a poco se apoderaba de su piel. Antes de beber, sopló ligeramente para tratar
de enfriarlo. Claudia sentándose frente a ella, aprovechó para desenroscar
el recipiente de las galletas que había sobre la mesa y llevarse una a la boca.

—Este fin de semana te quedarás sola. He pensado en ir a
visitar a mis tíos en Massachusetts.

Daniela enarcó una ceja.

—No sabía que tenías familiares en Estados Unidos.

—Sí y también en Francia y en Italia... —se rió devorando
la galleta y cogiendo otra— Mi familia está esparcida por toda la geografía
mundial. Lo malo abunda...

Ambas se rieron un rato sobre aquel comentario.

—Te diría que me acompañaras, pero sin contar las más de
tres horas y media de viaje de ida y las otras tres y media de vuelta, creo que
te aburrirías en su casa. Mis tíos son mayores y salvo porque hace más de cinco
años que no les veo, cualquier otro plan, hubiese sido sin duda mucho mejor.

Daniela se encogió de hombros y luego sorbió un poco de
café. Miró a Claudia a través de sus largas pestañas y le confesó:

—Por mí no te preocupes. Estaré muy bien. Pienso aprovechar
para alquilar alguna película y acabar de leer el libro que tengo a medias —le
sonrió y acabándose el café, se levantó para dejar la taza en la pica.

Claudia apuntó un número de teléfono en un trozo de papel y
luego lo colgó de un imán en la puerta de la nevera.

—Te dejo el número de casa de mis tíos. Cualquier cosa, me
llamas.

—De acuerdo... —suspiró poniendo los ojos en blanco.

Claudia hizo una mueca insistiendo.

—Hablo en serio. 

—Sí, mamá... —se burló— ¿Qué puede pasar? ¿Que la película
sea un fiasco? o ¿que el protagonista de mi libro muera en la última página...?

Daniela negó con la cabeza y luego la abrazó. 

—No seas tonta. Soy una chica solitaria, estoy acostumbrada
a la soledad. 

—Vale... —añadió casi convencida—. Pero cierra todos los
pestillos, incluso aquel que hay que darle un manotazo para que funcione.

Daniela volvió a asentir y tras meterse una galleta en la
boca, se fue hacia la ducha.

 

Como acostumbraba cada mañana desde que estaba Manhattan,
Gabriel realizaba la misma rutina: Entraba en el edificio, saludaba a Smith el
portero, entraba en la lata de sardinas (dígase: ascensor), guiñaba el ojo a
Alexia, dejaba sus pertenencias en su despacho y encendía su PC. Salvo hoy, que
a modo de excepción y sin que sirviera de precedente, fue directo al despacho
de Jessica. 

La puerta como de costumbre estaba cerrada.

Inspiró hondo antes de golpearla con los nudillos. Esperó
unos instantes y realizó la misma operación. Pero por lo visto, el despacho
estaba vacío y no obtuvo respuesta. Así que se encerró de nuevo en su
despacho sin darle la menor importancia.

Se acomodó en su silla y tras abrir el correo Outlook, vio
entre varios mensajes uno de su jefa enviado en el día anterior:

 

De: Jessica Orson

Fecha: 6 septiembre de 2013 20:32

Para: Gabriel Gómez

Asunto: Proyecto Kramer

 

Gabriel,

 

El viernes por la mañana me reúno con los socios de Kramer.
Necesito sin falta que me envíe los bocetos del proyecto a esta dirección de
correo.

 

Jessica Orson

Director of design

Andrews&Smith Arquitects

 

Apenas dos segundos le bastaron para leerlo y darse cuenta
de la frialdad con la que se dirigía hacia él. A partir de ahora, ¿ese sería el
trato que recibiría por su parte? ¿Acaso lo ocurrido el otro día en la piscina
no volvería a repetirse?

 Sin embargo, quiso releerlo de nuevo en busca de
algún mensaje subliminal o entre líneas, pero no encontró nada. 

Llevó sus manos a la nuca, echó su espalda hacia atrás y
puso los pies sobre la mesa. 

«Por lo visto esta jefa pretende traerme muchos dolores de
cabeza, pero ignora lo terco que puedo llegar a ser cuando me lo propongo... y
ese algo, eres tú Jessica Orson» 

 

* * *

 

En el reloj de Daniela marcaban las doce y cincuenta. Hacía
más de veinte minutos que le esperaba a Gabriel en el exterior de la cafetería.
Tenía los nervios a flor de piel, además de un doloroso nudo en la boca del
estómago. Probablemente sería incapaz de probar bocado.

Echó un nuevo vistazo al final de la calle y justo entonces
él apareció doblando la esquina. Al llegar a su lado, le besó en las mejillas.
Daniela no pudo evitar sonreír al notar como su incipiente barba le hacía
cosquillas en la piel. 

—¿Entramos? —le preguntó haciendo un gesto con la cabeza
señalando al local.

Daniela asintió. 

Con afable galantería le abrió la puerta y colocó la palma
de su mano en el bajo de su espalda. Ella sintió un ligero estremecimiento al
sentir sus dedos en aquella parte de su cuerpo y tratando de disimular, entró a
paso ligero al establecimiento.

Tomaron asiento y como las mesas eran minúsculas, era
inevitable un continuo contacto físico.

Daniela no sabía a dónde mirar, la penetrante mirada de
Gabriel la conmovía.

Por suerte para ella, el camarero acudió a su mesa para
tomarles nota. Cogió una servilleta y disimuladamente se abanicó con
ella. 

Gabriel pidió por los dos.

Un incómodo silencio se adueñó del ambiente cuando el
camarero los dejó a solas. Para tratar de romperlo, Gabriel le hizo una de
aquellas preguntas tópicas que se solían formular a un recién llegado:

—¿Te gusta Manhattan?

Daniela disimuló una sonrisa.

«Vaya, recurre a la pregunta
 
típica
 
por excelencia. Por lo visto debe
estar tan incómodo o más que yo. Pero por lo menos está tratando de ser
educado...»

—La ciudad me gusta mucho, aunque a veces es
demasiado caótica. Supongo que lograré acostumbrarme. De hecho no estaré
más de seis meses, justo el tiempo que dura el curso de bellas artes.

Daniela estaba sorprendida de su propia reacción. Ni
siquiera era consciente de cómo había conseguido enlazar tantas palabras
seguidas sin tartamudear o parecer estúpida.

—Cuando estaba haciendo el doctorado en Madrid, mi
universidad me ofreció la posibilidad de estudiar en Londres.

Gabriel hizo una pausa y bajó la vista al anillo que tenía rodeando
su pulgar. Lo hizo girar sobre su dedo y alzando de nuevo la vista, miró a
Daniela a sus enormes ojos verdes para luego proseguir:

—Por aquel entonces mantenía una relación con una chica y
denegué mi beca.

Daniela abrió mucho los ojos. 

El solo hecho de visualizar a Gabriel enamorado y estar
dispuesto a renunciar una oportunidad semejante por una chica, le pareció un
hermoso gesto. Demostraba que tras aquella fachada de chico duro y pasota,
albergaba un corazón generoso.

—¿Y qué pasó con esa chica? —las palabras salieron de su
boca como una bala. Siquiera lo pensó y al darse cuenta de ello, empezó a
removerse incómoda en su asiento—. Perdona por mi pregunta impertinente. No es
de mi incumbencia. 

Gabriel sonrió al ver pintado el rubor en la cara de
Daniela. Ella era tan transparente que sus gestos, sus ojos y sus movimientos,
la delataban a cada instante. Era tan inocente, que en cierta forma eso formaba
parte de sus encantos.

—Esa chica se llamaba
 
Érika
 —
respondió con una melancólica
mirada—. Murió hace cuatro años.

Daniela tragó saliva con dificultad y agachó la cabeza.
Reconocía perfectamente ese dolor, la pérdida de un ser querido. Los recuerdos
de su amiga Lucía volvieron a su mente como un resorte. Había sido su
mejor amiga y aún no podía olvidarla.

—Lo siento mucho… —levantó la vista encontrándose con la de
Gabriel. 

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