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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Out
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—Gracias por llamar —dijo Yayoi.

—¿Hay alguna novedad?

—No, ninguna.

—¿Ha vuelto al trabajo?

—Sí —respondió—. Tengo allí a mis compañeras y estoy acostumbrada a llevar esa rutina, así que de momento no lo voy a dejar.

—Entiendo —dijo Kinugasa con un tono de voz agradable—. ¿Y los niños? ¿Deja que se las arreglen solos?

—¿Que se las arreglen solos? —repitió Yayoi, sorprendida por el matiz negativo de la expresión.

—Perdone, no quería decir eso —aclaró Kinugasa—. ¿Qué hace con ellos?

—Los pongo en la cama y me voy cuando ya están dormidos. No les puede pasar nada.

—A menos que haya un terremoto o un incendio. Si ocurre algo, no dude en llamar a la comisaría del barrio.

—Gracias.

—Por cierto, parece que va a cobrar el seguro de vida de su marido.

Kinugasa se esforzó por mostrar que se alegraba por ella, pero aun así Yayoi percibió cierta reserva en sus palabras. Se volvió y vio que Yoko, quizá por cortesía, se había levantado y estaba frente a la ventana, mirando un pequeño tiesto de campanillas medio secas que los niños habían traído de la escuela.

—Sí —dijo finalmente—. Ni siquiera sabía que tenía suscrito un seguro de vida en el trabajo. Ha sido una sorpresa, pero si quiere que le diga la verdad, me vendrá muy bien. No sería fácil criar a los niños con lo que gano.

—Claro —dijo Kinugasa—. Por cierto, tengo una mala noticia. El propietario del casino ha desaparecido. Si sucede algo, comuníquenoslo de inmediato.

—¿A qué se refiere? —dijo Yayoi alzando la voz por primera vez desde que había descolgado el teléfono.

Sorprendida, Yoko se volvió para mirarla.

—No se preocupe —la calmó Kinugasa—. Ha sido un error de la policía, y estamos haciendo todo lo posible por localizarlo.

—¿Cree que ha huido porque es culpable?

Kinugasa guardó silencio durante unos segundos. Entretanto, se oyó el sonido de un teléfono y la voz de un hombre al responder a la llamada. Yayoi frunció el entrecejo, como si el ambiente masculino y atestado de humo de la comisaría se hubiera filtrado en su casa.

—Lo estamos buscando —dijo finalmente el policía—. No se preocupe. Si sucede algo, llámeme.

Después de pronunciar estas palabras, Kinugasa colgó. Sin duda, eso eran buenas noticias tanto para ella como para Masako, pensó Yayoi. Al soltarlo por falta de pruebas se había sentido decepcionada, pero el hecho de que se hubiera escapado era como admitir su culpabilidad. Eso la tranquilizaba. Al colgar el teléfono y volver a su silla, estaba más animada.

—¿Buenas noticias? —le preguntó Yoko al verla sonreír.

—No especialmente —respondió ella intentando mostrarse seria de nuevo.

—Creo que debería irme —dijo Yoko.

—Quédese un rato más.

—¿Ha pasado algo?

—Al parecer, el sospechoso ha desaparecido.

—Así, ¿la llamada era de la policía? —preguntó Yoko con interés.

—Sí. De uno de los agentes.

—Guau. Qué emocionante... Lo siento.

—No se preocupe —dijo Yayoi sonriendo—. Son unos pesados. Siempre me están llamando para saber cómo estoy.

—Pero debe de querer que atrapen al asesino cuanto antes, ¿verdad?

—Sí, claro —dijo Yayoi con tristeza—. Es muy difícil seguir así.

—Pero si ha huido, será que es el culpable, ¿no?

—Ojalá —dijo Yayoi a bote pronto, pero por suerte Yoko no pareció darse cuenta y asintió con la cabeza.

Que Yayoi y Yoko trabaran una buena amistad sólo fue cuestión de tiempo.

Yoko solía aparecer por casa de Yayoi cuando ésta se levantaba de la siesta y empezaba a prepararse para ir a recoger a sus hijos a la escuela. Yoko volvía de sus clases, y a menudo se presentaba con pasteles o con algo para picar. A los hijos de Yayoi les cayó bien en seguida. Yukihiro le contó lo de Milk, y Yoko se los llevó a buscarlo por el barrio.

—Yayoi, ¿qué te parece si me quedo aquí con los niños mientras tú estás en la fábrica? —le propuso un día.

A Yayoi le sorprendió que alguien a quien apenas conocía fuera tan amable con ella.

—Me sabe mal por ti...

—No te preocupes. A mí me da igual dormir en casa o aquí, y me angustia pensar que Yukihiro se despierte a medianoche y no tenga a nadie a quien acudir.

Yoko mimaba especialmente al pequeño, y él no quería separarse de ella. Así pues, Yayoi, poco acostumbrada a recibir tanta amabilidad por parte de nadie, aceptó el ofrecimiento encantada.

—Pues ven a cenar con nosotros. Ya que no puedo pagarte, al menos te invito a cenar.

—Muchas gracias —dijo Yoko echándose a llorar.

—¿Qué te pasa?

—Es que soy muy feliz —respondió sonriendo y secándose las lágrimas—. Es como si tuviera una nueva familia. Llevo tanto tiempo sola que se me había olvidado lo bien que se está acompañado. Mi piso es tan triste...

—Yo también estoy sola. He perdido a mi marido, y desde entonces todo el mundo me ha dado la espalda. Nadie me comprende.

—Es una pena.

Se abrazaron con lágrimas en los ojos. Cuando Yayoi alzó los ojos, vio a Takashi y a Yukihiro mirándolas sorprendidos.

—Chicos —dijo entonces secándose las lágrimas—, de ahora en adelante Yoko se quedará con vosotros durante la noche. ¿Qué os parece?

Nunca se le ocurrió que Yoko sería la causa de una discusión con Masako.

—¿Quién es ésa que se pone siempre que llamo a tu casa? —le preguntó Masako.

—Se llama Yoko Morisaki. Es una vecina que cuida a los niños.

—¿Quieres decir que pasa la noche en tu casa?

—Sí, mientras yo estoy en la fábrica.

—O sea que vive contigo —repuso Masako con desaprobación.

—No es eso —dijo Yayoi enfadada—. De día estudia, y por la noche viene a cenar y se queda con los niños.

—¿Y lo hace gratis?

—A cambio de la cena.

—Pues es muy generosa, ¿no te parece? ¿No buscará algo?

—¡Qué dices! —protestó Yayoi. No pensaba permitir que alguien hiciera insinuaciones de ese tipo, ni siquiera Masako—. Lo hace porque es amable. ¿Cómo puedes ser tan desconfiada?

—Desconfiada o no, te recuerdo que si nos descubren eres tú quien se va a llevar la peor parte.

—Ya lo sé, pero...

—Pero ¿qué?

Yayoi estaba harta de las preguntas de Masako. ¿Por qué era siempre tan inquisitiva cuando quería averiguar algo?

—¿Por qué me machacas tanto? —exclamó Yayoi.

—No te machaco. No sé por qué te enfadas.

—No me enfado —insistió Yayoi—, pero estoy cansada de tu insistencia. De hecho, yo también tengo algunas preguntas para ti: ¿qué estáis tramando tú y la Maestra? ¿Por qué ya no esperas a Kuniko? ¿Ha pasado algo?

Masako frunció el ceño. No le había contado que Kuniko se lo había dicho todo a Jumonji, ni que como consecuencia de eso ella tenía un nuevo «trabajo» en perspectiva. A Yayoi no se le había ocurrido pensar que Masako no la había informado porque había perdido la confianza en ella.

—No, no ha pasado nada —respondió Masako—. Pero ¿estás segura de que esa chica no va detrás del dinero del seguro?

—¡Yoko no es así! —explotó finalmente Yayoi—. ¡No es como Kuniko!

—De acuerdo, olvida lo que he dicho —dijo Masako, quien guardó silencio esperando que a su compañera se le pasara el enfado.

—Perdóname —dijo Yayoi recordando cuánto le debía—. No sé por qué me he puesto así. Pero no tienes por qué preocuparte por Yoko.

—¿Y no te inquieta que pase tanto tiempo con tus hijos? —insistió Masako—. Pueden contarle algo.

—Han olvidado todo lo que sucedió esa noche —respondió Yayoi, perpleja por la tenacidad de Masako—. Nunca han vuelto a hablar de ello.

Masako se mordió el labio y se quedó mirando al vacío.

—¿No crees que si no lo han hecho es porque saben que te causarían problemas?

Esas palabras llegaron al fondo del corazón de Yayoi, pero aun así se apresuró a negarlas.

—No, no es eso. Los conozco mejor que nadie, y estoy segura de que lo han olvidado.

—Espero que tengas razón —dijo Masako mirando hacia un lado—. Pero es mejor no bajar la guardia.

—¿La guardia? ¿Por qué lo dices? —Para Yayoi todo había terminado—. El propietario del casino ha huido. Estamos salvadas.

—¿Qué? —exclamó Masako soltando una risotada—. Tú no vas a estar a salvo en todo lo que te resta de vida.

—¿Cómo puedes decir eso?

Al mirar a su alrededor, Yayoi vio que Yoshie se les había acercado. Estaba de pie detrás de Masako, mirándola con los mismos ojos acusadores que ella. Yayoi no podía soportar que estuvieran tramando algo a sus espaldas y que le echaran la culpa de todo lo sucedido. ¿Acaso no les había pagado lo prometido?

Al acabar el turno, se fue sin despedirse. Como amanecía más tarde, al salir al exterior era aún de noche. La oscuridad le hizo sentir su soledad con más intensidad.

Cuando regresó a casa, Yoko y los niños aún estaban dormidos en la habitación. Yoko apareció en pijama al cabo de unos instantes.

—Buenos días—dijo.

—¿Te he despertado?

—No te preocupes. De todos modos, hoy tengo que irme pronto —dijo desperezándose, pero entonces, como si se diera cuenta de que Yayoi estaba alterada, frunció el ceño—. Yayoi, ¿te pasa algo? Estás pálida.

—No es nada, sólo me he discutido en la fábrica.

Evidentemente, no podía decirle que ella había sido la causa de la rencilla.

—¿Con quién?

—Con Masako. La que suele llamar por teléfono.

—¿Te refieres a la que es siempre tan seca? ¿Qué te ha dicho? —quiso saber Yoko acalorada, como si fuera ella quien se hubiera peleado.

—Nada —respondió Yayoi—. Una tontería.

Acto seguido, se puso el delantal para preparar el desayuno.

—¿Por qué siempre hablas con esa voz tan dócil cuando te llama? —le preguntó Yoko.

—¿Eh? —exclamó Yayoi volviéndose—. No es cierto.

—¿Acaso te amenaza?

De sus ojos emanaba un aire inquisitivo, el mismo que había detectado en la mirada de los vecinos, pero Yayoi se obligó a ignorarlo. Era imposible, Yoko no podía ser como ellos.

Capítulo 6

El sol del atardecer otoñal vertía sus suaves rayos sobre los fajos de billetes que había encima de la mesa.

Eran tan nuevos y tan perfectos que parecían irreales, como si fueran pisapapeles de broma. Sin embargo, ahí había más dinero del que ganaba en un año en la fábrica, e incluso después de más de veinte años trabajando en la caja de crédito no había conseguido ganar más del doble de esa cantidad. Mientras observaba los dos millones que había recibido de Yayoi, Masako pensaba en los acontecimientos de los últimos meses y en las perspectivas del nuevo «negocio».

Al cabo de unos minutos, se puso a pensar dónde podía esconder el dinero. ¿Debería ingresarlo en el banco? Por un lado, si pasaba algo no podría sacarlo rápidamente y siempre sería una prueba en su contra, pero por otro, si lo escondía en casa, cabía la posibilidad de que alguien lo encontrara.

Mientras se debatía entre esas opciones, sonó el interfono. Antes de abrir la puerta, escondió el dinero en el armario de debajo del fregadero.

—Disculpe —dijo una titubeante voz femenina.

—¿Qué quiere?

—Es que... estoy pensando en comprar el terreno de enfrente, y me gustaría hacerle unas preguntas.

A su pesar, Masako abrió la puerta. Delante de su casa había una mujer de mediana edad con un soso traje de color lila. A juzgar por su cara, tenía más o menos la misma edad que Masako, pero su cuerpo estaba más ajado. Su voz era aguda y estridente, como si no supiera controlarla.

—Siento molestarla así, sin avisar...

—No se preocupe.

—Estoy pensando en comprar ese terreno —repitió al tiempo que señalaba el solar que había al otro lado de la calle.

De hecho, no era la primera vez que Masako oía que había alguien interesado en comprarlo, pero siempre se habían echado atrás y ahora estaba abandonado.

—¿Y qué quería saber? —preguntó Masako yendo al grano.

—Bueno, pues me preguntaba por qué es el único que no se ha vendido.

—Pues no tengo ni idea.

—¿No sabe si ha habido algún problema? No me gustaría enterarme después de comprarlo.

—La entiendo —repuso Masako—, pero no sé nada. ¿Por qué no se lo pregunta a la inmobiliaria?

—Ya lo he hecho, pero no me han dicho nada.

—Quizá no haya nada que decir —le espetó Masako nerviosa.

—Mi marido dice que el suelo es demasiado rojo. —Masako ladeó la cabeza. Era la primera vez que oía algo así. Miró a su interlocutora, que se apresuró a añadir—: Al parecer, es muy inestable.

—Pues es el mismo sobre el que hemos construido nosotros.

—Ah, lo siento —dijo la mujer arrepentida de su comentario.

Masako se dispuso a dar media vuelta para poner punto final a la conversación.

—No creo que haya ningún problema —le dijo.

—Así, ¿el drenaje es bueno?

—Como está un poco elevado, el agua no se acumula.

—Sí, claro... —dijo la mujer mirando hacia el interior de su casa—. Bueno, muchas gracias —añadió con una ligera reverencia.

Había sido una conversación breve, pero a Masako le dejó mal sabor de boca. Especialmente cuando recordó lo que una vecina le había dicho hacía unos días.

—Masako —le dijo su vecina al encontrarla por la calle.

La mujer, que vivía justo en la casa de detrás de la suya y daba clases de ikebana, era directa y sensata, cualidades que Masako apreciaba.

—¿Sabe una cosa? —le dijo cogiéndola de la manga y bajando la voz—. El otro día pasó algo un poco raro.

—¿Qué sucedió?

—Un hombre de su empresa estuvo por el barrio preguntando sobre usted.

—¿Un hombre de mi empresa?

Masako pensé que no debía de buscarla a ella y que debía de tratarse de alguien de la empresa de Yoshiki o de algún banco. Sin embargo, no había ningún motivo por el que alguien quisiera investigar a Yoshiki, y Nobuki era demasiado joven para encontrarse en esa situación, de modo que quizá sí la buscaran a ella.

—Sí —confirmó la vecina—. Dijo que era de la fábrica de comida, pero a mí me pareció más bien un detective o algo así. Estuvo preguntando varias cosas sobre usted.

—¿Por ejemplo?

—Con quién vive, qué costumbres tiene, qué fama tiene en el barrio. Evidentemente, yo no le respondí, pero algún vecino debió de contarle todo con pelos y señales —dijo señalando la casa de al lado donde vivía un matrimonio mayor que a menudo se había quejado de la costumbre de Nobuki de escuchar la música a un volumen demasiado fuerte.

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