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Authors: Marcela Paz

Tags: #Infantil

Papelucho y mi hermana Ji (4 page)

BOOK: Papelucho y mi hermana Ji
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Cuando volví a la casa, le dije a la Domi:

—Me voy a acostar. No tengo hambre.

—¿Por qué? le tengo pollo guardado de ayer…

—Tú sabes por qué —le dije mirando el suelo.

—¡Ni sospecho!

—Por la cuestión del accidente… —y me largué a llorar porque ya no podía aguantar más. Pero lloré como un hombre, casi puros mocos.

La Ji me abrazó las piernas cariñosa, pero nos caímos.

—¿El accidente? ¡Ay! pero si se me había olvidado decirle que cuando estábamos almorzando llamó la señora para avisar que estaba invitada a almorzar con el caballero en el campo y llegaría a la noche…

Total, yo había sufrido, envejecido, tragado cototo todo el día entero y gratis. Me vino una cosa como de ascensor adentro y tuve que darme siete vueltas de carnero y después me comí todo el pollo y hasta chupé los huesos.

La mamá de Jolly iba a salir el fin de semana con su marido y la guagua, y le pidió a la mamá que me dejara ir a vivir a su casa para acompañar a Jolly hasta su vuelta.

—Jolly no ser invitado —dijo—, Jolly muy feliz con Papelucho y Veracruz en casa.

Mientras almorzábamos la mamá le explicó a papá la cuestión del convite y terminó diciendo:

—Como hay que ayudar a la alianza para el progreso, le di permiso.

—Muy mal hecho, con las notas que tiene… —dijo el papá poniendo cara de escofina.

—Papá, no se habla con la boca llena —dijo la Ji.

El papá la miró desconsoladamente, tragó su comida y no le contestó.

—Te arrepentirás de haberle dado permiso —dijo la mamá.

Es lo malo del papá. Es profeta, pero profetiza puramente desastres.

Pero acabadito el almuerzo arreglé mis maletas con todo lo que uno necesita para viajar y atravesé la calle. ¡Jolly y yo éramos los dueños de todo!. Así que para no perder tiempo enchufamos la televisión, la radio, la waflera, la heladera, el trén eléctrico, la secadora y la enceradora. Había un enchufe para cada cosa, y la casa entera zumbaba de ruidos, olores, luces, voces y estáticos. ¡Era el despipe! Cuando de repente, ¡plop! silencio y oscuridad. Se habían quemado los tapones. Un descriteriado que hizo mal instalación… Por suerte Veracruz es de esa gente que no se confunde ni le importa mucho ninguna cosa. Sacó una vela, la encendió, y como se acabó luego porque era chica, nos tuvimos que dormir. Pero claro que dormimos a la americana, que uno sueña fantástico.

Cuando despertamos era un sábado y era mediodía en Chile, dijo la radio a pila. La Veracruz también se había quedado dormida y se había pasado la hora del desayuno y del colegio. Pero a mí me carga ayudar a cumplir las profecías del papá, así que le dije a Jolly:

—Vamos de todos modos, aunque sea tarde —y partimos.

Muestren el justificativo —dijo el Chuleta Pardo.

No tenemos —le contesté—. Es mejor que nos castiguen.

Pero él se quedó paralelo.

—Al menos expliquen algo de su atraso —dijo impermeable.

—Yo cambié de casa y de costumbres. Nadie nos despertó.

—Así qu si no nos despierta… ¿No tienen conciencia del deber?

—No, señor.

—¡En ese caso se quedarán hasta las siete! —bufó.

Total, si estábamos los dos, no era tan peor.

Miramos salir a todos. Habíamos cambiado un sueño por un tarde entera de sábado libre. La cara de Jolly parecía palo de bandera.

—¿Qué te pasa? —le pregunté.

—¿Cómo qué te pasa? ¿Tú eres feliz?

—¡Claro! Hoy lo pasamos mal, mañana toca pasarlo bien. Siempre es así…

El Jolly ni entendió…

Nos hicieron tareas y más tareas y cada hoja del cuaderno tenía cara de reloj marcando las siete. Hasta el lápiz me parecía un siete y mis tripas se habían retorcido en forma de siete.

Era la desesperación. Porque cuando el amigo de uno no entiende que más vale fregarse al tiro y gozar después, resulta casi imposible pensar en el más allá. Se ve que en Estados Unidos se vive puramente en hoy y no en mañana. No tienen confianza.

Estábamos perpetuamente solos en la clase; escribe que te escribe, cuando de repente apareció Pardo. Y venía a buscarnos.

—Haremos hoy una excepción con ustedes por tratarse de algo grave —dijo rastrillando su garganta—. Ha venido la mamá de Papelucho a pedirnos que los dejemos ir para que encuentre a su hermanita perdida… —El pobre Chuleta parecía emulsionado y nos dejó partir con el Jolly, uno de cada mano de la mamá, que lloraba sin poder sonarse por tener las manos ocupadas con nosotros.

—¿Cuándo vio a Ji la última vez? —le pregunté.

—Habíamos ido juntas al mercado —sollozó.

—¿A qué mercado? ¿Al persa o al supermercado? ¿No iba en el carrito?

—No. Lo han prohibido. Estaba a mi lado… y de pronto desapareció. Nadie pudo encontrarla.

—¿Usted estaba comprando champú o cremas?

—¿Cómo lo sabes?

—Entonces la Ji está entre los helados…

Y ahí estaba. Un poquito petrificada, pero chorreando cremas de helados de todas las clases.

No sé qué hacer para que la mamá se le ocurra que cuando ella habla de cremas, a uno le dan jugos y tiene que comer helados de crema inmediatamente.

El Jolly es de esa gente que se le queda escrito en la memoria todo lo que uno dice, así que en lo mejor que estábamos en la piscina de su casa, asomó su cabeza rubia del agua y me preguntó:

—Tú, ¿eres feliz?

—¡Claro! ¿No te dije ayer que hoy tocaba un día feliz? —y le hundí la cabeza hasta el fondo. Salió medio ahogado.

—¿Cómo puedes ser feliz si mañana toca que salgo todo malo?

—Es que no es obligación que sea malo, y tampoco pienso en mañana…

—Pero ayer pensabas en hoy para ser feliz —reclamó.

—Claro, y hoy pienso en pasado mañana, que toca día feliz.

—Eres raro —me dijo—. No entiendo…

—Yo tampoco te entiendo —le contesté—. En buenas cuentas, ¿quieres ser feliz o no?

—Naturalmente, pero todos los días…

—En ese caso, no pienses en antes, solo piensa en ¡Ya! si tienes proyectos de felicidad, piensa en ellos ¡Bah!, y me salió verso. Ni tenía la mayor idea de que yo era poeta, porque no soy vanidoso. Al Jolly le gustó mi verso y lo copió para ser feliz siempre.

Pero no terminó con eso, al poco rato empezó otro vez con la cuestión de la felicidad, y hablando y hablando decidimos que uno es requete feliz cuando recibe regalos. Entonces formamos una sociedad que se llama Regalatis Gratis y nosotros los socios somos los Recibitis Tutis, y la obligación es darle regalos a los Recibitis Tutis todos los días. Pensamos que mientras más Recibitis Tutis hay en la sociedad, más regalos vamos a recibir todos los días, así que vamos a juntar socios. Yo le regalé hoy al Jolly las ruedas de mis patines porque ellos se perdieron y él me regaló su rifle a postones y fuimos bien felices los dos. Aunque el Jolly es de esa gente que no sabe qué hacer con cuatro ruedas, y lo que pasa es que sin ruedas no se puede hacer nada.

En fin, que si éramos tan felices con un solo regalo, cómo seríamos de felices con cien, así que al otro día empezamos a contratar socio y más sociosen el colegio y a todos les parecía una idea genial y que cómo no se le habría ocurrido antes a alguien, y bla, bla, bla, y nosotros estábamos seguros de que éramos genios. En la tarde ya había 151 socios Recibitis Tutis y nos sentíamos felices de recibir 151 regaloscada uno, cuando de repente nos dimos cuanta de que teníamos que buscar otros 151 regalos para dar y decidimos clotiar la sociedad. Porque tener que conseguirse 151 porquerías para recibir otras 151 mugres, no valía la pena…

Me costó bastante el lunes acostumbrarme otra vez a mi casa después de haber "casi" vivido en Estados Unidos dos días enteros. Porque en la casa de Jolly se comía distinto, se dormía distinto, se olía distinto. Y no había que pedirle permiso a nadie, y había piscina permanente con pasto tibio alrededor, especial para dormir. Allá todos los días eran diferentes y en mi casa todos los días son iguales y el olor de la cocina es idéntico siempre. Lo único que pasaba antes de sorpresa era que se perdía la Ji, pero ahora que le han puesto una pulsera con cascabeles ni siquiera se pierde. Y el día entero se oye la sonajera…

Con esto de que me volví poeta, me ha dado por escribir versos, pero casi ni se me ocurren con la bullita de cascabeles. Así que me encierro en el baño a escribir, porque antes, cuando era chico, me venían todas las ideas ahí, y me contaba cuentos estupendos, que dejaba en suspenso para el otro día, y me daba tanta curiosidad saber lo que iba a pasar que a cada rato tenía que volver al baño.

Y hoy, apenitas me encerré, golpearon la puerta.

—¿Estás ahí?

—Sabes que estoy aquí, ¿qué quieres, Jimena?

—¡Lo mismo que tú!

—Yo estoy escribiendo… —oigo sus pasos que se alejan y pienso que es una suerte que no sepa escribir. Pero al poquito rato está de vuelta.

—¡Oye, Papelucho! ¿Cómo se escribe "había una vez una caperucita"?

—¡Después te enseño! —chillo rabioso.

—Oye, necesito entrar…

Le abro. Viene con mi cuaderno de aritmética y mi lapicera, seguramente a escribir su cuento. Se lo quito y le explico que es mío.

—Yo te lo estoy cuidando —dice.

—Lo que debías cuidar es que no me irrumpan cuando estoy de poeta.

—Escribe no más, yo cuidaré la puerta —y yo entro de nuevo. Pero mis ideas se han ido y me aburro de buscarlas. Entonces trato de salir y la puerta está con llave.Golpeo, pateo, grito, nadie abre. Es la hora de la teleserie y mientras no termine, la Domi no me oirá. Mi famosa hermanita me ha encerrado, perpetuamente… Y pasan las horas. Me baño en lluvia, en tina, aguanto bajo el agua como un año, buceo mejor que nadie y hasta aprendo a disparar agua por las orejas. Me saco al aire y tirito. Tengo las manos y los pies albos y arrugados. Por fin me visto. Me afeito eléctricamente. Me engomino. Me tapo un diente picado, y todavía no se termina la teleserie. Un cuarto de baño da para una hora, pero no para un día entero…

Empiezo a arreglar las cosas y también la challa de la lluvia, para que se quede "medicinal", como debe ser. Pero se me inunda el cuarto y también el techo. El suelo se ve brillante y bonito, y sirve para lavarlo, pero el techo gotea y gotea y gotea. Y a no vuelvo a llamar para que abran. Prefiero esperar que se sequen las goteras o que al menos se paren, porque es fijo que me echarán la culpa, aunque sea la Ji la verdadera culpable.

"Alguien" trata de dormir… Yo ni respiro.

—¿Quién está dentro? —es la voz de mamá.

No puedo contestar. Se me ha olvidado hablar en tanto tiempo que llevó ahí encerrado.

—¡Abre, niño! Ya veo que estás escribiendo —dice, como quien dijera "ya veo que estás asesinando otra vez a alguien". Menos puedo hablar porque me siento ofendido.

—¡Abre esa puerta! —ordena.

—No puedo, está cerrada por fuera.

—¿Y dónde está la llave?

—Si lo supiera ya no estaría aquí. Llevo mil horas encerrado…

Se oye la voz de la Domi, los cascabeles de la Ji, la confusión de la mamá, las preguntas sin fin. Yo estoy rezando porque la llave no aparezca todavía, para que el techo cese de gotear.

Papelucho —sopla la voz de la Ji por el ojo de la llave—, escribe no más poesía. Eché la llave por el desague del lavaplatos.

Respiré tranquilo. Alcanzaría a secarse todo mientras la Domi iba a buscar al cerrajero. Y para no aburrirme, hice mil buquecitos de papee que corrían carreras de agua, lacios, deshechos, iban cayend uno por uno desmayados.

Y yo les escribí un verso:

Buquecitos de papel confort

Que calladitos sufriendo

Van silenciosos sorbiendo

Y humildes se van hundiendo

Para salvar el honor

Terminó el verso y la puerta no se abrió.

Entonces escribí otro que me sirve de composición para mi clase de Historia de mañana:

Valiente capitán de la Esmeralda,

Majestuoso es tu salto en el mar,

Te elevaste glorioso y valiente,

Viva el salto de Arturo Prat.

Y creo que con este verso por lo menos me saco un siete y además se le puede poner música de marcha y lo puede cantar todo el colegio.

Pero pasé la noche encerrado. Por suerte uno soñando no tiene la obligación de saber dónde está ni por qué, y si le duele el cogote, sueña con cogoteros, pero se olvida que su cama es una tina.

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