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Authors: Edgar Rice Burroughs

Piratas de Venus (21 page)

BOOK: Piratas de Venus
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En el camarote de Duare había luz cuando silbé a su puerta dudando si atendería mi llamada o fingiría no haberla escuchado. Durante un breve intervalo, no hubo respuesta y ya había llegado a convencerme de que no querría verme cuando se oyó su voz dulce invitándome a entrar.

—Eres muy testarudo —me dijo, aunque con menos disgusto en el tono de su voz que la última vez que me habló.

—He venido para preguntarte si te asusta la tormenta y para convencerte de que no existe peligro alguno.

—No tengo miedo —repuso—. ¿Era eso sólo lo que deseabas decirme?

Su réplica resultaba poco alentadora.

—No —repuse—. No he venido solamente con el fin de decirte eso.

Ella enarcó las cejas.

—¿Y qué es lo que tenías que decirme… que no me hayas dicho ya?

—Tal vez quisiera repetírtelo —murmuré.

—¡No debes hacerlo! —gritó. Me acerqué más a ella.

—Mírame, Duare... Mírame a los ojos y dime que no te gusta oírme decir que te adoro.

Bajó los ojos.

—No debo escucharte —susurró levantándose como si se dispusiera a salir de la estancia.

Yo estaba loco de amor. Sentirla tan cerca de mí me hacía arder la sangre en las venas. La cogí entre mis brazos y la estreché contra mi pecho, y antes de que pudiera evitarlo, cubrí de besos sus labios. Entonces, se apartó bruscamente y vi el brillo de una daga en su mano.

—Tienes razón —exclamé—. Mátame... Acabo de hacer algo imperdonable. Mi única disculpa es el gran amor que siento por ti... Ha nublado mi razón y el sentimiento del honor.

La daga cayó al suelo, a su lado.

—¡No puedo! —sollozó Duare.

Y sin mirarme salió del camarote.

Volví yo al mío maldiciendo mi brutalidad. No comprendía cómo había podido cometer un acto tan reprobable. Me avergonzaba el recuerdo de aquel suave cuerpo incrustado en el mío y aquellos labios perfectos apretados contra los míos. Una ola de vergüenza y desprecio de mí mismo me hacía enrojecer sin que el arrepentimiento aminorara mi humillación.

No me acosté hasta bastante después pensando en Duare y en todos los incidentes que habían ocurrido entre nosotros desde que la conocí. Adivinaba un sentido oculto en aquella exclamación: “No debo escucharte”, y me regocijó la idea de que ya otra vez se había negado a entregarme a sus compatriotas para que me matasen y que, de nuevo, se había negado a hacerlo. Su “No puedo” resonaba en mis oídos casi como una confesión de amor. Mi buen juicio me decía que era un insensato, pero me deleitaba el perfume de aquella locura.

Creció la tormenta con tan terrible furia durante la noche que el ulular del viento y el balanceo del barco me despertaron antes del amanecer. Me levanté en el acto y me dirigí a cubierta. Casi me arrastró el vendaval al poner pie en ella. Olas enormes levantaban el Sofal a gran altura para sumirlo en seguida en un abismo de agua. El barco se bandeaba violentamente y a veces una vasta ola se rompía contra la popa inundando la cubierta principal. A estribor se adivinaba una gran masa rocosa llena de peligros por lo demasiado cercana.

Entré en el cuarto de controles y encontré allí a Honan y a Gamfor, acompañados del timonel. Mostrábanse preocupados a causa de la proximidad de la costa. Si las máquinas o el timón fallaban iríamos fatalmente a parar a la costa. Les ordené que se quedaran donde estaban y bajé a la segunda cubierta para despertar a Kiron, a Kamlot y a Zog.

Mientras me encaminaba hacia la popa y estaba al pie de la escalerilla de la segunda cubierta, observé que la puerta del camarote de Vilor se abría y se cerraba a cada vaivén del barco, pero no le di importancia en aquel momento y seguí mi camino para ir a despertar a mis lugartenientes. Cuando lo hube hecho, me dirigí al camarote de Duare temiendo que si se despertaba sintiera temor por el vaivén del barco y el ulular del viento. Con gran sorpresa, hallé la puerta de su cuarto girando sobre sus goznes.

Instintivamente, surgió en mí la sospecha de que ocurría algo anormal, y lo único que me inspiró este sentimiento fue una cosa tan fútil como ver la puerta de su camarote abierta. Penetré prestamente, di la luz y examiné la estancia. No se observaba nada de particular, excepto que la puerta que comunicaba con el cuarto interior, donde dormí al joven, estaba también abierta y giraba sobre sus goznes. Sabía que nadie podía estar durmiendo, mientras los goznes de ambas puertas rechinaban. Podría haber ocurrido que Duare se sintiera asustada que no se atreviese a levantarse del lecho para cerrarlas.

Me asomé al dormitorio y la llamé en voz alta. Nadie contestó. Volví a llamar e idéntico silencio fue la respuesta. Comencé a inquietarme de veras. Me adentré en la estancia, di la luz y observé el lecho. Estaba vacío... Duare no se encontraba allí, pero en un rincón del camarote descubrí el cuerpo del hombre que estaba de guardia en la puerta.

Haciendo caso omiso de convencionalismos sociales, irrumpí en las dos estancias contiguas en las que se acomodaban las otras mujeres de Vepaja. Estaban todas, menos Duare. No la habían visto ni sabían dónde podía estar. Loco de inquietud, corrí al camarote de Kamlot y le comuniqué mi trágico descubrimiento. Se quedó atónito.

—¡Tiene que estar a bordo! —gritó—. ¿Dónde está, si no?

—Comprendo que debería estar a bordo, efectivamente, pero tengo el presentimiento de que no está. Hemos de registrar el barco en seguida, de popa a proa.

Cuando yo abandonaba el camarote de Kamlot, Zog y Kiron salían del suyo. Les informé de mi descubrimiento y les ordené que iniciaran en el acto la búsqueda. Después llamé a un individuo de la guardia y lo envié al puesto del vigía para que interrogara a éste.

Quería saber si había observado algo anormal en la nave durante su vigilancia, puesto que desde el elevado puesto en que se hallaba podía dominar la perspectiva de todo el buque.

—Pasad revista general —le dije a Kamlot—. Interroga a todos los que van a bordo. Registrad todos hasta el último rincón del barco.

Mientras todos marchaban a cumplimentar mis instrucciones, recordé la coincidencia de hallarse abiertas las dos puertas del camarote, la de Duare y la de Vilor. No acertaba a comprender qué relación podía existir entre los dos hechos, pero tenía que investigarlo todo, inspirara o no sospechas. Fui precipitadamente al camarote de Vilor y tan pronto como encendí la luz, comprobé que tanto Vilor como Moosko habían desaparecido. ¿Dónde estarían? Nadie hubiera sido capaz se abandonar el Sofal durante aquella galerna, aunque consiguiera echar al agua un bote, cosa materialmente impracticable, sin ayuda, incluso en tiempo normal.

Salí del camarote de Vilor y llamé a un marinero para que comunicase a Kamlot que Vilor y Moosko no estaban en sus camarotes, dando orden de que los llevaran a mi presencia tan pronto como fueran hallados. Después me dirigí de nuevo a las habitaciones de las mujeres vepajanas, con el fin de interrogarlas con más detenimiento.

Sentíame desconcertado por la desaparición de Moosko y de Vilor, coincidiendo con la ausencia de Duare. Constituía un gran misterio y estaba determinado a hallar algún indicio que me permitiese relacionar de alguna manera los dos hechos. De pronto, recordé la insistencia de Vilor de que se le permitiese vigilar la puerta de Duare. Era ya aquello un ligero rastro de relación entre las dos desapariciones. De todos modos, no me llevaba a ninguna conclusión. Aquellas tres personas habían desaparecido de sus camarotes y, lógicamente pensando, debían aparecer pronto. Resultaba materialmente imposible que hubiesen abandonado el barco, excepto...

Aquella sencilla palabra, “excepto”, me llenó repentinamente de terrible zozobra. Desde que descubrí que Duare no se encontraba en su camarote, surgió en mi mente un temor que no me dejaba vivir. ¿No podía haberse sentido la joven deshonrada por haber escuchado mi declaración y haberse arrojado al mar? ¿De qué servirían entonces las recriminaciones que me venía haciendo yo constantemente por mi falta de cordura? ¿Para qué valdría mi vano remordimiento?

Pero surgió un breve rayo de esperanza. Si la desaparición de Vilor y Moosko de sus camarotes y la de Duare del suyo no eran meras coincidencias, cabía admitir que se hallaban juntos y resultaría ridículo creer que se habían arrojado al mar los tres. Torturado por tan contradictorios temores y esperanzas, llegué ante los camarotes de las mujeres y estaba a punto de entrar cuando el marinero que había encargado que interrogara al vigía vino corriendo hacia mí dando muestras de evidente excitación.

—¿Qué ocurre? —le pregunté cuando se detuvo sin poder casi respirar—. ¿Qué tiene que comunicar el vigía?

—Nada, mi capitán —repuso el marinero balbuceando por la agitación y el cansancio de la carrera.

—¿Nada? ¿Y cómo es eso?

—El vigía está muerto, mi capitán —gimió el marino.

—¿Muerto?

—Asesinado.

—¿Y cómo ha sido?

—Lo acuchillaron con un sable... Se lo clavaron por la espalda y cayó de bruces.

—Corre a informar a Kamlot de lo ocurrido y dile que ponga a otro vigía y que investigue qué pudo ocurrir. Y después que me traigan su informe.

Más inquieto aún por aquella noticia, entré en las habitaciones de las mujeres. Se habían congregado todas en un camarote. Estaban pálidas y daban muestras de terror, pero no alborotaban.

—¿Encontraste a Duare? —me preguntó una de ellas inmediatamente.

—No —repliqué—. Pero he descubierto otro misterio: Moosko, el ongyan, ha desaparecido, y con él, el vepajano Vilor.

—¡Vepajano! —exclamó Byea, la mujer que me había preguntado sobre el paradero de Duare—. Vilor no es vepajano.

—¿Qué quieres decir? —inquirí—. Si no es vepajano, ¿qué es?

—Es un espía thorista —repuso—. Hace tiempo que lo enviaron a Vepaja para descubrir el secreto del suero de la longevidad, y cuando fuimos capturados, los klangan lo prendieron también por error. Nos hemos ido informando de todo esto poco a poco, en el Sovong.

—Pero, ¿por qué no se me dijo nada cuando se le trajo a bordo?

—Suponíamos que lo sabía todo el mundo —explicó Byea—, y creímos que se le había traído al Sofal como prisionero.

Otro eslabón de la cadena que constituía una prueba más. Pero lo que faltaba saber era dónde se hallaba la cadena.

14. TORMENTA

Cuando hube interrogado a las mujeres, me dirigí a la cubierta principal, demasiado impaciente para aguardar en mi torrecilla de mando el resultado de las pesquisas de mis oficiales. Habían registrado el barco y acudían a darme su información. No fue hallado ninguno de los desaparecidos, pero la búsqueda reveló otro hecho sorprendente: los cinco klangan también habían desaparecido.

A pesar de que registrar ciertos rincones del barco constituía una tarea peligrosa dado el vaivén de la nave, y el hecho de verse barrida la cubierta de vez en cuando por las olas, se practicaron las pesquisas con todo escrúpulo y los encargados congregáronse en la amplia sala situada en la cubierta principal. Kamlot, Gamfor, Kiron, Zog y yo entramos también en la mencionada estancia, donde nos pusimos a considerar todos los aspectos de tan misterioso asunto. Honan se hallaba en el puesto de control de la torrecilla.

Les dije que acababa de descubrir que Vilor no era vepajano, sino espía thorista, y recordé a Kamlot con cuanta insistencia me había rogado que se le permitiese custodiar a la janjong.

—Me enteré por casualidad de quien era mientras hablaba con Byea, al interrogar a las mujeres —añadí—. Durante su cautiverio en el Sovong, Vilor acosaba a Duare con sus atenciones. Se interesaba mucho por ella.

—Me parece que éste es el dato que nos faltaba para poder reconstruir los acontecimientos de anoche, de otro modo inexplicables— repuso Gamfor—. Vilor deseaba poseer a Duare y Moosko deseaba escapar del cautiverio. El primero se encargó de fraternizar con los klangan trabando amistad con ellos. Esto lo sabía todo el mundo en el Sofal. Moosko era un ongyan. Durante toda su vida, los klangan han considerado a los klong-yan como la representación genuina de la autoridad. Tenían que poner fe en sus promesas y obedecer sus órdenes. Indudablemente, Vilor y Moosko elaboraron juntos los detalles del plan. Encargaron a un angan que matara al vigía para que sus movimientos no despertasen sospechas ni fueran comunicados antes de llevar a buen fin su trama. Una vez asesinado el vigía, debieron reunirse en el camarote de Vilor. Después Vilor, probablemente acompañado de Moosko, se dirigió al camarote de Duare y allí asesinaron al centinela y sorprendieron a la janjong mientras dormía, amordazándola y llevándosela por la escalera hasta cubierta, donde les esperaban los klangan. Es cierto que soplaba un viento tempestuoso, pero en dirección a la costa, que se encontraba a escasa distancia a babor, y los klangan son excelentes voladores. Eso es lo que creo que representa el cuadro más ajustado de lo ocurrido a bordo del Sofal mientras dormíamos.

—¿Opinas que los klangan se los llevaron a las costas de Noobol? —pregunté.

—Me parece que no cabe duda alguna —contestó Gamfor.

—Estoy de acuerdo con él —terció Kamlot.

—Entonces, sólo podemos hacer una cosa —les dije—. Hemos de tomar rumbo hacia la costa para desembarcar una expedición que se encargue de buscarlos.

—No hay modo de que se sostenga un bote en el agua con este mar —objetó Kiron.

—La tormenta no va a seguir eternamente —repliqué—. Podremos quedarnos cerca de la costa hasta que amaine. Voy a subir a la torrecilla. Vosotros permaneced aquí para seguir interrogando a la tripulación. Tal vez alguien haya oído algo que nos sea útil. Los klangan son muy charlatanes y bien pudieran haber revelado algo que nos sirva para determinar el sitio hacia donde pensaban dirigirse Vilor y Moosko.

En el momento en que yo subía a la cubierta principal, el Sofal se alzó sobre la cresta de una ola enorme y luego se hundió en un abismo de agua, sumiéndose la cubierta en un ángulo de casi cuarenta y cinco grados. El húmedo y resbaladizo maderamen no constituía un apoyo firme y resbalé hacia adelante casi cincuenta pies, sin poder evitarlo. Luego, el barco hundió su proa en una ola gigantesca y una verdadera muralla de agua barrió la cubierta de babor a estribor, cogiéndome de pleno y llevándome a su espumeante cresta.

Permanecí un instante sumergido en el agua, pero con el esfuerzo titánico que me prestaba el peligro, conseguí sacar la cabeza y vi que el Sofal cabeceaba, sacudido de un lado para otro, a cincuenta pies de distancia.

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