Pisando los talones (70 page)

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Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaca

BOOK: Pisando los talones
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—Ke Larstam —dijo después con vehemencia—. ¿Sabemos si figura en nuestros registros? Ése será tu cometido, Martinson. Ya sé que es medianoche, pero, para nosotros, como si fuera pleno día, así que llama y despierta a quien haga falta. Albinsson puede facilitarnos los datos personales de Larstam; la cuestión es si eso será suficiente, en el caso de que no sean falsos. Dado que se dedica a disfrazarse de mujer, a cambiar de aspecto, es posible que su apellido sea cualquier otro, y no Larstam. Además, a mí no me parece un apellido real. Hemos de rebuscar en todos los agujeros imaginables e inimaginables con el fin de hacernos una idea de quién es. —Entonces colocó sobre la mesa el vaso que llevaba envuelto en papel de cocina—. Si tenemos suerte, hallaremos huellas dactilares —anunció—. Y, si no me equivoco, coincidirán con las que había en el apartamento de Svedberg, las que encontramos en el parque natural y hasta con las que nunca llegamos a encontrar en Nybrostrand.

—¿Y Sundelius? —inquirió Ann-Britt Höglund—. ¿No deberíamos despertarlo también a él? Quizá nuestras sospechas sean fundadas, y tal vez conozca a Larstam.

Wallander asintió y lanzó una mirada interrogante a Thurnberg, que no opuso objeción alguna.

—Quiero que lo llaméis enseguida. Tú misma puedes encargarte de ello. Además, tendremos que ser duros con él, pues estoy convencido de que ha estado mintiéndonos. Y ya no tenemos más tiempo que perder con falsos testimonios.

Thurnberg mostró su aprobación.

—Sí, me parece razonable —admitió—. Sin embargo, quisiera que nos cuestionásemos sólo una vez más si existe la menor posibilidad de que estemos en un error.

—En absoluto —negó Wallander, rotundo—. No hay posibilidad de error.

—¿Estás completamente seguro de que es Ke Larstam? Con todo, lo único que tenemos son unos recortes de periódico.

Wallander respondió con total convencimiento.

—Es él. No cabe la menor duda.

Antes de dispersarse para emprender cada uno sus tareas respectivas, debatieron la cuestión de cuánto debían esperar antes de entrar en el apartamento. Si Wallander estaba en lo cierto y Larstam se encontraba en el apartamento cuando ellos entraron y se marchó a toda prisa sin ser visto, no había motivo para suponer que volvería por voluntad propia. Wallander no supo dar una respuesta convincente al porqué de su reticencia a entrar en el apartamento de inmediato, pero lo cierto era que algo lo hacía dudar sobre este punto. Siguiendo la sugerencia de Martinson, decidieron aguardar hasta hablar con Kjell Albinsson, a quien acababan de sacar de la cama para sentarlo en un coche patrulla que se dirigía ya rumbo a Ystad.

—Quiero que averigüéis quiénes son los demás vecinos —ordenó Wallander—; así pues, enviad a algún agente al portal para que anote los nombres. También hemos de saber quién es el propietario del edificio y tener acceso al sótano y al desván.

Provisionalmente, dispusieron la sala de reuniones como cuartel general, donde Wallander aguardaba sentado en el extremo de la mesa que habitualmente ocupaba. En ésas, llegó Kjell Albinsson. El hombre estaba muy pálido y no parecía haber comprendido del todo la razón por la que lo habían despertado a medianoche y lo habían conducido a Ystad. Wallander pidió que le sirviesen un café cuando entrevió a Ann-Britt Höglund por el pasillo, en compañía de Sundelius, que la seguía colérico.

—Bien, iré derecho al grano —comenzó—. Tenemos la firme sospecha de que Ke Larstam es el hombre que, hace unas semanas, asesinó al policía llamado Svedberg, que recibió sepultura ayer mismo.

Albinsson perdió el poco color que le quedaba.

—Pero… eso no es posible.

—Espera, aún hay más —prosiguió Wallander—. Además, estamos convencidos de que mató a los tres jóvenes del parque natural de Hagestad, así como a otra joven, en una isla del archipiélago de Östergörland, y, finalmente, a la pareja de novios de Nybrostrand. En otras palabras, se trata de un sujeto que, en un periodo de tiempo muy reducido, ha asesinado ni más ni menos que a ocho personas, lo que lo convierte en uno de los asesinos más peligrosos y terribles de la historia de este país.

Albinsson no cesaba de negar con la cabeza.

—Debe de tratarse de un error —rechazó—. No, no puede ser Ke.

—Te aseguro que, de no estar totalmente convencido de ello, no te lo habría dicho. De modo que lo más sensato que puedes hacer es creerme y responder a mis preguntas lo mejor que sepas, ¿entendido?

—Sí.

En aquel momento, Thurnberg entró en la sala y se sentó, sin pronunciar una palabra, al otro lado de la mesa, frente a Albinsson.

—Te presento al fiscal Thurnberg —aclaró Wallander—. No obstante, el hecho de que él esté presente no significa que seas sospechoso de ningún delito.

Albinsson no pareció entender lo que Wallander quería decirle.

—¡Pero si yo no he hecho nada!

—Eso es exactamente lo que acabo de decirte. Simplemente, concéntrate en mis preguntas. Puesto que algunas respuestas son más urgentes que otras, las preguntas no parecerán seguir un orden lógico.

Albinsson asintió mientras, de forma paulatina, tomaba conciencia de que cuanto ocurría a su alrededor era real y no un extraño sueño.

—Ke Larstam vive en la calle Harmonigatan número dieciocho —comenzó Wallander—. Sabemos que no se encuentra allí en estos momentos y creemos que ha huido, que se ha dado a la fuga. ¿Tienes idea de adónde ha podido ir?

—No lo conozco hasta ese punto.

—¿Sabes si tiene alguna casa de campo, o algún amigo?

—No lo sé.

—Seguro que algo sabes.

—Hay algunos datos sobre los empleados en el registro de personal, pero está en los archivos de la central de Correos.

Wallander maldijo en silencio, consciente de que debió haber pensado en ello.

—Bien, pues vamos a buscarlo ahora mismo.

Se puso de pie y le indicó a Albinsson que lo siguiese. En aquel momento, los agentes de una patrulla nocturna entraron para dejar un informe y el inspector, tras explicarles lo que debían hacer, les encomendó a Albinsson. Regresó entonces a la sala de reuniones, donde seguía Thurnberg, ocupado en hacer anotaciones en un bloc.

—¿Cómo lograste entrar en el apartamento? —quiso saber el fiscal.

—Forcé la puerta —reveló Wallander—. Nyberg estuvo presente, pero la responsabilidad es sólo mía.

—En fin… Espero que tus sospechas sobre Larstam resulten justificadas. De lo contrario, habrá problemas.

—¿Sabes? A decir verdad, envidio tu capacidad de detenerte a pensar en ese tipo de cuestiones en una situación como ésta.

—Bueno, los policías se equivocan de vez en cuando —advirtió Thurnberg—. Supongo que comprendes que debía hacerte esa pregunta.

Wallander se sintió indignado, pero logró, con el mayor de los esfuerzos, dominar su ira.

—No quiero que se cometa otro asesinato —repuso al cabo—. Ni más ni menos. Y Ke Larstam es el hombre que buscamos.

—Nadie desea que se produzcan más asesinatos —convino Thurnberg—. Como tampoco nadie desea que la policía cometa errores innecesarios.

Wallander se lo tomó como un ataque personal. Se disponía a preguntarle a Thurnberg si estaba insinuando que era él quien cometía los errores, cuando Martinson entró en la sala.

—Nyberg acaba de llamar —anunció—. Al parecer, las luces siguen encendidas.

—¿Y los vecinos? —inquirió Wallander—. ¿Quiénes viven en el edificio? Y el propietario, ¿quién es?

—¿Por dónde quieres que empiece? —quiso saber Martinson—. ¿Por una búsqueda de Larstam en los archivos policiales o por los vecinos?

—Lo ideal sería que lo hicieses todo a la vez, pero la verdad es que si hallamos a Larstam en nuestros archivos, podremos obtener un buen fragmento de su historia, que nos vendrá de maravilla.

Martinson tomó nota y se marchó. Wallander permaneció sentado y en silencio mientras Thurnberg seguía escribiendo. Desde algún lugar impreciso, se oyó ladrar a un perro. Wallander fue a buscar más café y por el camino vio que la puerta de Ann-Britt Höglund estaba cerrada. Sabía que su colega estaba interrogando a Sundelius y sopesó la posibilidad de entrar.

Sin embargo, descartó la idea. Instantes después llegó un agente y le tendió un teléfono, por el que pudo oír la voz de Hanson, que le comunicaba que hacía ya diez minutos que habían empezado los turnos de vigilancia.

—¿Están todos avisados de que se trata de un sujeto muy peligroso? —preguntó Wallander.

—Te lo aseguro. Lo he repetido infinidad de veces.

—Pues repítelo otra vez, y recuérdales que no hace tantas horas que enterramos a un colega.

Dicho esto, regresó a la sala de reuniones. Thurnberg ya no estaba allí y Wallander aprovechó la circunstancia para leer lo que el fiscal había apuntado en su bloc de notas.

Lo que el joven Thurnberg había estado escribiendo eran una ristra de palabras rimadas.
Agua, fragua, ragua
. Wallander meneó la cabeza. Transcurridos otros cinco minutos, Albinsson apareció de nuevo, ya menos pálido, con un dossier amarillo.

—Toda esta documentación es confidencial —advirtió—. En realidad, debería llamar al jefe de Correos para preguntarle qué debo hacer.

—En ese caso, yo haré venir al fiscal —amenazó Wallander—. Y haré que te detenga por encubrir a un criminal.

Albinsson pareció creerlo y Wallander tendió la mano para que le entregase el dossier. Había unas cuantas páginas que no contenían más que listados de servicios, y Wallander comprobó enseguida que Ke Larstam había trabajado durante los últimos años en todos los distritos, salvo en uno. Por otro lado, también se cercioró de que, tal y como había asegurado Albinsson, entre principios de marzo y mediados de junio Larstam había sustituido al titular del distrito de Skåreby, donde vivía Isa Edengren. Y durante el mes de julio se había encargado del área de Nybrostrand.

Pasó a leer los datos personales. Ke Larstam había nacido el 10 de noviembre de 1952 en Eskilstuna. Su nombre completo era Ke Leonard Larstam. Terminó sus estudios de bachillerato en 1970, en su ciudad natal, y un año después, en 1971, prestó el servicio militar en el regimiento de infantería de Skövde. En 1972 inició sus estudios en la Universidad Politécnica Chalmers de Gotemburgo, que finalizó en 1979. En ese mismo año, comenzó a trabajar como ingeniero en el gabinete Stands Konsultativa Ingenjörsbyrå de Estocolmo, donde permaneció hasta 1985, año en que cesó antes de emprender su formación como cartero. En ese mismo año se trasladó a Höör y más tarde a Ystad. Después se sucedía una larga lista de diversos destinos laborales. Estaba soltero y no tenía hijos. En la casilla situada junto al concepto «pariente más próximo» sólo había un guión.

—¿Es posible que este hombre no tenga ningún familiar? —preguntó incrédulo.

—Al parecer, así es.

—Pero, tiene que haberse relacionado forzosamente con alguien.

—Bueno, como ya dije, es una persona muy retraída.

Wallander dejó el dossier. Examinarían a fondo cuanto allí se decía de él. Sin embargo, lo que Wallander necesitaba saber era dónde podía estar Larstam en aquellos momentos, precisamente en aquella madrugada del miércoles 21 de agosto.

—No existen personas tan solitarias —insistió Wallander—. ¿Con quién solía hablar o tomarse un café? ¿Acaso no tenía opiniones que compartir? Tiene que haber alguien que sepa de él algo más de lo que figura en este dossier.

—Lo cierto es que, en algunas ocasiones, en la central comentábamos lo inaccesible que era… —reveló Albinsson—. Pero como siempre se mostraba amable y solícito, lo dejábamos en paz. Uno puede llegar a tomarle aprecio a una persona de la que lo ignora casi todo.

Wallander reflexionó sobre las palabras de Albinsson antes de emprender otra vía.

—Bien. Así pues, él hacía sustituciones de diversa duración. ¿Hubo alguna ocasión en que rechazase una oferta?

—Jamás.

—Es decir, que no tiene ninguna otra ocupación.

—No, que nosotros sepamos. Solía estar disponible incluso cuando no le dábamos más que unas horas de margen para incorporarse.

—Lo que a su vez implica que siempre estaba localizable.

—Así es.

—Vamos, que estaba siempre en casa, esperando que sonase el teléfono.

Albinsson adoptó un tono grave al responder.

—Sí, ésa era la impresión que daba.

—Lo has descrito como una persona cumplidora, minuciosa y solícita. Además de retraída. ¿No hizo ni dijo nunca nada sorprendente?

Albinsson meditó un instante.

—Bueno, a veces cantaba.

—¿Cantaba, dices?

—Así es. Cantaba. O quizá sería más correcto decir que tarareaba.

—¿Y qué cantaba? ¿Cuándo lo hacía? ¿Podrías ser más explícito? No sé, decirme si cantaba bien o mal…

—Pues yo creo que eran salmos lo que canturreaba mientras clasificaba las cartas y los diarios, y también cuando se marchaba, de camino hacia el coche. Pero no sé si cantaba bien, pues lo hacía en voz baja. Supongo que por no molestar.

—Resulta muy llamativo el hecho de que cantase salmos.

—Bueno, quizá fuesen canciones de culto.

—¿Acaso es muy creyente?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

—Tú limítate a responder a mis preguntas.

—Bueno, en este país hay libertad de credo, de modo que Ke Larstam puede ser budista, y nadie tiene por qué saberlo.

—Me temo que los budistas no van por ahí matando a parejas de recién casados ni a grupos de jóvenes que celebran una fiesta —atajó Wallander con acritud—. ¿Alguna otra particularidad?

—Se lavaba las manos con mucha frecuencia.

—¿Algo más?

—Las únicas ocasiones en que lo veía enfadado era cuando los compañeros reían y se mostraban contentos. Aunque se le pasaba enseguida.

Wallander clavó la mirada en el funcionario de Correos.

—¿Podrías ampliar algo más esa observación?

—Pues, a decir verdad, no hay mucho más que decir.

—No le gusta que la gente esté contenta, ¿no es cierto?

—No lo sé, pero sí recuerdo que solía apartarse cuando los compañeros rompían a reír. Supongo que, cuando la gente se ríe, es porque está contenta. Y eso parecía molestarle.

A Wallander le vino a la mente el comentario de Nyberg en Nybrostrand, donde hallaron muertos a la pareja y al fotógrafo. Algo así como que al asesino no parecía gustarle que la gente fuese feliz.

—¿En alguna ocasión se comportó de forma violenta?

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