Authors: Agatha Christie
Poirot meneó la cabeza.
—Tengo la idea de que ninguna habla con franqueza.
—Eso es lo peor de nuestra labor —dijo Race, desalentado—. Tantas personas callan la verdad por motivos francamente fútiles... ¿Qué hacemos ahora? ¿Continuar el interrogatorio de los pasajeros?
—Creo que sí.
La señora Otterbourne sucedió a su hija. Corroboró la declaración de Rosalía de que ambas se acostaron antes de las once. Ella misma no oyó nada de interés durante la noche. No podía decir si Rosalía salió del camarote o no. Sobre el tema del crimen estaba inclinada a extenderse.
—Sus sugerencias han sido muy útiles, señora Otterbourne —exclamó Race al terminar ella su declaración—. Tenemos que continuar nuestra labor ahora. Un millón de gracias.
La escoltó galantemente hasta la puerta y volvió enjugándose la frente.
—¡Qué mujer más venenosa! ¡Uf! ¿Por qué no la ha matado alguien?
—Puede suceder todavía —le consoló Poirot.
—Tal vez eso sería razonable. ¿Quién nos queda? Pennington lo reservaremos para el final. Richetti y Ferguson.
El señor Richetti estaba muy voluble, muy agitado.
—¡Pero, qué horror, qué infamia, una mujer tan joven y tan hermosa... en verdad, un crimen inhumano!
Sus respuestas fueron rápidas. Se había acostado temprano, muy temprano. En realidad, inmediatamente después de cenar. Había leído durante un rato un folleto, habiendo apagado la luz poco antes de las once. No oyó ningún disparo. Ningún sonido como el estampido de un corcho. Lo único que oyó, pero eso fue más tarde, en medio de la noche, fue un chapoteo, un chapoteo grande, cerca de la puerta de su camarote.
—Su camarote está en la cubierta inferior, en la parte de estribor, ¿no es así?
—Sí, sí, así es. Y yo oí el fuerte chapoteo.
—¿Puede usted decirnos a qué hora fue eso?
—Fue una hora después de dormirme... Quizá dos horas.
—¿A eso de la una y diez, por ejemplo?
—Podría ser muy bien, sí.
Salió el señor Richetti, gesticulando ampliamente.
Pasaron a interrogar al señor Ferguson.
—¡Cuanto jaleo por este asunto! —se mofó—. ¿Y qué importa realmente? Hay una cantidad enorme de mujeres de más en el mundo.
Race dijo fríamente:
—¿Puede darnos una referencia de sus movimientos de anoche, señor Ferguson?
—No veo por qué he de dársela. Pero no tengo ningún inconveniente. Estuve dando vueltas. Fui a tierra con la señorita Robson. Cuando ella volvió al barco yo di unas vueltas por mi cuenta durante un rato. Volví y me acosté a eso de medianoche.
—Su camarote está en la cubierta inferior, en el lado de estribor...
—Sí. No estoy arriba como los potentados.
—¿Oyó un disparo? Podía haber sonado como el estampido de un corcho.
—Sí, creo que oí algo parecido. No recuerdo cuándo... antes de quedarme dormido. Pero había mucha gente de pie entonces, corriendo por la cubierta superior.
—Eso fue, probablemente, el tiro disparado por la señorita de Bellefort. ¿No oyó otro?
Ferguson negó con la cabeza.
—¿Ni un chapoteo?
—¿Un chapoteo? Sí, creo haber oído un chapoteo. Pero había tanto ruido que no puedo estar seguro de que lo fuera.
—¿Salió usted de su camarote durante la noche?
—No, no salí. Y no tomé parte en la buena obra; mala suerte.
—Vamos, vamos, señor Ferguson, no se comporte como un chiquillo.
El joven reaccionó con furia:
—¿Por qué no he de decir lo que pienso? Creo en la violencia.
—Pero usted no practica lo que predica —murmuro Poirot—. Me pregunto... —se inclinó hacia delante—. Fue ese hombre, Fleetwood, ¿no es cierto, quien dijo a usted que Linnet Doyle era una de las mujeres más ricas de Inglaterra?
—¿Qué tiene que ver Fleetwood con esto?
—Fleetwood, amigo mío, tenía un motivo excelente para matar a Linnet Doyle. Le tenía una inquina particular.
El señor Ferguson saltó de su asiento como el muñeco en una caja de resorte.
—De modo que ése es su propósito, ¿no es así? —interpeló iracundo—, achacárselo a un pobre diablo como Fleetwood, que no puede defenderse, que no tiene dinero para conseguir un abogado. Pero le digo esto: si intenta culpar a Fleetwood, tendrá que vérselas conmigo, se lo aseguro.
—¿Y quién es usted, exactamente? —preguntó Poirot, con voz dulce.
El señor Ferguson enrojeció.
—Puedo ponerme al lado de mis amigos, de todos modos —dijo ásperamente.
—Bien, señor Ferguson, creo que eso es todo lo que necesitamos ahora —dijo Race.
Cuando la puerta se cerró detrás de Ferguson, observó inesperadamente:
—Es un cachorro simpático, ¿eh?
—¿No cree usted que es el individuo que buscamos? —preguntó Poirot.
—Difícilmente. Abordaremos a Pennington.
Andrés Pennington exhibió todas las reacciones convencionales de pena y conmoción. Race preguntó:
—Para empezar, señor Pennington, ¿oyó usted algo anoche?
—No, señor; no puedo decir que oí algo. Mi camarote está a la derecha del ocupado por el doctor Bessner, números 38 y 39, y oí cierta conmoción por allí cerca a eso de medianoche.
—¿No oyó nada más? ¿Ningún disparo?
—Nada en absoluto.
—¿Y se acostó?
—Debe de haber sido después de las once —inclinóse hacia delante—. No creo que sea una noticia para ustedes saber que corren muchos rumores a bordo. Esa muchacha medio francesa... Jacqueline de Bellefort. Hay algo sospechoso ahí.
Poirot dijo:
—¿Cree usted que, en su opinión, Jacqueline de Bellefort mató a la señora Doyle?
—Eso es lo que me parece. Desde luego, yo no sé nada...
—¡Desgraciadamente, nosotros sabemos algo!
—¿Eh? —Pennigton se sobresaltó.
—Sabemos que es completamente imposible que la señorita de Bellefort haya matado a la señora Doyle.
Explicó con toda minuciosidad las circunstancias. Pennington parecía reacio a aceptarlas.
—Convengo en que las circunstancias la favorecen, pero esta enfermera... apuesto a que no estuvo despierta toda la noche... Se quedó dormida y la muchacha entró y salió sin ser vista.
—Difícilmente, señor Pennington. Ella le administró un opiado fuerte. De todos modos, una enfermera acostumbra dormir ligeramente y despertar cuando su paciente despierta.
—Todo eso me parece sospechoso, increíble —declaró Pennington.
Race dijo de un modo autoritario:
—Ha de creerme, señor Pennington, cuando le digo que hemos examinado todas las posibilidades muy cuidadosamente. Ahora abrigamos la esperanza de que usted pueda ayudarnos.
—¿Yo?
—Sí. Usted era un íntimo amigo de la muerta. Usted conoce las circunstancias de su vida. Con toda probabilidad, mucho mejor que su esposo, puesto que él la conoció tan sólo hace unos meses. Usted debiera saber, por ejemplo, de alguien que tuviese algún resentimiento contra ella; usted debería saber, además, si había alguien que tuviese un motivo para desear su muerte.
Andrés Pennington se pasó la lengua por sus labios, secos.
—Le aseguro a usted que no tengo la menor idea. Linnet fue educada en Inglaterra y conozco muy poco del ambiente que la rodeaba.
—Sin embargo —musitó Poirot—, había alguien a bordo interesado en la muerte de la señora Doyle. Ella escapó milagrosamente antes, como recordará, en este mismo lugar, cuando aquella roca cayó... ¡ah!, pero ¿quizá usted no se encontraba allí?
—No. Yo estaba en el templo en ese momento.
—La señora Doyle mencionó a alguien de a bordo que estaba resentido, no contra ella personalmente, sino contra su familia. ¿Sabe usted quién puede ser? —continuó Race.
—No. No tengo la menor idea.
—¿Ella no se lo mencionó a usted?
—No.
—Era usted un amigo íntimo de su padre. ¿No recuerda alguna operación comercial suya que pudo haber arruinado a su adversario?
—No; ningún caso sobresaliente. Tales operaciones eran frecuentes, desde luego, pero no recuerdo a nadie que profiriera amenazas... nada por el estilo.
—En resumen, señor Pennington, ¿no puede usted ayudarnos?
—Así lo parece. Deploro mi imposibilidad.
Race cambió una mirada con Poirot; luego dijo:
—Lo siento. Habíamos abrigado alguna esperanza.
Se levantó en señal de que la entrevista había terminado.
Andrés Pennington dijo:
—Como Doyle está imposibilitado, espero que él querrá que yo me encargue de lo que sea necesario hacer. Perdone, coronel, ¿pero qué piensa hacer?
—Cuando salgamos de aquí, iremos directamente a Shellal, para llegar allí mañana por la mañana.
—¿Y el cadáver?
—Será trasladado a una de las cámaras frigoríficas.
Andrés Pennington inclinó la cabeza. Luego abandonó la habitación.
—El señor Pennington —observó Race— no estaba muy tranquilo.
Poirot asintió con la cabeza.
—Y —dijo— el señor Pennington estaba lo bastante trastornado para decirnos una mentira estúpida. Él no estaba en el templo de Abú Simbel cuando aquella roca cayó. Puedo jurarlo. Yo acababa de llegar de allí.
—Una mentira muy estúpida —asintió Race— y muy reveladora.
—Mas por el momento —sonrió Poirot—, podemos tratarle con guante blanco.
—Exacto —corroboró Race.
Sonó un leve chirrido bajo sus pies. El
Karnak
partía rumbo a Shellal.
—Las perlas —dijo Race—, es lo que hay que aclarar a continuación.
—¿Tiene un plan?
—Sí. Servirán el almuerzo dentro de media hora. Después de la comida, propongo anunciar, simplemente mencionar el hecho, que las perlas han sido robadas y que ruego que todo el mundo permanezca en el comedor mientras se efectúa un registro.
—Está bien pensado.
Quien cogió las perlas todavía las tiene.
No avisando de antemano, no habría posibilidad de que, poseídos de pánico, las tiren por la borda.
Race empujó algunas hojas de papel hacia él. Murmuró con tono de excusa:
—Me gusta hacer un breve resumen de los hechos a medida que voy tratando. Evita la confusión que se sigue.
—Hace usted bien —replicó Poirot.
—¿Hay algo que no esté de acuerdo?
Poirot cogió las hojas. Estaban encabezadas:
ASESINATO DE LA SEÑORA DOYLE
«La señora Doyle fue vista viva por su criada Luisa Bourget. Hora: 11.30 aproximadamente.
«Desde las 11.30 a las 12.30, los siguientes, tienen coartadas: Cornelia Robson, Jaime Fanthorp, Simon Doyle, Jacqueline de Bellefort, nadie más, pero el crimen fue ciertamente cometido después de esa hora, dado que es prácticamente seguro que la pistola usada fue la de Jacqueline de Bellefort, la cual estaba entonces en su bolso. Que no se empleó su pistola no parece absolutamente seguro hasta después de efectuarse el examen
post mortem
y frente a la bala, pero puede tomarse como probable.
«Probable curso de los acontecimientos: X, asesino, fue testigo de la escena entre Jacqueline y Simon Doyle en el salón de observación y notó que la pistola fue a parar debajo de la otomana. Después que el salón quedó desierto, X se posesionó de la pistola siendo la idea de él, o de ella, que se creyera que Jacqueline era la autora del crimen. A base de esta hipótesis, ciertas personas han quedado automáticamente libres de sospechas.
»
Cornelia Robson
, puesto que no tuvo ocasión de apoderarse de la pistola antes de que Jaime Fanthorp volviera para buscarla.
»La señora Bowers, igualmente.
»El doctor Bessner, igualmente.
»Pero Fanthorp no queda definitivamente excluido de sospechas, puesto que pudo meterse en el bolsillo la pistola mientras declaraba que no pudo encontrarla.
»Cualquiera otra persona pudo coger la pistola durante ese intervalo de diez minutos.
»
Posibles móviles del asesinato:
»
Andrés Pennington
. Esto se basa en lo suposición de que es culpable de prácticas fraudulentas. Existen pocas pruebas en favor de esta suposición, pero bastantes para justificar el formular una acusación contra él.
»Objeciones a la hipótesis de la culpabilidad de Pennington:
¿Por qué tiró la pistola por la borda, dado que constituía una pista valiosa contra J. B.
?
»
Fleetwood
. Móvil: Venganza. Fleetwood se consideraba perjudicado por Linnet Doyle. Pudo oír la escena y observar la posición de la pistola. Puede haber cogido la pistola porque era un arma útil, más bien que por el deseo de hacer recaer la culpabilidad sobre Jacqueline. Pero
si tal fue el caso, ¿por qué escribió J con sangre en la pared
?
»Pañuelo barato encontrado con pistola, es más probable que haya pertenecido a un hombre como
Fleetwood
que a uno de los pasajeros de buena posición.
»
Rosalía Otterbourne
. ¿Hemos de aceptar la declaración de la Schuyler o la negativa de Rosalía? Algo fue tirado por la borda a aquella hora y ese algo fue presumiblemente la pistola envuelta en la estola de terciopelo.
»
Puntos que observar
. ¿Tenía algún móvil Rosalía? Puede no haber sentido simpatía por Linnet Doyle y hasta puede haber estado envidiosa de ella, mas como móvil del asesinato parece muy inadecuado. La prueba contra ella puede ser convincente sólo si descubrimos un móvil adecuado. Que sepamos, no existía ninguna amistad o lazo anterior entre Rosalía y Linnet.
»
La señorita Van Schuyler.
La estola de terciopelo en que la pistola estaba envuelta pertenece a la señorita Van Schuyler. Según su declaración, la vio la última vez en el salón de observación. Llamó la atención sobre su pérdida durante la noche y se efectuó una búsqueda sin éxito. ¿Cómo llegó esa estola a manos de X? ¿Hurtó X la estola a primera hora de la noche? De ser así, ¿por qué? Nadie podría decir de antemano que iba a ocurrir una escena entre Jacqueline y Simon Doyle. ¿Encontró X la estola en el salón cuando fue a recoger la pistola de debajo de la otomana? De ser así, ¿por qué no se encontró cuando se efectuó la búsqueda?
¿No salió nunca de manos de la señorita Van Schuyler
? Es decir:
»
¿Mató la señorita Van Schuyler a Linnet Doyle?
¿Su acusación contra Rosalía Otterbourne fue una mentira deliberada? ¿Si ella la mató, cuál fue su móvil?
»
Otras posibilidades:
»
Robo como móvil.
Posible, dado que las perlas desaparecieron y Linnet las llevaba anoche.
»
Alguien tenía inquina a la familia Ridgeway
. Posible; de nuevo faltan las pruebas.
»Sabemos que hay un hombre peligroso a bordo, un asesino. Hemos de relacionar a un hombre capaz de matar, con una muerte. ¿Acaso no están relacionados los dos? Pero tendríamos que demostrar que Linnet Doyle poseía un conocimiento peligroso concerniente a este hombre.
»
Conclusiones
. Podemos agrupar a las personas que hay a bordo en dos clases: las que tenían motivo posible o contra las cuales no hay pruebas concretas y las que, por lo que sabemos, están libres de sospechas.
«
GRUPO I
:
«Andrés Pennington
«Fleetwood
«Rosalía Otterbourne
«La señorita Van Schuyler
«Luisa Bourget (¿Robo?)
«Ferguson (¿Político?)»
«
GRUPO II
«La señora Allerton
«Timoteo Allerton
«Cornelia Robson
«La señorita Bowers
«El doctor Bessner
«El señor Richetti
«La señora Otterbourne
«Jaime Fanthorp.»