¿Por qué leer los clásicos? (13 page)

BOOK: ¿Por qué leer los clásicos?
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Si se relaciona el discurso sobre el alfabeto del libro de la naturaleza con este elogio de las pequeñas alteraciones, mutaciones, etc., se ve que la verdadera oposición se sitúa entre inmovilidad y movilidad y que Galileo toma siempre partido contra una imagen de la inalterabilidad de la naturaleza, evocando el espanto de la Medusa. (Esta imagen y este argumento estaban ya presentes en el primer libro astronómico de Galileo,
Istoria e dimostrazioni intorno >alle macchie solari.)
El alfabeto geométrico o matemático del libro de la naturaleza será el que, debido a su capacidad para descomponerse en elementos mínimos y de representar todas las formas de movimiento y cambio, anule la oposición entre cielos inmutables y elementos terrestres.

El alcance filosófico de esta operación queda bien ilustrado por este cambio de réplicas del
Dialogo
entre el tolemaico Simplicio y Salviati, portavoz del autor, en que vuelve a aparecer el tema de la «nobleza»:

«S
IMPLICIO
: Esta manera de filosofar tiende a la subversión de toda la filosofía natural, lo perturba todo, introduce el desorden en el cielo, la Tierra, el universo entero. Pero creo que los cimientos del peripatetismo son tales que no hay peligro de que sobre sus ruinas jamás se puedan edificar nuevas ciencias.

»S
ALVIATT
: No os preocupéis ni por el cielo ni por la Tierra; no temáis su subversión, ni tampoco la de la filosofía, porque en cuanto al cielo, vuestros temores son vanos si lo consideráis inalterable e impasible, y en cuanto a la Tierra, tratamos de ennoblecerla y de perfeccionarla cuando intentamos hacerla semejante a los cuerpos celestes y en cierto modo a ponerla casi en el cielo de donde vuestros filósofos la han desterrado».

[1985]

Cyrano en la Luna

En la época en que Galileo chocaba con el Santo Oficio, uno de sus partidarios parisienses proponía un sugestivo modelo de sistema heliocéntrico: el universo es como una cebolla que «conserva, protegida por cien películas que la envuelven, la preciosa yema a partir de la cual diez millones de cebollas alcanzarán su esencia [...]. El embrión, en la cebolla, es el pequeño Sol de ese pequeño mundo que calienta y nutre la sal vegetativa de toda la masa».

Con esos millones de cebollas, pasamos del sistema solar al de los infinitos mundos de Giordano Bruno: en realidad todos esos cuerpos celestes «que se ven o no se ven, suspendidos en el azul del universo, no son sino la espuma de los soles que se depuran. Porque ¿cómo podrían subsistir esos grandes fuegos si no fueran alimentados por alguna materia que los nutre?». Ese proceso espumógeno no es además muy diferente del que hoy nos explica la condensación de los planetas a partir de la nebulosa primordial y de las masas estelares que se contraen o se expanden. «Cada día el Sol se descarga y purga de los restos de la materia que alimenta su fuego. Pero cuando haya consumido enteramente la materia de que está compuesto, se expandirá por todas partes para buscar otro alimento, y se propagará a todos los mundos que ya había construido en una ocasión, y en particular a los que estén más cerca. Entonces ese fuego, fundiendo otra vez todos los cuerpos, volverá como antes a lanzarlos a granel por todas partes, y purificado poco a poco, empezará a servir de Sol a los otros planetas que generará proyectándolos fuera de su esfera.»

En cuanto al movimiento de la Tierra, los rayos del Sol son los que «al dar en ella, con su circulación la hacen girar como hacemos girar un globo dándole con la mano», o bien los vapores de la Tierra misma calentada por el Sol son los que, «golpeados por el frío de las regiones polares, vuelven a caerle encima y al no poderle dar sino de costado, la hacen girar en redondo».

Este imaginativo cosmógrafo es Savinien de Cyrano (1619-1655), más conocido como Cyrano de Bergerac, y la obra que hemos citado es
El otro mundo, I. Los estados e imperios de la Luna
.

Precursor de la ciencia ficción, Cyrano alimenta sus fantasías con los conocimientos científicos de su tiempo y con las tradiciones mágicas renacentistas, topándose así con anticipaciones que sólo nosotros, más de tres siglos después, podemos apreciar como tales: los movimientos del astronauta que se ha sustraído a la fuerza de gravedad (llega mediante ampollas de rocío que son atraídas por el Sol), los cohetes de varios pisos, los «libros sonoros» (se carga el mecanismo, se apoya una aguja en el capítulo deseado y se escuchan los sonidos que salen de una especie de boca).

Pero su imaginación poética nace de un verdadero sentimiento cósmico y lo lleva a mimar las conmovidas evocaciones del atomismo de Lucrecio; así celebra la unidad de todas las cosas, inanimadas o vivientes, incluso los cuatro elementos de Empédocles son uno solo, y los átomos unas veces más enrarecidos, otras más densos. «Y después os extrañáis de que esta materia, revuelta desordenadamente y al azar, pueda haber constituido un hombre, teniendo en cuenta que se necesitaban tantas cosas para construir su ser. ¿No sabéis, pues, que en su marcha hacia la producción de un hombre, esta materia se ha detenido un millón de veces para formar ya una piedra, ya plomo, ya coral, ya una flor, ya un cometa, y todo esto debido a la mayor o menor cantidad de ciertas figuras que se necesitaban para proyectar un hombre?» Esta combinatoria de figuras elementales que determina la variedad de las formas vivientes vincula la ciencia epicúrea con la genética del DNA.

Los sistemas para subir a la Luna ofrecen un muestrario de la inventiva de Cyrano: el patriarca Enoch se ata debajo de los brazos dos vasos llenos de humo de un sacrificio que ha de subir al cielo; el profeta Elias hace el mismo viaje instalándose en una navecilla de hierro y lanzando al aire una pelota imantada; en cuanto al propio Cyrano, una vez untadas de un ungüento a base de médula de buey las magulladuras producidas en los intentos precedentes, se siente levantado hacia el satélite, porque la Luna acostumbra a sorber la médula de los animales.

La Luna alberga entre otras cosas el Paraíso impropiamente llamado terrenal, y Cyrano cae justo sobre el Arbol de la Vida, embadurnándose la cara con una de las famosas manzanas. En cuanto a la serpiente, después del pecado original Dios la relegó al cuerpo del hombre: es el intestino, serpiente enrollada sobre sí misma, animal insaciable que domina al hombre, lo somete a sus deseos y lo desgarra con sus dientes invisibles.

Esta explicación la da el profeta Elias a Cyrano, que no puede contener una variación salaz sobre el tema: la serpiente es también la que asoma del vientre del hombre y se proyecta hacia la mujer para inyectarle su veneno, provocando una hinchazón que dura nueve meses. Pero Elias no aprueba estas bromas de Cyrano, y a una impertinencia mayor que las otras lo expulsa del Edén. Lo que demuestra que, en este libro todo en broma, hay bromas que se han de tomar como verdades y otras dichas sólo en broma, aunque no sea fácil distinguirlas.

Expulsado del Edén, Cyrano visita las ciudades de la Luna: algunas móviles, con casas sobre ruedas que pueden cambiar de lugar a cada estación; otras sedentarias, atornilladas al terreno, donde pueden hundirse durante el invierno para repararse del mal tiempo. Lo guiará un personaje que ha estado en la Tierra en varias ocasiones y en diferentes siglos: es el «demonio de Sócrates» del que habla Plutarco en un opúsculo. Este espíritu sabio explica por qué los habitantes de la Luna no sólo se abstienen de comer carne, sino también por qué toman particulares precauciones con las hortalizas: comen sólo coles muertas de muerte natural, porque decapitar una col es para ellos un asesinato. Nada nos dice en realidad que los hombres, después del pecado de Adán, sean más caros a Dios que las coles, ni que estas últimas no estén más dotadas de sensibilidad y de belleza y hechas más a imagen y semejanza de Dios. «Por tanto, si nuestra alma ya no es su retrato, tampoco nos parecemos a él en la manos, los pies, la boca, la frente, las orejas más que la col en las hojas, las flores, el tallo, el troncho y el cogollo.» Y en cuanto a la inteligencia, aun admitiendo que las coles no tengan un alma inmortal, tal vez participen de un intelecto universal, y si de sus conocimientos ocultos jamás se ha transparentado nada, tal vez sea sólo porque no estamos a la altura de los mensajes que nos mandan.

Cualidades intelectuales y cualidades poéticas convergen en Cyrano y hacen de él un escritor extraordinario, tanto del siglo XVII francés como en términos absolutos. Intelectualmente es un «libertino», un polemista comprometido en la disputa que está echando por tierra la vieja concepción del mundo; es partidario del sensismo de Gassendi y de la astronomía de Copérnico, pero se alimenta sobre todo de la «filosofía natural» del siglo XVI italiano: Cardano, Bruno, Campanella. (En cuanto a Descartes, Cyrano lo encontrará en el
Viaje a los estados del Sol
, posterior al de la Luna, y lo hará recibir en ese empíreo por Tommaso Campanella, que sale a su encuentro y lo abraza.)

Literariamente es un escritor barroco (hay en sus «cartas» momentos extraordinarios, como la
Descripción de un ciprés
, en la que se diría que el estilo y el objeto descrito llegan a ser una sola cosa) y sobre todo es escritor hasta la médula, que antes que ilustrar una teoría o defender una tesis quiere poner en movimiento un carrusel de invenciones que equivalgan, en el plano de la imaginación y del lenguaje, a lo que la nueva filosofía y la nueva ciencia están poniendo en movimiento en el plano del pensamiento. En su
Otro mundo
, lo que cuenta no es la coherencia de las ideas, sino la diversión y la libertad con que se vale de todos los estímulos intelectuales que le son afines. Es el
conte philosophique
que empieza, y esto no quiere decir un relato con una tesis que demostrar, sino un relato en el que las ideas aparecen y desaparecen y se toman en solfa recíprocamente, por el gusto de quien tiene suficiente confianza con ellas para saber jugar aun cuando las tome en serio.

Parecería que el viaje a la Luna de Cyrano anticipara en algunas situaciones los viajes de Gulliver: en la Luna, como en Brobdignag, el visitante se encuentra entre seres humanos mucho más grandes que él, que lo muestran como si fuera un animalito. Así como la sucesión de desventuras y encuentros con personajes de paradójica sabiduría preanuncia las peripecias del Cándido volteriano. Pero la fortuna literaria de Cyrano fue más tardía: este libro suyo apareció postumamente, mutilado por la censura de amigos timoratos, y no vio entero la luz hasta nuestro siglo. Entre tanto, la época romántica redescubría a Cyrano: primero Charles Nodier y después sobre todo Théophile Gauthier, trazaron, a partir de una dispersa tradición anecdótica, el personaje del poeta espadachín y burlón, que después el habilísimo Rostand transformó en el héroe del afortunado drama en verso.

Pero Savinien de Cyrano, en realidad, no era ni noble ni gascón, sino parisiense y burgués. (El predicado Bergerac se lo había añadido él, por el nombre de una finca de su padre, abogado.) Es probable que la famosa nariz la tuviese, dado que en este libro encontramos un elogio de las narices notables, elogio que, aun perteneciendo a un género difundido en la literatura barroca, es improbable que fuera escrito por alguien con una nariz pequeña o roma o chata. (Los habitantes de la Luna, para saber la hora, se valen de un meridiano natural formado por la larga nariz que proyecta su sombra sobre los dientes, usados como cuadrante.)

Pero no se trata sólo de ostentar la nariz: los habitantes de la Luna de condición noble andan desnudos, y como si no bastara, llevan en la cintura un colgajo de bronce en forma de miembro viril.

«Si esta usanza me parece tan extraordinaria», dije a mi joven huésped, «es porque en nuestro mundo es signo de nobleza llevar la espada.» Pero él, sin turbarse, exclamó: «¡Hombrecito mío, cuán fanáticos son los grandes de vuestro mundo que exhiben un instrumento característico del verdugo, construido sólo para destruirnos, enemigo jurado en fin de todo lo que vive, y en cambio esconden un miembro sin el cual estaríamos en la condición de lo que no existe, el Prometeo de todos los animales, el reparador infatigable de las debilidades de la naturaleza! ¡Infortunado país donde los símbolos de la procreación son objeto de vergüenza y se honran los de la destrucción! Asimismo, llamáis a ese miembro vergüenzas, ¡como si hubiera algo más glorioso que dar la vida o algo más infame que quitarla!».

Donde se demuestra que el belicoso espadachín de Rostand era en realidad un adepto del «hacer el amor y no la guerra», pero incurriendo en un énfasis procreador que nuestra era contraceptiva no puede sino considerar obsoleto.

[1982]

Robinson Crusoe, el diario de las virtudes mercantiles

La vida y las extrañas, sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe de York, marinero, que vivió veintiocho años completamente solo en una isla desierta en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco, arrojado a la orilla en un naufragio en el que todos perecieron salvo él, con una relación de la forma en que fue al fin liberado de un modo igualmente extraño por los piratas; escrito por él mismo
. Así dice la portada de la primera edición del
Robinson Crusoe
, impreso en Londres en 1719 por un editor popular: W. Taylor, con el «ex-libris de la Nave». No figuraba nombre de autor, porque había que tomarlo por un verdadero libro de memorias, escrito por el náufrago.

Era un momento en que las historias de mar y de piratas tenían éxito, y el tema del náufrago en la isla desierta había ya interesado al público debido a un hecho ocurrido diez años antes: el capitán Woodes Rogers encontró en la isla Juan Fernández a un hombre que había vivido solo en ella durante cuatro años, un marinero escocés, un tal Alexander Selkirk. Así, a un panfletista en desgracia y corto de fondos, se le ocurrió la idea de contar una historia de ese tipo como si fueran las memorias de un marinero desconocido.

Era este improvisado novelista un hombre de casi sesenta años, Daniel Defoe (1661-1731), bien conocido en el mundo de las crónicas políticas de la época por haber sido condenado a la picota, y autor de un mar de escritos de todo tipo, firmados o con más frecuencia anónimos. (Sus bibliografías más completas registran casi cuatrocientos títulos, entre panfletos sobre controversias religiosas y políticas, poemitas satíricos, libros de ocultismo, tratados de historia, geografía, economía y novelas.)

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