—Siempre que requiráis mi presencia, acudiré —contestó Flint. Por vez primera advirtió una leve arruga en la despejada frente del Orador, bajo la dorada diadema real. Solostaran sonrió, pero fue una sonrisa algo apagada.
—Gracias, Flint —repuso, y el enano se sorprendió. Que él recordara, era la primera vez que el Orador lo llamaba por su nombre de pila en un acto oficial—. Temo que necesitaré tener cerca a un amigo como tú en este día.
—No comprendo.
—Los lazos de la amistad son fuertes, Flint, pero a veces sus ataduras pueden resultar demasiado constrictivas.
La mirada del Orador recorrió la multitud y se posó en lord Xenoth y Litanas, pero enseguida la dirigió a otro lado.
—Oh, ya veo —rezongó Flint—. En tal caso, mejor será que me marche.
—No, maestro Fireforge —dijo el Orador mientras ponía una mano sobre el hombro de Flint. Un esbozo de sonrisa curvó los labios de Solostaran—. Hablaba de otra clase de amistad, la que une a dos linajes. Aun cuando dichos lazos me han ayudado en el pasado, ya mi padre antes que a mí, lamento profundamente el precio que ahora he de pagar por esa amistad.
—¿Pero de qué se trata? —preguntó Flint. ¿Qué podría hacer uno a un amigo que le resultara tan ingrato?
El Orador sacudió la cabeza con suavidad.
—Pronto lo sabrás. Pero, dime, Flint, si más tarde tendrás tiempo de tomar una copa de vino con un viejo elfo.
El Orador sonrió otra vez, y Flint asintió en silencio. Entonces, Solostaran se dirigió a la tribuna que se alzaba en el centro de la cámara. Cuando subió al podio, cesaron las conversaciones de los cortesanos y volvieron su atención hacia él. El enano se preguntó dónde estaría Tanis.
Porthios se situó a la izquierda de su padre, cerca de lord Xenoth y Litanas, intentando adoptar una actitud tan regia como la del Orador, aunque a Flint más le parecía un gallo de corral hinchado de orgullo. Su hermano menor, Gilthanas, estaba a la derecha de la tribuna, junto a la guardia ceremonial. Los guardias vestían chalecos de cuero negro en los que brillaba la filigrana plateada del emblema del Sol y el Árbol. Era el mismo símbolo que había adornado el estandarte que Kith-Kanan llevaba consigo cuando pisó por primera vez los bosques de Qualinesti.
Gilthanas se había integrado en la guardia hacía apenas medio año. Todavía era un muchacho paco mayor que Laurana, pero Flint sabía que Porthios había discutido largo y tendido con el capitán del cuerpo para que admitiera en sus filas a Gilthanas. Aunque el muchacho hacía cuanto estaba en su mano para imitar la rígida actitud de los otros guardias, sosteniendo frente a él la espada en el saludo tradicional, el arma parecía demasiado pesada para su ligera constitución. Flint sacudió la cabeza. El enano tenía que reconocer el mérito del muchacho por poner tanto empeño en ser fuerte, pero Flint no acababa de entender que era exactamente lo que Gilthanas intentaba probar.
Justo en el momento en que el Orador alzaba las manos para dar la bienvenida a toda la corte, gesto que señalaba el comienzo del acto, Flint recibió un empujón por detrás. Se volvió raudo, con los ojos centelleantes y dispuesto a poner de vuelta y media al cretino que no miraba por dónde iba.
—¡Tanis! —susurró, muy aliviado de ver que su amigo había llegado a tiempo. El semielfo respiraba de manera entrecortada, y una película de sudor le cubría la piel—. ¡En nombre de Reorx! ¿Dónde demonios te habías metido que llegas tan tarde? —inquirió en un colérico susurro.
—Calla, Flint —repuso con voz queda Tanis mientras señalaba hacia la tribuna donde el Orador daba comienzo a su alocución.
—Agradezco a todos que estéis presentes aquí hoy —comenzó Solostaran dirigiéndose a los nobles congregados alrededor de la tribuna—. Tengo importantes noticias que compartir con vosotros. Unas noticias que, espero, sean para todos causa de alegría.
»
En primer lugar, no obstante, he de confesar que hay un motivo ulterior para que os haya congregado hoy. —El Orador sonrió—. Sabéis, por supuesto, que una bestia voraz y sanguinaria merodea los campos cercanos a Qualinost. Varias personas han perecido entre sus garras, y los granjeros de las afueras de la región informan que un número creciente de cabezas de ganado han desaparecido. Mis consejeros me han dicho que esta bestia, un tylor, se ha construido sin duda un cubil en algún lugar cercano a una de las sendas que conducen a Solace. Las tropas destacadas para dar caza al monstruo no han logrado localizarlo, pero han encontrado rastros de la bestia y creen que han circunscrito la zona donde la criatura... —hizo una pausa— se alimenta.
Las facciones del Orador se suavizaron mientras su mirada pasaba sobre los cortesanos.
»
Por consiguiente —continuó—, pido voluntarios que se agrupen y busquen al tylor. Puesto que esa criatura posee algunas habilidades mágicas, Miral ha aceptado sumarse a expedición. —El mago, que estaba de pie junto a una columna en el lado opuesto a Flint, inclinó la cabeza y cruzó los brazos por debajo de las amplias mangas—. Y lord Tyresian ha aceptado ponerse a la cabeza de la partida de caza. —La tirante sonrisa del noble elfo semejaba más una mueca retorcida—. Confío en que los más diestros entre vosotros se ofrezcan a acompañar a esta tropa de voluntarios hasta la zona donde, según los informes, se encuentra la localización del cubil del tylor. ¿Algún voluntario?
Porthios fue el primero en adelantar un paso.
—Yo iré, desde luego.
El Orador vaciló mientras contemplaba a su hijo mayor. Lord Xenoth, cuya túnica plateada susurró a causa de su agitación, intervino:
—Orador, ¿estás seguro de que es prudente que el heredero se exponga a semejante peligro?
Porthios se puso tenso y enrojeció hasta la raíz del cabello; una expresión comprensiva afloró al semblante del Orador.
—Mi hijo está a punto de celebrar su
Kentommen
,
lord Xenoth. Pienso que cometería un grave error si le negara el derecho a participar en esta misión con los demás hombres.
Porthios aflojó la tensión y dirigió una fugaz mirada a su padre de mal disimulado agradecimiento, y luego dedicó otra incisiva al consejero.
—En ese caso, también iré yo, para protegerlo —resumió lord Xenoth, obligando a su frágil cuerpo a adoptar una actitud desafiante.
Ahora fue el turno de Miral de intervenir en la conversación.
—Con todos los respetos, Orador —dijo el mago—. Opino que la expedición debe encomendarse a los jóvenes y fuertes, no a los ancianos y débiles.
Flint sintió una oleada de indignación. Aunque podía pasarse muy bien sin la presencia del extravagante y maniático anciano, no era propio del mago mostrarse tan cruel en público, en especial tratándose de un antiguo miembro de la corte. Xenoth abrió la boca para protestar, pero el Orador impuso silencio a su consejero con una mirada imperiosa.
—No rechazaré a ningún voluntario, Miral —contestó con deliberada lentitud.
Xenoth clavó una mirada asesina en el mago, que la sostuvo con impasibilidad.
Selena dio un codazo a Ulthen, y el noble elfo se ofreció voluntario con voz nerviosa. Ello hizo que Litanas lo secundara de inmediato. Pronto, otra media docena de cortesanos había sumado su nombre a la lista. De repente, Flint sintió que Tanis se movía y adelantaba un paso.
—Yo también iré, Orador —anunció.
—¡Tanis! —protestó Laurana en voz alta.
—¿Tanis? —repitió como un eco Flint en voz queda.
Lord Tyresian, de quien emanaba una frialdad tan notable como la que desprendían los muros de mármol, miro con el entrecejo fruncido a Tanis.
—¿No es bastante que tenga a un anciano inútil en la tropa para que también haya de soportar a un semielfo? Aquello fue la gota que colmó el vaso.
—Y también a un enano, lord Tyresian —bramó Flint, enfurecido.
Lo que ocurrió a continuación habría sido divertido en otras circunstancias. Los elfos que se encontraban entre Tyresian y el enano, se apartaron a los lados dejando un pasillo entre los dos. El noble elfo y el enano se contemplaron de hito en hito hasta que la voz resonante de Solostaran atrajo todas las miradas.
—Acepto vuestra oferta, maestro Fireforge, Tanis. —Al ver que el noble abría la boca para protestar, lo atajó:— Todavía soy yo el Orador, lord Tyresian.
—¿Qué crees que ha querido decir con eso? —preguntó Selena a Ulthen en un aparte.
Tyresian se apresuró a dar marcha atrás.
—Muy bien, Orador. Tu juicio es el que cuenta, desde luego.
Puesto que nadie más se sumó a la expedición, el noble emplazó a los voluntarios en los establos de palacio una hora antes del amanecer del día siguiente. Después se dio media vuelta y se situó de cara al Orador, ejemplo seguido por todos los cortesanos.
Al parecer, había llegado el momento del tan esperado anuncio.
Todos vosotros conocéis a mi hija, Lauralanthalasa Kanan —empezó Solostaran—. Como también sabéis que no falta mucho para que deje de ser una chiquilla. Es justo pues, que su futuro quede establecido con claridad, tanto para ella como para todos nosotros. En consecuencia, he elegido este día para disponerlo así.
Tendió la mano hacia la joven, y Laurana se acercó a su padre; el repulgo de su vestido verde susurró al rozar el suelo de mármol; su cabello brilló como oro batido bajo la luz solar al detenerse ante la tribuna. Hizo una grácil reverencia a su padre, y después a los cortesanos. Sus ojos buscaron entre la muchedumbre hasta localizar al semielfo, a quien miró con expresión interrogante. Flint notó que Tanis se encogía de hombros, y se preguntó qué demonios estaba pasando allí.
Girándose un poco para ver el rostro del semielfo, Flint observó que Tanis miraba a Laurana con intensidad. Parecía preocupado y sus dedos jugueteaban nerviosos con un pequeño objeto, pero el enano no alcanzó a ver de qué se trataba. Por su expresión, Laurana estaba tan ignorante del asunto como el resto de la audiencia. Sólo Tyresian se mostraba muy seguro de sí mismo; las facciones arrugadas de lord Xenoth denotaban un profundo descontento.
El Orador sonrió a su hija, pero el gesto no confirió alegría a su semblante, sino tristeza; después se volvió hacia sus cortesanos.
—Ha sido una satisfacción y un honor ilimitado para mi familia contar entre sus más preciados amigos a la Tercera Casa de Qualinost. Fue el señor de la Tercera Casa en persona quien me apoyó con su fuerte mano en los oscuros años de agitación que siguieron al Cataclismo, con lo que me ayudó a asegurar la continuidad de la paz que tanto valoramos los qualinestis.
Los cortesanos movieron la cabeza en señal de asentimiento; todos estaban al corriente de aquellos hechos.
—En aquel tiempo —prosiguió el Orador—, el señor de la Tercera Casa, cuyo nombre evocaré sólo en mi memoria ahora que ha traspasado los límites de este mundo, tenía un hijo joven, y, por la gratitud que le debía, prometí, dotar a aquel hijo con un preciado regalo. El hijo de mi, amigo, el señor de la Tercera Casa, está hoy entre nosotros, y en la actualidad lo conocéis como el señor de tan honorable familia: lord Tyresian.
El alto y apuesto noble, resplandeciente en su túnica roja oscura, hizo una pronunciada reverencia ante el Oradora Demasiado pronunciada, en opinión de Flint, si es que ese término podía aplicarse a la situación. Lo cierto es que el gesto más parecía una exhibición de cara al público que un acto dictado por un sincero respeto.
—Orador, te doy las gracias por la deferencia que muestras hacia mí en este gozoso día —dijo Tyresian. Echó una ojeada a Laurana, pero la joven elfa apenas había reparado en su presencia, puesto que tenía la mirada fijada en Tanis.
El Orador respondió a las palabras del noble con una cortés inclinación de cabeza y después alzó los brazos como si abarcara con ellos al joven aristócrata y a su hija.
—Así pues, os daré una ocasión de celebración y alegría —declaró con un tono tan claro y penetrante como un toque de trompetas—, pues en este día tengo, no sólo el deber, sino el placer de comunicaros cuál fue el preciado regalo concedido a lord Tyresian hace mucho tiempo. Que todas las gentes de Qualinost sepan que, desde hoy en adelante, mi adorada hija, Lauralanthalasa, está prometida a lord Tyresian, de la Tercera Casa, hasta que llegue el día en que se unan como marido y mujer.
Un murmullo contenido corrió por toda la asamblea, seguido de inmediato por algún que otro aplauso que pronto se tornó en ovación general. Tyresian estaba resplandeciente, pero a Flint no le pasó inadvertido que el Orador parecía exhausto. Miral había subido a la tribuna —algo que iba en contra del protocolo—, y parecía sostener con disimulo al Orador, como para evitar que se tambaleara. El mago dirigió una mirada sombría a Tyresian.
Flint volvió los ojos hacia Tanis, pero el semielfo parecía ajeno al regocijo general. Se limitaba a mirar al frente, con los ojos brillantes, y apretando con fuerza en uno de sus puños el pequeño objeto con el que había estado jugueteando un momento antes.
—Pero... —empezó Laurana, y enmudeció. El impulso de expresar lo que sentía había entrado en conflicto con su obligación de comportarse con decoro en la corte, así como el amor que profesaba a su padre—. ¿Por qué no me lo dijiste...? —La voz le tembló y se calló otra vez.
Los aplausos cesaron de manera repentina, y una extraña tensión se cernió sobre la asamblea.
—Creía que... —lo intentó de nuevo Laurana, que miró con desesperación a Tanis—. Tú y yo nos hicimos una promesa hace mucho tiempo...
Los cortesanos, unos escandalizados, otros complacidos, y algunos meramente fascinados por el giro tomado por los acontecimientos, dirigieron sus miradas hacia el desasosegado semielfo.
Tyresian se mostraba molesto, pero no preocupado. Porthios estrechó los ojos y dirigió una penetrante mirada a Tanis. El semblante del Orador denotaba preocupación; pocas cosas son más importantes para un elfo que su honor. Laurana seguía mirando a Tanis con actitud suplicante. El semielfo parpadeó, como si despertara bruscamente de un mal sueño.
—Oh, no —dijo en voz tan baja que sólo Flint lo oyó.
—¿Es eso cierto, Tanthalas? —preguntó el Orador—. ¿Os habéis prometido a mis espaldas, sin pedir mi aprobación?
El semielfo miró en derredor con aturdimiento. Sólo en los ojos de Flint había una expresión compasiva.
—Yo... —balbuceó—. Sí, pero... Fue hace mucho tiempo...