Qualinost (23 page)

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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Qualinost
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Flint se acercó a él y agarró a su amigo por el brazo con su fuerte manaza.

—Aclara las ideas, muchacho —siseó—. O guarda silencio.

Pero Tanis continuó con sus tartamudeos.

—Éramos unos niños... Fue un juego..., nada serio. Al menos, es lo que yo pensé.

Laurana contuvo el aliento, y acto seguido abandonó a toda prisa la cámara, sin mirar a nadie. Sus pisadas se perdieron en la distancia. Tyresian fue en pos de la joven. La sesión de la corte concluyó de inmediato.

14

Consecuencias

—Confío en que te ocuparás de este pequeño... problema, Orador —dijo Tyresian con suavidad. Volvió a llenar su copa de vino con gestos calmosos y esbozó una sonrisa abstraída. Imprimió un movimiento circular a la copa de manera que el caldo, de un tono rubí claro, giró en el recipiente de cristal y brilló como una gema bajo la luz del ocaso que penetraba por las paredes transparentes del despacho del Orador.

Solostaran asintió con gesto cansado.

—Desde luego, Tyresian. Aunque no existe problema alguno.

La copa del Orador seguía sobre la mesa, sin que hubiera probado el vino; no obstante, aunque el semblante de Solostaran aparecía demacrado, sus ojos verdes eran tan vivaces como siempre, y mantenía los hombros erguidos y rectos.

Tanis lo observaba con ansiedad desde su posición, tan cerca de la puerta como le era posible sin que pareciera que estaba apunto de salir corriendo. Después de que se hubo calma el caos desatado por el arranque de Laurana —merced sobre todo al buen juicio de Xenoth que condujo a los agitados cortesanos fuera de la Torre—, el Orador anunció que se reunirían en privado en palacio. Fueron muy pocos los emplazados a dicha reunión: Tyresian, desde luego, puesto que el asunto le concernía de manera muy directa; Miral y Porthios, que estaban de pie junto al Orador; y, por último, Tanis. Solostaran había ordenado a un sirviente que fuera en busca de Laurana, pero el criado regresó con la noticia de que no se la encontraba por ninguna parte.

La acción de Laurana había dejado a Tanis tan perplejo como a todos los otros; probablemente más. El semielfo suspiró y se contuvo para no juguetear con el anillo que guardaba en el bolsillo. Tenía la impresión de que la sortija estaba al rojo vivo, a punto de abrir un agujero en la tela de sus polainas y caer rodando al suelo poniéndolo en evidencia ante todos.

Deseó fervientemente que Flint estuviera allí. Con toda seguridad, el enano habría sabido qué decir con su voz gruñona, y habría arreglado las cosas; pero, por desgracia, no había sido invitado.

—Recuerda, Tyresian, que es todavía muy joven, casi una; chiquilla —continuó el Orador.

—Cierto. Pero a veces las ilusiones infantiles son las que más perduran
,
en especial cuando se las niega. Tyresian, lanzo una mirada a Tanis.

El semielfo esperaba encontrar malicia en los ojos del noble, pero no había tal expresión en ellos, sino una merar curiosidad. Eso era todo; como si encontrara increíble o casi divertido el que Tanis representara el papel de rival —queriéndolo o no— en todo este asunto.

—Tyresian —dijo entonces el Orador mientras se incorporaba—, hace mucho tiempo se hizo un acuerdo entre dos casas. —Se acercó a los ventanales y contempló un instante el exterior, la miríada de colores del ocaso, antes de volverse de nuevo hacia el noble. A despecho, del cansancio, el Orador se mostraba mucho más firme y sereno—. El honor de mi casa está por encima de todo lo demás, pues, si falta la honradez, no queda nada.

»
Y con honradez he de decirte que preferiría que mi hija no tuviera que plantearse su futuro a una edad tan temprana. Preferiría que conociera el gozo de unirse con alguien que la ha cortejado y ha ganado su corazón, en lugar de hacerlo con quien fue elegido por dos personas mayores antes incluso de que ella naciera y el prometido en cuestión fuera apenas un chiquillo. Ahora bien, ello no significa que minimice lo que tu padre hizo por mi; el señor de la Tercera Casa era un gran amigo para merecer tal actitud. Con todo, quiero dejar claro algo: pocas cosas hay en este mundo que signifiquen más para mí que mi hija. Y, aunque su mano sea tuya, su sangre será siempre la mía. No lo olvides. Y trátala conforme a esa premisa.

Tyresian miró al Orador varios segundos. Su despótico orgullo parecía haber desaparecido en parte.

—Por supuesto, Orador —repuso por último con mansedumbre—. Jamás puse en duda tu palabra, pero, en cualquier caso, agradezco que hayas reafirmado tu decisión.

Tras una breve reverencia dio la espalda al Orador, pasó junto a Tanis y abandonó la estancia.

—¿He tomado la decisión correcta? —preguntó el Orador una vez que Tyresian se hubo marchado. Aparentemente, no se dirigía a nadie en particular, pero Porthios se acercó presuroso a él.

—Por supuesto que sí, padre —aseguró con vehemencia—. Has mantenido tu palabra. Es lo más importante.

—Sí —aceptó Solostaran, aunque resultaba evidente que no era eso lo que había querido dar a entender.

—Has asegurado a Tyresian lo que quería, y sabiendo cómo es —dijo Miral— Había una dureza en su voz que Tanis jamás había escuchado—. Ahora está más cerca del poder.

El Orador desestimó el comentario con un ademán.

—Sólo a través del matrimonio. No tiene mayor importancia. En la línea de sucesión al trono hay otros que lo preceden. —Sus ojos se posaron en Porthios.

—Desde luego —respondió Miral, pero las palabras del Orador no parecían haber despejado sus temores.

—Quisiera quedarme a solas un rato —manifestó el Orador, y Tanis dejó escapar un breve suspiro de alivio.

Miral asintió en silencio, y él y Porthios se reunieron con el semielfo junto a la puerta.

Solostaran estaba asomado a los ventanales, con la mirada perdida en el ocaso.

—Tanthalas —llamó entonces con voz queda el Orador. El semielfo, que se disponía a salir, se detuvo—. Deseo hablar contigo antes de la expedición de mañana.

Tanis aguardó un instante, pero, al ver que el Orador no tenía más que decir, siguió a Miral y a Porthios y cerró la puerta a sus espaldas.

Miral ya desaparecía por el fondo del corredor con pasos rápidos y seguros, pero Porthios estaba esperando al semielfo.

—Todo esto es culpa tuya, ¿sabes? —dijo el heredero. Las sombras oscurecían sus hundidos ojos, y los músculos de las mandíbulas estaban tensos.

—No lo sabía, Porthios —logró articular Tanis, aunque sentía la lengua tan seca como si fuera un trozo de cuero ¿Cómo iba a saber lo que Laurana haría?

Su primo ni siquiera lo escuchó.

—El sufrimiento del Orador está en tus manos, Tanis. No lo olvides. Yo no lo olvidaré, te lo aseguro. —Hablaba con un tono tan cortante que sus palabras se clavaron como dagas en el corazón de Tanis—. No permitiré que le hagas daño con tus tonterías infantiles con mi hermana. Sin más, giró sobre sus talones y se alejó a grandes zancadas corredor adelante.

Tanis sacudió la cabeza. ¿Por qué le echaban la culpa por algo que había hecho Laurana? Hubiera deseado, tanto o más que los otros, que esto no sucediera. Suspiró y apretó entre sus dedos el delicado anillo que guardaba el bolsillo. Por un instante, sintió el impulso de arrojarlo con todas sus fuerzas contra el suelo de mármol del corredor, pero el estímulo se desvaneció con rapidez y metió la joya en lo más hondo del bolsillo mientras echaba a andar pasillo adelante. ¿Dónde estaría Flint?

* * *

El trabajar en la forja aquella tarde no sirvió de mucho para aliviar la preocupación que ensombrecía los pensamientos de Flint.

Mantuvo ocupadas las manos, como si quisiera machacar el recuerdo de los problemáticos acontecimientos del día con el golpeteo del martillo. No obstante, sus esfuerzos fueron vanos, y se encontró preguntándose dónde estaría Tanis y cómo lo estaría pasando.

«Ah, todo se arreglará pronto, no le des tantas vueltas —
se dijo Flint—.
Olvidarán el arrebato de Laurana y entonces dejarán al chico en paz.»
Pero en el fondo, sabía que no era cierto. Algo estaba cambiando en la tranquila ciudad elfa donde nada había cambiado durante años y años. Por un instante, lo asaltó la duda de si el Orador no se habría equivocado al permitir el trato con forasteros, incluido él mismo. Su presencia ya había alterado las costumbres de los forjadores elfos, quienes habían adoptado algunas técnicas que Flint había aprendido de su padre. Tal vez hubiera otros cambios, y más importantes, que pudieran achacarse a su presencia.

Ojalá Tanis se pasara por el taller.

La planta del palacio se dividía en tres cuerpos, siendo el central el más grande. Las dos alas abrazaban el patio trasero, y más allá se extendían los jardines. En medio del cuerpo central, el corredor se ensanchaba hasta formar el Gran Salón; allí, una serie de arcos conformaban un techo abovedado. El perímetro del salón estaba jalonado por columnas de mármol, cinceladas con destreza a fin de que semejaran troncos de árboles, en cuyas ramas, envueltas en la penumbra, relucían hojas de plata y oro. Estas columnas soportaban la galería circular que se asomaba sobre el Gran Salón, y en ella era donde se instalaban los cortesanos para presenciar el desarrollo de las elaboradas ceremonias que tenían lugar unos metros más abajo: funerales, coronaciones o esponsales.

En el centro del techo había una vidriera por la que penetraba la luz proyectando formas misteriosas con sus colores.

Al detenerse bajo la claraboya y alzar la vista hacia ella, Tanis supuso que Solinari debía de haber salido, pues sus rayos traspasaban los cristales coloreados. Se preguntó cómo estaría Laurana. La fugaz imagen de una joven elfa de brillantes cabellos acudió a su mente. Tanis sacudió la cabeza. Pasaría mucho tiempo antes de que lograra entender todo esto, si es que alguna vez llegaba a comprenderlo. Tal vez un poco de aire fresco le aclarara las ideas. Se encaminó hacia los jardines.

A pesar de ser primavera, soplaba una fría brisa más propia de los meses de invierno, y el semielfo se arrebujo en la capa gris cuando salió al exterior.

El cielo crepuscular estaba despejado, pero en el horizonte, hacia el oeste, justo por encima de las copas de los árboles, le pareció atisbar unos nubarrones grises. No obstante, si se estaba formando una tormenta sobre los lejanos picos escarpados de las montañas Kharolis, tardaría todavía mucho en llegar a Qualinesti.

Deambuló por los paseos empedrados del gran patio abrazado por las alas del palacio. Las flores de azafranes y junquillos ya se habían agostado, y ahora eran las lilas las que empezaban a brotar; sus esbeltas y pálidas flores se mecían con la brisa y parecían saludar al paso de Tanis.

El semielfo cruzo la cancela que marcaba el acceso a un laberinto de setos entrelazados, y al girar en una esquinase encontró en una pequeña plazuela. De repente, se detuvo.

Oyó dar un respingo a alguien, y una cabeza rubia se volvió a mirarlo cuando la grava crujió bajo sus mocasines. Era Laurana. La joven se puso en pie, con una lila, aferrada en una mano. Al acercarse a la muchacha Tanis se fijó en su rostro iluminado por Solinari; era evidente que había estado llorando. Ahora, sin embargo, Laurana había recobrado la compostura y mantenía las emocione bajo control; su dominio demostraba que era digna hija del Orador de los Soles. Aun en momentos de tristeza y enojo, conservaba su donaire habitual.

—Hola —saludó en voz baja.

Él la observó en silencio un momento. Distante, como en un sueño, le llegaba el rumor del agua que discurría por las torrenteras que protegían Qualinost; más cercano, el murmullo de las hojas mecidas por la brisa. Si ello era posible, la media luz hacía más atractivas las exótica facciones de la joven elfa.

—Siento lo ocurrido hoy —dijo Laurana mientras sus dedos estrujaban la flor—. Hablé sin reflexionar, y ahora estás en apuros. Pero no me casaré con lord Tyresian. No
puedo
. Ese hombre es... —No finalizó la frase—. Tendré que explicárselo a mi padre.

—Todo se arreglará, ya verás —fue cuanto se le ocurrió decir a Tanis, aunque su mayor deseo era aliviar la congoja de la joven. Sin embargo, aquello pareció bastarle a Laurana, pues sonrió y lo tomó de la mano.

—Laurana, yo... —empezó Tanis, pero le faltaron las palabras. Quería decirle que tenía que ser fuerte, que el Orador jamás faltaría a su palabra, que lo mejor para ella era poner punto final a estos tontos caprichos. Sus votos de matrimonio habían sido promesas infantiles, y ya no eran unos niños. Dijera lo que dijese, si el Orador de los Soles le ordenaba casarse con Tyresian por mor del honor familiar, no tendría más remedio que desposarse con el noble elfo, a menos que quisiera echar por tierra la vida política de su padre.

—Mi padre
tiene
que escucharme —porfió Laurana. Su actitud obstinada hizo comprender a Tanis que, a despecho de su aparente serenidad, la joven estaba al borde del pánico. Pensó que debería devolverle el anillo. Mas comprendió que, en su actual estado de ánimo, sólo conseguiría romperle el corazón. Por ello, se guardó sus opiniones para sí mismo.

—Sí, creo que tienes razón. El Orador tiene que atender a tus razones —se limitó a decir.

Le dolía tener que mentirle, pero era lo único que podía hacer por ella en estos momentos. Al parecer, sus palabras lograron tranquilizarla, pues una leve sonrisa curvó sus rojos labios y cambió de conversación mientras caminaban por el jardín. La creciente luz de la luna pintaba de plata los senderos y, aunque apenas eran distinguibles los detalles del entorno, se olía el penetrante perfume de las rosas.

Llegaron al final del sendero más cercano a palacio. Laurana se detuvo vacilante.

—Deberíamos entrar por separado —sugirió.

Tanis estaba de acuerdo. No era un buen momento para que los sorprendieran entrando a hurtadillas en palacio juntos.

—Te veré pronto, amor —susurró la joven, que se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Acto seguido se alejó velozmente por el jardín dejando a solas a Tanis, a quien le daba vueltas la cabeza.

—No has esperado mucho, ¿verdad? —dijo una voz cortante.

Tanis giró sobre los talones y contuvo el aliento al ver a Porthios de pie junto a un peral, tan rígido como el propio árbol.

—Hace sólo unas horas que está prometida, y ya te las has arreglado para encontrarte a escondidas con ella al amparo de la oscuridad.

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