Rambo. Acorralado (31 page)

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Authors: David Morrell

Tags: #Otros

BOOK: Rambo. Acorralado
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—Rambo —dijo Trautman por la radio. Te pido por favor que te detengas. Es inútil. No tiene sentido.

Tú sigue observando, pensó nuevamente y apagó la radio. Había llegado casi al centro de la ciudad. Unos pocos minutos más y saldría de ella por el extremo opuesto.

XVII

Teasle esperó. Había cruzado el coche patrulla en la calle principal, apuntando hacia la plaza y estaba reclinado contra el guardabarros delantero apoyándose contra el capot, pistola en mano. Vio las luces de unos faros que venían desde donde se oían las explosiones y se alzaban las llamas. Quizás el muchacho fue más rápido que él, a lo mejor ya había pasado por allí y estaba fuera de la ciudad, pero le costaba creerlo.

Desde dos distintos puntos de vista a la vez, vio a través de los ojos del muchacho cómo el frente del coche robado avanzaba en dirección a la plaza y desde su propio punto de vista, vio las luces convertirse en dos discos brillantes y distinguió claramente la baliza giratoria en el techo del automóvil. La baliza de la sirena, un coche de la policía, amartilló el arma y apuntó firmemente. Tenía que hacerlo perfectamente bien. No tendría otra oportunidad. Tenía que estar absolutamente seguro de que el que se acercaba era el muchacho y no un policía rezagado.

El ruido del motor se oía cada vez más fuerte. Los faros resplandecían. Trató de distinguir el perfil del conductor. Habían pasado ya cuatro días desde que vio al muchacho por última vez pero era imposible confundir la forma de su cabeza, los mechones cortos de su pelo. Era él. Ahora estaban, por fin, los dos solos, frente a frente, pero no en el bosque sino en la ciudad, en su propio terreno, donde podría moverse con mucha más facilidad.

Encandilado por los faros, disparó una vez, luego otras, dejando rodar por el pavimento los cartuchos vacíos. ¿Qué me dices de esto? Apuntó y cuando el muchacho se tiró debajo del tablero disparó, destrozando el parabrisas, volvió a disparar inmediatamente reventando las gomas de adelante, golpeando con su mano contra el capot por el triple retroceso de su arma. El coche patrulla sin control alguno, zigzagueando, y Teasle tuvo que saltar hacia un lado para evitar que lo atropellara cuando se incrustó contra su coche, con un estrépito de vidrios y chapas, haciéndole dar una vuelta en redondo, mientras que el del muchacho rebotaba contra la acera de enfrente. La taza de una rueda salió rodando por la calle, un chorro de gasolina salpicó el pavimento y Teasle corrió agazapado hacia el coche del muchacho, disparando repetidas veces contra la puerta, encaramándose a ella, inclinándose hacia el interior del automóvil, disparando debajo del tablero. Pero el muchacho no estaba allí, lo único que vio fue unas manchas de sangre en el asiento y entonces Teasle se arrojó al suelo, arañándose los codos, lanzando miradas furtivas a su alrededor, alcanzando a ver por debajo del coche los zapatos del muchacho corriendo por la acera y metiéndose en un callejón.

Se lanzó tras él, llegó hasta la pared de ladrillos próxima al callejón y se apostó para seguir disparando. No comprendía qué eran las manchas de sangre que salpicaban el cemento.

No creía haber hecho blanco con sus proyectiles. A lo mejor el muchacho se había lastimado por el golpe. La sangre era muy abundante. Bien. Eso lo haría moverse con más lentitud. Del interior del callejón resonó un golpe fuerte contra una madera, como si el muchacho estuviera tratando de forzar una puerta. ¿Cuántos proyectiles le quedaban? Dos para los faros, uno para el parabrisas, dos para las gomas, cinco contra la puerta. Le quedaban tres. No era suficiente.

Sacó rápidamente el cargador, introdujo uno lleno, contuvo el aliento, temblando, y se lanzó corriendo por el callejón disparando uno, dos, tres tiros, desparramando los cartuchos usados por el callejón, hasta esconderse detrás de unos cubos de basura y ver que la puerta de la ferretería de Ogden estaba abierta. Los cubos no eran lo suficientemente gruesos como para protegerlo de un balazo, pero por lo menos le servirían de escondite mientras resolvía si el muchacho estaba en el interior de la tienda o si la puerta abierta era solamente un truco y estaba escondido un poco más adentro del callejón. Registró el callejón con la mirada pero no lo vio. En el momento en que se dirigía hacia la puerta, un objeto salió del interior de la tienda echando chispas. ¿Qué demonios? Un cartucho de dinamita, pero con una mecha demasiado corta para apagarla a tiempo o para poder recogerlo y tirarlo lejos. Retrocedió como si hubiera visto una serpiente venenosa, salió del callejón, se recostó contra la pared de ladrillos y se tapó los oídos con las manos; la explosión hizo volar por el aire pedazos de madera y metal, cartones incendiados que se desparramaron por la calle principal. Hizo un esfuerzo para no salir corriendo nuevamente hacia la puerta. Piénsalo detenidamente. Piénsalo detenidamente. El muchacho tiene que escapar antes de que lleguen otras personas aquí. No puede quedarse y luchar. La dinamita es solamente para detenerte. Olvídate del callejón. Revisa la puerta.

Dio vuelta a la esquina, pero el muchacho hacía rato ya que había salido de la tienda, había llegado al final de la manzana y cruzaba la calle corriendo en dirección al palacio de justicia envuelto en sombras. Era un blanco difícil de acertar con una pistola. Pero decidió probar de todas maneras, dobló una rodilla en tierra como si estuviera haciendo una genuflexión, dejó levantada la otra rodilla, apoyó el codo sobre ésta, sujetando firmemente su arma con las dos manos mientras apuntaba y disparaba. Y erraba. La bala chocó violentamente contra la pared de piedra del palacio de justicia. Un pequeño fogonazo y el estampido de un rifle sonaron junto a los tribunales y un proyectil se incrustó en un buzón contiguo a Teasle. Le pareció ver el contorno oscuro del muchacho corriendo hacia la parte de atrás del palacio de justicia, se lanzó en pos de él, cuando resonaron una tras otra, tres explosiones y los tribunales quedaron iluminados por las llamas, que le permitieron ver las ventanas que volaron en mil pedazos. Dios mío, se ha vuelto loco, pensó Teasle, acelerando su carrera. Esto ya no es un ardid para detenerme. Quiere hacer volar por el aire la ciudad entera.

La madera del interior del palacio de justicia era vieja y estaba reseca. Las llamas subieron a los cuartos de arriba.

Mientras corría, Teasle sintió un calambre en el costado pero decidió ignorarlo y seguir lo más lejos posible antes de que se desvanecieran las pocas fuerzas que había conseguido juntar y cayera exánime. El incendio del edificio aumentaba, las llamas se desparramaban y la calle se llenó de humo, impidiéndole ver al muchacho. A su derecha, en la acera de enfrente de los tribunales vio que alguien se movía en los escalones de la comisaría, supuso que era el muchacho pero era Harris, que había salido a mirar el incendio.

—¡Harris! —exclamó, apurado por decirlo todo de una vez—, ¡El muchacho! ¡Retrocede! ¡Sal de ahí!

Pero sus palabras se perdieron entre el estrépito de una nueva y poderosa explosión que sacudía la comisaría, la hizo volar en pedazos, y junto con ella, a Harris envuelto en llamas y escombros. La onda expansiva de la explosión inmovilizó a Teasle. Harris y la comisaría. Era todo lo que quedaba y acababa de desaparecer, su oficina, sus armas; sus trofeos, la Cruz por Servicios Distinguidos: pensó nuevamente en Harris, maldijo al muchacho y comenzó a gritar, avanzando presa de la ira en dirección a las llamas. Hijo de puta, pensaba. No tenías por qué hacerlo, no debías haberlo hecho.

Un poco más adelante, a la derecha de la misma acera, había dos tiendas y a continuación de éstas, el local perteneciente a la comisaría, repleto de maderas envueltas en llamas. Mientras corría y maldecía, un tiro pegó y rebotó en el piso de cemento junto a sus pies. Se tiró junto a la cuneta. La calle estaba iluminada pero la parte de atrás de la comisaría estaba en sombras todavía y devolvió el disparo del muchacho apuntando hacia donde había visto el fogonazo del rifle en la oscuridad. Disparó dos veces más y cuando trató de incorporarse su rodilla cedió y cayó sobre la acera. Sus fuerzas se habían acabado finalmente. El ajetreo de los últimos días se había hecho sentir.

Se quedó tirado sobre la acera pensando en el muchacho. El muchacho estaba herido y debía sentirse débil también. Pero eso no parecía detenerlo, empero. Si el muchacho podía seguir andando, él también podría hacerlo.

Pero estaba tan cansado, le costaba tanto moverse.

Entonces toda esa historia sobre pelear con el muchacho mano a mano sin nadie más que pudiera resultar herido, todo eso eran mentiras, ¿no es así? Y Orval y Shingleton y los otros, y la promesa que hiciste, ¿todo eso era también una mentira?

No se puede prometer algo a los muertos. Una promesa de esa clase no tiene valor.

No, pero te lo prometiste a ti mismo, y eso sí tiene valor. Si no te pones en marcha de una vez por todas, no valdrás nada ante ti mismo ni ante ninguna otra persona. No estás cansado. Estás asustado.

Se arrastró sollozando y logró ponerse de pie. El muchacho estaba a la derecha, detrás de la comisaría. Pero no podría escapar por allí porque el patio de atrás de la comisaría tenía una alambrada de púas muy alta y del otro lado del alambre había una excavación profunda para los cimientos de un nuevo supermercado. El muchacho no tendría ni el tiempo ni las fuerzas suficientes para trepar y bajar sin correr peligro. Escaparía por la calle hacia adelante, y en esa dirección había dos casas, luego un campo de deportes y a continuación un terreno propiedad de la ciudad cubierto con pastos altos, varios arbustos de zarzamora salvaje y una casilla de madera construida por algunos chicos.

Avanzó agazapado, escondiéndose contra la pendiente del frente de la comisaría, tratando de ver al muchacho entre la cortina de humo, evitando volver a mirar los restos de Harris desparramados por la calle. Estaba entre el palacio de justicia y la comisaría, iluminado por las llamas de ambos edificios, con los ojos irritados por el humo y sintiendo el calor del incendio contra su cara y su piel. Se agachó más contra la pendiente cubierta de pasto para esconderse de la luz. El humo se disipó durante un momento y entonces pudo ver que la gente que vivía en las dos casas más allá de la comisaría, estaban en sus respectivos porches, hablando y gesticulando. Cielos, el muchacho era capaz de hacer volar las casas también. Y matarlos como mató a Harris.

Con un esfuerzo se acercó rápidamente a ellos, atento siempre al muchacho.

—¡Salgan de ahí! —les gritó—. ¡Métanse en las casas!

—¿Qué dice? —inquirió uno de los que estaban allí.

—¡Está cerca de ustedes! ¡Corran! ¡Escapen!

—¿Qué dice? ¡No lo oigo bien!

XVIII

Se acurrucó junto al porche en el extremo más alejado de la última de las casas y apuntó a Teasle, El hombre y las dos mujeres que estaban en el porche, se hallaban tan distraídos gritándole a Teasle, que no se dieron cuenta de que estaba escondido junto a ellos. Pero debieron oír el ruido cuando amartilló el rifle, porque de repente oyó mucho movimiento en el piso de madera y una mujer se asomó por la barandilla y al verlo exclamó:

—¡Dios mío! ¡Santo cielo!

Fue suficiente. Teasle echó a correr por la acera, cruzó el césped de la primera casa y se refugió junto al porche. Rambo disparó no muy seguro de hacer blanco, pero con la certeza de darle un susto por lo menos. La mujer gritó. Tiró el cartucho y apuntó a la esquina del porche. La punta del zapato de Teasle asomaba iluminada por las llamas. Apretó el gatillo, pero no sucedió nada. El rifle estaba descargado y no tenía tiempo de cargarlo otra vez; lo tiró a un lado y sacó el revólver de la policía, pero el zapato de Teasle había desaparecido. La mujer seguía gritando.

—Cállese señora, por el amor de Dios —le dijo y corrió hacia la parte posterior de la casa, estudiando las sombras en el patio de atrás.

Teasle no se arriesgaría a aparecer por el frente, donde la luz de las llamas, lo convertirían en un blanco fácil. Aprovechando la oscuridad, se deslizaría por la parte posterior de la primera casa para seguir luego hasta la parte de atrás de la segunda.

Rambo se acercó al ángulo de la esquina, observando al pasar una bicicleta y una casilla de herramientas, y se quedó esperando. Se había hecho un corte en la frente al golpearse la cabeza contra la radio del coche cuando su automóvil chocó contra el de Teasle, y tenía la manga pegajosa de limpiarse la sangre que le chorreaba sobre los ojos. El golpe había reavivado el dolor de sus costillas de modo que ahora no sabía cuál de los dos era peor.

Esperó un poco más, sintió una ligera modorra pero consiguió despabilarse. No se oía el menor ruido, pero le pareció ver una silueta oscura que se deslizaba por el cerco de atrás entre unos arbustos perennes. Se secó la sangre que corría por sus ojos, apuntó, pero no se animó a tirar. No podía hacerlo hasta tener la certeza de que era Teasle. Si la figura que se deslizaba era sólo un engaño de sus ojos, al disparar pondría en evidencia el lugar donde se ocultaba. Desperdiciaría una bala, además. Le quedaban solamente cinco, y la cámara debajo del percutor estaba vacía. La Browning de Teasle tenía trece proyectiles. Dejaría que él desperdiciara balas. Podía darse ese lujo.

Pero existía otra razón por la cual no disparó inmediatamente a la silueta: la última vez que se limpió la sangre de los ojos, no consiguió enfocar debidamente, vio doble, como si siguiera teniendo sangre en ellos. No podía diferenciar ahora la silueta oscura del perfil de los arbustos, parecían entremezclados, y sentía además un dolor de cabeza tan fuerte que tuvo la sensación de que se le iba a partir en dos,

¿Por qué no se movía la sombra? ¿O quizás se movía y él no podía verla? Teasle, no obstante, debía haber hecho algún ruido. Vamos, haz un ruido, ¿por qué no lo haces? Se estaba haciendo demasiado tarde. Ya se oía bastante cerca el ulular de las sirenas. Sirenas de los bomberos, tal vez. Pero tal vez era la policía. Vamos, Teasle. Oyó que las personas del porche hablaban asustadas. Intuyó algo y miró hacia atrás, para ver si en el porche había alguien con algún revólver o algo con qué herirle, y con sorpresa vio a Teasle que avanzaba por el césped del frente. Fue tal su sorpresa, que Rambo hizo fuego sin darse cuenta; Teasle lanzó un grito y retrocedió varios pasos por la hierba hasta desplomarse sobre la acera, pero Rambo no conseguía descubrir qué era lo que le pasaba a él, que se tiró hacia atrás, giró sobre un costado y cayó de bruces sobre la hierba. Las manos con que se agarraba el pecho estaban mojadas con algo tibio y luego las sintió pegajosas. Dios mío, me ha herido. Teasle consiguió disparar y lo hirió. Sentía el pecho aturdido, sus nervios paralizados. Tenía que moverse. Tenía que huir. Las sirenas.

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