Rambo. Acorralado (33 page)

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Authors: David Morrell

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BOOK: Rambo. Acorralado
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—Hirió a un tipo en el hombro. Por esa razón chillaba la mujer. Mis hombres están buscando sus huellas. Están siguiendo un rastro de sangre. Se interrumpió y comenzó a observar las oleadas de luz que iluminaban el costado de la ciudad.

—¿Qué pasó? ¿Qué fue esa explosión? —dijo Teasle.

—Dios, dudo de que hayan tenido tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—Las gasolineras. Prendió fuego a dos de ellas. Oímos por la radio que los bomberos ya habían llegado allí. Los surtidores y el edificio principal están ardiendo, por eso no pudieron entrar para cerrar el paso del combustible. Pensaron en cortar la electricidad en toda esa parte de la ciudad, pero luego se dieron cuenta de que si los surtidores dejaban de funcionar, la presión absorbería el fuego hasta los depósitos subterráneos y toda la manzana volaría por el aire. Llamé a un escuadrón de mis hombres para que les ayudaran a evacuar la gente. Uno de los incendios se había extendido a un grupo de casas. Dios mío, espero que hayan tenido tiempo de salir antes de que explotara, y todavía falta otra; sólo Dios sabe cuántos más morirán antes de que esto termine.

Se oyó un grito del otro lado de la casa.

—¡Se metió en el campo de juegos de al lado!

—¡Está bien, pero no es necesario gritar tan fuerte como para que se entere de que estamos persiguiéndolo!

—No se preocupe —dijo Teasle—. No está en el campo de juego.

—No puede saberlo. Hace mucho rato ya que está tirado aquí. Puede haberse dirigido a cualquier parte.

—No, tiene que ponerse en su lugar. Tiene que pensar como si fuera él. Se arrastró a través del campo de juego y atravesó el cerco, y ahora está entre las zarzamoras salvajes, entre las zarzas. Yo me libré de él escapando entre unas zarzas semejantes, y ahora él intenta hacer lo mismo, pero está muy mal herido. No se imagina el dolor que siente en el pecho. Por allí hay una casilla de madera construida por unos chicos y está arrastrándose en esa dirección.

Kern frunció el ceño y lanzó una mirada interrogadora a Trautman y los dos policías.

—¿Que le pasó mientras yo me fui? ¿Qué sucedió?

El primer agente meneó la cabeza sospechosamente.

—Cree ser el muchacho.

—¿Qué dices?

—Ha perdido la razón —dijo el otro.

—Quédense los dos y vigílenlo. No quiero que se mueva —dijo Kern. Se arrodilló al lado de Teasle.

—Espere hasta que llegue el médico. No tardará mucho. Se lo prometo.

—No importa.

—Trate de hacerlo. Por favor.

Sonaron unas campanas, otras sirenas y dos enormes auto-bombas avanzaron junto a la plaza y se detuvieron pesadamente al llegar adonde estaban los coches patrulla. Bomberos vestidos con sus trajes de goma saltaron presurosos en búsqueda de los implementos necesarios para abrir las bocas de incendio, y comenzaron a desenrollar las mangueras.

Se oyó otro grito proveniente del costado de la casa.

—¡Cruzó el campo de juegos! ¡Hay un reguero de sangre de un extremo al otro! ¡En el otro lado hay un terreno cubierto con zarzas!

—¡Te dije que no gritaras! —Se inclinó luego hacia la acera donde yacía Teasle y le dijo:

—Está bien, lo buscaremos donde usted nos indicó. Veremos si es cierto que sabe dónde está.

—Espere.

—Se nos va a escapar. Tengo que irme.

—No. Espere. Tiene que prometérmelo.

—Ya lo hice. El médico está en camino. Se lo prometo.

—No, eso no. Otra cosa. Tiene que prometérmelo. Cuando lo encuentre debe dejarme estar presente durante el final. Tengo derecho a ello. He sufrido demasiado como para no presenciar ahora el fin.

—¿Tanto lo odia?

—Yo no lo odio. Usted no me comprende. Él lo quiere así. Él quiere que yo esté allí.

—Dios —Kern miró aturdido a Trautman y a los otros—. Dios mío.

—Disparé contra él e inmediatamente dejé de odiarlo. Me daba lástima solamente.

—Por supuesto.

—No, No sentía lástima porque él me hubiera herido también. Lo mismo da que me hiriera o no. De todos modos hubiera sentido lástima. Tiene que prometerme que me dejará estar presente durante el final. Se lo debo a él. Tengo que estar con él cuando llegue el fin.

—Dios mío.

—Prométamelo.

—Está bien.

—No me mienta. Sé que está pensando que estoy tan malherido que no me pueden llevar hasta allí.

—No estoy mintiendo —dijo Kern—. Tengo que irme.

Se puso de pie, hizo señas a sus hombres que lo esperaban a un costado de la casa, se acercaron adonde él estaba y luego se desplegaron, avanzando nerviosamente por la calle en dirección al campo de juegos y al terreno contiguo.

Todos menos Trautman.

—No, usted no, Trautman —dijo Teasle—. Usted no quiere tomar parte en ello, ¿verdad? ¿Pero no le parece que debería ver lo que pasa? ¿No le parece que debería ir allí para ver cómo se desenvuelve en el último momento?

Trautman habló por fin con una voz tan seca como debería estar la madera del palacio de justicia al convertirse en pasto de las llamas.

—¿Cómo se siente?

—No siento absolutamente nada. No. Estoy equivocado una vez más. El cemento es muy suave.

—Oh. —Otra tremenda explosión iluminó el cielo detrás de ellos. Trautman se quedó mirándolo estúpidamente. La segunda estación de servicio.

—Anote otro punto a favor de su muchacho —dijo Teasle—. Dios mío. Su escuela lo entrenó requetebién. No hay vuelta que darle.

Trautman contempló a los bomberos que luchaban contra las llamas del palacio de justicia y la comisaría, miró la herida desgarrante en el estómago de Teasle y sus ojos relampaguearon. Accionó su escopeta a repetición para introducir un cartucho en la recámara antes de atravesar el césped en dirección a la casa.

—¿Para qué ha hecho eso? —dijo Teasle. Pero ya sabía el motivo—. Espere.

No obtuvo respuesta. La espalda de Trautman se alejaba entre el reflejo de las llamas rumbo a las escasas sombras que aún quedaban al costado de la casa.

—Espere —dijo Teasle con una voz en la que se reflejaba el pánico—. ¡No puede hacer eso! —exclamó—. ¡No le corresponde a usted!

Trautman desapareció igual que Kern.

—¡Espere, caramba! —gritó Teasle. Rodó hacia un lado sobre su barriga aferrándose a la acera—. ¡Tengo que estar allí! ¡Debo hacerlo yo!

Consiguió arrodillarse apoyándose sobre las manos, tosiendo y chorreando sangre sobre la acera. Los dos policías lo agarraron y lo obligaron a acostarse.

—Tiene que descansar —dijo el primero—. Tómelo con calma.

—¡Déjenme en paz! ¡Lo digo en serio!

Luchaban para sujetarlo, mientras se debatía contra ellos.

—¡Me corresponde a mí! ¡Yo fui el que empecé todo esto!

—Será mejor que lo dejemos ir. Se va a abrir por la mitad si sigue luchando contra nosotros.

—Mira las manchas de sangre que tengo. ¿Crees que todavía le queda mucha más?

Suficiente, pensaba Teasle. Suficiente. Se puso nuevamente de rodillas apoyándose en las manos, dobló una pierna, luego la otra tratando de levantarse. Sentía el gusto salado de la sangre en la boca. Yo empecé todo esto, Trautman, pensaba para sus adentros. Él me pertenece. No es tuyo. Él quiere que sea yo.

Hizo un esfuerzo y logró ponerse de pie, dio un paso, se inclinó hacia un costado y luchó por mantener el equilibrio. Tenía la plena seguridad de que nunca más lograría levantarse si se caía. Tenía que mantenerse firme, balanceándose mientras avanzaba por la hierba hacia la casa. Yo sé lo que te digo, Trautman, pensaba. Él quiere que sea yo. Tú no. Yo.

XX

Rambo se arrastró entre las zarzas, sufriendo agonías, rumbo a la casilla de madera. La luz de los incendios la iluminaba débilmente y le permitió ver que una de las paredes estaba inclinada hacia adentro, que el techo formaba un ángulo pero no pudo distinguir por la puerta entreabierta qué había en el oscuro interior. Siguió arrastrándose, pero le pareció que se demoraba demasiado para cubrir esa distancia tan corta y entonces descubrió que lo único que hacía era simular movimientos, pero que no adelantaba ni un centímetro. Hizo nuevos esfuerzos y consiguió recorrer lentamente unos metros en dirección a la casilla.

Pero cuando llegó a la entrada oscura no pudo entrar. Se parecía demasiado al agujero en el que lo habían metido cuando lo hicieron prisionero durante la guerra, oscuro, reducido, estrecho. Lo hizo recordar también la ducha en la que Teasle lo había obligado a meterse y la celda en la que había pretendido encerrarlo. Es verdad que ambas estaban bien iluminadas, pero había sentido idéntica repulsión. Pensó en todo lo que había estado tratando de evitar y en lo cansado que estaría al haber imaginado que podría resistir allí adentro.

De todos modos no podía ni siquiera soñar en resistirse en sus condiciones. Había visto morir a demasiados hombres de heridas de bala como para ignorar que su hemorragia lo llevaría a la muerte. Seguía sintiendo el dolor en el pecho, en la cabeza, acentuado agudamente con cada latido de su corazón, pero sus piernas estaban frías y adormecidas por la pérdida de sangre y por eso le costaba arrastrarse, sus dedos estaban insensibles como también las manos, los nervios de sus extremidades parecían haberse paralizado gradualmente. No le quedaba mucho tiempo de vida. Pero por lo menos todavía podía elegir el lugar para morir. No iba a ser allí, como si estuviera en las galerías. Estaba decidido a no experimentar otra vez esa sensación. No, sería en terreno abierto. Donde pudiera ver el cielo con claridad y aspirar el puro aire de la noche.

Avanzó hacia la derecha de la casilla, introduciéndose penosamente entre la maleza. El lugar indicado. Eso era lo que buscaba. Un lugar confortable y acogedor. Adecuado a él. Tranquilizador. Tenía que encontrarlo antes que fuera demasiado tarde. Una depresión libre de malezas y del mismo largo que su cuerpo le pareció bastante tentadora, pero cuando se acostó en ella, apuntando con la cara hacia el cielo, la encontró demasiado similar a una tumba. Ya tendría tiempo de sobra de estar en una tumba. Necesitaba otro lugar, totalmente opuesto a ese, un lugar alto, sin límites, para disfrutar de esa sensación durante sus últimos momentos.

Siguió arrastrándose y pudo ver entre la maleza, un poco más adelante, una pequeña elevación; cuando llegó arriba descubrió que era un montículo cuyas pendientes estaban cubiertas de maleza, pero en la parte superior había un claro cubierto por las hojas secas del otoño. No era tan alto como lo que él buscaba. Pero era más alto que el resto del terreno y se sintió muy cómodo al acostarse sobre el pasto, como si fuera un colchón relleno de paja. Miró las extraordinarias formas anaranjadas que dibujaban las llamas contra las nubes de la noche. En paz. Este era el lugar indicado.

Su mente estaba en paz por lo menos. Pero el dolor aumentaba, torturándolo, en contraste con la insensibilidad de sus piernas y brazos. Dentro de poco llegaría hasta su pecho, anulando el dolor, pero ¿y después? ¿Llegaría a su cabeza? ¿O moriría antes?

Bueno. Tenía que pensar si le faltaba hacer alguna otra cosa, algo importante que hubiera olvidado. El dolor lo obligó a ponerse rígido. No, parecía que no faltaba nada más.

¿Y qué pasa con Dios?

La idea lo intranquilizó. Había pensado en Dios y rezado solamente en ocasiones en que sintió un miedo ilimitado, y siempre algo molesto porque no era creyente y se sentía tan hipócrita al rezar por puro miedo, como si a pesar de no creer en Dios, hubiera uno en realidad, un Dios que podía ser engañado por un hipócrita. Creía en Dios cuando era un niño. Creía a pie juntillas. ¿Cómo era el acto de contrición que rezaba todas las noches? Las palabras resurgieron a tropezones en su memoria, desconocidas para él. Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón ¿De qué?

De todo lo que ha pasado durante estos últimos días. Me arrepiento de que tuviera que suceder. Pero no podía dejar de pasar. Lo lamentaba, pero sabía que si hoy fuera lunes otra vez haría las mismas cosas que había hecho durante los días subsiguientes, y sabía que Teasle también haría lo mismo. No era posible evitarlo. Si el orgullo había sido el origen de su pelea, también había tenido otro motivo más importante.

¿Como cuál?

Una serie de tonterías, se dijo a sí mismo: libertad y derechos humanos. No había sido su intención demostrar un principio. Había salido a luchar contra cualquiera que pretendiera intimidarle una vez más y eso era muy distinto —no era ético —sino personal, emocional. Había matado a un gran número de personas y podía alegar que sus muertes fueron necesarias porque formaban parte de lo que insistía en intimidarlo, haciéndole imposible la vida a una persona como él. Pero no estaba muy convencido. Había gozado demasiado con esa lucha, gozado mucho con los peligros y las emociones.

Pensó que quizás la guerra lo había preparado para ello, que quizás se había acostumbrado tanto a la lucha que no podía hacerla a un lado.

No, eso tampoco era exacto. Podía haberse controlado si realmente lo hubiera querido. Pero sencillamente no tuvo ganas de controlarse. Estaba decidido a luchar contra cualquiera que quisiera interferir en la forma en que él quería vivir. Muy bien, pues, entonces, en cierto sentido su lucha había sido para defender un principio. Pero la cosa no era tan simple, pues se había sentido orgulloso y feliz de poder demostrar su habilidad para la lucha. Era el candidato menos indicado para dejarse llevar por delante, por supuesto que lo era, y ahora estaba muriéndose y nadie tiene ganas de morir y todo eso que pensaba respecto a principios, eran puras excusas para justificarse. Pensar que volvería a repetir lo que había hecho exactamente en la misma forma, era solamente un truco para convencerse de que lo que le estaba pasando ahora, no podía haberse evitado. Dios, y era ahora, y no podía hacer absolutamente nada para evitarlo y ni los principios ni el orgullo tenían nada que ver con lo que iba a suceder.

Lo que debía haber hecho era salir un poco más con chicas guapas, beber más agua helada y comer más melones. Y eso también era una serie de tonterías, lo que debía haber hecho y todo eso respecto a Dios eran simples complicaciones para olvidar lo que había pensado un poco antes: si bien la insensibilidad que se apoderaba de sus muslos y brazos era una forma fácil de morir, no por eso dejaba de ser insoportable. E inútil. Derrota pasiva. Lo único que podía elegir era la forma de morir y no pensaba hacerlo como un animal herido y acorralado, solo, trágico, desvaneciéndose insensible y gradualmente. Inmediatamente. En un violento rapto emocional.

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