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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (24 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Albert Cadosch vivía en la casa de al lado, en el número 25 de Hanbury, cuyo patio trasero lindaba con el del número 29 y estaba entonces separado de éste por una valla provisional de madera que medía entre un metro con cincuenta y cinco centímetros y un metro con setenta. Más tarde, declaró a la policía que a las cinco y veinticinco salió al patio y oyó que alguien exclamaba «no» al otro lado de la valla. Al cabo de unos instantes, algo pesado chocó contra las estacas. No trató de averiguar qué había causado el ruido ni quién había dicho «no».

Cinco minutos después, a las cinco y media de la mañana, Elisabeth Long caminaba por Hanbury Street en dirección al mercado de Spitalfields cuando vio a un hombre que charlaba con una mujer a unos metros de la valla que rodeaba el número 29 de Hanbury, donde una hora después encontrarían el cadáver de Annie Chapman. En el proceso, la señora Long declaró que sabía «de fijo» que la mujer era Annie Chapman. Según ella, Annie y el hombre hablaban en voz bastante alta, pero parecían llevarse bien. El único fragmento de conversación que oyó mientras continuaba su camino fue una pregunta del hombre: «¿Lo harás?», y la respuesta de la supuesta Annie: «Sí.»

Es evidente que los testigos se contradijeron en lo referente a la hora, y durante el proceso ninguno aclaró cómo sabía qué hora era cuando se cruzó con alguien o encontró el cadáver. En aquellos tiempos, la mayoría de las personas calculaba el momento del día por sus actividades, la posición del sol en el cielo y los relojes de las iglesias, que daban la hora o la media. Harriet Hardiman, que residía en el número 29 de Hanbury Street, declaró que estaba segura de que eran las seis de la mañana cuando la despertó un alboroto que procedía del exterior. Esta mujer se ganaba la vida recorriendo las calles con una carretilla llena de pescado en mal estado, o de restos que recogía en los mataderos, y vendiendo su mercancía a los propietarios de gatos mientras una larga cola de felinos la seguía a todas partes.

Harriet estaba profundamente dormida en la planta baja de la casa cuando unas voces estridentes la sobresaltaron. Temiendo que el edificio estuviera en llamas, despertó a su hijo y lo envió a echar un vistazo. Cuando éste regresó, dijo que habían asesinado a una mujer en el patio. Tanto la madre como el hijo habían dormido toda la noche de un tirón, y Harriet Hardiman declaró que no había oído nada, aunque a menudo le llegaban voces que procedían de la escalera o del pasaje que conducía al patio. La madre de John Richardson, Amelia, había pasado la mitad de la noche en vela, y sin duda se habría dado cuenta si alguien hubiera discutido o gritado. Pero tampoco oyó nada.

Los residentes del número 29 de Hanbury entraban y salían a todas horas de manera que tanto la puerta trasera como la delantera estaban siempre abiertas, igual que la del pasaje, que conducía al patio interior. Habría sido fácil entrar allí, que es lo que debió de hacer Annie Chapman antes de morir. A las seis menos cinco de la mañana, John Davis, un mozo que vivía en la casa de inquilinos, salió para ir al mercado y tuvo la desgracia de encontrar el cadáver de Annie Chapman en el patio, entre la casa y la valla, muy cerca de los escalones de piedra donde se había sentado Richardson media hora antes.

La mujer estaba de espaldas, con la mano derecha sobre el pecho izquierdo, el brazo derecho extendido y las piernas flexionadas. Le habían levantado la ropa por encima de las rodillas, y el corte que tenía en la garganta era tan profundo que la cabeza apenas se mantenía unida al cuerpo. El asesino le había abierto el abdomen y extraído los intestinos. Estos se encontraban en el suelo, por encima de su hombro izquierdo, una disposición que tanto podría haber sido simbólica como no.

Es mucho más probable que la ubicación de estos órganos tuviera una explicación práctica: el asesino los habría puesto ahí para quitarlos de en medio. Más tarde quedó claro que al Destripador sólo le interesaban los riñones, el útero y la vagina, aunque no podemos descartar que también deseara escandalizar a la gente. En tal caso, lo consiguió. John Davis subió corriendo a su habitación y se tomó una copa de brandy. Luego entró como una exhalación en su taller, agarró una lona para cubrir el cadáver y salió a buscar al policía más cercano.

Al cabo de unos minutos llegó el inspector Joseph Chandler, de la comisaría de Commercial Street. Cuando vio lo que tenía entre manos, mandó llamar al doctor George Phillips, el médico de la división. En el lugar de los hechos se había congregado una multitud que gritaba: «¡Han matado a otra mujer!» Tras echar un vistazo al cadáver, el doctor Phillips declaró que a la víctima le habían cortado la garganta antes que «el estómago» y que llevaba muerta unas dos horas. Reparó en que tenía la cara abotargada y que la lengua asomaba entre los dientes. Antes de degollarla la habían matado por estrangulamiento, precisó, o al menos la habían dejado inconsciente. El rigor mortis apenas comenzaba a notarse, y el médico observó que había «seis manchas» de sangre en la pared, a unos cuarenta y cinco centímetros por encima de la cabeza de Annie.

Algunas eran gotas pequeñas y otras del tamaño de una moneda de seis peniques, y formaban «cúmulos» muy compactos. Además, había «marcas» de sangre en la valla trasera de la casa. También hallaron varios objetos dispuestos con orden a los pies de Annie: un trozo de muselina gruesa, un peine y un sobre roto y sanguinolento con el escudo de armas del regimiento de Sussex y matasellos del 20 de agosto de 1888. Cerca de allí había dos píldoras. Los baratos anillos de latón habían desaparecido, y una abrasión en el dedo indicaba que se los habían quitado por la fuerza. En una tarjeta sin fecha ni firma que el supuesto Destripador envió con posterioridad a la policía de la City, se observa un habilidoso dibujo de una mujer con la garganta cortada. Escribió «pobre Annie» y aseguró tener los anillos «en mi posesión».

La ropa de Annie no estaba desgarrada, llevaba las botas puestas y la chaqueta negra aún estaba abotonada. El cuello de esta prenda presentaba manchas de sangre por dentro y por fuera. El doctor Phillips observó también unas gotas de sangre en las medias y la manga izquierda de la chaqueta de la víctima. Aunque este dato no se mencionó en los periódicos ni en los informes de la policía, el doctor Phillips debió de recoger los intestinos y demás tejidos corporales y reintroducirlos en la cavidad abdominal antes de cubrir el cadáver con un trozo de arpillera. La policía ayudó a colocar el cuerpo de Annie en la misma caja que había ocupado Mary Ann Nichols hasta el día anterior, cuando por fin la habían enterrado, y luego lo llevó al depósito de Whitechapel en una ambulancia manual.

Ya había amanecido y centenares de curiosos acudían corriendo al patio interior del número 29 de Hanbury. Los vecinos de las casas de inquilinos colindantes comenzaron a cobrar entrada a todo el que quisiera acceder al patio para ver mejor el lugar cubierto de sangre donde habían matado a Annie.

¿HA VISTO AL «DEMONIO»?

Si no es así

pague un penique y entre

escribió Jack el Destripador el 10 de octubre.

En la misma tarjeta, el Destripador añadía: «Todas las noches espero a los polizontes de Hampstead Heath», unos jardines célebres por sus fuentes medicinales, sus baños y la atracción que habían ejercido siempre sobre pintores, poetas y escritores como Dickens, Shelley, Pope, Keats y Constable. Los días festivos, unas cien mil personas visitaban los ondulados prados y los densos bosquecillos de este parque. Walter Sickert vivía en South Hampstead, que quedaba a menos de veinte minutos andando de allí.

Las cartas atribuidas al Destripador no se limitan a proporcionar pistas —como la tarjeta de «¿Ha visto al "demonio"?», que podría ser una alusión a los residentes del East End que cobraban dinero para enseñar los escenarios de los crímenes—, sino que también permiten vislumbrar un marco geográfico cada vez más claro. Muchos sitios que se mencionan en las cartas —algunos repetidas veces— son zonas que Walter Sickert conocía muy bien: el Bedford Music Hall de Camden Town, que pintó en varias ocasiones; los alrededores del número 54 de Broadhurst Gardens, su propia casa, y barrios de teatros, artistas y comerciantes que a buen seguro frecuentaba.

Entre los más cercanos a Bedford Music Hall, se encuentran Hampstead Road, King's Cross, Tottenham Court, Somers Town, Albany Street y St. Paneras Church.

Los más próximos al número 54 de Broadhurst Gardens son Kilburn, Palmerston Road (a unas manzanas de la casa de Sickert), Princess Road, Kentish Town, Alma Street y Finchley Road (que nace en Broadhurst Gardens).

Los sitios vecinos a los teatros,
music-halls,
galerías de arte y demás lugares de posible interés profesional o personal para Sickert comprenden Piccadilly Circus, Haymarket, Charing Cross, Battersea (cerca del estudio de Whistler), Regent Street North, Mayíair, Paddington (donde está la estación), York Street (cerca de Paddington), Islington (el barrio del hospital St. Mark), Worcester (uno de los lugares favoritos de los pintores), Greenwich, Gipsy Hill (cerca del Crystal Palace), Portman Square (que no está muy lejos de la Sociedad de Bellas Artes y es donde se encuentra la Heinz Gallery, especializada en dibujos arquitectónicos), Conduit Street (próxima a la Sociedad de Bellas Artes y donde, en la época victoriana, se hallaban la Sociedad de las Artes del Siglo XIX y el Real Instituto de Arquitectos Británicos).

Los dibujos de Sickert son asombrosamente detallados; el lápiz registraba lo que veían sus ojos para que más tarde pudiera pintar un cuadro. Su fórmula matemática para «cuadricular» la composición un método geométrico para ampliar los dibujos sin alterar las dimensiones ni la perspectiva— revela una mente organizada y científica. Sickert pintó muchos edificios complejos durante su carrera, entre los que destacan, por la profusión de detalles, algunas iglesias de Dieppe y de Venecia. Cabe suponer que le interesaba la arquitectura, de modo que es muy probable que visitara la Heinz Gallery, que alberga la mayor colección de dibujos arquitectónicos del mundo.

La primera profesión de Sickert fue la de actor, en la que al parecer se inicio en 1879. En una de sus cartas más antiguas, escrita en 1880 y dirigida al historiador y biógrafo T. E. Pemberton, contaba que había interpretado a «un viejo» en
Enrique V
durante una gira por Birmingham. «Es el papel que más me gusta», escribió. A pesar de las manidas anécdotas de que Sickert dejó el teatro porque su auténtica vocación era la pintura, las cartas que reunió Denys Sutton revelan una historia diferente. «Walter estaba deseando dedicarse a la escena», leemos en una ce ellas. Pero, según otro amigo de Sickert, «no tuvo mucho éxito y por eso se pasó a la pintura». Todavía era actor a los veintitantos años, cuando hizo una gira con la compañía de Henry Irving. Conocía al célebre arquitecto Edward W. Godwin, un entusiasta del teatro, diseñador de vestuario y buen amigo de Whistler. En la época en que Sickert hizo sus pinitos como actor, Godwin vivía con Ellen Terry y había proyectado la casa de Whistler (la «casa blanca», en Tite Street, Chelsea). La viuda de Godwin, Beatrice, se casó con Whistler el 11 de agosto de 1888. Aunque no puedo demostrar que la psique de Sickert estableciera una conexión entre detalles biográficos y geográficos como éstos cuando el Destripador envió sus cartas desde los lugares que ya he mencionado (o en los que se supone que las escribió), sí puedo al menos conjeturar que estaba familiarizado con dichos lugares. No eran sitios donde los «homicidas lunáticos» o los «indigentes de mala vida» del East End habrían pasado mucho tiempo.

Aunque es verdad que muchas cartas del Destripador se enviaron desde el East End, otras tantas procedían de otros lugares. Pero, dado que Sickert pasaba bastante tiempo en el East End, es probable que conociese esa miserable zona de Londres mejor que la policía. La normativa de la época no permitía que los miembros de la policía metropolitana entrasen en los pubs ni se mezclaran con los vecinos. Los agentes no debían descuidar su ronda, y entrar en pensiones o pubs sin causa justificada, o simplemente alejarse de las manzanas asignadas, era arriesgarse a una reprimenda o a la suspensión. Sickert, sin embargo, podía alternar con quien quisiera. Ningún lugar le estaba vedado.

La policía parecía sufrir de una forma de miopía que le impedía ver más allá del East End. Por mucho que el Destripador se esforzase para incitarlos a examinar otros barrios o escondites posibles, nunca le hacían caso. No hay pruebas de que la policía investigase los lugares de los matasellos de las cartas del Destripador que no procedían del East End, ni que dieran importancia a las que, en principio, parecían escritas y enviadas desde otras ciudades de Gran Bretaña. No se conservan todos los sobres, y sin un matasellos no tenemos más que el dato del lugar que el Destripador consignó en las cartas, que acaso fuera o no aquel donde se encontraba en aquellos momentos.

Según los matasellos y las localidades donde el Destripador dijo estar en diversos momentos, o donde afirmó que viajaría, habría visitado Birmingham, Liverpool, Manchester, Leeds, Bradford, Dublín, Belfast, Limerick, Edimburgo, Plymouth, Leicester, Bristol, Clapham, Woolwich, Nottingham, Portsmouth, Croydon, Folkestone, Gloucester, Leith, Lille (Francia), Lisboa (Portugal) y Philadelphia (EE.UU.).

Varias de estas localidades parecen inverosímiles, sobre todo las de Portugal y Estados Unidos. Que se sepa, Sickert nunca estuvo en ninguno de los dos países. Otras cartas y sus supuestas fechas hacen que resulte imposible creer, por ejemplo, que pudiera haberlas escrito y enviado el mismo día —el 8 de octubre— desde Londres, Lille, Birmingham y Dublín. Pero lo que no queda claro después de ciento catorce años —cuando tantos sobres y sus matasellos han desaparecido, cuando los indicios son débiles y los testigos están muertos— es si aquellas cartas se escribieron de verdad en la fecha y el lugar que figuran en ellas. Sólo los matasellos y los testigos oculares podrían asegurarlo.

Por descontado, no todas las cartas del Destripador fueron obra de Sickert; sin embargo, él era capaz de falsear su letra mejor que cualquier mortal, y aún no han aparecido documentos que prueben que no se encontraba en una ciudad determinada en un día concreto. En el mes de octubre de 1888 el Destripador estuvo muy ocupado escribiendo cartas. Aún se conservan unas ochenta de ese mes, y sería lógico que el asesino se hubiera escondido después de cometer varios homicidios seguidos. Como el propio Destripador escribió en más de una misiva, Whitechapel se había vuelto demasiado peligroso para él, lo que lo obligó a buscar paz y tranquilidad en puertos lejanos.

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