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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (35 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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Continuó corriendo y tocando el silbato hasta que encontró a dos policías. «Vayan a Mitre Square —les dijo—. ¡Ha habido otro terrible asesinato!»

El médico de la policía de la City, el doctor Gordon Brown, llegó al escenario del crimen poco después de las dos de la mañana. Se acuclilló junto al cadáver y encontró tres botones de metal, un dedal «corriente» y un bote de mostaza que contenía dos papeletas de empeño. Basándose en la temperatura del cuerpo, la ausencia de rigor mortis y otras observaciones, el doctor Brown llegó a la conclusión de que la víctima había muerto hacía menos de media hora. No vio moretones ni otros signos de lucha, como tampoco indicios de relaciones sexuales (o «conexión reciente»).

En opinión del médico, la ubicación de los intestinos era «deliberada», lo cual, teniendo en cuenta las circunstancias, parece difícil. Tanto en el caso de Annie Chapman como en el de Catherine Eddows, el Destripador actuó con nerviosismo y en medio de una oscuridad tan acusada que apenas podía ver lo que hacía. Seguramente estaría en cuclillas, o inclinado sobre la parte inferior del cuerpo de la víctima, cuando cortó la ropa y la carne, y es más probable que arrojara los intestinos a un lado para buscar los órganos que de verdad le interesaban.

Los informes policiales y la prensa se contradicen en lo referente al aspecto que tenía Catherine cuando la encontraron. En una descripción se dice que le cortaron un trozo de colon de sesenta centímetros y lo colocaron entre el brazo derecho y el cuerpo, pero según el
Daily Telegraph,
el segmento de colon estaba «enroscado y dentro de la herida, en el lado derecho del cuello». Fue providencial que el hijo de un inspector de la policía de la City, Frederick William Foster, fuera arquitecto. Lo llamaron de inmediato para que dibujara tanto el cadáver como la zona donde lo habían hallado. Estos bocetos ofrecen una imagen detallada e inquietante del escenario del crimen, más sobrecogedora que las descripciones que los testigos ofrecieron durante la investigación.

Toda la ropa de Catherine estaba cortada o desgarrada, y la cavidad que dejaba al descubierto constituía una profanación más terrible que una autopsia. El Destripador le había abierto el pecho y el abdomen hasta los genitales y la parte superior de los muslos. Cortó éstos y la vagina como si hubiese estado apartando los tejidos para amputar las piernas a la altura de las articulaciones de la cadera.

La desfiguración de la cara era pavorosa. Debajo de ambos ojos había unas hendiduras extrañas y profundas, semejantes a los acentos artísticos que Sickert usó en algunos cuadros, sobre todo en el retrato de una prostituta veneciana a quien llamaba Giuseppina. La parte más dañada de la cara de Catherine era la derecha, la que estaba a la vista cuando descubrieron el cadáver y la misma donde Giuseppina, en el retrato titulado
Putana a casa
muestra inquietantes pinceladas negras que sugieren una mutilación. En la fotografía que le hicieron en el depósito de cadáveres, Catherine Eddows se parece a Giuseppina: ambas tenían el cabello largo y negro, y los pómulos y la barbilla prominentes.

Sickert pintó a Giuseppina entre 1903 y 1904. Aunque examiné cartas y otros documentos, y consulté con expertos en su obra, no conseguí encontrar indicio alguno de que las personas que visitaron al pintor en Venecia hubieran visto o conocido a esta prostituta. Es posible que Sickert la pintase en la intimidad de su estudio, pero no tengo ninguna prueba de la existencia de Giuseppina. En otro cuadro de la misma época,
Le Journal,
aparece una mujer morena con la cabeza inclinada hacia atrás y la boca abierta, leyendo un periódico que sujeta de manera grotesca muy por encima de su cara desencajada. Alrededor del cuello lleva un prieto collar blanco.

«Qué bonito collar le he puesto», escribió el Destripador el 17 de septiembre de 1888.

El «bonito collar» de Catherine Eddows era el impresionante tajo que se observa en una de las pocas fotografías tomadas antes de que le practicasen la autopsia y le suturaran las heridas. Las semejanzas entre esa fotografía y
Le Journal
son sorprendentes.

Sickert no pudo ver a Catherine con la garganta cortada y la cabeza colgando hacia atrás a menos que estuviera en el depósito antes de la autopsia o en el escenario del crimen.

El cadáver de Catherine se transportó en ambulancia manual al depósito de Golden Lañe, y cuando la desnudaron bajo la atenta mirada de la policía, el lóbulo de su oreja izquierda cayó de entre la ropa.

20
Irreconocible

El doctor Brown y un equipo de médicos practicaron la autopsia a las dos y media de la tarde del sábado.

Aparte de un pequeño cardenal reciente en la mano izquierda de Catherine, los médicos no encontraron lesiones que indicaran que había luchado con su agresor, o que éste la había golpeado, estrangulado o arrojado al suelo. La causa de la muerte fue un corte en el cuello de entre quince y diecisiete centímetros, que comenzaba en la oreja izquierda —seccionando el lóbulo— y terminaba a unos siete centímetros por debajo de la oreja derecha. La incisión atravesó la laringe, las cuerdas vocales y todas las estructuras profundas del cuello, mellando el cartílago intervertebral.

El doctor Brown determinó que Catherine Eddows se había desangrado debido al corte de la carótida izquierda, que la muerte «fue inmediata» y que el resto de las mutilaciones se habían infligido post mórtem. En su opinión, sólo habían utilizado un arma, probablemente un cuchillo puntiagudo. Podría haber añadido muchas cosas más. El informe de la autopsia señala que el Destripador cortó la ropa de Catherine. Teniendo en cuenta la cantidad de prendas que llevaba, esto parece difícil y plantea interrogantes.

Un instrumento cortante corriente no puede atravesar con facilidad tejidos de lana, lino y algodón, por muy viejos o raídos que estén. Yo experimenté con una selección de cuchillos, dagas y navajas de afeitar del siglo XIX, y descubrí que cortar una tela con una hoja curva o larga resulta difícil, incluso peligroso. Es preciso que el cuchillo sea fuerte y puntiagudo y que esté muy afilado. Descubrí que la mejor opción era una daga de quince centímetros dotada de una guarnición que protegía la mano, evitando que se deslizase hacia la hoja.

Sospecho que el Destripador no «atravesó» la ropa con el cuchillo, sino que practicó pequeños cortes en las distintas capas y luego desgarró la tela para exponer el abdomen y los genitales. Vale la pena analizar este cambio en el modus operandi, ya que no hay indicios de que cortara la ropa de Mary Ann Nichols ni la de Annie Chapman. Sin embargo, no podemos estar seguros de lo que ocurrió en esos casos. Los informes están incompletos, y es probable que no se redactasen ni conservasen de manera concienzuda.

Aunque la policía de la City no estuvo más cerca de capturar al Destripador que la metropolitana, disponía de más medios para investigar sus crímenes.

Los informes de Catherine Eddows se han conservado sorprendentemente bien, y revelan que el examen del cadáver fue minucioso y profesional. La policía de la City contaba con ventajas, incluido el nada desdeñable hecho de que se hubiera dado una importante difusión a ciertos errores que había cometido en los últimos tiempos. Tenía una jurisdicción más pequeña, rica y fácil de controlar, un depósito de cadáveres decente y acceso a excelentes médicos. Después de transportar a Catherine al depósito, asignaron un inspector con la única responsabilidad de vigilar el cadáver, la ropa y demás efectos personales. El doctor Brown practicó la autopsia con la ayuda de otros dos médicos, uno de los cuales era el doctor George Phillips, de la policía metropolitana. Suponiendo que Catherine fuera la primera víctima a la que le «cortaron» la ropa, en lugar de levantarla, el cambio de modus operandi indicaría un aumento de la agresividad y la confianza del Destripador, así como una intensificación de su desprecio y su necesidad de sembrar el pánico.

Catherine estaba casi desnuda y tenía las piernas abiertas, y la mataron en medio de una acera. La sangre que salió de la carótida cortada fluyó por debajo de su cuerpo y dejó su contorno marcado en el suelo, una silueta que los transeúntes vieron y pisaron al día siguiente. El Destripador la atacó prácticamente a la vista de un vi guante, un policía que vivía en la plaza y un agente de la policía

Los cortes de la cara fueron rápidos y enérgicos; en la boca, el arma seccionó los labios y alcanzó las encías. La incisión del caballete de la nariz se extendía hasta la mandíbula izquierda, atravesando la mejilla y dejando al descubierto el hueso. Le habían cercenado la punta de la nariz, y otros dos tajos en las mejillas le levantaron la piel, dejando colgajos triangulares. Las lesiones del abdomen, los genitales y los órganos internos eran igual de brutales. Las heridas que la abrieron en canal eran irregulares y alternaban con puñaladas. El asesino extirpó el riñón izquierdo, cortó con torpeza la mitad del útero y se los llevó.

Catherine presentaba cortes en el páncreas y el bazo, y una herida en la vagina que se extendía hasta el recto. Los tajos del muslo derecho eran tan profundos que seccionaron varios ligamentos. La agresión no fue meticulosa, ni siquiera metódica. La intención era mutilar, y es evidente que el Destripador estaba fuera de sí. Pudo infligir todas estas lesiones en menos de diez minutos, quizás incluso en cinco. Necesitaba cada vez más audacia y salvajismo para experimentar la misma emoción. El «atrápenme si pueden» del Destripador parecía estar llegando al límite.

D. S. MacColl, artista, crítico y defensor de Sickert, escribió en una carta que éste «algún día se sobrestimará». Pero Sickert no lo hizo, al menos en esta vida. La ley no estaba en condiciones de seguir las pistas forenses y psicológicas que dejó tras de sí en cada asesinato. En la actualidad las pruebas se habrían recabado de una forma muy distinta, con unos métodos que los Victorianos habrían tomado por una fantasía de Julio Verne. El lugar donde asesinaron a Catherine Eddows planteaba dificultades, ya que estaba a la intemperie y era un sitio público que debía de estar alterado por multitud de personas. La iluminación era pésima, y el carácter morboso del caso habría requerido que la policía tomase precauciones para evitar que los curiosos —que sin duda se congregarían y permanecerían allí incluso después de que se llevaran el cadáver al depósito de Golden Lañe— modificasen aún más el escenario del crimen.

La prueba más importante en un homicidio es el cadáver. Los indicios relacionados con él deben preservarse por todos los medios posibles. Si Catherine Eddows apareciera muerta en Mitre Square mientras escribo esto, la policía precintaría de inmediato la zona, pediría refuerzos por radio y llamaría al médico forense. Se encenderían focos, y llegarían vehículos de salvamento con luces destellantes. La policía acordonaría y vigilaría todas las avenidas, calles y pasajes que condujeran al escenario del crimen.

Un policía secreto, o un miembro del equipo forense, usaría una cámara de vídeo para filmar el lugar de los hechos, incluyendo a los curiosos. Es muy posible que Sickert estuviera allí, mezclado con la multitud; de hecho, yo estoy convencida de ello. Habría sido incapaz de resistirse a la tentación de ver la reacción de su público. En el cuadro titulado
La feria de noche, Dieppe,
Sickert plasmó una escena muy parecida a la que debían de componer los mirones que se congregaban en los escenarios de los crímenes del East End.

La feria de noche, Dieppe,
pintado hacia 1901, muestra a una multitud desde atrás, vista por los ojos de un observador que permanece a una distancia prudencial de los curiosos. Si no fuera por el toldo de un tiovivo que parece irrumpir en el cuadro desde la derecha, no habría razones para pensar que la escena corresponde a una feria de atracciones. La gente no parece interesada en el tiovivo, sino en la actividad que tiene lugar cerca de unas casas de vecindad o conventicos.

Sickert pintó este cuadro partiendo de un boceto. Hasta los sesenta y tantos años, se limitó a pintar lo que veía. Luego comenzó a copiar fotografías, como si la necesidad de salir a la calle y experimentar su arte hubiera ido decreciendo en la misma medida que su potencia sexual. «A los cincuenta no se puede trabajar igual que a los cuarenta», reconoció una vez.

Los escenarios de los crímenes del Destripador se convirtieron precisamente en ferias o espectáculos festivos: niños que voceaban las ediciones especiales de los periódicos, vendedores ambulantes que acudían con sus carros de mercancías y vecinos que vendían entradas. En Berner Street, el Club Educativo de la internacional Obrera cobraba entrada para ver el patio donde habían asesinado a Elizabeth Stride, y usaba el dinero para ¡a impresión de sus panfletos socialistas. Por un penique, uno podía comprar «una emocionante aventura» sobre los asesinatos de Whitechapel, que contenía «todos los detalles de estos Diabólicos Crímenes e ilustraciones fieles de los Horrores Nocturnos de este barrio de la Gran Ciudad».

En ningún escenario de los crímenes del Destripador se encontraron huellas o rastros de la huida del asesino. Me cuesta imaginar que no pisara sangre, teniendo en cuenta que las heridas que infligió a sus víctimas debieron de producirla en abundancia. Pero sus sanguinolentas pisadas no habrían podido detectarse sin la ayuda de sustancias químicas o lámparas de luz alterna. Sin duda se pasaron por alto pequeños indicios, y podemos estar seguros de que el Destripador dejó pelos, fibras y otras partículas microscópicas en sus víctimas y en el lugar de los hechos. También se llevaría pruebas en el cuerpo, el calzado y la ropa.

Las víctimas del Destripador habrían sido una pesadilla para los médicos forenses de hoy, debido a la alteración del escenario del crimen y a la suma de indicios procedentes de los diversos clientes de las víctimas —incluyendo el semen—, todo agravado por la falta de higiene. Pero habría merecido la pena recoger ciertas sustancias orgánicas e inorgánicas. Los cosméticos que utiliza un asesino se transfieren con facilidad a la víctima. Si Sickert hubiera usado maquillaje teatral para oscurecerse la piel, si se hubiera teñido el pelo para la ocasión o hubiera utilizado adhesivos para pegar barbas o bigotes falsos, los científicos forenses habrían podido detectar estas sustancias con los medios disponibles en la actualidad, como el microscopio de luz polarizada, los análisis químicos o la espectrofotofluorometría.

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