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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Histórico, Ensayo, Políciaco

Retrato de un asesino (32 page)

BOOK: Retrato de un asesino
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«Este es un sitio agradable para dormir y comer —escribió Sickert—, que es lo que más deseo hacer.»

El sobre ha desaparecido, de manera que no hay un matasellos que confirme que Sickert se hallaba en Normandía. Tampoco sabemos dónde estaba Blanche. Pero es probable que Sickert se encontrara en Saint-Valery-en-Caux cuando escribió esa nota.

Puede que necesitara descanso y nutrición después de sus violentas hazañas, y cruzar el Canal no era nada fuera de lo común. Me parece extraño, incluso sospechoso, que escogiera Saint-Valery cuando podría haberse alojado en Dieppe.

De hecho, es curioso que escribiera a Blanche, ya que dedicó la mayor parte de la nota a comentar que estaba « buscando un vendedor de colores» para enviar a su hermano Bernhard «papel de vidrio para pasteles o lienzo grueso». Indicó que quería un «paquete de muestras» y que desconocía «las medidas francesas». No entiendo cómo Sickert, que hablaba francés con fluidez y había pasado mucho tiempo en Francia, no sabía dónde encontrar muestras de papel. «Soy un pintor francés», declaraba en una carta a Blanche; y sin embargo este pintor con inclinaciones científicas y matemáticas afirmaba no conocer las medidas francesas.

Puede que su carta desde Saint-Valery fuera sincera. Quizá necesitara el consejo de Blanche. O tal vez estuviera huyendo, agotado y paranoico, y considerara prudente inventarse una coartada. Aparte de esta nota a Blanche, no encontré nada que sugiera que Sickert estuvo en Francia a finales del verano, principios del otoño o durante el invierno de 1888. La temporada de los baños —o natación— había terminado en Normandía. Comenzaba a principios de julio, y a finales de septiembre los amigos de Sickert cerraban las casas y los estudios que tenían en Dieppe.

Entonces la camarilla de artistas se dispersaba hasta el verano siguiente. Me pregunto si a Ellen no le extrañó que su marido decidiera pasar varias semanas con «su gente» en Normandía cuando no debía de quedar nadie allí. Me pregunto si vio a su marido en esas fechas, y si lo hizo, ¿no percibió algo raro en su comportamiento? En agosto, Sickert, el compulsivo escritor de cartas, envió una nota a Blanche disculpándose por «no haber escrito durante tanto tiempo. He estado trabajando mucho, y no tengo ni cinco minutos para escribir».

No hay motivos para pensar que el «trabajo» de Sickert estuviera relacionado con su oficio, a menos que se refiriese a sus visitas a los teatros de variedades y a su búsqueda de inspiración en las calles a altas horas de la noche. Su productividad artística no fue tan grande como de costumbre entre agosto y finales de ese año. Sus cuadros de
«área
1888» son pocos, y no hay garantía de que ese
«área»
no significase un año o dos después. Sólo he encontrado un artículo suyo publicado ese año, y fue en primavera. Parece que Sickert eludió a sus amigos durante buena parte de 1888 y nada indica que veraneara en Dieppe, lo que era muy extraño. Con independencia de dónde fuese y cuándo, está claro que no siguió con sus actos rutinarios, si es que algo de lo que hacía Sickert puede calificarse de «rutinario».

A finales del siglo XIX, no se necesitaban pasaportes, visados ni otras formas de identificación para viajar a la Europa continental. (Sin embargo, a finales del verano de 1888 se exigía pasaporte para entrar en Alemania desde Francia.) No hay indicios de que Sickert poseyera ninguna «identificación fotográfica» hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando él y su segunda esposa, Christine, viajaron por Francia y obtuvieron
laissez-passers
[salvaconductos] para enseñárselos a los guardias en los túneles, cruces de vías férreas y otros puntos estratégicos.

Entrar en Francia desde Inglaterra era una operación sencilla y agradable, y siguió siéndolo durante los años de las idas y venidas de Sickert. Si el tiempo acompañaba, se tardaba sólo cuatro horas en cruzar el Canal de la Mancha. Se podía viajar en vapor «rápido» los siete días de la semana, y desde Londres había dos trenes expreso al día: el que salía de la estación Victoria a las diez y media de la mañana, y el que lo hacía de London Bridge a las once menos cuarto. El vapor zarpaba de Newhaven a las doce y cuarenta y cinco, y llegaba a Francia más o menos a la hora de la cena. El billete de ida a Dieppe costaba veinticuatro chelines en primera clase y diecisiete chelines en segunda, y el servicio Express Tidal incluía el billete de tren desde Dieppe a Rúan o París.

La madre de Sickert decía que nunca sabía cuándo se marchaba su hijo a Francia ni cuándo regresaba. Es posible que realizara frecuentes viajes entre Inglaterra y Dieppe durante la época de los crímenes del Destripador; si lo hizo, sería para reponer fuerzas.

Había estado viajando a Dieppe desde niño, y disponía de varios sitios donde alojarse. No se conservan estadísticas de los crímenes que se cometieron en Francia en aquella época, y no hemos encontrado documentación sobre homicidios que se asemejasen ni remota-mente a los del Destripador. Pero Dieppe era un pueblo demasiado pequeño para asesinar y salir impune.

Durante los días que pasé en Dieppe, con sus antiguos pasajes y callejuelas, su costa rocosa y sus acantilados cortados a plomo sobre el Canal, traté de ver esa pequeña localidad costera como un posible territorio de los crímenes de Sickert, pero no lo conseguí. La obra que realizó allí refleja un espíritu diferente. Los colores son hermosos y las representaciones de edificios, inspiradas. No hay nada mórbido ni violento en sus cuadros de Normandía. Es como si Dieppe permitiera ver la parte iluminada de la cara de Sickert en los autorretratos de este Jekyll y Hyde.

18
Un brillante maletín negro

El sol no asomó en todo el día el sábado 29 de septiembre, y una persistente lluvia enfrió la noche en que
El doctor Jekyll y mister
Hyde terminó su larga temporada en el Lyceum. Los periódicos informaron de que los «grandes excesos de sol» habían llegado a su fin.

Elizabeth Stride acababa de mudarse del albergue de Dorset Street, en Spitalfields, donde había vivido con Michael Kidney, un estibador que pertenecía a la reserva del ejército. Liz
la Larguirucha,
como la llamaban sus amigos, había abandonado a Kidney con anterioridad. Aunque en esta ocasión se llevó sus pertenencias, no hay motivo para pensar que no fuese a regresar. Durante el proceso posterior, Kidney declaró que de vez en cuando ella buscaba libertad y una ocasión para «darse a la bebida», pero que siempre volvía al cabo de un tiempo.

El apellido de soltera de Elizabeth era Gustafsdotter, y habría cumplido los cuarenta y cinco años el 27 de noviembre, aunque había hecho creer a todo el mundo que era diez años más joven. Se había pasado la vida contando mentiras, lastimosos intentos de crear una historia más interesante y dramática que la de su triste y desesperada existencia. Había nacido en Torslanda, Suecia, cerca de Góteborg, y era hija de un granjero. Alguien dijo que hablaba inglés con fluidez y sin acento. Otros afirmaron que no construía bien las palabras y que se notaba que era extranjera. El sueco, su lengua materna, es una lengua germánica estrechamente vinculada al danés, el idioma que hablaba el padre de Sickert.

Elizabeth solía comentar que había llegado a Londres en su adolescencia para «ver el país», pero era una mentira más. El dato más antiguo sobre su vida en Londres se encuentra en el registro de la iglesia sueca, donde su nombre figura en una lista de 1879 junto a la anotación de que se le había entregado un chelín. Según la gente que acudió al depósito a identificarla, medía entre un metro sesenta y un metro sesenta y cinco. Su tez era «pálida». Otros la calificaron de «oscura». Su cabello era «rizado y castaño oscuro» o, según otros, «negro». Un policía le abrió un párpado en el oscuro depósito y llegó a la conclusión de que tenía los ojos «grises».

En la fotografía en blanco y negro que le hicieron después de muerta, el pelo de Elizabeth parece más oscuro porque se lo habían lavado y aún estaba húmedo. La cara se ve pálida porque estaba muerta y se había desangrado casi por completo. Puede que sus ojos fuesen de color azul intenso, pero no en el momento en que el policía le abrió el párpado. Tras la muerte, la conjuntiva del ojo comienza a secarse y enturbiarse. Casi todas las personas que llevan un tiempo muertas parecen tener los ojos de color azul o azul grisáceo, a menos que antes fueran muy oscuros.

Después de la autopsia, Elizabeth continuaba vestida con la ropa oscura que llevaba cuando la asesinaron. La colocaron dentro de un ataúd que apoyaron en la pared para fotografiarla. La sombra de la barbilla, inclinada hacia el pecho, apenas permite ver el último tramo del corte irregular que realizó el cuchillo del asesino y que acaba en el lado derecho del cuello, varios centímetros por debajo del mentón. Esta fotografía podría ser la única que le hicieron en toda su vida. Aparenta ser una mujer delgada, con una cara de corte agradable, facciones armoniosas, y una boca que podría calificarse de sensual si no fuera por los dientes que le faltan.

Es posible que Elizabeth fuese una belleza rubia en su juventud. Durante la investigación judicial comenzaron a aflorar verdades sobre ella. Había abandonado Suecia por una «colocación» en casa de un caballero que vivía cerca de Hyde Park. No se sabe cuánto tiempo le duró la «colocación», pero con posterioridad vivió con un policía. En 1869 se casó con un carpintero llamado John Thomas Stride. Todos los que la conocieron en los albergues que frecuentaba habían oído la trágica historia de que su marido había muerto ahogado en el naufragio del
Princess Alice,
que había chocado con un barco carbonero.

Elizabeth contaba distintas versiones de esta historia. Su marido y dos de sus nueve hijos se habían ahogado en el naufragio. O su esposo y todos los niños. Elizabeth, que debía de haber sido muy joven cuando empezó a engendrar hijos para tener nueve en 1878, había sobrevivido por milagro a aquella catástrofe que costó la vida a seiscientas cuarenta personas. Mientras luchaba para salvarse, un aterrorizado pasajero le dio una patada en la boca, lo que explicaba su «deformidad».

Elizabeth había contado a todo el mundo que le faltaba toda la parte superior de la boca, pero en la autopsia no se encontró ninguna imperfección ni en el paladar duro ni en el blando. El único defecto era la ausencia de los incisivos, algo que por lo visto la avergonzaba. Los archivos del asilo para enfermos Poplar and Stepney demuestran que su marido, John Stride, murió allí el 24 de octubre de 1884. Ni él ni sus hijos —si los tenían— se ahogaron en un naufragio. Es posible que las patrañas que inventaba Elizabeth añadieran interés a su vida, ya que la verdad era dolorosa y humillante, y no hacia más que acarrearle problemas.

Cuando el clérigo de la iglesia sueca a la que asistía descubrió el embuste de Elizabeth, dejaron de prestarle ayuda económica. Puede que mintiera sobre la muerte de su marido y sus presuntos hijos porque se había creado un fondo para socorrer a los supervivientes del naufragio del
Princess Alice.
Comoquiera que fuese, Elizabeth necesitaba que la mantuviera un hombre, y cuando no había ninguno dispuesto a hacerlo, sobrevivía como podía cosiendo, limpiando o prostituyéndose.

En los últimos tiempos había dormido en la pensión del número 32 de Flower and Dean Street, cuya encargada, una viuda llamada Elizabeth Tanner, la conocía bastante bien. Durante el proceso, la señora Tanner declaró que, en los últimos seis años, había visto a Elizabeth de vez en cuando, y que sabía que hasta el jueves 27 de septiembre había estado viviendo con un hombre llamado Michael Kidney. Lo había abandonado, llevándose consigo unas cuantas prendas harapientas y un libro de salmos. Ese jueves y el viernes siguiente había pasado la noche en el establecimiento de la señora Tanner. Esta y Elizabeth bebieron una copa juntas en el pub Queen's Head el sábado 29 de septiembre, y después Elizabeth ganó seis peniques limpiando las habitaciones de dos huéspedes.

Entre las diez y las once estuvo en la cocina de la pensión, donde le entregó un retazo de terciopelo a su amiga Catherine Lane. «Por favor, guárdamelo bien», le dijo, y añadió que iba a salir. Se había vestido como para protegerse del terrible tiempo, con dos enaguas de una tela basta semejante a la arpillera, camiseta blanca, medias de algodón blancas, un corpiño de velvetón negro, falda negra, chaqueta negra con ribetes de piel, un pañuelo de colores atado al cuello y un gorrito de crespón negro. En los bolsillos llevaba dos pañuelos, un carrete de hilo negro y un dedal de bronce. Antes de salir de la cocina de la pensión, pidió a Charles Preston —un barbero—, un cepillo para la ropa, ya que quería arreglarse un poco. No dijo adonde iba, pero mostró con orgullo los seis peniques que acababa de ganar y salió para adentrarse en la fría y húmeda noche.

Berner era una calle estrecha, flanqueada por casas pequeñas donde vivían hacinados los inmigrantes polacos y alemanes: sastres, zapateros, cigarreros y otras personas humildes que trabajaban fuera de casa. Allí se encontraba el local del IWMC (International Working Mens Educational Club, o Club Educativo de la Internacional Obrera), que tenía unos ochenta y cinco miembros, casi todos judíos socialistas del este de Europa. El único requisito para afiliarse era apoyar los principios socialistas. El IWMC se reunía todos los sábados a las ocho y media de la tarde para debatir temas diversos.

Siempre clausuraban la sesión con una velada de canto y baile, y no era inusual que algunos asistentes permanecieran allí hasta la una de la madrugada. Ese sábado en particular, un centenar de personas había asistido a un debate sobre las ventajas del socialismo para los judíos. Las conversaciones serias habían acabado y la gente empezaba a dispersarse cuando Elizabeth Stride enfiló sus pasos hacia allí.

Que se sepa, su primer cliente de la noche fue un hombre con quien se la vio hablando alrededor de las doce menos cuarto en Berner Street, muy cerca de donde vivía un jornalero llamado William Marshall, quien más tarde declaró que no había visto la cara del individuo en cuestión, pero que éste iba vestido con abrigo corto negro, pantalones oscuros y una gorra que parecía de marinero. No llevaba guantes, tenía la cara afeitada y estaba besando a Elizabeth. Marshall lo oyó bromear: «Dirás cualquier cosa menos tus oraciones», y Elizabeth rió. Ninguno de los dos parecía estar borracho, y se marcharon en dirección al club socialista.

Una hora después, otro vecino llamado James Brown vio a Elizabeth Stride en el cruce de las calles Fairclough y Berner, apoyada en la pared y conversando con un hombre. Este llevaba un abrigo largo y medía aproximadamente un metro setenta y tres.

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