De nuevo notó la sangre y el desgarro en la piel.
«Me duele.» Pero se consoló.
No pasa nada.
A aquellas alturas la isla ya había quedado muy atrás, y cerró los ojos. El ruido del motor lo arrulló, y el movimiento suave y lento de las olas lo meció como en una cuna, instándolo a dormirse.
«Estoy cansado. Estoy muy cansado.»
En medio del apacible mar, recordó un retazo de otra canción infantil:
—Pececillo, pececillo, déjate llevar… —Echó la cabeza hacia atrás y experimentó un profundo agotamiento en su interior. Cantó en voz baja—: Dormidito en los brazos del inmenso mar.
De pronto le vino una idea desafiante.
—Nunca me han cogido —dijo—. Nunca han podido.
Se le antojó tremendamente apropiado.
Apagó el motor y permaneció unos segundos escuchando el rumor del océano. Entonces cogió su pistola y apuntó al suelo de la embarcación, directamente entre sus pies. Gastó las siete balas.
La neumática se estremeció.
A su alrededor comenzó a surgir una agua negra a borbotones.
«Está tibia, está tibia», pensó con placer infantil.
Entonces extendió las manos y abrazó el mar negro como el carbón.
[1]
El heraldo de los crímenes. (N. de la T.)
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[2]
Doctrina del siglo XIX que postula que la continua expansión territorial de Estados Unidos constituye su obvio destino. (N. de la T.)
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[3]
Wild, en inglés significa salvaje.
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[4]
Apodo del estado do New Hampshire.
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