—Hay pocos como Hoemei.
—Me gustaría dormir
con él.
Humildad fue hacia su amiga y la abrazó por detrás.
—Te gustaría, ¿verdad?
—Cuando tú seas una anciana madre, por supuesto.
—Cometerás menos errores con un hombre mayor. Son útiles para practicar. Kasi es apuesto y dulce. Él cree que sólo una niña virgen es capaz de apreciar su ternura.
—Mi anciana madre dice que todos los Kaiel son apuestos. Eso es lo que los vuelve tan arrogantes. ¿Cómo se ven cuando están desnudos, cuando se quitan el cinto?
—Como las estrellas esparcidas por el firmamento, como piedras arrojadas a un lago. A ti puede parecerte como una docena de estaciones de transmisión.
—En un lenguaje menos florido, eso significa que su cuerpo luce cicatrices en espirales o círculos.
—En círculos.
—¿Por qué quieres utilizarme con tanta prisa? Siempre pensé que llegaría lentamente. Primero un hombre me vería desnuda y yo no lo miraría a él. La segunda vez me desvestiría y lo miraría a los ojos. Él no podría tocarme hasta la tercera vez. Sólo después de soñar conmigo durante semanas, enloqueciendo de deseo, nuestros cuerpos se unirían.
—Con unas ancianas madres tan cínicas como las que nos educan, ¿de dónde vienen las muchachas como tú? —se preguntó Humildad.
—He nacido para amar.
—Entonces escucha el romance de la política. Kasi es el Auditor de Predicciones. Ha sido negligente en sus funciones. Ahora es necesario que conozca un amor puro, inmaculado, a alguien que no ha pasado la vida entre estúpidas negociaciones. Necesita a una mujer cuyos ideales le impedirían amar a un hombre que no ha probado su integridad. Kasi es el hombre que convertirá a Hoemei maran-Kaiel en el nuevo Primer Profeta.
—Estoy asustada. Sólo un poco. ¿Alguna vez has acompañado a Kasi mon-Kaiel?
—Una vez Aesoe me entregó a él como recompensa por haberse retrasado astutamente en las verificaciones.
—¡Es por eso que estás tan cínica! ¡Aesoe
lo sabe,
y está tratando de frenar el impulso del kalothi!
—Ven. Tu anciana madre te vestirá para la velada. Llorará al perder a alguien tan dulce como tú. —Humildad besó a la joven que habría de convertirse en su naipe sacrificado.
En la época de la destrucción de los Arant, el cínico Miosoenes comparó a los gobernantes de los hombres con velas, a las cuales culpamos cuando tropezamos en la oscuridad.
Del
Compendio del Cínico
La fiesta bullía con la desbordante energía de Aesoe, latía con sus latidos, se estremecía al ritmo de la música de Dios. Y Aesoe subió al escenario para revelar, en un breve discurso, su nuevo Futuro Racial. Cada palabra estaba preparada según los címbalos de la oratoria, de modo que cada Clarividencia parecía fundirse con la danza.
A su lado estaba la leal mujer Liethe conocida en el Palacio como Sieen. Los amigos de Aesoe se alegraban de que ella estuviese allí para llenar el vacío dejado por Kathein. Sieen simbolizaba la continuación de la lealtad. Ella elogiaba a su hombre, lo defendía y lo aconsejaba. Esa noche, cuando se sirvió el whisky, ella agregó colorido a la Clarividencia de Aesoe describiendo aviones de transporte de tropas, más largos que planetas, llenos de kembris leales que se deslizaban por las nebulosas para detener a los Riethe atacantes. Aesoe sonrió ante este sueño, más grandioso que cualquiera de los de Hoemei.
La Danza del Fuego se inició al anochecer, cuando la fiesta cobraba un ritmo sensual y se habían vaciado los suficientes toneles de whisky como para que la idea de hacer estallar los cielos no pareciese descabellada. Moscas Rojas, bajo el personaje de Estrella, modificó su danza para ajustarla a la Concentración Seductora en Círculos. La llama de sus movimientos se esparció por la audiencia calentando las miradas con sus voluptuosas ondulaciones, pero sus ojos siempre encontraban un momento para posarse sobre las cicatrices en círculo de Kasi, alejándose y volviendo a ser atraídos hacia su aura. Él se fue acercando como una corriente de convección captada por la antorcha de un templo.
Estrella alzó los brazos, giró la cabeza y luego permaneció muy quieta, mientras la cabellera le acariciaba los hombros. Una sonrisa escapó de sus labios y no regresó. Humildad, en su disfraz de Sieen, se acercó a Kasi de puntillas y le susurró:
—Es una virgen.
La sonrisa de Estrella desapareció y el fuego de sus ojos quedó reducido a cenizas tras sus largas pestañas.
Kasi se volvió hacia Sieen con ansiedad.
—Preséntamela.
—Te hace sentir joven otra vez, ¿verdad? —dijo Sieen mientras lo llevaba a los camarines—. Estrella, él es un amigo mío. Creo que le ha gustado cómo bailas.
La bailarina, en una astuta transformación de sus propios sueños de seducción, comenzó a vestirse lentamente sin mirarlo, permitiendo que apreciase el resplandor suave de su cuerpo.
—Me alegra haberte agradado. Soy nueva en Kaiel-hontokae. No tengo amigos aquí.
Más tarde, mucho más tarde, a Kasi se le permitiría tocar su cuerpo y entonces el Kaiel y la Liethe saldrían a dar una caminata por el parque, o irían al peligroso canal del acueducto donde él podría protegerla. Sólo cuando el amanecer tiñese de rojo las nubes y su deseo estuviese lo bastante atizado, ella le permitiría penetrar en su cuerpo.
Satisfecha por un trabajo bien hecho, Humildad hizo el signo de la Nariz Cortada antes de abandonar el camarín.
Esta casquivana llegará lejos,
pensó. Frente a ella apareció la imagen espectral de su primer hombre. Él la había amado como un granjero ama los campos, y ella lo había asesinado. Órdenes. El amor había sido la única manera de atravesar su muro de guardias. ¿Pero dónde estaba Aesoe?
Desde atrás, una mano se posó sobre su hombro.
—Vayámonos antes de que empiecen las riñas —le dijo Aesoe—. He estado observando a Kasi. ¿Se ha convertido en un libertino?
Cuando estuvieron a solas, la hilaridad de Aesoe desapareció para dar paso a una depresión taciturna. Sieen lo desvistió, lo masajeó y lo untó con aceite. Empezó a hablar para llenar el silencio.
—Has estado fantástico esta noche. ¡Yo lo vi! ¡A medida que hablabas, los Kaiel parecían crecer en estatura!
—¿Sus senos dejaron de aflojarse? —gruñó él, reviviendo un poco.
—Los míos hormiguearon.
—Mañana tengo que trabajar en el informe de Xoniep. Por la Nariz de Dios, tendré que levantarme temprano.
—Lo he memorizado. Puedo recitarte lo más importante cuando lo desees.
Él se echó a reír.
—Necesito a cien como tú. —Pero un pensamiento secreto lo hizo volver a caer en la depresión. De pronto detuvo las manos de Sieen, se levantó y se dirigió a su estudio.
Ella supo que había ido a mirar el retrato de Kathein, sumido en sus pensamientos. El parecido no era muy grande, pero las pinceladas habían agregado a su rostro la fuerza de carácter que Aesoe hubiese querido que tuviera. El artista era un lamesuelos que nunca alcanzó a ver más allá de los pies de sus amos.
Humildad se dirigió a la alcoba y comenzó a calcular algunos requisitos indispensables. Sacudió algunos cojines y entreabrió las cortinas para aprovechar mejor la luz del alba que él nunca volvería a ver. Luego se desvistió. Sólo se dejó puesta una cadena con joyas en el tobillo, obsequio de Aesoe a Sieen, la cual ya había sido usada por una docena de se-Tufi cuando representaban ese personaje. Sieen era la mítica mujer fiel. Lo quería tanto que él no era capaz de hacerle daño alguno, tanto que aceptaba su amor cuando él se lo brindaba y llamaba a una sustituta cuando él no la quería. Aesoe solía regañarla por ser tan tolerante con sus defectos.
Humildad recitó la regla mnemotécnica de los Atributos del Varón amoldados a Aesoe, revisando cada detalle que pudiese facilitar su placer. Acomodó las velas. Trajo la copa delicada que Kathein le había obsequiado, fría con el azul suave del buen cristal. Con la otra mano cogió una diminuta monstruosidad tallada, un obsequio del Primer Profeta que había hecho que los ojos de alguna Sieen se llenaran de lágrimas. Cualquier Liethe que bebía de esa copa era Sieen. Luego fue en busca de una botella de Oza común, un líquido tan celeste como la copa de Kathein, pálido como el rocío que se posa sobre las flores del Deleite de la Asesina. ¿Por qué sería que a Aesoe le agradaba tanto ese Oza común, elaborado en mil bodegas?
Humildad se sujetó el cabello con unas peinetas de plata, acomodándolo en unas formas fantásticas. Debía estar hermosa para él. Se reclinó sobre los cojines tal como indicaban los Conjuros de la Forma, y comenzó a pulsar su instrumento con un sonido sugerente para alejarlo del retrato de Kathein.
—Por la Dulce Sonrisa de Dios, estás cautivadora. No te merezco. Dile a tu anciana madre que pida más dinero. —Permaneció junto a la puerta. Por algún motivo, sus cicatrices de violentos colores parecían apagadas.
—Te adoro. Estoy feliz. Habrá felicidad para ti también. Kathein volverá. —Sus palabras desataron la ira en la mirada de Aesoe. Protegida por la Mente Blanca, ella no reaccionó al ver sus ojos.
La decisión de destruir ha sido tomada. ¡Hoemei, mi amor! ¡Ocúltate! ¡Ocúltate!,
se dijo ella.
—¿Kathein, volver a mí? No veo tal cosa en el futuro.
—Tú no conoces a las mujeres. Hoemei es una fantasía para ella. Ama a un hombre vigoroso capaz de llegar hasta las estrellas. Yo lo sé. Hoemei la decepcionará. Ella volverá. Sus lágrimas te mojarán los pies, porque estará arrepentida, y tú la perdonarás porque la amas. Esta vez, cuando regrese a ti, te apreciará como nunca lo ha hecho. —Sieen cambió su voz de esperanzada a presagiante—. Pero si destruyes a Hoemei, su fantasía permanecerá intacta y sus sentimientos serán como la lava que se enfría hasta convertirse en roca. Te aconsejo paciencia. Espera. Cálmate.
Al pronunciar aquellas mentiras, Humildad se sintió llena de angustia.
—Llevará demasiado tiempo. —Aesoe gesticuló con impaciencia—. La desilusión le llegará con la vejez, y mucho antes de que eso ocurra yo ya me habré convertido en sopa. No puedo esperar. Soy demasiado viejo.
—Una semana. No tardará más.
—¡Estás soñando!
Sieen sonrió como sonríen las profetisas.
—Te lo prometo.
Humildad pudo notar cómo la tensión lo abandonaba lentamente.
—Lo dejaré vivir una semana más —le dijo.
Ella abandonó su instrumento de cuerda, le rodeó el cuello con los brazos y se acercó para besarlo, no como una profetisa sino como una amante.
—Mientras tanto, me alegra tenerte para mí sola. ¡Durante toda una semana!
Él se echó a reír y colocando la mano entre sus piernas la alzó por el aire, de modo que le resultase más fácil besarlo. Luego la llevó a los cojines. Ella se escabulló de su lado.
—¡Primero un poco de Oza!
—¡Oza! ¿Cuando te tengo a ti?
—Te despeja la cabeza. Limpia la bilis. Además, te endulza la boca, ¡y así es más sabroso besarte! —Mientras hablaba servía la bebida sobre una gota en el fondo de la copa, la esencia de los pétalos azules del Deleite de la Asesina. Este veneno no sobrevivía en el cuerpo, y por lo tanto no contaminaría el Banquete Funerario. Le entregó la copa de Kathein y cogió la suya.
—Por el amor —le dijo—. ¡Que vivamos el tiempo suficiente para saborear todos los placeres!
Ambos bebieron. Él jugueteó con las joyas de su tobillo. Ella le hizo el amor, sabiendo exactamente cuánto tiempo tenía. Cada uno de sus movimientos poseía la perfección de las Liethe: las caricias, las pausas, el ritmo, los suspiros. La torpe de Kathein nunca lo había honrado de este modo. Sieen cabalgó sobre él, acariciando su rostro, comprimiéndose los senos con los brazos.
—Recuérdame, mi amor. Recuerda este instante en el tiempo, ya que al final es todo lo que tenemos.
—Mi pequeña amiga —dijo él y la estrechó contra sí, entregándole su semen. La unión fue tan completa que en sus propios estremecimientos, Humildad pudo sentir el veneno en la sangre de Aesoe. Sus ojos se llenaron de lágrimas y él le besó los párpados.
Ella le acomodó la cabeza sobre sus piernas y comenzó a acariciarle el cabello, a susurrarle cosas sin sentido mientras él pensaba que era el alcohol el que confundía su mente. De pronto sus manos se sacudieron en un espasmo.
—¡Sieen! ¡Mi corazón!
Humildad no pudo decirle nada. Él murió. Ella lloró. ¿De qué servía la Mente Blanca cuando se estaba a solas con un amante muerto? Por unos momentos, recobró la calma y comenzó a limpiar toda evidencia del crimen. Luego regresó a la cama, se abrazó al cadáver y continuó llorando.
—¡Oh, Aesoe! ¿Por qué violaste las reglas con tanta frecuencia? —Los sollozos volvieron a invadirla. Continuó con voz ahogada, a modo de reproche—. Puedes violar las reglas, pero habrá consecuencias. ¿Tus maestros no te lo enseñaron? Hombre tonto. —Le habló a su cuerpo, a ella misma, arropándolo para que no se enfriase, besándolo.
—Lo siento. Hubiese querido encontrar otro camino. Pero nadie quiso ayudarme, y yo no supe cómo. ¿Por qué siempre empleamos las soluciones que hemos aprendido? ¡Tú también! —lo regañó—. Yo no quiero matar a la gente. ¡Quiero amarla! —Posó los labios sobre su boca todavía tibia—. Has sido un gran hombre. Yo te amaba, ¡y estoy enfadada contigo! —Su cuerpo comenzaba a enfriarse, y ella trató de brindarle su propio calor.
Pero por la mañana despertó junto a una estatua de Aesoe hecha en alabastro, con un bajorrelieve de símbolos tallados en su superficie. Deslizó los dedos por la piedra fría, y ya no derramó más lágrimas.
Refulgente por la noche, suficientemente brillante para ser visto durante el día, Dios pasó siete veces entre el alba y el ocaso durante doscientos días, observando mi Prueba, guiándome por el descampado Kalamani ya que yo no contaba con ningún mapa. El Kalamani no es lugar para un hombre. Debí mitigar mi sed exprimiendo el líquido de los insectos. Mis cantaradas murieron, y yo fui el único que quedó para honrar su carne. La vida masticaba las tiras secadas al sol de sus vidas. ¡Todos los honores para mis camaradas!
Harar ram-Ivieth de su
Siguiendo a Dios
Casi todo Kaiel-hontokae parecía estar en el Banquete Funerario. En el Templo del Destino Humano, las mesas con comida hubiesen sido suficientes para acabar con una hambruna. Los grandes gongs no dejaban de sonar. Humeante, Aesoe ocupaba el centro de la mesa bajo las cristaleras. Estaba desollado, aderezado, decorado, asado... Ya no era humano. La diversión que giraba a su alrededor no tenía fin. Sus tres Liethe bailaron una canción de duelo para él. La canción transitaba de los tonos oscuros del canto fúnebre a los rosas y rojos efervescentes del nacimiento. Los niños de Aesoe revoloteaban por allí sintiéndose importantes. Eran ellos quienes servían la comida y mantenían el orden.