Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil (14 page)

BOOK: Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil
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   Podría argumentarse que la mayor visualización de las españolas y, en concreto, la proyección más amplia de su imagen en el escenario de la Guerra Civil, no era necesariamente un reflejo de una nueva realidad social. En este sentido, se puede hacer una interpretación de continuidad, y argumentar que las nuevas imágenes aparentemente rupturistas podían transmitir un mensaje que no cuestionaba de forma significativa las actitudes convencionales sobre los arquetipos de género. Sin embargo, aunque no desafiara el poder patriarcal o la división sexual de espacios y roles, la rápida modificación de las imágenes femeninas durante la guerra puede insinuar una cierta renegociación de las relaciones de poder entre los sexos. El imaginario revolucionario/bélico no puede considerarse como un reflejo directo de la sociedad y se tienen que descodificar los mensajes que transmite, pero una reflexión en torno a su contenido es útil porque permite observar los reajustes habidos en las pautas de comportamiento social y los modelos de género. Un análisis de la iconografía de la guerra, de la representación cultural de la miliciana o la forma de vestirse de las mujeres durante aquélla puede parecer poco relevante a primera vista, pero descifrar las imágenes culturales y los símbolos representativos de género es importante a la hora de examinar la experiencia de las mujeres y de entender mejor los procesos de cambio efectuados en su identidad cultural y en el propio tejido social.
   La Guerra Civil actuó de catalizador en la movilización femenina y dio lugar a un reajuste de las actitudes hacia las mujeres y su función social. Sus etapas iniciales parecían presagiar un cambio inmediato en cuanto al trato que recibían, pues se originó un nuevo discurso y una imagen distinta de ellas. En contraste con la indiferencia de los años precedentes, todos los partidos políticos y sindicatos lanzaron una llamada general a la movilización de las mujeres. Ya no se transmitía el mensaje de la domesticidad; se rompían las reglas de juego tradicionales al instalarlas a una activa presencia pública en la lucha antifascista. Se destacó de modo inusual su capacidad para realizar empresas hasta entonces apenas reconocidas en el trabajo social voluntario y la educación y se les concedió una nueva importancia como parte crucial en la reorganización de una sociedad en guerra. Esta distinta sensibilidad hacia el valor de los trabajos de las mujeres puso en un segundo plano las virtudes tradicionales femeninas de deferencia y recogimiento en casa. Se solicitó claramente su presencia activa en la guerra contra el fascismo. De hecho, la movilización masiva de la población significó una ruptura del confinamiento tradicional de las mujeres en el hogar y les dio, por primera vez, una visibilidad pública colectiva.
   Desde luego, tal ruptura no se produjo en toda la España republicana, y se daban diferencias acusadas en las pautas de movilización y protagonismo femenino entre las distintas regiones. Los cambios se producían más rápidamente en los medios urbanos como Barcelona, Madrid y Valencia, donde su ritmo era más veloz gracias a la mayor incidencia de las fuerzas sociales progresistas. En la España rural, sobrevivir a las adversas condiciones de la guerra al tiempo que se acentuaba la necesidad de que las mujeres se comprometieran económica y laboralmente en la subsistencia familiar, no implicaba necesariamente cuestionar los modos de conducta a las estructuras de género tradicionales.
   Dentro de la España republicana, la Guerra Civil significó un cierto grado de discontinuidad con respecto a las ideas sobre el comercio social de las mujeres, aunque no se clarificó una nueva visión de las relaciones de género ni se cuestionó su situación de subalternidad. No obstante, las cosas habían cambiado. La guerra contra el fascismo y la dinámica revolucionaria generada crearon un contexto vital para un cambio a favor de las mujeres republicanas. A pesar de las limitaciones tradicionales, muchas se adaptaron rápidamente a este nuevo escenario y participaron con entusiasmo en la lucha contra el fascismo.
   Durante los primeros meses del conflicto las mujeres estaban representadas con frecuencia en la retórica y el imaginario de la guerra y la revolución. Hubo un cambio significativo en la propaganda republicana, anarquista, comunista y socialista, pues las mujeres aparecían en los carteles, consignas e imágenes de guerra. Adquirieron una inédita dimensión social debido a la aparición de un nuevo imaginario colectivo, es decir, una representación simbólica mediante la cual se modificaron y renovaron sus imágenes culturales tradicionales. Uno de los nuevos símbolos de la revolución y la resistencia antifascista en la iconografía de la guerra fue precisamente la figura de la miliciana. El arte revolucionario, contemplado sobre todo en los carteles, las retrataba como jóvenes atractivas de finas siluetas y vestidas con monos azules, un estilo indumentario de connotaciones revolucionarias que George Orwell describió acertadamente: los fusiles colgados de sus hombros, se dirigían al frente con paso decidido y confianza en sí mismas.
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Esta representación de las milicianas fue un cambio radical que proyectaba la imagen de una mujer activa, resuelta y emprendedora dedicada al esfuerzo bélico. El mensaje estaba aparentemente claro. Las mujeres iban a protagonizar un papel decisivo en la resistencia antifascista en los frentes de guerra.
   En el verano de 1936, la figura heroica de la miliciana se convirtió rápidamente en el símbolo de la movilización del pueblo español contra el fascismo. Mujeres como la joven activista comunista Lina Odena personificaron la resistencia antifascista en las leyendas de la guerra. Odena era una destacada dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), el movimiento juvenil comunista, y secretaria general del Comité Nacional de Mujeres Antifascistas. Luchó en el sur de España al comienzo de la guerra y se quitó la vida en septiembre de 1936, cuando estaba a punto de ser capturada por el temible cuerpo norteafricano de tropas moras de Franco, en el frente de Granada.
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Su dramático suicidio se presentó habitualmente como muerte en acción y fue constantemente evocada como el arquetipo del heroísmo femenino. En las primeras semanas del conflicto, la heroicidad de las milicianas se convirtió en un mito y símbolo de la resistencia contra el fascismo.
   Lina Odena tenía un batallón con su nombre, en tanto que Rosario Sánchez, conocida como Rosario
La Dinamitera
llegó a formar parte de la cultura popular gracias a un poema que le dedicó el poeta Miguel Hernández quien la evocó así:

 

   
Rosario, dinamitera,
   
sobre tu mano bonita
   
celaba la dinamita
   
sus atributos de fiera.
   
Nadie al mirarla creyera
   
que había en su corazón
   
una desesperación,
   
de cristales, de metralla
   
ansiosa de una batalla,
   
sedienta de una explosión.
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   La mitificación poética de la miliciana como heroína popular que trasciende experiencias particulares y la evocación de las milicianas anónimas, muertas o heridas en la guerra como heroínas de las trincheras, proyectaron leyendas populares sobre el valor, la resistencia y la esperanza del pueblo español en armas contra el fascismo. Constituyen ejemplos de la capacidad de resistencia contra la brutal agresión de los rebeldes fascistas. Sus muertes heroicas fueron evocadas en términos de gloriosa lucha contra el fascismo.
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La retórica de la guerra en los primeros tiempos hacía hincapié en el valor y el coraje de las que formaron la resistencia popular, personificadas por estas jóvenes heroicas.
   En los carteles de guerra predominaba la imagen beligerante de la mujer combatiente enfundada en su mono azul a la que daban más protagonismo que a las imágenes masculinas. Los carteles incitaban enérgicamente a los hombres a enrolarse en las milicias populares. Por ejemplo, un cartel muy famoso del artista Arteche muestra a una miliciana vestida con un mono azul, un fusil en su mano levantada, junto a unos milicianos revolucionarios marchando con sus banderas al fondo. La miliciana del cartel afirma de manera persuasiva: “Las milicias te necesitan”
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. Otros carteles muestran a milicianas vestidas con mono azul llamando al pueblo a combatir, a unirse a la lucha revolucionaria o colocadas en posición de combate entre hombres milicianos.
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Precisamente, estas imágenes tenían un impacto indudable porque eran subversivas. Rompían con la tradición al retratar a las mujeres en actitudes varoniles, con un aire agresivo, revolucionario y militarista. Al asumir el papel de soldado en armas, cometido siempre reservado a los hombres, las milicianas ponían en evidencia a éstos y apelaban a atributos de la masculinidad, como la virilidad y el coraje. De este modo, realizaban el papel de exhortación al cumplimiento de su deber de hombres como milicianos en la resistencia militar antifascista.
   Muchos observadores extranjeros describieron la experiencia del pueblo español levantado en armas.
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Para nuestros fines, la descripción que hace Orwell de Barcelona es sumamente clarificadora ya que no sólo describe la escena política, sino también los signos de transformación en la vida cotidiana y las costumbres y, lo que es más importante, el ritmo del cambio o de continuidad y la cronología social de la guerra. Los escritos de Orwell tienen una cualidad representativa de la que carecen otros muchos cronistas, ya que era un extranjero que se esforzaba por integrarse. A pesar de no hablar español y desconocer las costumbres españolas y catalanas, su compromiso con el pueblo llano y su talento de observador le permitieron hacer un retrato excepcional del escenario político catalán, como se refleja en su crónica magistral sobre la Guerra Civil española,
Homenaje a Cataluña
.
   El sentido del detalle de Orwell le permitió advertir las manifestaciones aparentes de cambio. En sus primeras visitas a Barcelona, describió lo que interpretaba como fervor revolucionario y una hegemonía evidente de la clase obrera. Para Orwell, uno de los elementos dominantes que configuraban la fisonomía proletaria de la ciudad era el cambio en la forma de vestir. Sus primeras impresiones de Barcelona en diciembre de 1936 fueron entusiastas y le llevaron a describir la Cataluña revolucionaria como el “Estado de los trabajadores” en la que “prácticamente todo el mundo vestía toscas ropas de obreros o monos azules o alguna variante del uniforme miliciano”
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. Era una ciudad de donde había desaparecido la gente bien vestida y las apariencias externas indicaban un claro predominio de la clase obrera.
   En
Homenaje a Cataluña
, hacía hincapié en la vestimenta como uno de los signos exteriores que indicaban el grado de proletarización de la sociedad catalana y el dominio político de la clase obrera. En aquel momento pensó que la revolución se había logrado, como lo ponían de manifiesto los detalles visibles de la vida cotidiana, la conducta social y la indumentaria. Admitía las apariencias como realidades y no se percató hasta más tarde que algunas personas se disfrazaban de proletarios y que los monos azules podrían convertirse en una moda pasajera.
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El propio Orwell señaló posteriormente la precariedad de los cambios sociales que se llevaron a cabo en la reestructuración de la sociedad catalana y, ya en mayo de 1937, observó que, una vez más, los monos azules habían cedido el paso a los trajes burgueses.
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   ¿De verdad eran representativas las milicianas retratadas con aumento revolucionario? Si para los hombres cambiar a la ropa azul de trabajo representaba un símbolo de identificación política, para las mujeres vestir pantalones o monos adquirió un significado aún más hondo, ya que nunca antes habían adoptado ese atuendo masculino. De modo que para ellas ponerse el uniforme miliciano/revolucionario no sólo significó una identificación externa con el proceso de cambio social, sino también un desafío a la apariencia y la indumentaria femenina tradicional. La adopción de la ropa masculina minimizó sin duda las diferencias sexuales y puede interpretarse como una reivindicación a favor de la igualdad de condición. Sin embargo, eran pocas las mujeres que vestían monos azules. Normalmente se les identificaba con las milicianas y no representaban un sector significativo de la población femenina. Muy al contrario, la mayoría de las mujeres de clase obrera rechazaron rápidamente a las milicianas embutidas en su mono y optaron por un estilo de vestir más tradicional considerado más femenino y respetable.
   En Barcelona, las mujeres que vestían mono constituían una pequeña minoría. La mayor parte de las mujeres activas rechazaban el atuendo miliciano. Las revistas tradicionales de la época, tales como
El Hogar y la Moda
, no adoptaron la moda revolucionaria y, de hecho, la ropa femenina se diferenciaba muy poco de la de los años anteriores. Las revistas antifascistas de mujeres, como
Noise Muchachas
, tenían secciones dedicadas a la moda que mantenían la ropa tradicional fácil de hacer, aunque de formas más sencillas.
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En sus memorias, la joven dirigente comunista Teresa Pàmies evoca con entusiasmo la libertad que para muchas jóvenes representaba la falda-pantalón:
   El cambio trascendental e importante para nosotras fue la falda-pantalón que nos permitía saltar a los camiones, montar en bicicleta, trepar a las farolas, salir con una “Brigada de ayuda a los campesinos” o ayudar en las tareas de desescombro... después de una incursión aérea.
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   Así pues, los pequeños cambios en la indumentaria reflejaron una profunda alteración en la vida de las mujeres. La libertad de movimientos que representaba la falda-pantalón fue una nueva experiencia fuera de los límites de los papeles de género tradicionales.
   Pocas organizaciones femeninas toleraron la adopción del atuendo revolucionario. Además, ya en octubre de 1936, se miraba con desconfianza a las mujeres que vestían mono y se les acusaba de frívolas y coquetas y de seguir una moda que tenía poco que ver con el compromiso antifascista o revolucionario: “Las mujeres que se exhiben con monos azules por el centro de la ciudad han confundido la guerra con un carnaval. Hay que ser más serias. Y poner fin a esas revistas que publican fotos de mujeres armadas con un fusil y que nunca han disparado en su vida”
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. Parece, además, que algunas chicas burguesas adoptaban la ropa de las mujeres de clase obrera como una tendencia de la moda.
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