Las mujeres no tenían que ser madres biológicas para lograr la categoría de madres combativas: era suficiente con tener sentimientos maternales. De modo que todas las mujeres podían calificarse potencialmente como madres. Sin embargo, las madres biológicas presentaban algunos problemas derivados de su papel protector, ya que no siempre estaban dispuestas a incitar a sus hijos a alistarse y tomar parte en la guerra. Constantemente ese les recordaba que sus hijos no eran realmente suyos sino que pertenecían a una comunidad más amplia: a la humanidad. Se estimaba que este noble esfuerzo era una justa compensación por una posible pérdida y aflicción. Muchas madres consideraban que el sacrificio de sus hijos era un deber aceptable, aunque difícil. Como dijo una de ellas:
Con la marcha del menor... he dado a la Patria todo lo que ha sido posible dar. Cuatro hijos tenía, me quedan tres defendiendo la España antifascista y me quedo ya sola teniendo que trabajar para poder comer. Toda está bien, todo esto. La sangre vertida por uno de mis hijos en los frentes andaluces, que nunca podré ver ya, y la lucha de los restantes para aniquilar al extranjero invasor la doy por bien empleada.
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Muchas de las conmovedoras alocuciones de la dirigente comunista Dolores Ibárruri
Pasionaria
, epítome de la madre española valiente y arrojada, pero exigente, que envolvía a todos los hombres españoles en su abrazo maternal, repetían este mensaje de solidaridad y esperanza de dimensiones universales por el sacrificio de los hijos españoles. Las organizaciones antifascistas de mujeres hacían constantes llamamientos a las madres del mundo en apoyo de su causa:
¡Madres y mujeres del mundo! ¡Hermanas de los países de lengua española! No dejemos que nuestros hijos mueran de hambre y frío. Respondan a nuestra llamada. Respondan con generosidad, porque el corazón de una mujer sabe como hacerlo.
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Desde una perspectiva diferente, se puede advertir un universo decididamente masculino en el imaginario de guerra y la representación de la maternidad. Las madres se preocupan por sus hijos y no por sus hijas. Las hijas permanecen invisibles en estas imágenes de la maternidad: A ellas no las llamaban a filas, y de ese modo su contribución al esfuerzo bélico no se perfila ni figura visiblemente. Los hijos constituían la principal preocupación y eran la finalidad primordial dentro de la simbolización de la maternidad dedicada al esfuerzo bélico.
Las imágenes particularizaban el dolor de la guerra y expresaban la afrenta y la angustia de las madres. No obstante, el “dolor” de la maternidad se utilizaba para instar al pueblo a apoyar la causa republicana. En un discurso a las madres del mundo. Pasionaria insistía: “Oigan el grito doloroso de nuestras madres y nuestras mujeres que pasean su aflicción por los caminos sangrientos de España, que está luchando por la paz y la libertad en el mundo”
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. Los anarquistas instaban a las mujeres “que conocen el dolor de ser madre” a valerse de su sacrificio no sólo para ganar la guerra sino para cambiar las estructuras sociales de la sociedad.
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Por curioso que parezca, la maternidad también se destacaba incluso en los discursos que en cierta medida ponían en duda sus cimientos básicos. Ante todo, se dirigían a las mujeres en tanto que madres, incluso cuando les pedían que rompieran con las expectativas posesivas de la maternidad. Según la organización anarquista Mujeres Libres, el triunfo de la revolución supondría que las madres no sólo cumplieran su tarea como reproductoras de hijos sino también que rompieran con los vínculos que implicaba la maternidad. Las instaban a superar las limitaciones de sus sentimientos por sus hijos y su hogar con el objetivo de prestarse a las necesidades de la comunidad, incluso de la civilización, como parte de su dedicación al cambio revolucionario.
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El empeño revolucionario y bélico aprobaba una disminución de la entrega maternal. Como afirmaba una de las consignas en la portada de la revista
Mujeres Libres
: “¡No es mejor madre la que aprieta más al hijo contra su pecho que la que ayuda a labrar para él un nuevo mundo!”
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.
Esta nueva iconografía de la maternidad combativa y de la heroína de la retaguardia estaba más acorde con la forma tradicional de presentar a las mujeres españolas de lo que estaba la miliciana, heroína de las trincheras. La proyección de la maternidad social constituía una característica importante de la experiencia histórica de las mujeres durante la guerra. Sin embargo, este modelo cultural configuraba también una renovación del arquetipo femenino convencional: el “ángel del hogar”. A pesar del predominio de los modelos aparentemente tradicionales de mujeres definidas como madres combativas, la valorización de su cometido social antifascista adquirió connotaciones más positivas. En la medida en que se politizaban sus funciones tradicionales al proyectarse al bienestar colectivo de la retaguardia, se les adjudicaba un nuevo estatus social. La maternidad se politizó al tiempo que se reconocía un nuevo contenido a los conocimientos y las capacidades de las mujeres, dándoles un mayor prestigio y un objetivo político más claro. El modelo de la típica mujer adulta responsable, madre y proveedora de servicios colectivos, tejiendo jerseys para los soldados, curando a los enfermos y atendiendo a los refugiados, vino a simbolizar el nuevo valor social de las mujeres y sustituyó rápidamente a la imagen más rupturista de la miliciana en armas. Esta nueva imagen de la madre combativa perduró hasta el término de la guerra.
Luchadoras anónimas y creadoras de mitos: la lucha antifascista
A pesar de la continuidad de las representaciones más tradicionales de las mujeres, el efecto de la guerra iba a transformar sus vidas y a cambiar sus expectativas y su imagen de un modo significativo, pues en las primeras semanas se comprometieron espontáneamente en el esfuerzo bélico rompiendo con las barreras habituales que las mantenían aisladas de la vida social y política. La guerra amplió los horizontes de la actividad femenina abriéndole nuevos campos de acción. Miles de mujeres salieron a la calle sin acompañante y con una mayor libertad de movimiento. Participaron en múltiples actividades de guerra construyendo barricadas, cuidando a los enfermos, organizando la labor de asistencia, cosiendo uniformes o tejiendo, realizando servicios auxiliares, organizando cursos educativos y de formación profesional y trabajando en el transporte o en las fábricas de munición.
La guerra trajo consigo nuevas funciones para las mujeres y expectativas de ampliación de su ámbito de actividades. Aunque éstas eran limitadas y no rompían con la división de género del trabajo, la segregación laboral o la adjudicación de ámbitos diferenciados de actuación, se produjo, no obstante, una apertura de los horizontes sociales, políticos y culturales. Crearon un notable raudal de trabajos y de ideas y, rompiendo con las restricciones del pasado, miles de mujeres impulsaron su inmediata participación en la resistencia antifascista mientras algunos grupos se lanzaron al empeño revolucionario.
Los planteamientos y las actividades de miles de mujeres se volvieron resueltamente combativas. Las revistas de las organizaciones femeninas hablaban del nacimiento de un amanecer brillante lleno de esperanza para ellas. Aunque no cabía duda de que la participación de las mujeres en la actividad política y la guerra formaba parte de un proceso más amplio de cambio social que la fomentaba, las dramáticas circunstancias provocaban optimismo, incluso euforia, y la sensación de que el ritmo del cambio se aceleraba, junto con la convicción de que éste iba a afectar especialmente a las mujeres, dándose un nuevo reconocimiento de sus propósitos y capacidades.
El siguiente relato (algo ingenuo) de los primeros momentos de la guerra expone la percepción de una intensa actividad, de expectativas de cambio, de la inversión de roles y del compromiso con una causa social:
Las maestras pelaban patatas, las enfermeras fregaban los suelos, las chicas de servicio doméstico acudían en avalancha a las clases preparatorias que se improvisaban, las feministas cien por cien cuidaban a los niños y atendían hospitales, las modistas cogían el fusil; muchas corrían a ofrecerse, con máquina y todo, para coser monos; otras hacían acopio de bocadillos y refrescos y establecían el puesto en las barricadas para obsequiar a los pelotones de milicias que salían en camiones a reconquistar pueblos... Había sonado una palabra: ¡Revolución! Y la chica del servicio doméstico corría a liberarse de su ignorancia y la modista dejaba la tiranía de la aguja para realizar sus sueños de aventura... dejando de lado la ancestral apatía que la lucha de clase y los fenómenos sociales, le habían causado siempre... No vaciló y decidida se lanzó a la calle a luchar al lado del obrero... Y ofreció su vida joven, pletórica de ilusiones juveniles, en las primeras jornadas de la lucha heroica, en que cada hombre era un héroe y cada mujer equivalía a un hombre.
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Otros, en un tono más modesto, alababan el valor y la entrega de las mujeres:
Sin lamentos, sin huir del peligro, sin ni siquiera tratar de evitarlo, las mujeres han ayudado, han apoyado a sus camaradas. Lo han dado todo: vida, maridos, hijos, hermanos y novios.
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Como muestra la cita anterior está claro que el papel de la mujer en la guerra, incluso en los primeros meses de contienda, se consideraba principalmente como una contribución, una ayuda o una dedicación a un nivel muy distinto al de los hombres. Y, una vez más, se estimó que su aportación más importante fue la de haber colaborado con sus maridos, hermanos, hijos o novios, al esfuerzo bélico. El punto de referencia era siempre el hombre. Las citas anteriores evidencian que las mujeres se convirtieron en heroínas cuando se hicieron equivalentes a los hombres. Pero ellas mismas aludían a la necesidad de ser útiles, de jugar un papel positivo y de vencer los prejuicios y la conducta convencional para tomar parte de forma decisiva en la lucha antifascista.
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Las que consideraban que la guerra era el comienzo de una era revolucionaria, tenían sin duda una perspectiva optimista de los cambios inmediatos. Para las mujeres, el momento definitivo habría llegado:
Se trata de que todas las mujeres salgan de su dependencia, de su “hogar”, de su propia vida. De que todas las mujeres sientan el instante responsable y creador, de que todas las mujeres formen la unidad femenina de triunfo y progreso.
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Desde luego, las mujeres anarquistas eran sumamente optimistas acerca de la posibilidad de convertir en realdad los ideales anarquistas de un mundo igualitario, antiautoritario y sin jerarquías, en el que un modo de vida no patriarcal impediría las relaciones de poder desigual entre los sexos.
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Sin duda, la cantidad de mujeres que se identificaban con la lucha revolucionaria era limitada. Indiscutiblemente, muchas permanecían aisladas del esfuerzo bélico y la lucha antifascista y se dedicaban a la supervivencia personal. Sin embargo, lo importante es la entrega de miles de mujeres españolas al empeño colectivo de eliminar el fascismo. La movilización popular femenina tuvo lugar a gran escala, como veremos en los próximos capítulos, y las iniciativas y actividades florecieron intensamente entre miles de mujeres anónimas.
Evidentemente, se sabe más de los personajes notables que ganaron fama y reconocimiento en la política que de las mujeres anónimas. Dolores Ibárruri y Federica Montseny eran figuras importantes y creadoras de mitos. El excepcional talento oratorio de la dirigente comunista Ibárruri, conocida popularmente como Pasionaria, no sólo fue aclamado dentro de las filas comunistas sino que le otorgó un reconocimiento nacional e internacional.
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Algunas de las consignas popularizadas por Ibárruri, como el “no pasarán”, se convirtieron en pilares de la propaganda antifascista. En efecto, la figura más bien maternal de Ibárruri, hija de un minero asturiano, iba a simbolizar a las madres de la clase obrera en la tragedia de la Guerra Civil. En una analogía, el poeta Miguel Hernández la representó como la madre infinita, la voz de la España obrera:
Por tu voz habla España de las cordilleras,
la de los brazos pobres y explotados,
crecen los héroes llenos de palmeras
y mueren saludándote pilotos y soldados.
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La actitud vehemente de Ibárruri, su carisma y la mitificación de su figura captaron la atención internacional mientras que en España se convertía en una estampa familiar en el frente, levantando la moral de los soldados, consolando a los heridos y animando a resistir al fascismo. Ibárruri llegó a ser comandante honorario del Quinto Regimiento y, como diputada y vicepresidenta del Parlamento, fue una de las políticas más conocidas y célebres así como una de las grandes leyendas de la resistencia española al fascismo; a nivel internacional, simbolizó la lucha popular contra el fascismo y la opresión.
La anarquista Federica Montseny fue indudablemente otro mito femenino en el escenario de la guerra.
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Siendo ya una dirigente destacada del movimiento anarquista, una escritora prolífica y una activista revolucionaria, Montseny jugó un papel decisivo en la movilización contra el fascismo y en la lucha revolucionaria. Ella y Pasionaria simbolizaron la batalla contra éste, pero Montseny se convirtió también en el símbolo de la revolución. Su extraordinaria habilidad oratoria, su carisma y su capacidad para mover a las masas hicieron de ella una figura decisiva en el contexto político de la época. En efecto, fue la primera mujer en España que llegó a ser miembro del gobierno. En noviembre de 1936, fue nombrada ministra de Sanidad y Asistencia Social en el gabinete del socialista Francisco Largo Caballero.
Montseny y Pasionaria constituyen símbolos notables del extraordinario papel de las españolas en la resistencia al fascismo. Otras mujeres algo menos famosas desempeñarían papeles notorios e importantes en la guerra. Entre ellas figuran Margarita Nelken, socialista que se convirtió al comunismo socialista;
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la socialista Matilde Huici; la republicana Victoria Kent; la republicana de Esquerra Catalana Dolors Bargalló; y la anarquista Lucía Sánchez Saornil.
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Otras se incorporaron a la Administración pública, los ayuntamientos y los cargos públicos.