Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil (10 page)

BOOK: Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil
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   En la asamblea del 26 de abril de 1891 estaban representados cuarenta y siete grupos diferentes de trabajadoras y en ella se airearon los agravios que sufrían las mujeres. Aunque parece ser que la organización de la asamblea había sido una iniciativa espontánea de las trabajadoras, las anarquistas jugaron un papel decisivo en ella. La principal oradora fue Teresa Claramunt, la conocida activista anarquista y obrera textil que instó a las mujeres a expresar claramente sus agravios y a trabajar juntas para remediarlos. Las conclusiones generales de la asamblea señalaron la necesidad absoluta de que las mujeres se unieran para oponerse a la explotación del trabajo femenino. Poco después de que se formara la asociación, las costureras, zapateras y trabajadoras textiles crearon nuevas secciones y otros ramos diversos constituyeron una sección general.
   Estas mujeres tenían un grado sorprendente de conciencia feminista. En efecto, una de sus resoluciones declaraba que se crearía una asociación separada y autónoma de trabajadoras, en la que los hombres estarían excluidos de su dirección, administración y representación a fin de evitar “las imposiciones masculinas basadas en una supuesta inferioridad femenina”. Esta firme postura acerca del separatismo y la autonomía de las mujeres se puede atribuir, sin duda, a la influencia de la anarquista Teresa Claramunt, quien unos años más tarde iba a publicar uno de los primeros tratados sobre la condición social de la mujer en España escrito por una obrara.
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En él, Claramunt hacía hincapié en que uno de los mayores obstáculos al progreso de las mujeres era el sentido de superioridad de los hombres. También fue una de las primeras activistas sociales que defendió la auto-emancipación de las obreras que, según afirmaba, sólo se conseguiría mediante una lucha específica en tanto que mujeres.
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Sin embargo, muy pocas obreras habían logrado un grado de conciencia feminista como el de Teresa Claramunt. De hecho, las trabajadoras organizadas ni siquiera exigían la igualdad con sus homólogos varones. Muchas de ellas aceptaban la división del trabajo de género y la segregación laboral, y resulta significativo que algunas de las portavoces señalaran que las organizaciones obreras femeninas eran especialmente convenientes porque impedirían que las mujeres ocuparan puestos de trabajo que, por tradición, estaban destinados a los hombres. Las fuentes documentales sobre el intento de crear una asociación autónoma de trabajadoras son fragmentarias, lo cual parece indicar que el proyecto no logró prosperar. Al parecer, la heterogeneidad de sus objetivos y tácticas, junto a un movimiento obrero masculino muy patriarcal y hostil, son los responsables de su incapacidad para movilizar a las trabajadoras catalanas en organizaciones autónomas separadas.
   La creciente incorporación femenina a la fuerza de trabajo iba a dar lugar a una mayor participación de las mujeres en los conflictos laborales, especialmente en Cataluña, el País Vasco y Valencia, las zonas más industriales.
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Esta participación era especialmente significativa en la industria textil, que no sólo era el sector más mecanizado y modernizado sino el que tenía una mayor concentración de mujeres; según datos oficiales, éstas no dudaban en participar en las luchas obreras. De 1905 a 1921, hubo más obreras en huelga que obreros.
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Las últimas investigaciones han modificado la imagen habitual sobre la falta de conciencia social y laboral de las trabajadoras españolas o que fuera un obstáculo para el desarrollo de las luchas laborales y sociales. Ya no se puede alegar que las mujeres españolas eran trabajadoras apáticas y dóciles instrumentalizadas por los ideólogos de la derecha, pues ellas mostraban también un alto nivel de combatividad y resistencia.
   Queda por establecer cómo influyó el género sobre los motivos y las pautas de la conflictividad femenina en las luchas laborales y de clase. En la mayoría de las luchas en las que participaron las mujeres, salieron a relucir algunas demandas diferentes; aproximadamente el 60% de las mismas se centraban en la exigencia de una subida salarial, lo que apenas resulta sorprendente si tenemos en cuenta que las mujeres padecían una acusada discriminación, pues ganaban menos del 50% que los hombres. Otros problemas habituales estaban relacionados con la disciplina, el despido, los horarios de trabajo, las relaciones con los superiores y el derecho a sindicarse. Los problemas más específicos de género tenían que ver con las frecuentes huelgas para defender su integridad física y acabar con el acoso sexual.
   Un ejemplo de movilización masiva de trabajadoras fue la Huelga de la Constancia que en el verano de 1913 movilizó a más de 13.000 obreras en Barcelona.
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Las huelguistas exigían una jornada laboral de nueve horas, turnos de noche de ocho horas y subidas salariales. Al principio, la movilización se inició por un problema laboral básico, la aplicación de la legislación sobre el trabajo nocturno femenino. Sin embargo, la acción colectiva instigada por las mujeres fue mucho más allá de los simples objetivos sindicales y crearon nuevos canales de organización y lucha que incluían al movimiento obrero organizado y al conjunto de la comunidad obrera. Las mujeres se movilizaron de un modo decisivo por problemas tales como la escasez de alimentos, la subida de los precios de los artículos básicos y su distribución.
   Durante la I Guerra Mundial, la movilización femenina se desató por la falta de alimentos y los altos precios en un contexto de agitación social general y de deterioro del nivel de vida de la clase obrera.
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Las mujeres recurrieron a la acción directa y asaltaron las tiendas y los centros de distribución de alimentos en Barcelona, Málaga, Córdoba, Vigo, Madrid y Alicante, entre otras ciudades. En los casos de Barcelona y Málaga, que son los mejor documentados, se establecieron redes femeninas que se filtraron tanto en la comunidad local como en los lugares de trabajo y donde las mujeres jugaron un papel importante en el liderazgo y el desarrollo de la conflictividad social y la formulación de sus demandas.
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Hacia una conciencia feminista: las organizaciones femeninas y la construcción del feminismo

 

   En muchas ocasiones, las mujeres en su papel de obreras, esposas de obreros, madres y protectoras de la familia obrera, tomaron parte en las movilizaciones y luchas colectivas relacionadas con los problemas sociales y laborales. Sin embargo, no parece que haya predominado sus intereses particulares en su movilización en estos conflictos. La participación de las mujeres estaba motivada por la conciencia de género y la defensa de la división sexual del trabajo y a veces acarreaba enfrentamientos con las autoridades en torno a los precios de los alimentos y el nivel de vida. La defensa de los derechos tradicionales de las mujeres dio lugar a episodios bien organizados de acción popular directa, con unos objetivos muy claros. Ateniéndose a sus clásicos roles de género de madre y proveedora del hogar, legitimaron, hasta cierto punto, su abierto enfrentamiento con la autoridad establecida y la transgresión de las normas de género que las confinaban al hogar.
   Las obreras tomaron parte en conflictos laborales y huelgas y, en algunos casos, estaban integradas en las estructuras organizadas del movimiento obrero. Aquí también, sus intereses como colectivo específico eran secundarios porque parece ser que lo que originaba su identificación con la lucha social era principalmente su situación como asalariadas. Sin embargo, a veces, su lucha contenía un cierto grado de conciencia de género cuando las exigencias no sólo respondían a sus intereses laborales sino que abordaban también los problemas que las diferenciaban como mujeres, como la desigualdad salarial y la inaccesibilidad a puestos de trabajo mejor retribuidos. Esta unión entre la conciencia de clase y la feminista avanzaba despacio. No obstante, Teresa Claramunt formuló una visión inicial de esta doble conciencia en el contexto del movimiento anarquista de finales del siglo XIX, aunque tendrían que transcurrir varias décadas antes de que, en 1936, se articulara en una estrategia colectiva a favor del cambio feminista y social bajo los auspicios de la organización feminista anarquista Mujeres Libres.
   El desarrollo de la conciencia y la acción colectiva feministas basadas en cuestiones intrínsecas a las mujeres fue un proceso gradual. Carmen Burgos (1879-1932), maestra, escritora, feminista y miembro del Partido Socialista Radial, afirmaba que el primer acto público de las feministas españolas tuvo lugar en 1921, cuando repartieron en las calles un manifiesto exigiendo derechos civiles y políticos para las mujeres y lo presentaron en el Congreso y en el Senado.
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En todo caso, los presupuestos feministas de estos primeros años rara vez llevaron a las mujeres a movilizarse o a actuar como colectivo que influyera sobre la política pública.
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   Los primeros indicios de conciencia feminista se pueden encontrar entre los socialistas utópicos, concretamente entre los partidarios de Cádiz del francés Charles Fourier, donde algunas poetas y escritoras colaboraban en la publicación de la revista
El Pensil de Iberia
en los años 1850.
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Esta revista propagaba el pensamiento de Fourier por toda España y publicaba también poesía lírica, ensayos filosóficos y crítica social desde una perspectiva democrática; además, prestaba una gran atención a las mujeres y analizaba su situación tanto en el hogar como en el trabajo. Aunque los fourieristas de Cádiz contemplaban el mundo a través del filtro del pensamiento cristiano y el idealismo romántico, defendían la igualdad entre los sexos, el fin de la supremacía masculina y la creación de unos nuevos cimientos para las relaciones entre los sexos basándose en la idea de Fourier de la “pasión atractiva”. También denunciaban que la explotación de trabajadoras era una injusticia y abogaban por la armonía social. Aunque desató las iras de las autoridades, parece que se mantuvo al margen del gran público femenino.
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La censura y la represión política impidieron que la revista continuara publicándose. Las mujeres comprometidas con los fourieristas se asociaron más tarde con grupos espiritistas y librepensadores y con la Masonería, que a finales del siglo XIX se convirtió en un importante foro para el desarrollo del pensamiento feminista.
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Durante los años convulsos de las movilizaciones sociales y políticas del Bienio Progresista (1854-1856), existen datos aislados de que las mujeres se movilizaron en demanda de derechos femeninos específicos. En septiembre de 1854, el periódico
La Unión Liberal
publicó un programa no identificado que exigía el sufragio para las mujeres, su participación en el destino de la nación, la administración de la unión conyugal y la instauración de un reglamento criminal contra las “coquetas”.
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Sin embargo, la investigación actual parece confirmar que no existía relación entre estos diferentes episodios aislados de movilización, acción colectiva y demandas feministas.
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   Algunas mujeres reivindicaron su emancipación basándose en los derechos civiles y en su dignidad y amor propio. También manifestaron su derecho a expresar su opinión aunque eso supusiera transgredir las normas del silencio femenino y su limitación a la expresión de temas identificados como propios del sexo femenino. La poeta gallega Rosalía de Castro (1837-1885) expuso que el problema de la transgresión se daba cuando las mujeres asumían su subjetividad y expresaban su individualidad haciéndose sentir en una sociedad que las condenaba al silencio: “D’aquellas que cantan as pombas y as frores/todos din que teñen alma de muller/pois eu que n’as canto, Virxe d’a Paloma, ¡Ay! ¿de qué’a terei?”
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. La revista femenina
La Mujer
expresaba también su preocupación acerca de la hostilidad que provocaba el hecho de que las mujeres dejaran oír sus voces en las publicaciones. La corta existencia de la revista, que sólo alcanzó nueve ejemplares, y su orientación cada vez más conservadora, no sólo son indicativas de las dificultades económicas sino también de la animosidad que existía en la sociedad española contra las iniciativas femeninas colectivas en defensa de sus derechos. A pesar de algunos episodios muy aislados de movilización femenina, como el intento de celebrar en 1883 sendas conferencias en Barcelona y Palma de Mallorca para discutir los problemas de las mujeres,
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no existió un movimiento social de signo feminista que se dedicara a la movilización colectiva de las españolas para reparar injusticias y conseguir derechos políticos.
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   El debate sobre la construcción histórica y la definición del feminismo en los últimos años ha subrayado su complejidad como movimiento.
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Ha prevalecido hasta hace poco una interpretación del feminismo español que ha insistido en la identificación de este movimiento con los principios de la igualdad y la lucha por el sufragio, un marco analítico más en línea con el análisis del feminismo norte-europeo y estadounidense.
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Este esquema interpretativo ha insistido en la lógica de la igualdad y la conquista de los derechos políticos individuales como una base reivindicativa del feminismo español, asociado, a menudo, con una conquista liberal basada en los principios de igualdad de la Revolución Francesa y los derechos políticos de las mujeres; incluso se ha llegado a identificar el feminismo con el sufragismo, lo que puede limitar su conceptualización como movimiento social. En consecuencia, parece que el feminismo como movimiento histórico haya tenido escasa incidencia en España.
   Como se ha subrayado en este capítulo, las estructuras políticas que existían en España en el siglo XIX y principios del XX no eran propicias para el desarrollo de una cultura política popular que se basara en la aceptación incondicional de los sistemas liberal o democrático. El sistema político corrupto e ineficaz llevó a desconfiar de la política como medio viable para el progreso social. De este modo, las mujeres como colectivo social, al igual que la población en general, no se sentían inclinadas a dirigir sus estrategias de actuación hacia una lucha política basada en la demanda de igualdad y derechos políticos. En este contexto, limitar el objetivo del feminismo es asegurarse los derechos políticos no explica otras manifestaciones de las mujeres en favor de sus aspiraciones colectivas, ya que el feminismo español de finales del siglo XIX y principios del XX se caracteriza por una orientación social más que política. Como movimiento, no tuvo un enfoque particularmente sufragista y los derechos individuales basados en la idea de la igualdad de género no constituyeron el eje de los argumentos feministas a favor de los derechos de las mujeres.

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