Tradicionalmente, la corriente principal del anarquismo había rechazado la especificidad de la subordinación femenina, postura que adoptó Federica Montseny, considerando que el problema de la emancipación humana no estaba relacionado con las diferencias de género.
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Montseny dedicó muchos artículos al problema de la emancipación de las mujeres e incluso llegó a denunciar la discriminación sexista existente en el seno del movimiento libertario: “Entre el anarquismo teóricamente emancipador de la mujer y la emancipación real de ésta, se eleva una muralla de prejuicios, de temores, de egoísmos y de bajezas”. No obstante, no creía que existiera una cuestión femenina específica. Para ella, lo esencial era el “problemas de los sexos”, el hecho de que el hombre “fuera un enigma para las mujeres, y la mujer un enigma para los hombres”
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. Según Montseny, la solución consistía en establecer un comunismo libertario y, más concretamente, en desarrollar una nueva personalidad humana para hombres y mujeres. Mediante un proceso de autosuperación, propuso la creación de una nueva mentalidad, basada en una vida moral nueva y la autocreación de una personalidad equilibrada.
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El prototipo de la nueva mujer que defendía la dirigente anarquista tenía plena confianza y era consciente de que el destino de la humanidad dependía de ella. Sin embargo, para la mujer española media, a quien Montseny había calificado de ignorante y retrasada, habría sido muy difícil imitar este modelo de supermujer, producto de la conciencia individual y la autosuperación.
En contraste con la forma individualista que tenía Montseny de abordar los problemas de la emancipación femenina y humana, Mujeres Libres proponía una estrategia dual, basada en la iniciativa individual pero también en una respuesta colectiva que ofreciera a las mujeres el apoyo y la formación fundamentales que les permitiera lograr su libertad. Estimaba necesario que las mujeres respondieran en grupo a su subalternidad y se comprometieran en un empeño colectivo para vencerla. Su estrategia emancipatoria se basaba en un enfoque colectivo de la subordinación femenina. Por esto se intentó crear una organización de masas que respondiera a la necesidad colectiva de emancipación femenina. De este modo, se propuso diseñar un espacio que proporcionara colectivamente facilidades profesionales, educativas y de asesoramiento y un lugar de encuentro para las mujeres de clase obrera.
La voluntad de Mujeres Libres de ejercer como organización independiente rompió con la tradición anarquista y puso en cuestión la hegemonía masculina en el movimiento libertario. La entidad femenina buscaba de forma insistente el reconocimiento oficial del movimiento anarquista e intentaba hacer valer su voluntad de independencia institucional con respecto a la CNT, la FAI y la FIJL. Intentaba, sin éxito, que se les reconociera un estatus semejante al de las otras ramas del movimiento libertario.
Esta determinación de alcanzar autonomía institucional representó un hito significativo dentro del obrerismo español, ya que, hasta ese momento, las reivindicaciones de las mujeres se habían subordinado una y otra vez, y las organizaciones femeninas habían sido reducidas invariablemente a secciones auxiliares dependientes de la jerarquía del partido o el sindicato. Las organizaciones femeninas se habían utilizado fundamentalmente para atraer a las mujeres a sus respectivos partidos o sindicatos y, por supuesto, estaban sometidas a sus dictados. Mujeres Libres se consideraba independiente y resistía la intrusión de otras organizaciones anarquistas, aunque está claro que actuó para captar mujeres en las filas anarquistas. Se negaba a someterse a los dictados de las otras ramas del movimiento libertario y, a pesar de la hostilidad, la indiferencia y la falta de colaboración flagrante, pugnaba por mantener una posición institucional independiente. Sin embargo, sus esfuerzos no tuvieron éxito y nunca logró el reconocimiento oficial pues se consideraba que no podía compararse con la CNT, la FAI y la FIJL. De hecho, Lucía Sánchez Saornil había advertido con anterioridad sobre las dificultades que les esperaban debido a que los hombres trataban de instrumentalizar la movilización femenina:
Hay muchos compañeros que desean sinceramente el concurso de la mujer en la lucha; pero este deseo no responde a una modificación de su concepto de mujer; desea su concurso como un elemento que pueda dar facilidades para la victoria, como una aportación estratégica, podríamos decir, sin que ello les haga pensar ni por un instante en la autonomía femenina, sin que dejen de considerarse a ellos mismos el ombligo del mundo.
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Los razonamientos de aquellos que se oponían al reconocimiento de Mujeres Libres como una rama del movimiento anarquista eran complejos. Algunos tenían un sesgo sexista, en tanto que otros se relacionaban con cuestiones de poder y con los intereses organizativos en el seno del movimiento. Por supuesto, la existencia de un movimiento femenino independiente era incompatible con el concepto predominante que negaba la especificidad de la subordinación femenina. Si las mujeres no tenían un problema de género distinto, entonces no tenía sentido que hubiera una organización femenina específica. Esta era la línea argumental defendida por Federica Montseny con respecto a Mujeres Libres, cuya existencia se negaba a reconocer incluso después de que la organización hubiera estado funcionando durante varios meses. En una entrevista concedida al periodista H. E. Kaminski, Montseny, a la sazón ministra de Sanidad y Asistencia Social en el gobierno de Largo Caballero, sostenía que las mujeres podían llevar cualquier estilo de vida que quisieran si disponían de la suficiente voluntad para hacerlo. Luego reiteró su opinión sobre este tema: “Los dos sexos están oprimidos, no sólo las mujeres. Por consiguiente, únicamente hay una liberación por la que tienen que luchar tanto los hombres como las mujeres. Esa es la razón por la que no tenemos ninguna organización exclusivamente femenina”
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A un nivel más pragmático, la razón principal para rechazar la solicitud del reconocimiento oficial de Mujeres Libres presentada a los comités nacional y regional del movimiento anarquista
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en septiembre de 1938, fue que una organización femenina independiente podría arruinar la fuerza global del movimiento libertario e inyectar un elemento de desunión que tendría consecuencias negativas para el progreso de los intereses de los trabajadores y del propio movimiento en su conjunto.
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La organización juvenil FIJL tenía razones más explícitas para rechazar la propuesta y acusaba a la organización femenina de reclutar chicas que eran militantes potenciales de la FIJL.
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Además, la mayoría de los anarquistas pensaban que las mujeres no eran lo bastante competentes para administrar una organización tan compleja ni estaban lo suficientemente preparadas como para cumplir con los requisitos de la militancia activa.
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Ese rechazo y esa falta de sensibilidad hacia las peticiones de Mujeres Libres demuestran una vez más la gran contradicción entre la teoría igualitaria y la práctica sexista dentro del movimiento anarquista. Nunca reconocieron la exigencia de un movimiento de mujeres que defendiera sus necesidades. No obstante, esta negativa no se puede atribuir solamente a una postura ideológica o a la conducta sexista, ya que también existían otros factores más pragmáticos que iban a determinar esta decisión: la política de poder dentro del movimiento anarquista. La petición de la organización femenina llegó en septiembre de 1938 en un momento crucial de su desarrollo, justo cuando la CNT, la FAI y la FIJL emprendían la reestructuración del conjunto de agrupaciones anarquistas, hasta entonces organizadas libremente, en un movimiento más cohesivo: el MLE (Movimiento Libertario Español).
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En este contexto, la reclamación de Mujeres Libres para que la consideraran equivalente a otras ramas del movimiento libertario se debe analizar también desde la perspectiva política del potencial para reclutar adeptos al anarquismo. Otras plataformas unitarias, como la AMA, actuaban, indiscutiblemente, como un frente para atraer a las mujeres que, de otro modo, hubieran quedado fuera de su órbita política. Desde el punto de vista de los integrantes del MLE, la capacidad de Mujeres Libres para atraer nuevos afiliados no era tan evidente. En términos políticos, Mujeres Libres no cubría necesariamente un ámbito distinto de actuación ni garantizaba nuevos adeptos para la causa anarquista; la CNT y la FIJL también reclutaban mujeres y, en realidad, consideraban que Mujeres Libres era una fuerza rival. Además, juzgaban que esta organización femenina era incapaz de innovar una base desde la cual inyectar vida nueva en el movimiento libertario. Federica Montseny la describió como un “grupo simpático de mujeres” que había creado la organización con la intención de luchar contra los “prejuicios de los hombres hacia las mujeres”
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. A pesar del argumento de que Mujeres Libres proporcionaría una plataforma eficaz para la captación de mujeres, el MLE no vio ningún motivo para reconocerla como una nueva rama de su organización, decisión que, tal vez, también tomó porque no presagiaba que su negativa fuera a ocasionar ningún problema.
En general, Mujeres Libres decidió dar un tono conciliador a sus relaciones con el MLE y cuando solicitó la categoría oficial incluso adoptó una postura ambigua acerca de su carácter feminista. En definitiva, sus demandas quitaban importancia a su orientación específica de género y nunca mencionaban su teoría y su programa de la doble lucha. No discutían las perspectivas feministas aunque, por el contrario, recalcaban las ventajas políticas de tener una organización feminista. Mujeres Libres hacía hincapié en su habilidad para reclutar mujeres para el movimiento anarquista y hablaba de las 20.000 “que había sacado de la órbita de influencia comunista”
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. A pesar de esta táctica, dicha solicitud fue rechazada. Al no ser reconocida como miembro legítimo al igual que la CNT, la FAI y la FIJL, Mujeres Libres no podía presentar a nivel institucional delegaciones oficiales que pusieran en tela de juicio el sexismo de estas organizaciones.
El rechazo, la indiferencia y el sexismo de los militantes anarquistas eran fuente de irritación constante. Algunas anarquistas habían advertido que sus compañeros debían superar el “concepto arcaico que tenían de la mujer”
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y alertado de que su actitud era políticamente perjudicial, en tanto que las demás organizaciones femeninas, sobre todo las que se hallaban bajo la influencia comunista, eran conscientes de que las anarquistas de Mujeres Libres carecían de apoyo institucional y se aprovechaban de su debilidad. Frente a la hostilidad y la indiferencia anarquistas, Mujeres Libres logró construir un importante movimiento femenino que se identificaba, en mayor o menor grado, con sus postulados anarquistas y feministas. A pesar de su tensa relación con el movimiento, Mujeres Libres nunca tuvo la intención de separarse de los anarquistas. Muy al contrario, a medida que pasaban los meses y la polarización política aumentaba en toda la España republicana, se identificaba más con el movimiento libertario al tiempo que su postura feminista más radical disminuía. Además, es difícil calibrar la línea entre la autonomía institucional y la autonomía real cuando se pasa del terreno teórico a la política práctica. Sería injustificado pensar que la organización femenina era independiente; se identificaba con la causa anarquista y actuaba dentro de las fronteras del movimiento libertario. Durante la guerra, su proyección política era claramente anarquista y, significativamente, su supervivencia también dependía del apoyo y patrocinio de dicho movimiento.
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En realidad, uno de los mayores problemas de Mujeres Libres era encontrar formas de romper las barreras políticas y llegar más allá de las mujeres que ya se identificaban con el anarquismo.
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Aunque algunos de los miembros más activos de la organización procedían de otros grupos políticos, como Mercedes Comaposada y Pepita Carpeña,
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la mayoría tenía algún contacto con el movimiento anarquista, bien a través de su familia o de sus amigos. El entorno familiar era crucial para la formación cultural y educativa de las mujeres, no sólo en los círculos anarquistas sino dentro de la izquierda española en general. Antes de la guerra, las chicas jóvenes tenían muy difícil el acceso a los foros políticos debido a la restricción de movimientos a la que estaban sometidas, de ahí que los foros culturales o ateneos y los clubes deportivos y excursionistas tuvieran tanta importancia en su evolución política.
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Dado que el mensaje político y la actitud revolucionaria de Mujeres Libres eran patentes, la organización tenía muchas dificultades para atraer a las mujeres no politizadas. Es posible que las características predominantemente anarquistas también contribuyeran a este fracaso. A pesar de que algunas mujeres no anarquistas colaboraron con Mujeres Libres, como en el caso de la escritora Carmen Conde, no logró atraer a mujeres eminentes, intelectuales o, claro está, a las no politizadas.
A diferencia de Mujeres Libres, el carácter transpolítico y no revolucionario de las organizaciones femeninas antifascistas aliadas les facilitaba la captación de mujeres no politizadas y, desde luego, tenían acceso a muchos más recursos porque estaban respaldadas por instituciones estatales. Mujeres Libres carecía tanto del patrocinio gubernamental como del reconocimiento oficial de las organizaciones políticas con las que se identificaba y de las que dependía. En consecuencia, se quedó más aislada que las demás organizaciones femeninas.
La documentación interna confirma que uno de los objetivos explícitos de esta organización era atraer mujeres a la causa anarquista. Desde la perspectiva de otros grupos políticos, Mujeres Libres se consideraba una rama femenina dependiente del movimiento anarquista y así lo veía también la mayor parte de su propia militancia. Esto no significa que perdiera su conciencia feminista durante la guerra, pero es indudable que no todas sus 20.000 afiliadas compartían el ideario feminista de la organización. Sólo una minoría de mujeres estaba preocupada por la “doble lucha” y los temas feministas, y está claro que la mayoría de las militantes de Mujeres Libres prestaba poca atención a las connotaciones más feministas de su programa y su teoría.
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Muchas de las que participaron en las actividades de la organización, sobre todo en sus programas educativos, de alfabetización y profesionales, querían simplemente mejorar sus conocimientos y su formación.