Sin lugar a dudas, el compromiso revolucionario en el contexto del cambio social potencial de la Guerra Civil tenía prioridad sobre la conciencia y las exigencias de género. En febrero de 1937, el primer ejemplar del periódico de la organización,
Emancipación
, lanzó la consigna: “La verdadera emancipación de la mujer sólo es posible en la Sociedad Comunista”
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en tanto que el programa declarado del Secretariado Femenino recalcaba el carácter político de la organización:
Encuadrar en el POUM el mayor número de mujeres.
Impulsar la formación de un movimiento revolucionario femenino de masas que luche junto con sus hermanos de clase por la emancipación total del proletariado.
Hacer comprender a la mujer que sin su firme colaboración el triunfo de la revolución no es posible.
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Muchas de las dirigentes del SFPOUM eran de clase media y tenían una buena educación, como la secretaria general María Teresa Andrade, que era licenciada en filosofía y trabajaba como periodista, y Antonia Adroher, que era maestra. No obstante, las mujeres del SFPOUM se veían a sí mismas como una organización proletaria cuyos miembros eran de clase obrera. Muchos de los artículos de
Emancipación
estaban dirigidos especialmente a las mujeres trabajadoras y, a excepción de algunas de sus dirigentes, muchas de sus militantes eran de origen obrero. También había un número considerable de maestras y oficinistas entre sus afiliadas.
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Tanto el programa como las actividades de la organización femenina tenían un tono decididamente político y rechazaban tajantemente cualquier actitud no revolucionaria en el seno de la resistencia antifascista. Es significativo que el propio titular de su periódico,
Emancipación
, se explicara tanto en términos políticos como de género, ya que expresaba que el propósito del Secretariado Femenino era “la emancipación revolucionaria del proletariado en su lucha por la destrucción del capitalismo y la conquista del poder”. También incluía a las mujeres entre sus objetivos: “la emancipación de las mujeres de los prejuicios anticuados que la ponen en una situación de franca inferioridad en la vida económica y social”
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.
El programa de la SFPOUM centraba la mayor parte de su atención en la educación política y la incorporación de las mujeres al trabajo, lo que, según creían las dirigentes, favorecería el aumento de la producción y las conquistas revolucionarias de la guerra al tiempo que contribuiría a la emancipación femenina. No se prestaba atención a la división sexual del trabajo ni a las repercusiones que sobre la subordinación de la mujer tenían la responsabilidad del cuidado de los hijos ya las actividades domésticas. Nunca se reconoció la especificidad de género de la opresión femenina. Conforme al concepto reduccionista comúnmente aceptado en estos medios, la liberación de las mujeres surgiría automáticamente de la construcción de un nuevo orden social:
La nueva sociedad le concede no sólo la igualdad económica y social respecto al hombre, sino la definitiva de derechos de ambos sexos.
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El compromiso activo del FSPOUM en la guerra y la revolución siguió un modelo parecido al de las demás organizaciones femeninas, impulsando programas de alfabetización y de formación, las labores de auxilio y la organización política de las mujeres. Sin embargo, influido sin duda por los escritos de la bolchevique y reformadora sexual Alexandra Kollontai, cuyas obras conocían bien los marxistas disidentes pues las habían publicado, la actitud del SFPOUM hacia los temas de la sexualidad, el control de la natalidad y el aborto era mucho más abierta y directa que la de otras organizaciones femeninas.
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Rompiendo con el tabú que negaba la capacidad de las mujeres para abordar estos temas, les prestó una atención considerable en sus publicaciones. Cabe destacar además que el POUM tuvo otro papel singular, ya que proporcionaba una formación militar a las milicianas. Promovió la creación de un batallón femenino de voluntarias, aunque estaba de acuerdo con la idea de que las mujeres debían contribuir al esfuerzo bélico en la retaguardia.
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Claro que el breve período de vida de la organización, junto con el supuesto incondicional de que su cometido primordial era transmitir la política del partido a las mujeres, dejó poco lugar para un enfrentamiento con la hegemonía masculina o el desarrollo de una estrategia para el cambio revolucionario que contemplara las diferencias de género o un programa feminista. El período de ocho meses de expansión inicial se detuvo bruscamente con la enérgica represión de las actividades de los marxistas disidentes después de mayo de 1937, lo que también afectó al impacto del SFPOUM. A pesar de sus muchas actividades y publicaciones, tuvo muy poca resonancia entre la población general.
Divisiones entre las organizaciones femeninas
Las relaciones entre las distintas organizaciones femeninas estaban marcadas por una intensa rivalidad política. Con frecuencia, la franca hostilidad que se manifestaban se hacía patente en la prensa y en las reuniones públicas por medio de ataques sin reservas, lo que reflejaba la aguda división que existía entre ellas. Su politización impedía el desarrollo de un movimiento femenino transpolítico. Más que la identidad de género, lo que inspiraba los programas y las estrategias de las anarquistas, antifascistas y marxistas disidentes era la afiliación política y da la clara impresión de que estas mujeres no compartían objetivos de género comunes. La polarización política de las mujeres y sus organizaciones desanimaban su colaboración en temas específicos y debilitaba el impacto de toda lucha por cambiar la ideología patriarcal. Las mujeres estaban circunscritas a campos de acción específicos que venían definidos por la afiliación política, en tanto que la conciencia de género no estaba lo bastante desarrollada como para superar las profundas divergencias políticas.
Cierto es que se llevaron a cabo algunas iniciativas para vencer la desunión de las organizaciones femeninas, fomentadas concretamente por la hegemónica Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA), que trató de aplicar su política global de unidad transpolítica a las mujeres anarquistas y marxistas disidentes. En un intento por unificar a todas ellas, invitó a las anarquistas a participar en la Alianza Nacional de Mujeres:
Las mujeres antifascistas, convencidas de la necesidad de aunar esfuerzos de todos para ganar la guerra, estamos dispuestas a realizar cuantos esfuerzos sean necesarios, para que, de la gran Conferencia Nacional de Mujeres Antifascistas, salga la conclusión de que Mujeres Libres, Jóvenes Libertarias, Unión de Muchachas y Mujeres Antifascistas, unidas por un mismo deseo, formen la Alianza Nacional de Mujeres que, bajo la gloriosa bandera del Frente Popular, ha de ser el puntal más firme para conseguir nuestra victoria.
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La Federación Nacional de Mujeres Libres declinó la invitación alegando que no sólo era una organización femenina, sino que también tenía una identidad anarquista claramente definida. De ese modo, pensaba que la unidad debía expresarse a nivel político entre los partidos y sindicatos integrados en el Frente Popular y rechazó la propuesta de un frente popular femenino.
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A causa de su afiliación anarquista, su concepción política de la guerra era incompatible con las ideas de la AMA: Mujeres Libres tenía “una clara conciencia de que su misión iba mucho más allá de los límites del antifascismo” para apoyar la causa de la transformación de la sociedad.
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En una carta abierta a la prensa en respuesta a otra invitación de Dolores Ibárruri para que se unieran a la AMA, Lucía Sánchez Saornil denunciaba la ambigüedad política de esa organización.
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En realidad, el rechazo no se fundaba solamente en la supuesta falta de definición política de la plataforma unitaria, sino también en la influencia del Partido Comunista sobre su dirección. Tal como informó Mujeres Libres al Movimiento Libertario (MLE), la AMA quería una “unidad que impidiera la política partidista y la imposición de un criterio unilateral en la dirección de la guerra y el gobierno del país”
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. Repitió los mismos argumentos al rechazar nuevas propuestas de esta organización y de la Unió de Dones de Catalunya cuando afirmó que el Partido Comunista había infiltrado e impuesto sus políticas en la misma.
Mujeres Libres no confiaba en las iniciativas de la AMA y sospechaba que la organización tenía un programa oculto, “el propósito inconfesable” de absorber a la organización anarquista en cuanto se le uniera.
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Denunció la presión que se intentaba ejercer constantemente sobre ella para que se uniera a la AMA como coacción para aceptar el programa femenino antifascista.
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A las mujeres comunistas y antifascistas también las acusaban de obtener beneficios económicos y políticos suplementarios por el hecho de integrarse en la misma.
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A pesar de que esporádicamente se llevaron a cabo algunas iniciativas conjuntas consistentes, principalmente, en reuniones de mujeres de los sindicatos rivales CNT y UGT,
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las relaciones entre las anarquistas y las antifascistas fueron siempre beligerantes y se caracterizaron por sus continuas acusaciones mutuas. El relato que la militante comunista Soledad Real hace de las tensas relaciones entre las anarquistas y las comunistas de Barcelona, da cuenta del clima de tensión y agresión físicas que había entre las organizaciones adversarias.
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Los periódicos rivales publicaban constantemente diversas versiones hostiles de las actividades de las organizaciones femeninas.
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La revista
Mujeres
, publicada por la AMA de Bilbao, era una excepción, pues su disposición general hacia los demás grupos políticos femeninos era algo más abierta.
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Por regla general, y dada la hegemonía política de la AMA, adoptó un tono más conciliador con el fin de lograr su propósito de unificar los grupos femeninos, mientras que Mujeres Libres estaba más a la defensiva. Desde luego, la mera existencia de las organizaciones femeninas anarquista y comunista disidentes, que se negaron a unirse a la organización antifascista y pusieron en duda su pretendida unidad y su carácter transpolítico, representaba una señal evidente de que la AMA no logró alcanzar el consenso acerca de un movimiento femenino antifascista unido.
Las relaciones eran cordiales entre las marxistas disidentes y Mujeres Libres. En realidad, su enfrentamiento con la organización femenina antifascista y el Partido Comunista las indujo a apoyarse una a otra. Mujeres Libres defendía públicamente a las marxistas disidentes y entabló negociaciones con el SFPOUM para participar en una acción coordinada en beneficio de las mujeres.
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También existía una cierta rivalidad entre las diferentes agrupaciones de las organizaciones antifascistas. A veces se hacían patentes las tensiones entre algunas de las dirigentes socialistas, republicanas y comunistas, al igual que las estrategias opuestas entre las comunistas ortodoxas con respecto a la dirección del movimiento juvenil femenino en Cataluña.
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El cándido relato de la comunista Teresa Pàmies hace en sus memorias pone de relieve que, con frecuencia, las pugnas entre las integrantes de las distintas organizaciones se fundaban más en la rivalidad personal y los celos de clase que en las disputas políticas.
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La aguda confrontación política entre los comunistas ortodoxos (PCE) y los marxistas disidentes (POUM) pronto sobrepasó las fronteras de la agresión verbal llegando a una ofensiva sin límites que culminó con la represión y eliminación del POUM en junio de 1937. Como es lógico, este conflicto político se reflejó en la rivalidad de las organizaciones femeninas. Las relaciones entre el Secretariado Femenino del POUM y las organizaciones femeninas antifascistas dominadas por las comunistas estaban marcadas por una franca hostilidad. Las marxistas disidentes rechazaban la estrategia política reformista de las comunistas ortodoxas y las organizaciones femeninas antifascistas. Margarita Abril, una militante del POUM, denunció sin reservas a estas organizaciones en las que, según afirmaba, habían encontrado cobijo todas las mujeres reaccionarias. Hizo especial hincapié acusando a la AMA de ambigüedad política.
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A las mujeres marxistas revolucionarias se les advirtió que no bajaran la guardia con el fin de no dejarse engañar por una postura política tan ambigua, de ahí la insistencia del POUM para que las mujeres trabajadoras adquirieran una sólida formación política que les permitiera discernir la estrategia correcta para el cambio revolucionario.
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De hecho, las mujeres del POUM propusieron la creación de una alianza femenina de clase, el Frente Revolucionario de Mujeres Proletarias, que debía tener un contenido revolucionario específico y unir a las mujeres en su empeño por erradicar el capitalismo e instaurar una sociedad revolucionaria.
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Como es lógico, dada la debilidad extrema del movimiento y su aislamiento político, este proyecto, siguió como mera propuesta hipotética.
Lo mismo que los enfrentamientos políticos impidieron la colaboración entre las diferentes tendencias de la izquierda, así también sólo una cantidad insignificante de mujeres superaron la rivalidad política en un intento por unirse en las cuestiones sociales y de género. A pesar de la presencia simbólica de una pequeña representación de mujeres de la CNT en las organizaciones femeninas antifascistas,
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las diferencias políticas impidieron el progreso de una auténtica coalición femenina. Lo importante es que las barreras políticas se derribaron con más facilidad en las bases locales, en donde encontramos pruebas de una colaboración esporádica y a más largo plazo entre las mujeres de las distintas afiliaciones políticas. Por ejemplo, el 4% de las componentes de cinco filiales locales de la AMA en Levante eran de afiliación anarquista.
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La identidad política de las bases, más difusa, facilitaba que las diferencias se diluyeran y simplificaba la promoción de proyectos comunes.