Sin embargo, en términos generales, no existía una cohesión y una unidad femeninas con respecto a las cuestiones sociales y de género. La polarización política impedía el desarrollo de una unidad transclasista alrededor de una causa común de género y los modelos políticos alternativos obstaculizaban la realización de un proyecto común social o feminista entre las mujeres republicanas. La conciencia de género no estaba lo bastante desarrollada como para acabar con el perfil político de las organizaciones femeninas, que actuaban en ámbitos cerrados. No cabe duda de que la conciencia política tenía más importancia que la identidad de género. A pesar de la realización de algunas actividades comunes como en el terreno de la educación, la polarización política y las desavenencias manifiestas desalentaban la colaboración respecto a proyectos específicos. Las diferentes organizaciones realizaban estos proyectos de forma individual y, de ese modo, su desunión debilitó la contribución global al esfuerzo bélico y, de manera más significativa, el impulso para mejorar la condición social de las mujeres y alcanzar su emancipación.
CAPÍTULO 4 MILICIANAS O HEROÍNAS DE LA RETAGUARDIA: EL LUGAR DE LAS MUJERES EN LA GUERRA
Aunque algunas organizaciones femeninas se negaban a aceptar la desigualdad de las mujeres y elaboraron un programa con una orientación más feminista, las actividades de las distintas agrupaciones solían ser, en general, complementarias y de apoyo a la lucha antifascista. Lo sorprendente es que todas ellas estaban de acuerdo en que la retaguardia era la única esfera social en la que debían intervenir las mujeres.
En una época en la que se produjo una mayor aceptación de la presencia de las mujeres en la esfera pública del trabajo, la política y la cultura, esta delimitación estricta de las fronteras de la actividad femenina a la retaguardia es especialmente significativa. Quedó claro que las mujeres se dedicaran con entusiasmo al esfuerzo bélico, pero no en los frentes de batalla. La retórica y el imaginario colectivo de la guerra en las consignas, la propaganda y los carteles de guerra rememoraban la figura innovadora de la miliciana vestida con el mono azul revolucionario y armada de un rifle o un fusil. Como vimos en el capítulo 2, la miliciana proyectaba una imagen provocadora con múltiples lecturas. Evocaba el valor y el coraje del pueblo en su lucha contra el fascismo y constituía también un aliciente para empuñar las armas en la guerra. No obstante, aunque era una mujer armada, no se le animaba a tomar las armas como soldado; en realidad, la miliciana no era representativa de la resistencia femenina durante la Guerra Civil. Si bien en las primeras semanas de la guerra las restricciones a la acción de las mujeres estaban ligeramente desdibujadas, al poco tiempo las organizaciones femeninas y las fuerzas políticas coincidieron en limitar la resistencia femenina a la retaguardia. La consigna movilizadora dominante, “Los hombres al frente de batalla, las mujeres a la retaguardia”, apenas suscitaba oposición, ni siquiera entre las militantes.
Género, militarismo y antifascismo
El hecho de que la mayoría de las mujeres respaldaran la política que limitaba a la retaguardia su papel en el conflicto no significa que cuestionaran el militarismo ni que sintieran aversión por la guerra. Las mujeres participaron con entusiasmo en el esfuerzo bélico y gran parte de ellas apoyaban la resistencia militar al fascismo.
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Muchas eran francamente militaristas, pero la diferenciación de género encaminó la movilización femenina hacia roles complementarios y de apoyo dentro de la resistencia antifascista en la retaguardia. A pesar del trasfondo pacifista de la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) y de su temprana incorporación al movimiento pacifista internacional para resistir al fascismo, la organización apoyaba incondicionalmente la política de resistencia militar a la insurrección fascista.
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Todas las organizaciones femeninas se identificaron con el esfuerzo bélico y adoptaron una postura militarista en este asunto. Respaldaban la guerra, no ponían en duda el discurso militarista dominante y rara vez interpretaban aquélla desde una perspectiva de género diferente. El militarismo, que no el pacifismo, tendía a moldear sus posturas hacia la insurrección fascista.
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A medida que la guerra avanzaba y desaparecía la movilización entusiasta de los primeros meses de 1936, las mujeres participaban más activamente en las campañas destinadas a estimular el apoyo militar masculino al esfuerzo bélico. El grito beligerante de la dirigente comunista Pasionaria durante las primeras semanas de la guerra, “Más valer ser viudas de héroes que esposas de cobardes”, se convirtió en un lema común de las mujeres. En una asamblea celebrada en Cataluña en febrero de 1937 se podía leer en una pancarta, “Nosotras, las mujeres catalanas, nunca hemos criado cobardes; nuestros hijos no deben faltar a su deber”
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. Los comunicados de reclutamiento militar instaban constantemente a las mujeres a cumplir con su obligación de alistar a sus hijos y maridos en la guerra de trincheras. El heroísmo de las mujeres era equivalente al sacrificio materno; aquellas que eran capaces de comprometer a sus hijos en la resistencia militar eran consideradas heroicas.
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Las organizaciones femeninas antifascistas y las agrupaciones comunistas, sobre todo, establecieron comités de vigilancia con el fin de detectar a los que evadían el reclutamiento y denunciarles a las autoridades.
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Se advirtió a las mujeres que si ayudaban a los quintacolumnistas (saboteadores y hombres que impedían el reclutamiento), ponían en peligro a sus propios hijos y hermanos.
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Las políticas militaristas dirigidas a las mujeres, enunciadas en un discurso que ante todo las consideraba en relación con su familia, también estaban definidas en cuanto al género y mantenían las tradicionales definiciones de masculinidad como el valor, el honor y la virilidad.
No puedes tener al lado a un hombre que ha sentido la necesidad de esconderse, que no tiene la virilidad de defenderte, que tiene que ruborizarse cuando se queda mientras otros que escuchan el grito del deber en lo más íntimo de su conciencia, parten hacia el frente orgullosos de defender la libertad, el honor, el futuro y el bienestar de su familia.
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Cuando Pasionaria fue nombrada comandante honorario del Quinto Regimiento, pronunció un discurso en el que advertía a los soldados que “si [los fascistas] triunfan y [les envían] a los campos de concentración, pueden imaginar lo que les dirán sus esposas y madres: ‘Lloren como mujeres, pues no supieron luchas como hombres’”
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. Esta visión se hacía eco de una línea tradicional del discurso político español en el que el valor se identificaba con la virilidad y era símbolo de hombría. A partir del otoño de 1937, y sobre todo en 1938, como la situación del ejército republicano era cada vez peor, era frecuente que en los discursos públicos se incitara a las mujeres a acusar de cobardes a los hombres sanos y robustos que vieran por la calle sin uniforme y a animar a los civiles a alistarse. Las organizaciones y grupos de influencia comunista eran especialmente beligerantes en su intento de convencer a los civiles para que aceptaran sus responsabilidades y se alistaran. En una alocución a las mujeres de la AMA, el minero y famoso dirigente militar comunista comandante Valentín González, conocido como
El Campesino
, no sólo instaba a las mujeres a adoptar tales actitudes, sino también a “convertirse en policías y a buscar y descubrir espías y quintacolumnistas”
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.
La organización anarquista Mujeres Libres denunció el tono beligerante y la coacción que entrañaba el reclutamiento de soldados realizado por mujeres y afirmaba: “Es demasiado ridículo ofrecer un premio de amor al marido, novio o hijo que decide luchar contra el fascismo”. En lugar de eso, la organización hacía un llamamiento a la movilización general de la población y exigía un armamento mejor.
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El alto nivel de conciencia pacifista en el seno de Mujeres Libres se puede atribuir al pacifismo tradicional del movimiento anarquista que se empeñó en promover los valores educativos pacifistas durante los años de la guerra.
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Por otro lado, puede que la constante propaganda que exhortaba a las mujeres a alentar el alistamiento de los hombres reflejara una cierta oposición por parte de ellas. No obstante, para que durante los primeros dieciocho meses, hubo una auténtica identificación de las mujeres con el fomento de la resistencia militar al fascismo. Los informes de las agrupaciones locales de la AMA revelan que los comités de vigilancia se crearon para controlar a los prófugos y “traidores”, aunque es difícil afirmar si estas medidas de vigilancia aseguraban eficazmente el cumplimiento de las políticas militaristas durante este período.
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Cabe señalar también que no todas las mujeres eran fervientes republicanas y que no todas promovían el alistamiento en las filas antifascistas. Algunas fueron asesinadas, multadas o encarceladas por su apoyo sedicioso a los fascistas. Una vez más se mantenían las estructuras patriarcales tradicionales, pues en algunos casos se obligaba al marido a pagar una multa por las actividades subversivas de su esposa.
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Hacia el final de la guerra, cuando la derrota parecía inevitable, sobre todo en la primavera de 1938, y los muchachos de diecisiete años fueron reclutados en lo que se llamó popularmente la Quinta del Biberón, muchas mujeres se resistieron al alistamiento de sus hijos.
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Para entonces, el fervor marcial estaba reñido con el maternalismo y se desecharon las pretensiones anteriores de que la maternidad era un deber para con la Patria (“Nosotras deseamos dar a la Patria hijos que la defiendan”).
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Aunque puede que al final algunas mujeres practicaran la resistencia pasiva al reclutamiento militar ocultando a sus hijos, no cuestionaban abiertamente el llamamiento para que suministraran soldados a la guerra. A excepción de las anarquistas, la mayoría de las organizaciones femeninas colaboraron con entusiasmo en la propagación de un discurso militarista a hombres y mujeres y éstas no manifestaban su aversión pacifista por la guerra. Los medios anarquistas intentaron, en cambio, dar una idea de la guerra desde una perspectiva de género más específica. En agosto de 1938, Federica Montseny dio una conferencia en la sede de Mujeres Libres, repasando la reacción femenina ante la guerra y afirmó que las mujeres eran fundamentalmente pacifistas: “La mujer es pacifista por temperamento, por la pasión que siente por sus hijos, por su amor a la vida”
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. Montseny sostenía que la Guerra Civil española era única por cuanto era una “guerra pacifista”. Esto justificaba la participación de las mujeres en el esfuerzo bélico como el único camino hacia la libertad; de modo que la lucha para acabar con el fascismo podía considerarse pacifista. El discurso de Montseny repetía también la idea general del papel de las mujeres como madres y sostenía que, paradójicamente, tenían que ser militaristas en esta guerra antifascista para garantizar un futuro de paz y libertad a las futuras generaciones:
Como mujeres y como madres, hemos de cumplir nuestro deber humano, individual y colectivo, luchando contra la opresión, por la libertad y la justicia, y pensando que los hijos que hoy damos a los frentes y a la retaguardia, harán que mañana otros hijos y los nuestros propios, tengan una vida más digna, la paz y la cultura, la escuela y la despensa con que soñaron todos los grandes españoles.
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De un modo que era poco habitual, algunas anarquistas trataban directamente a las mujeres como si fueran individuos que tenían que enfrentarse a la realidad de la guerra sin que mediara la relación con su familia inmediata. Además, se puede detectar una cierta aversión femenina por la guerra, aunque se defendía una línea militarista que a la larga promovía la paz:
Hemos de practicarnos en el manejo de fusil y demás elementos de combate, a pesar de que al hacerlo se nos desgarre el alma de dolor porque las mujeres siempre debemos odiar la guerra, pero precisamente porque odiamos la guerra tenemos que combatir ahora a los que siempre la promueven y hemos de exterminarlos para que la Paz y la Felicidad reinen en España.
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En sus testimonios posteriores, las milicianas que se comprometieron en los frentes tendían a justificar su decisión presentando la guerra desde una perspectiva diferente, como un combate defensivo a favor de la justicia y la libertad: “Participé porque sentí que tenía el mismo deber de defender... la libertad que ellos [el enemigo] querían eliminar; eso es lo que hicimos. Nosotras, las mujeres, no hicimos la guerra; fuimos a defender lo que ellos... nos estaban arrebatando”
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. Las pocas que expresaron su opinión sobre la guerra desde una perspectiva de género estaban de acuerdo en que ésta no era comparable a ninguna otra. Así se justificaba la participación defensiva y pacifista de las mujeres en el esfuerzo bélico, en su propósito de eliminar el fascismo.
Las milicianas y la experiencia femenina en los frentes de combate
Durante las primeras semanas de la guerra, todas las organizaciones de mujeres coincidieron en canalizar su energía al esfuerzo bélico en la retaguardia. Sin embargo, unas pocas se unieron a sus compañeros varones y se enrolaron en la milicia. En la escalada inicial del fervor antifascista, algunas optaron espontáneamente por el combate armado y se dirigieron a los frentes de Aragón, de Guadalajara, de las montañas del País Vasco y la sierra de Madrid, de Andalucía, de Mallorca y de la Maestranza, entre otros.
En esta primera etapa de movilizaciones populares, muchas mujeres tomaron sencillamente las armas como respuesta inmediata a la agresión fascista, al igual que hicieran los hombres. Rosario Sánchez, “La Dinamitera”, miembro de la organización juvenil comunista JSU, testimonió posteriormente que ella no era militarista pero que inmediatamente se sintió responsable de lo que pudiera ocurrir después de la rebelión fascista “porque si no se detenía a los rebeldes tendríamos una dictadura y nosotros, los trabajadores, lo pasaríamos mal”. Así que decidió alistarse en la milicia, sabiendo que ello significaba tener que empuñar las armas y disparar.
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