La escritora, actriz y directora de teatro María Teresa León fue una figura destacada en estas actividades. Organizó obras de teatro, lecturas de poemas, recitales de canciones y otras actividades culturales en los frentes.
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Desde su fundación en 1935, María Teresa León y su marido, el poeta Rafael Alberti, tuvieron un papel muy activo en la promoción de la Alianza de Intelectuales Antifascistas; durante la guerra organizó grupos de teatro en el seno de la Alianza para fomentar las nuevas experiencias teatrales. Juntos dirigieron la importante revista cultural
El Mono Azul
, que promovía la literatura popular y la poesía narrando las experiencias de la vida en las trincheras.
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Como ella cuenta en sus escritos, fue un miembro activo de las “Guerrillas de Teatro del Ejército del Centro”, un grupo de teatro itinerante y voluntario que hacía funciones en pueblos y ciudades y en los frentes. León desempeñó un papel principal en la organización y dirección de las obras que representaban, e incluso actuaba en alguna de ellas.
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También colaboró activamente en el Consejo para la Defensa y la Protección del Tesoro Nacional y fue una de las figuras clave en la protección de las colecciones de arte españolas durante la guerra.
Muchas mujeres intervinieron en este campo; actrices y artistas de espectáculos de variedades y entretenimiento colaboraron en las iniciativas culturales populares tanto en la retaguardia como en los frentes de combate.
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Aunque en España las actrices tenían una tradición secular, a menudo se las calificaba de mujeres indecentes y de mala fama o incluso de prostitutas. En los años veinte, la aparición de la famosa actriz Margarita Xirgu produjo una serie de cambios importantes pero, para la sociedad española tradicional, la presencia de mujeres en el escenario representaba todavía una violación de las normas de conducta de género.
En su autobiografía,
Memorias de la melancolía
, María Teresa León describe cómo la guerra le abrió nuevas posibilidades para desarrollar su potencial de actriz y recitadora de poemas, rompiendo con las normas tradicionales de la decencia femenina impuestas por la sociedad española. A menudo tuvo ocasión de recitar la obra poética de su marido, Rafael Alberti, sobre todo su
Cantata de los Héroes y la fraternidad de los Pueblos
en honor de las Brigadas Internacionales.
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Durante la guerra aumentó la aceptación de las mujeres en el mundo de teatro y el entretenimiento y mejoraron sus condiciones de trabajo debido, en cierto modo, al estrecho control sindical que ejercían los anarquistas y socialistas.
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Otras mujeres pioneras asumieron cargos en las administraciones militares y de aviación. Tal fue el caso de Antonia García, miembro de la organización juvenil comunista que, al iniciarse la guerra, se estaba formando como comadrona en la maternidad de Madrid y que posteriormente, en 1937, se unió al estado mayor general de aviación como fotógrafa. Su misión era reconocer y fotografiar el territorio enemigo en las zonas ocupadas por las tropas fascistas. Una posición no beligerante como ésta no estaba sujeta a la segregación habitual del trabajo de género.
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La miliciana Rosario Sánchez es otro ejemplo de mujer que era miembro del estado mayor militar incluso hacia el final de la guerra. Cuando, siendo miliciana, Sánchez perdió su mano en la explosión de una bomba, fue asignada al puesto de coordinadora de los servicios postales de su división con el rango de sargento.
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Desde el comienzo de la guerra, las organizaciones femeninas antifascistas y el Ministerio de Defensa habían planeado utilizar voluntarias para proveer servicios complementarios a las organizaciones de suministros militares y servicios hospitalarios a los heridos. Sin embargo, estos planes no se pusieron en práctica hasta finales de 1938, cuando la guerra tocaba a su fin y era demasiado tarde para que fueran eficaces.
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El lugar apropiado de las mujeres: la retaguardia
La contribución primordial de las mujeres al esfuerzo bélico no fue en las trincheras sino en la retaguardia, en la que realizaron aportaciones decisivas, aunque menos espectaculares, a través de los roles tradicionales que, no obstante, eran absolutamente esenciales para sostener un país en guerra. En este ámbito no beligerante, miles de mujeres se lanzaron a esfuerzos bélicos que iban desde trabajar en fábricas de municiones al voluntariado en servicios sociales, campañas educativas, proyectos culturales y actividades de apoyo a los combatientes. Además, eran mujeres las que asumían la carga de mantener las faenas cotidianas de la esfera doméstica. Y fueron sus esfuerzos los que, a largo plazo, permitieron a la población civil sobrevivir y resistir en las duras circunstancias de la guerra, los bombardeos, el paro, la escasez, las restricciones y el hambre.
Todas las organizaciones femeninas consideraban que el lugar adecuado de la mujer estaba en la retaguardia. La propaganda de la prensa femenina se refería constantemente a la división sexual del esfuerzo bélico. “Los hombres a los frentes de combate, las mujeres a la retaguardia” era una consigna común con la que estaban de acuerdo las mujeres de distintas ideologías. El lema predominante dentro del terreno de las actividades no beligerantes de la retaguardia era “Mujeres al trabajo”. Desde el comienzo de la guerra se puso de manifiesto la necesidad urgente de movilizar la mano de obra femenina. La retórica empleada era militarista y el mensaje referente a la movilización de las mujeres en el trabajo se llenó de matices políticos. Continuamente se les instaba a unirse al “frente de producción”
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y les decían que fueran soldados en la retaguardia.
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Tenían que ocupar las “trincheras de la producción” y convertirse en la “vanguardia de la producción”
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.
Según la retórica de guerra, las mujeres que sobresalían en el trabajo eran “heroínas de la producción” o, usando la terminología rusa, mujeres stajanovistas, y así eran presentadas al público.
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En el verano de 1938, tres trabajadoras excepcionales de una gran productividad en la industria de la confección, Adelina Canyelles, Obdulia Imbert y Petronella Ladrón de Guevara, se convirtieron en heroínas populares de la producción cuando la Generalitat de Cataluña les otorgó la Medalla Presidente Macià por su “magnífica conducta y abnegación en el trabajo”.
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Se presentó a estas trabajadoras como ejemplos gloriosos de productividad, compromiso y disciplina inquebrantables a imitar por todas las mujeres antifascistas. Eran auténticas heroínas, muy distintas del modelo de milicianas por entonces ya desacreditado. El vocabulario de la guerra se centraba en el ideal del trabajo. Las “brigadas obreras”, los “soldados de la limpieza” y las “tropas de asalto” femeninas describían las distintas formas de movilizar a las mujeres en el trabajo. El impacto de las mujeres en las fábricas, talleres, hospitales, labores de auxilio y asistencia social, se organizaba a menudo a través de formas militares antes que civiles con el fin de aumentar la conexión entre la resistencia civil y la militar.
Cientos de mujeres se identificaron con la campaña “Mujeres a trabajar”. La prensa femenina repetía constantemente la consigna y muchas creyeron que la integración de las mujeres en el mercado laboral era vital para promover el reclutamiento de los hombres en los frentes de combate. Las mujeres querían movilizarse en el esfuerzo bélico y desde una perspectiva feminista más específica, la guerra se veía como el momento oportuno para acabar con la resistencia tradicional al trabajo femenino remunerado. En todo caso, esta actitud se formulaba en función de las necesidades bélicas, lo que claramente ligaba el trabajo femenino a la producción de guerra y al reclutamiento militar. La declaración “Estamos dispuestas a trabajar sin descanso en la retaguardia para que los hombres puedan ir a los frentes” expresaba el espíritu que impregnaba los primeros momentos de la contienda.
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Las políticas de todas las organizaciones femeninas con respecto al trabajo de las mujeres eran muy parecidas. La anarquista Mujeres Libres y las organizaciones femeninas antifascistas, así como las mujeres comprometidas en los partidos socialista y comunista, todas ratificaban el principio de la incorporación femenina a la producción.
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Las diferencias ideológicas se dejaron a un lado en esta campaña común para reclutar y capacitar mujeres que pudieran sustituir a los trabajadores; sin embargo, sus estrategias variaban según su credo político.
Todas las organizaciones de mujeres consideraban que la incorporación de la mano de obra femenina a la producción era un ingrediente esencial para ganar la guerra. Organizaron campañas para incitarlas a trabajar y, lo que es más importante, para formarlas en tareas especializadas. En la primera página del periódico comunista catalán
Treball
se publicó una consigna que proclamaba: “Las mujeres deben prepararse urgentemente para sustituir a los hombres que tienen que ir al frente”
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. La publicación femenina antifascista
Mujeres. Órgano del Comité de Mujeres contra la guerra imperialista y el fascismo
, publicó en la primera página la imagen de una mujer trabajando y proclamaba que la capacitación femenina era una de las necesidades más imperiosas del momento.
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Mujeres Antifascistas celebraba asambleas populares acompañadas de bandas militares para convencer a las mujeres de que se unieran a la fuerza de trabajo,
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en tanto que Mujeres Libres organizaba secciones de trabajo en el seno de sus agrupaciones locales.
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En los primeros días de la guerra, la propaganda afirmaba que las mujeres constituían una reserva laboral preparada para sustituir a los hombres. Ellas mismas reclamaban con determinación: “Queremos trabajar. Queremos ser útiles”
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. No todo este entusiasmo era producto de su entrega al esfuerzo bélico; en otro orden de cosas, necesitaban trabajar para mantener a sus familias en un momento en el que el hombre que ganaba el sustento económico de la familia se había ido al frente. El paro y la inflación eran elevados en este contexto de habitual escasez y racionamiento de suministros. En estas condiciones, la supervivencia diaria planteaba auténticos problemas a muchas familias.
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Cuando estalló la guerra, la mano de obra femenina todavía constituía un pequeño porcentaje de la población activa y básicamente no estaba cualificada. Según el censo de 1930, las mujeres representaban solamente un 12.65% de la fuerza de trabajo; más del 70% de las obreras eran solteras y, de éstas, más de la mitad tenían menos de veintiséis años. Es decir, que cuando se inició el conflicto las trabajadoras asalariadas eran escasas y fundamentalmente jóvenes solteras. Con la guerra, los obreros que no estaban empleados en las industrias bélicas prioritarias fueron apartados de sus trabajos y enviados al frente. Este desplazamiento de la mano de obra masculina hacia la guerra de trincheras significó que muchos puestos quedaran vacantes, una situación que podía hacer peligrar la producción industrial.
La solución a este problema fue la misma propuesta durante la I Guerra Mundial: las mujeres tendrían que hacerse cargo de los trabajos en las fábricas para mantener los niveles normales de producción.
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Esta idea era habitual en la prensa y la propaganda de guerra, y comparaba la situación en España con la que sufrieron los países europeos durante la Gran Guerra.
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Otro punto de referencia frecuente era el papel de las trabajadoras en la Revolución Rusa.
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Tales comparaciones podían haber servido de propaganda eficaz, pero sería equivocado contemplar la situación republicana en estos términos.
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La crisis de crecimiento de la economía española y la obstinada mentalidad tradicional con respecto al trabajo femenino remunerado fueron causas decisivas en la lentitud de los cambios en la experiencia laboral de las mujeres durante la Guerra Civil.
La economía española sufrió problemas importantes motivados por la guerra.
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En la zona controlada por los republicanos, se rompió claramente con los sistemas tradicionales de producción económica. La escasez cada vez mayor de recursos económicos y financieros, la falta de materias primas, maquinaria y bienes de consumo, la rápida reconversión en bienes de producción adaptados a las necesidades bélicas y la pérdida de los mercados nacionales e internacionales a causa de la guerra y de la crisis industrial, originaron notables dificultades económicas. La decisión política, internacional de no intervenir en el conflicto aumentó los problemas financieros y económicos del gobierno republicano. Además, durante la Guerra Civil, el cuestionamiento del capitalismo y de la propiedad privada en algunos sectores dieron lugar, en algunas zonas de España republicana, a nuevos modos de producción, tales como las colectivizaciones autogestionadas. En los primeros meses de la guerra, los anarquistas y los socialistas radicales tomaron el control de las industrias y granjas y colectivizaron la producción.
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Esto provocó la oposición internacional e impidió, en gran medida, la importación de materias primas y la concesión de créditos financieros a la España republicana.
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Sin los créditos de las potencias europeas, las exportaciones españolas eran insuficientes para nivelar las importaciones básicas.
Durante los años del conflicto, la escasez y los problemas para ajustar los recursos disponibles a los imprevistos de la guerra trajeron consigo una oleada de inflación y pero muy difíciles de controlar. Así, la economía española en este período estaba lejos de ser boyante; el paro aumentaba en la mayoría de las regiones a medida que las fábricas cerraban debido a la carencia de materias primas o a la falta de salidas comerciales. En el territorio fiel a la República, las industrias se reconvertían para responder a una economía de guerra. Mientras crecían las industriales especializadas en material bélico como las fábricas de municiones, los sectores tradicionales como las industrias textiles entraban en crisis debido a la escasez de los suministros y a la reducción de sus mercados habituales. A pesar de los encargos de uniformes del Ministerio de Defensa, hubo una caída general de la producción en el sector textil, que habitualmente empleaba a una gran parte de la población activa femenina.
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Aunque Alicante y Valencia constituyeron algunas excepciones en donde la economía de guerra reactivó la producción,
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la economía de la mayoría de las regiones sufrió graves reveses durante el conflicto.