La movilización social de las mujeres por la supervivencia cotidiana y la resistencia civil antifascistas llevó a identificar prioridades sociales colectivas que no siempre respondían a una definición feminista o de género de sus objetivos. Sin embargo, facilitaba la identificación de otras metas específicas para ellas, que a la larga condujeron a una redefinición de los modelos de feminidad y plasmaron algunas de sus expectativas frente a la sociedad.
Este libro se propone también abordar el universo cultural de las mujeres y sostiene que las representaciones culturales y las imágines son elementos decisivos para constituir y mantener los roles y los valores culturales de feminidad y masculinidad. Sostenemos que el repertorio cultural del discurso de género, la retórica y el lenguaje de las imágenes son mecanismos importantes de control social que refuerzan los modelos de género. Cabe descifrar el significado del recurso de la violencia simbólica a través de las representaciones culturales. Argumentamos que todo ello puede ser un factor explicativo de las prácticas de consentimiento y de mantenimiento de pautas patriarcales en la sociedad.
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En este sentido, se analiza el repertorio de representaciones culturales de las mujeres durante la guerra y se explica el uso de las imágines revolucionarias y su significado en la redefinición de las relaciones sociales entre los sexos.
A lo largo de las últimas décadas, las historiadoras han tratado de vencer la invisibilidad de las mujeres; sus voces se escuchan en los textos y estudios históricos. Este libro fija su atención en la mayor visibilidad de las mujeres en esta época revolucionaria y estudia la relación entre el nuevo repertorio de imágenes y su realidad social. La mayor visibilidad de la mujer y, sobre todo, una proyección más extensa de su imagen en el escenario de la Guerra Civil española, no debe considerarse necesariamente como un reflejo de su realidad. Este estudio propone que las imágenes rupturistas de los carteles de la guerra, como las de la milicia, son un ejemplo de cómo representaciones culturales aparentemente transgresoras podían transmitir un mensaje rupturistas sin modificar en profundidad los arquetipos de género vigentes en la sociedad. Porque, a pesar de las apariencias y las expectativas de muchas mujeres, la sociedad española siguió marcando las normas de actuación de género, incluso en un momento de cambios revolucionarios.
Uno de los objetivos de este libro es explicar el cambio y la continuidad en la experiencia de las mujeres durante la guerra. Este reinterpretación de las mujeres en la Guerra Civil española describe la figura innovadora de la milicia defendiendo la causa antifascista en los frentes de batalla y de las actividades y dirigentes antifascistas. También examina la significación de su papel en la retaguardia y la experiencia colectiva de españolas anónimas. Hay que valorar en su justa medida la gran importancia del colectivo femenino en la resistencia civil antifascista contra Franco y analizar las repercusiones de su participación en la movilización antifascista.
Dada la escasez de publicaciones disponibles sobre las mujeres en la historia contemporánea de España, esta obra contiene también una mirada acerca de las situaciones general de las mujeres en la España de finales del siglo XIX y principios del XX. Su finalidad es proporcionar una visión de la trayectoria histórica de las españolas en una épocas anteriores que ilustren su capacidad para incidir en la dinámica histórica a pesar de las restricciones patriarcales que la sociedad les impone en tanto que mujeres. Este libro se escribió para llenar un vacío con respecto a la Guerra Civil española, para introducir a los lectores en la compleja realidad de la guerra y la revolución desde una perspectiva de género y para proporcionar un conocimiento más profundo de la experiencia de las mujeres en tiempos de revolución. La mayor parte de las que lucharon contra Franco no eran ni víctimas ni heroínas. Como colectivo, miles de mujeres realizaron con gran coraje un esfuerzo decisivo en la Guerra Civil española. Protagonizaron la lucha antifascista, y defendieron los derechos democráticos de la Segunda República. Entre ellas, un núcleo significativo impulsó también proyectos de revolución social. Y, en la medida en que las restricciones de género de su época se lo permitieron, muchas mujeres republicanas emprendieron una lucha que, por lo menos, cuestionó la definición masculina del poder, y asoció la emancipación de las mujeres con la causa antifascista. Los retos que afrontaron las mujeres del 36 enriquecen nuestra historia poniendo de manifiesto algunos de los temas que aún tenemos pendientes en la actualidad.
CAPÍTULO 1 LA CONSTRUCCIÓN DE LOS ROLES DE GÉNERO: LAS MUJERES EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA
La situación social de la mujer española en los albores del siglo XIX ofrecía un panorama descorazonador. La agregación de género y profesional, la desigualdad política y educativa y la discriminación legal y laboral caracterizaba su suerte. La población femenina estaba sometida a serias restricciones en las esferas cultural, económica y social que se debían, en gran parte, al discurso imperante de la domesticidad, que reforzaba la supremacía masculina, a la división sexual del trabajo y a la limitación de las actividades femeninas a la esfera privada del hogar.
Esta situación desventajosa tiene que situarse, además, en el marco más amplio del lento desarrollo de las estructuras sociales y económicas en la España del siglo XIX.
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La desintegración del Antiguo régimen y de la monarquía absoluta basada en el derecho divino dio paso a la consolidación de un nuevo sistema constitucional liberal a partir de los años treinta. El establecimiento del nuevo régimen político se produjo en el complejo contexto de problemas económicos, divisiones internas en las filas absolutistas y un pacto entre la debilitada clase política liberal y los dirigentes de los estamentos privilegiados del Antiguo régimen. Las dificultades de este modelo de transición a un Estado liberal iban a marcar el futuro del desarrollo de España acentuando sus tendencias conservadores y debilitando las fuerzas que impulsarían el cambio en los ámbitos político y económico. El enfrentamiento entre los intereses de la antigua nobleza y la débil burguesía comercial e industrial obstaculizó el progreso económico e industrial.
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La fragilidad del Estado liberal y el profundo conservadurismo de la clase dirigente española a lo largo del siglo XIX fortalecieron el carácter conservador de las estructuras sociales y, por lo que se refiere a las mujeres, reforzaron las costumbres y los valores tradicionales. Además, la iglesia católica, que era una institución social omnipresente y un destacado instrumento político, desempeño también un papel decisivo en el mantenimiento del
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y de una postura conservadora con respecto a las mujeres.
Asimismo, el panorama social y político no era en absoluto homogéneo ya que las profundas diferencias regionales respondían a sus distintas trayectorias sociales y económicas. La desigualdad del crecimiento económico en las diferentes regiones explica porque la condición social de las mujeres entre, por ejemplo, la Cataluña industrializada, los latifundios del Sur de España y las pequeñas propiedades agrícolas de Galicia, era tan distinta. Puesto que la emergencia del movimiento de mujeres estaba ligada al desarrollo social y políticos de las distintas regiones, también hay que tener en cuenta estas diferencias. En un escenario en que la política era privilegio de la oligarquía minoritaria (hasta el cambio del régimen político de 1868, el sufragio censitario se basó en una elite del 1 al 4% de la población), no debe sorprender que las mujeres estuvieran también ausentes de este ámbito. La intensidad de la lucha por el poder entre conservadores y los liberales progresistas a lo largo del siglo XIX dificultó la adopción de políticas para remediar la desigualdad política femenina.
El proceso histórico del siglo se caracterizó por las discontinuidades de la revolución liberal, la lucha por la modernización del Estado y la consolidación del liberalismo progresista. El sexenio democrático (1868-1874) sobrevino como consecuencia del malestar político y el exilio de la reina Isabel II; siguió la línea de las revoluciones burguesas liberales y constituyó un intento de establecer un sistema no sólo liberal sino también democrático.
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Esta experiencia democrática, breve y frágil, supuso el primer cambio de monarquía a república en España y anunció importantes progresos en aspectos de la democracia liberal tales como la libertad de expresión, la religión y la educación, así como el sufragio universal masculino.
Sin embargo, es significativo que si la condición social de la mujer experimentó alguna mejoría en aquel momento no fue como resultado de una política específica destinada a reparar los agravios sino como efecto secundario de la revisión general de la legislación vigente entonces. En este sentido, la introducción del matrimonio civil en contraposición del religioso fue consecuencia del movimiento anticlerical imperante y el deseo de separar la iglesia y el Estado, y no la voluntad de reconsiderar la situación de subordinación de la mujer casada. Así los artículos de la nueva ley sobre el matrimonio civil conservaba el conjunto de cláusulas relacionadas con la dependencia de las mujeres, como la obediencia forzosa a sus maridos y la obligación de obtener su permiso para participar en actividades tan cruciales como la administración de sus propios bienes personales, las actividades legales y la publicación de obras científicas o literarios. Los gobiernos democráticos liberales no eran partidarios de las demandas femeninas, como lo demuestra su negativa de apoyar una petición para que se pudiera emplear a las mujeres en los servicios postales, telegráfico y de ferrocarril, o que los defensores del sufragio universal masculino no contemplaran la inclusión del sufragio femenino.
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Como no había mujeres dedicadas a la política, las reformas en este terreno llevaron a algunos políticos notables a inaugurar un debate público sobre la llamada “cuestión femenina”. Francisco Pi y Margall era un destacado demócrata y republicano federalista que en junio de 1873 fue elegido presidente de la República Federal. En una conferencia titulada
La misión de la mujer en la sociedad
, publicada en 1869, este dirigente político abordaba el tema de la mujer.
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Era un ferviente defensor de la renovación ética y cultural de España y desde esta perspectiva subrayaba la autoridad civilizadora de la mujer en el seno de la familia. Las mujeres recibieron el calificativo de madres educadoras con la importante función de civilizar a la sociedad española. En este sentido, su cometido civilizador se convirtió en un principio clave en la admisión gradual de sus derechos. De hecho, la idea de que las mujeres tenían una influencia vital sobre el progreso de la sociedad fue decisiva para la legitimación gradual del feminismo. Sin embargo, Pi y Margall, influido por Proudhon al igual que otros muchos políticos progresistas del momento, rechazaban el derecho al trabajo remunerado y a la emancipación política de las mujeres.
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Afirmaba que las que trabajaban en las fábricas no podrían atender adecuadamente sus deberes domésticos ni cumplir con la obligación de educar a sus hijos.
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Admitía, además, que el programa político de los republicanos federales aludía muy poco a las mujeres, salvo para excluirlas del trabajo subterráneo en las minas o impedir su acceso a talleres y fábricas. Aunque reconoció que era necesario promover algunas reformas que favorecieran la emancipación femenina, no las integró en su programa político.
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No obstante, al igual que los principios de la democracia liberal, las ideas del feminismo liberal también traspasaron los Pirineos. En su conferencia
La mujer y la legislación castellana
, Rafael María de Labra aplaudía las peticiones que John Stuart Mill había formulado en Gran Bretaña a favor de la concesión de derechos políticos a las mujeres y propuso una reforma electoral similar basada en el sufragio femenino.
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Sostenía que la ley no debía estar condicionada por el género y que la modernización progresista de la sociedad española pasaba por poner remedio a la situación de inferioridad legal de la mujer. Para muchos defensores de la emancipación femenina, junto con la civilización, la modernización era otro concepto clave para legitimar el feminismo y constituía un vehículo importante para formular la defensa de los derechos femeninos. En todo caso De Labra era una excepción entre los políticos reformistas del momento y su voz se perdió. Ni siquiera los políticos más progresistas se preocuparon de introducir el derecho al sufragio femenino en los programas políticos del siglo XIX.
Sin lugar a dudas, las mujeres de aquella época se beneficiaron, sobre todo, de los progresos realizados en el campo de la educación. Su artífice fue la extraordinaria influencia de los krausistas progresistas que propusieron una educación racionalista y seglar que renovara los modelos educativos y que incluyera la educación femenina. Esta reforma representó un paso hacia la modernización y constituyó una mejora audaz con respecto al campo de la educación femenina que, en aquel tiempo, estaba dedicada, principalmente, al punto de aguja, la devoción, los modales y la conducta social. No obstante, Giuliana di Febo señala, con razón, que los krausistas no realizaron una crítica general a la situación de las mujeres en la sociedad española. La concepción que tenían de la educación femenina se basaba en el discurso tradicional de la domesticidad cuyo propósito era el perfeccionamiento de la mujer y una cierta ampliación de sus horizontes culturales para poder desempeñar mejor los roles de tutora moral y proveedora del hogar como esposa y madre,
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en lo que tampoco se diferenciaban mucho de otras tendencias educativas progresistas de la Europa de aquella época.
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El krausista Fernando de Castro, por entonces Rector de la Universidad de Madrid y uno de los promotores de las Conferencias Dominicales dedicadas a la educación de las mujeres, dejó muy claro en la lección inaugural que su propósito era ofrecerles un modelo educativo diferente: “Es, en efecto, la mujer ayuda del hombre educando a sus hijos y llevando como casera y hacendosa el gobierno interior de su casa; lo es consolando a su marido y asistiéndole en su vejez y enfermedades, y lo es, asimismo, prestando con sus virtudes, con su gracia y su belleza, estímulo poderoso para su pensamiento y su obra, puesto que le inspira y alienta su entusiasmo en la difícil y escabrosa senda de la vida.
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Así pues, había que educar a las mujeres para que cumplieran con su destino en la sociedad como esposas y madres que apoyaban a su familia. La educación femenina era el objetivo elegido para conseguir una influencia civilizadora en la sociedad educada y culta como la mejor manera de lograr un gobierno de la casa y una domesticidad eficaces. Así, las madres educadoras en la cultura cívica eran factores clave en el desarrollo de la modernidad y el liberalismo progresista. No era el enfoque educativo igualitario sino la pedagogía diferencial lo que constituía el núcleo de un movimiento reformista políticamente progresista, pero sumamente tradicional desde una perspectiva de los modelos educativos de género, aunque cabe resaltar que jugó un papel decisivo en la mejora de la educación femenina.