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Authors: David Trueba

Tags: #Drama

Saber perder (18 page)

BOOK: Saber perder
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Mientras se limpiaba los ojos de la humedad del sudor que le nublaba la vista, escuchó el coche de Paco acercarse y la puerta del garaje comenzó a elevarse.

Dejó todo y se escondió detrás de la barbacoa. Estaba envuelta en su funda verde y en cuclillas, tras ella, no sería visto. La puerta mecánica del garaje se alzaba. Arrastró la bolsa de deporte hacia sí, pero vio la radial, abandonada en el suelo. En aquel momento los faros cegaron el garaje y el coche se detuvo dentro. No entendía por qué regresaba Paco, debía de haber olvidado algo. La casa de sus suegros no estaba lejos, había dejado a Teresa y había vuelto. No pudo preguntarle para qué. Ahora sabía que para morir.

Paco dejó la puerta del coche abierta, lo que producía un campanilleo de aviso permanente. Avanzó cuatro pasos y se colocó delante de la pared desordenada, tocó con los dedos la estantería movida de sitio. Volvió la cabeza. Lorenzo no podía verle, pero tomó el machete del fondo de la bolsa de deporte. Los pies de Paco se acercaron y su mano tocó la funda de lona que cubría la barbacoa con ruedas. Lorenzo se puso en pie con un salto agresivo, se lanzó sobre él y le asestó dos machetazos en el vientre. Profundos, rabiosos, fieros. Lo siguiente fue más complicado. Volver a introducir la hoja no fue tan fácil. Los dos primeros golpes tuvieron algo de huida, de autodefensa. Luego forcejearon. Los ojos de Paco descubrieron a Lorenzo. No gritó. Pero se aferró con las manos a los antebrazos de Lorenzo. Sólo una vez más clavó Lorenzo la puñalada y lo hizo sin convicción, de modo cobarde. Manaba mucha sangre que caía al suelo, empapaba la ropa y cubrió la mano de Lorenzo hasta el antebrazo. Descubrirse así desorientó a Lorenzo, le paralizó un instante. Suficiente para que Paco lograra hacerle soltar el machete, que cayó al suelo. Paco se lanzó a cogerlo. Antes de que pudiera levantarse, Lorenzo recuperó la radial y cortó sin mirar sobre la espalda de Paco, primero se abrió el traje, luego brotó la sangre.

Paco tardó en morir. Para asegurarse de que no respiraba, le dio la vuelta al cuerpo con el pie. Alcanzó la manguera y limpió las manos y luego las botas y dejó que el agua manara libre junto a su amigo. tardó casi cinco minutos en moverse. El coche emitía el monótono aviso de que la puerta estaba abierta. Resultaba humillante la persistencia. Lorenzo la cerró de una patada. Dudaba si Paco estaba muerto pero no podía arrodillarse a su lado, tomarle el pulso, buscarle los ojos. Confió en que así fuera. (i i lardó su material en la bolsa y renunció a buscar el dinero. No podía pensar. Nada tenía sentido. Durante un buen rato fue un funámbulo, un hombre sin determinación ni ideas claras, sin plan de fuga. La manguera se movía como una serpiente enloquecida en el suelo encharcado.

Lorenzo arrastró el cuerpo de Paco hasta el interior del coche. Lo tumbó en el asiento trasero. Pensó en salir de allí con el coche, pero le pareció estúpido viajar con el cadáver de su amigo. Al final tomó la manguera y la encajó por una mínima abertura de la ventanilla. El coche comenzó a llenarse de agua poco u poco. Lorenzo lo miraba desde fuera, en mitad del garaje. El interior se convirtió en una pecera inundada, el cuerpo de Paco se sumergió, el agua alcanzó el volante, cubrió la tapicería, el salpicadero, empezó a elevarse por las ventanillas. Cuando comenzó a rebosar por la ventanilla apenas abierta, Lorenzo consideró llegada la hora de irse. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿listaría alguien de camino en busca de Paco, alertado por la tardanza?

Lorenzo bajó la puerta del garaje y confió en que el lugar se convirtiera en una piscina, en que el agua borrara cualquier rastro del forcejeo. Se quitó el mono y los guantes manchados de sangre, mientras el perro se restregaba contra él invitándolo a jugar. Lo echó todo en la bolsa de deportes. Cruzó el jardín y salió fuera con toda la naturalidad de la que pudo hacer acopio.

En el interior de su coche Lorenzo se quitó las botas y se cambió de ropa. Estaba aparcado tres calles más allá de casa de Paco, a la puerta de otros chalets. En el camino se detuvo para tirar en un contenedor de basura la punta de la radial. En otro, algunos kilómetros más lejos, tiró el cuerpo de la taladradora. Le había costado más de setecientos euros, pero era peligroso conservarla. Luego llegó hasta un descampado y roció de gasolina la bolsa de deporte y le prendió fuego dentro de un contenedor, convencido de que alguien le veía, de que nada de lo que hacía tenía demasiado sentido.

Frente a la comisaría buscaba retroceder en el tiempo, poder saltar hacia atrás, al día antes de asesinar a Paco. Era incapaz de ponerse en movimiento, de mirar hacia delante, mientras la sospecha persistiera sobre él. ¿De qué servía buscar un trabajo si era culpable de un crimen?

¿No era mejor empezar a pagar ya? Y, sin embargo, ¿podría olvidarse de todo? Dejarlo atrás sin ser castigado por ello. La culpa era incómoda, pero lo era mucho más la incertidumbre. Lo piensa desde todos los ángulos y resuelve no volver a la comisaría.

Camina por la calle, un hombre discute con violencia con una mujer, parecen drogados. La gente mira de lejos, pero nadie interviene. En la parada del autobús hay un cartel con una modelo que anuncia lencería femenina. Alguien ha escrito con un rotulador azul, encima de su vientre: «Mamadas a 10 euros». Tres estudiantes caminan ruidosos por la acera. Un hombre detiene un taxi. En el semáforo, una niña rumana limpia cristales de coches mientras los conductores tratan de eludirla. En su caseta, un vendedor de lotería ciego escucha la radio. Dos mujeres avanzan por la acera, caminan juntas pero cada una sostiene una conversación por su móvil. Lorenzo se siente protegido, reconfortado.

Se acerca dando un paseo hasta la casa de sus padres. Duda si pedirle dinero prestado a su padre, pero le parece una torpeza. Preocuparía aún más al viejo. Traslada el televisor del salón.i la habitación de su madre y en el rato que está activo, organizándole la vida a los demás, se siente mejor. Se da cuenta de que el estado de ánimo es una cuestión de energía. Si te paras, te hundes. El equilibrio es una cuestión de movimiento, como esos platos que giran sobre la punta de un bastón.

Usa el teléfono de sus padres para hacer una llamada. Le cuesta dos intentos localizar a la persona que busca. Hola, soy Lorenzo, el padre de Sylvia, la chica del atropello. El hombre al otro lado de la línea cambia el tono de inmediato. Se muestra cordial, como cuando se conocieron en la clínica. Cuando Lorenzo le cuenta la razón de su llamada, el hombre no parece tardar en comprenderle. Para cobrar la indemnización del seguro habrá que esperar un tiempo y Lorenzo no está demasiado seguro de la generosidad del sistema con una chica que cruza de noche, en un paso no señalizado. Está dispuesto a pactar una cantidad para olvidar toda la burocracia. No quiere sonar ansioso ni intrigante. ¿Has pensado alguna cantidad? Lorenzo preferiría no decir nada, no quiere pecar de interesado ni cometer un error de cálculo. ¿Seis mil euros?, dice. Bueno, podemos hablarlo.

Vuelve a casa caminando. El paseo le sirve para fatigarse y sentirse anónimo, libre. La acera está sembrada de hojas amarillas y secas, las mimosas y los plátanos están casi desnudos. Llega en el ascensor hasta su rellano, pero antes de entrar sube por los escalones hasta el quinto y llama a la puerta de Daniela. Ella le abre, sorprendida. El niño juega en el salón. Este domingo te puedo llevar a El Escorial. Daniela le mira entre divertida y desconfiada. No, no puedo, le dice. Lorenzo se queda callado, liste domingo no puedo. Llega el primo de mi amiga de Ecuador y vamos a buscarlo al aeropuerto, a recibirlo. Lorenzo asiente con la cabeza. ¿Tenéis coche? Yo puedo llevaros en mi coche. Daniela busca algo amenazante en Lorenzo. ¿En serio? Pues claro, me encantaría ayudaros. No sé, es muy amable, duda ella. En el rellano arreglan la cita para el domingo. Lorenzo se ofrece para recogerlas en la boca de metro que hay a dos calles de distancia, a las diez de la mañana. Bueno, está bien... Daniela cierra la puerta porque el niño la llama desde el interior. Casi no se despide de Lorenzo. Evita todo flirteo.

20

La sesión resulta humillante. El despacho del director deportivo está en el ala de oficinas del estadio. Ariel sube en el ascensor privado con un viejo empleado del club que apenas habla, boquisumido y cabizbajo. El ascensor supera la parada que conduce al palco. Cuentan que alguna vez, cuando los partidos terminan en bronca o pañolada del público y la grada exige responsabilidades, los directivos toman el ascensor y se encierran en el cuarto de juntas. Allí, mientras resuena la decepción de los aficionados, buscan en el cese de un entrenador la supervivencia de su mando. Así es el fútbol, piensa Ariel. El poder consiste en que antes de tu cabeza siempre haya otras por cortar. En la sala le esperan Pujalte, el entrenador y otros dos directivos a los que apenas conoce. Una secretaria les ha traído una jarra de agua y tres vasos.

Habla primero el entrenador, que hace una exposición exenta de entusiasmo, dominada por los tópicos habituales: lo que es mejor para el equipo, el interés general antes del particular, entendemos lo que significa, pero tú has de entender al aficionado. Todo ha comenzado un par de días antes, cuando Ariel recibió la llamada de Hugo Tocalli, el entrenador sub-20 argentino que le convoca para los partidos de la fase clasificatoria del Mundial de selecciones jóvenes. Ariel jugó con sus compañeros un partido anterior y fue dos veces internacional con la sub— 17. Sabe que jugar el Mundial de Holanda en junio sería una oportunidad única. La albiceleste viene de ganar el oro olímpico en Atenas y en el anterior Mundial sub-20 en los Emiratos Árabes perdieron en semifinales con Brasil en un partido que le hizo llorar ante el televisor. Me estás hablando de un campeonato juvenil, para muchachos, de un pasatiempo, Arranca Pujalte. Ahora no podemos perderte en cuatro partidos fundamentales para nosotros. Y mandarte a una eliminatoria a (Colombia para que destaques entre los promesas. Para Ariel se trina de un compromiso que no quiere perderse, un campeonato internacional, una confirmación de su proyecto como jugador, es un peldaño indispensable en su progresión. La mayoría de los días que sacrificaré son mis vacaciones de Navidad. Pero Pujalte niega con la cabeza, aquí hay que decidir entre profesionalidad o placer, repite Pujalte. Tienes que olvidarte ya de tu país, ya no eres más el Pluma Burano, ¿eh? Es hora de crecer, has venido a España a crecer, joder, a hacerte mayor, no a jugar con los juveniles. Piensa en las lesiones, es lo único que añade Requero, el entrenador, con la mirada baja mientras hace jugar Un bolígrafo entre los dedos. Una lesión ahora sería una catástrofe.

Ariel echa de menos a Charlie. Alguien que hable con autoridad, que pegue un puñetazo en la mesa. Que defienda sus Intereses personales sin miedo, al menos lo que estaba pactado por contrato, el permiso para acudir a los llamados de la selección, incluidas sus categorías inferiores.

El insiste en la importancia, en su motivación. Pero el club no va a darle el permiso. I,a nacional va a reclamarme y tiene todo el derecho, la Federación obliga a los clubes a ceder sus jugadores, trata de explicar Ariel. Pujalte le interrumpe, pues claro que obliga, de eso estamos hablando, tu renuncia tiene que ser voluntaria. La grada apreciará tu gesto, tu sacrificio. Podría ser la forma de que te ganaras a los aficionados, que vencieras las reticencias. La palabra elegida, reticencias, mortifica a Ariel. No responde, sabe que todo está perdido, pero le sorprende que Pujalte encuentre en este momento una oportunidad de recordarle las críticas del público, los silbidos cuando es sustituido, la falta de entusiasmo general en torno a su fichaje. Aún escucha una retahíla de justificaciones superficiales. Sabe que no es más que poder, si se encontrara en la cima del triunfo, reconocido por todos, podrís exigir. Ahora no, es otro su lugar. Hay que aceptarlo.

El último partido había ido mejor. Le hicieron un penalti—: que significó el triunfo, pero sobre todo había estado activo, incisivo. Hasta el momento, su mejor fútbol. Hablaba con Buenos Aires todos los días y la cercanía de la Navidad parecía animarle. Pronto nos veremos, le decía Charlie. Dentro del equipo! había intimado con un par de jugadores. Osorio y un volante lateral llamado Jorge Blai que estaba casado con una modelo.

Él le puso en contacto con un representante de gente famosa, un tipo divertido y lenguaraz que se llamaba Arturo Caspe, que ¡ le invitaba a fiestas y le había conseguido un par de ofertas di— ' vertidas. Le pagaron seis mil euros por jugar una partida de play-station contra un defensa del equipo rival para presentar á los medios un juego nuevo de ordenador y otros tres mil por acudir a una fiesta que patrocinaba una marca de relojes italianos. Ronco le acompañó en alguno de esos actos y le señalaba lo que él definía como la cutre aristocracia de la noche madrileña. Gente que sale en televisión, comparte con el espectador: sus relaciones sentimentales, sus rupturas, sus cambios de humor, sus cambios de peinado, incluso sus cambios de tamaño de pechos o labios, y recibe en contrapartida un oscilante sueldo, siempre en función del grado de descabello social al que se f someta. Aunque era Ronco el que más parecía disfrutar en esas salidas glamurosas, se hinchaba a cervezas y canapés y de vez en ¡ cuando salvaba a Ariel del interés de alguna vampira de famosos. Sí, en lugar de chuparte la sangre te chupan la polla, le explicaba, pero el precio suele ser más elevado que irte de putas.

El día en que acudieron a la inauguración de una discoteca, se ha inaugurado cuatro veces este año, pero con distintos nombres, a Ariel se le acercó una mujer llamativa, parecía reconstruida por un erotómano enloquecido. Pechos imposibles, labios hinchados, pómulos remarcados, cintura diminuta. Ronco le apartó de su simpático abrazo. Esta viene con su fotógrafo. Primero dice que sólo sois amigos, luego que estáis liados, luego que la has dejado, luego que le echaste seis polvos en una noche, luego que te engañó con otros y luego cuenta cómo tienes el rabo en un programa de tarde. Cada capítulo por un módico precio. Si te apetece meterla, antes pídeme autorización. Así que Ronco, en la distancia, asentía con la cabeza o negaba rada vez que Ariel iniciaba una conversación con alguna mujer.

Ariel pasó tres noches divertidas con la hija de una veterana modelo, una preciosa rubita multiorgásmica que parecía un i Ion veinteañero de su madre y que gritaba tanto al correrse que en lugar de agujetas en los riñones a la mañana siguiente te dolían los tímpanos; luego se acostó con la camarera de un local de moda en el despacho del gerente, y ocupó otras dos o tres noches con mujeres accidentales a las que Ronco catalogaba de larras o desesperadas, según su peculiar manera de hablar. La noche es muy traidora, tengo un amigo que decía nunca me he acostado con una mujer horrible, pero me he despertado al lado de cientos.

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