Saga Vanir - El libro de Jade (60 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Al fondo, se oía la aireada discusión de Menw y Daanna, como única nota discordante de aquel sepulcral silencio en la cocina.

—No te me acerques mucho más, Menw —siseó Daanna seriamente irritada.

—Deja de comportarte como una niña ¿quieres? —contestó Menw cruzándose de brazos
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delante de ella. —No intentes alejarte, no podrás escapar. Te estoy protegiendo. Todos aquí lo
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Ja

hacemos. Así que intenta no echar el plan por tierra.

de

—No necesito tu protección. No te aguanto —giró la cabeza hacia otro lado.
orbi

Menw la miró de arriba abajo y dibujó una sonrisa torcida con sus labios.
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—En realidad te gusta que esté pendiente de ti —aseguró él alzando la barbilla y animándola a

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negar lo que decía. —Así puedes vengarte —susurró en su oído. —Me rechazas una y otra vez, me
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hablas mal, me insultas, me tratas con desdén... eso es porque todavía sientes algo por mí. Te
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tengo calada, Daanna.

eire

Daanna apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza.

S -

—Eso es lo que tú quisieras —contestó más indignada de lo que le hubiera gustado parecer. —

tine

Tenerme detrás de ti, como antes... Como una niña estúpida, ingenua e infantil que velaba los
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vientos por ti. ¿Te acuerdas? —le preguntó achicando los ojos con resentimiento. —Era tonta. Una
Vaa

estúpida. Babeaba con sólo verte y pensaba que tú... que entre tú y yo... —volvió a apretar la
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mandíbula para no decir las palabras que empujaban a través de sus dientes. Resopló y relajó los hombros. Lo miró con sus ojos fascinantemente azules con una total inexpresión. —Por suerte, eso ya pasó. Tú te encargaste de quitarme la venda de los ojos. Lo miró desafiante y observó con satisfacción como a Menw le palpitaba un músculo de la barbilla.

—Pronto dejaré de molestarte —sentencio Menw. Si Daanna lo oyó o no, no le importó. Se apartó de ella lo suficiente como para dejarle un metro de espacio.

—Silencio —la voz de Caleb se alzó entre todos ellos, ni muy floja ni muy fuerte, pero con el tono necesario para hacer callar a un coliseo completo.

Daanna y Menw obedecieron a regañadientes, aunque él no le quitó los ojos de encima ni un solo instante.

Por la puerta del restaurante entraron un grupo de diez hombres, de piel pálida, ojos grandes y negros, y pelo negro muy corto. Todos ellos vestidos solemnemente con ropa oscura, con amplias gabardinas de Armani y zapatos negros brillantes y lustrosos.

—Joder... —murmuró As. —Vampiros.

—¿Y quienes vienen detrás? —susurró Cahal excitado por las ansias de pelea. Tras ellos, vestidos elegantemente, aparecieron dos personas más. Un joven rubio con gafas, vestido con traje y chaqueta negra y camisa blanca. A su lado, un hombre de melena blanca, con labios finos y mirada aguileña. Corpulento y seguro de sí mismo, revisaba el restaurante de cabo a rabo y se relamía los labios al posar sus ojos sobre los humanos.

—Mikhail —murmuró rabioso Caleb, apretando los puños hasta hacer petar los huesos.

—¿Me equivoco o Mikhail ahora tiene colmillos? —preguntó Cahal alzando las cejas.

—Menw, llévate a Daanna —ordenó Caleb. —Los vampiros ya saben que está aquí. La acaban de detectar —afirmó mientras observaba como alzaban la barbilla los diez hombres para husmear a su hermana. Sí. La habían detectado.

Menw agarró a Daanna de la muñeca, abrió la puerta del sótano y se la llevó a la fuerza de allí.

—Caleb, también puedo luchar... —gritaba queriéndose zafar de las manos de Menw. Ella era una guerrera como él. Había visto a Aileen pelear. Sabía lo que eran capaces de hacer como mujeres vanirias. No podían relegarla de esa manera.

Caleb la ignoró y dejó que Menw se la llevara.

—Cahal, cuando lleven a esos desgraciados a su reservado, ordenas a todos los humanos del
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salón que se vayan del restaurante.

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Ja

—Enseguida, Caleb. Por cierto ¿puedo preguntarte algo? Caleb lo miró y asintió.
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—Tú y Aileen todavía no estáis vinculados —observó mirándolo fijamente. —Pensé que al
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haber pasado la noche juntos, ya os habría aparecido el
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—Tenemos problemas —contestó receloso.

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—¿Necesitas algún consejo? Sé que no soy el más indicado...

rin

—Tú eres un libertino, Cahal. ¿Qué sabrás de parejas? —rió más relajado.
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—Poco —se encogió de hombros. —Pero sé de mujeres y todas buscan lo mismo, y te aseguro
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que no es sólo lo que tenemos entre las piernas.

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—Ya lo sé. Gracias por la información.

nel

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a

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Comharradh: en celta gaélico significa 'señal'.

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—Te digo esto —insistió— porque a ojos de los demás Aileen no tiene la marca de exclusividad que debería tener, por lo tanto, todavía no está del todo emparejada y Aileen es... cómo lo diría... una bomba que además llama mucho la atención.

—¿Crees que no lo sé? —gruñó furioso. —Yo tampoco tengo la marca y estoy deseando que nos sellen de una vez mañana, en las hogueras. No dejo de pensar en ella, sólo respiro tranquilo cuando la veo, no soporto que otros se le acerquen... y... quiero... necesito que me acepte. Ella ahora lo es todo para mí.

—Así que va a venir a las hogueras —repitió divertido. —Le va a gustar.

—Eso espero.

—El amor, tío... —le dio una palmada compasiva en la espalda, —vaya mierda. Caleb asintió algo derrotado y Cahal decidió dejarlo solo para recuperarse. El recepcionista les indicó a los vampiros el salón privado reservado sólo para ellos, y una vez los llevó ahí se dirigió hacia la cocina. Con una orden mental, el joven metre cogió su chaqueta y salió por la puerta de entrada del restaurante y así le siguieron los demás clientes dejando las mesas solas y vacías.

El restaurante su sumió en el más pesado de los silencios. Caleb empujó las puertas de la cocina con furia y se adelantó con paso seguro hacia la habitación privada.

—Vamos —ordenó haciendo que su pelo ondeara a cada zancada decidida.

Mikhail fruncía el ceño observando todo cuanto lo rodeaba. Tenía mucha hambre, demasiada a su parecer, y no había nada que pudiera llenarle el estómago ni siquiera cinco minutos. Estaba desesperado.

Sólo la sangre humana parecía calmar sus apetitos, pero ni así. El beber ese líquido rojo lo instaba a seguir anhelando más y más, hasta que cada cuello latente que pasara por su lado se convertía en un menú delicioso y suculento.

Se pasó la lengua entre los dientes hasta rozar con ella sus colmillos. No le desagradaban, esa era la verdad. Desde que había sufrido la conversión su vida no había cambiado en demasía. Seguía siendo igual de oscura que siempre, sólo que la luz del sol era mortal para él y que morder cuellos era lo único que podía darle un poco de paz ante la vida sobrenatural que se erguía cada noche ante sus ojos. Sí, aquella era su nueva vida. Su cojera había desaparecido. Su conversor le había dicho que al ser transformado por alguien que no iba a ser su pareja, él

carecería de alguien fijo que lo alimentara. El hambre lo obligaría a beber sangre de otros cuellos y
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cuando rebasara la cantidad de su propio peso se convertiría en un vampiro.
Ja

Pero antes, esperaba encontrar aquella solución mágica que pudiera curar esas debilidades. Por
deor

eso, aquel desgraciado lo había transformado. Le había dicho que llevaba demasiado tiempo
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trabajando para él y que sin embargo no había encontrado esa vacuna mágica que haría de los
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vanirios seres invencibles. Entonces el individuo en cuestión lo había convertido, excusándose en

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el hecho de que si él sufría en sus propias carnes cuáles eran las debilidades de esa raza, antes
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encontraría la solución.

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Su conversor lo había hecho por eso y porque si no, lo hubieran matado y no podían permitirse
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el lujo de perder al mejor científico que tenía la organización.
S -

—Ella está aquí —susurró Mikhail entornando los ojos. El perfume corporal de una hembra
tine

vaniria era algo irresistiblemente enloquecedor para sus recién incorporados sentidos. —¿Dónde
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está el lobezno?

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—Ahora mismo tiene que llegar —contestó Víctor moviéndose inquieto. —Se ha oído la puerta de la calle varias veces. Seguramente esté dirigiéndose hasta aquí. Oyeron varios pasos acercarse con paso ágil y determinado. Los vampiros se pusieron de pie a la vez, alargando sus colmillos y ennegreciendo por completo sus pupilas.

—¿Qué les pasa? —preguntó Víctor agrandando los ojos y poniéndose alerta. Mikhail se levantó poco a poco de la silla y colocó las manos sobre la mesa.

—Son vanirios —dijo uno de los vampiros.

—Y berserkers —susurró otro con la voz teñida de asco, como si pronunciar esas palabras le ensuciara el aliento de por vida.

La puerta salió despedida y tras ella apareció el cuerpo inmenso y amenazador de Caleb seguido de As y Cahal.

En ese momento los vampiros sacaron sus pistolas y se pusieron a disparar a diestro y siniestro. Uno de ellos se abalanzó sobre Caleb, pero éste le dio una fuerte patada en el estómago. Caleb se echó una mano detrás del pantalón, desenfundó su daga y colocándose detrás de él le rebanó

la garganta tirando de su cabellera con fuerza y separándole la cabeza del cuerpo. Su cara fue salpicada con la sangre del vampiro. Inmediatamente tomó la daga por el mango y la lanzó contra el cuerpo de Mikhail con tanta fuerza que al clavársela en el hombro lo lanzó contra la pared. Mikhail gritó de dolor y alargó sus dientes.

El resto de vampiros disparaban a los demás, mientras estos se protegían cómo podían de las balas. Ya habían sido informados por Caleb de lo que contenían las balas y a ninguno de ellos les apetecía tener que someterse a una terapia de choque de ese tipo. As gritó con todas sus fuerzas y se transformó. Sus músculos crecieron, sus huesos se desarrollaron dándole la apariencia de un gigante. Uno de los vampiros se quedó sin munición y el berserker se lanzó de un salto a por él, hundiéndole un puño en el corazón y arrancándoselo al momento.

Mikhail miraba con ojos fríos todo lo que se estaba desencadenando en ese lugar, mientras se arrancaba no sin esfuerzos la daga del cuerpo. Ese vanirio moreno y de ojos increíblemente verdes salpicados de odio lo buscaba como un perro rabioso y lo había alcanzado con su puñal. Estaba maravillado por la fuerza bruta que contenía ese espécimen. Si tan sólo se lo pudiera llevar a su laboratorio... Tuvo que recordarse a sí mismo que él también era uno de ellos ahora. Mesas y sillas volaban y chocaban contra las paredes de la sala. Los cuchillos salían volando dirigidos a los cuerpos de unos y de otros.

Su convertidor ya le había mencionado que los vanirios y los vampiros tenían poderes
ed

telequinésicos muy fuertes. Mikhail lo intentó, pero no le salió nada. El era más débil.
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Víctor corrió a esconderse debajo de la única mesa que estaba vacía y se tapó la cabeza con las
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manos, acuclillándose en el suelo.

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Entonces, una mano fuerte lo alzó del cuello de la camiseta.

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—Boo —dijo Caleb maliciosamente.

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Víctor lo miró de hito en hito.

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—Por favor... no me mates... yo...

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—Cállate —espetó Caleb con el rostro pétreo.

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Miró hacia donde estaba Mikhail resguardado por tres vampiros que todavía seguían en pie
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intentando protegerle.

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Cahal se dirigió hacia uno de los vampiros y éste saltó hacia él como un gato a punto de arañar.
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Cahal se impulsó también hacia arriba y los dos cuerpos colisionaron en el aire, pero el cuerpo más
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poderoso del vanirio lo acabó anclando a la pared y con un movimiento ágil de su daga deslizó la hoja hasta alcanzarle el corazón. El resto de vampiros habían muerto a manos del resto del pelotón.

Mikhail, al verse herido y obviar que iban a ir a por él y que no se iba a librar de morir allí

mismo, metió una mano en el bolsillo del pantalón y sacó un cilindro de cristal. Lo agitó y apretó

un botón.

—Te toca Mikhail —dijo Caleb con la mirada llena de odio mientras mantenía sin esfuerzo el cuerpo en vilo de Víctor.

Los dos vampiros que quedaban se agazapaban en el suelo, dispuestos a pelear como fieras.

—Así que eres Caleb... —dijo Mikhail afirmando en vez de preguntarlo.

—¿Quién te ha convertido? —preguntó Caleb con un gruñido. —Deberías estar muerto. Te vimos morir en Barcelona.

—En cierto modo lo estoy ¿no crees? —alzó las cejas ligeramente canosas. —Ahora soy como tú.

—No es verdad —dijo él negando con la cabeza. —Estás tomando sangre humana para paliar el hambre. Pronto serás un vampiro. Lo que me hace pensar que quién te ha transformado no tenía intención de emparejarte a él o a ella. ¿Quién lo ha hecho? ¿Ha sido Samael? Él te mordió. Mikhail husmeó agitando las aletas nasales y sonrió como si tuviera un as en la manga.

—Os habéis echado mis propios productos para confundir vuestro olor. Pero hueles a ella. Hueles a Eileen.

Caleb gruñó como un tigre con ansias de liberación. No permitiría que ese animal la nombrara siquiera. Aileen era suya. Y Mikhail tendría que lavarse la boca antes de pronunciar su nombre. As gruñó detrás de él y le enseñó los dientes deseosos de acabar con él.

—Para empezar, ese no es su nombre. No te atrevas a nombrarla. Vales menos que nada —

graznó Caleb dando un paso hacia él y deteniendo a As.

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