Saga Vanir - El libro de Jade (59 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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a olvidar nunca. ¿Se va a quedar aquí para siempre, señorita Aileen?

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No lo sabía. De hecho, tenía varias propiedades interesantes que ver. Sin embargo, aunque
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ahora corría peligro estando allí, Londres no le desagradaba. A excepción del clima, la ciudad le
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encantaba.

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—Sí, por ahora —contestó frunciendo los labios para no gritar de dolor.
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—Me alegra oír eso. Me gusta verla aquí. Santa madre de Dios, chiquita —murmuró la mujer muy preocupada. —Su padre venía con estas heridas y a veces pensaba que lo que fuera que hiciese por las noches debería de ser muy importante para que valiera la pena ser maltratado de ese modo.

—Llámame Aileen. Tutéame, por favor. ¿Tú... lo curabas?

—Huy, sí —contestó María dando otra puntada. —Aunque no servía de mucho mi ayuda, porque después de dormir todo el día, sus heridas habían cicatrizado completamente como por arte de magia. Deseo, mi niña, que a usted... que a ti te pase lo mismo porque esto tiene que dolerte.

Aileen apretó la mandíbula para soportar la última estocada. No, a ella no le pasaría lo mismo hasta que Caleb no la alimentara. Su padre había sanado porque hasta entonces todavía no había conocido a su madre y no habían realizado el perteneciente cambio de sangre para la vinculación. Aileen sí. Y lo necesitaba con todas sus fuerzas. Deseaba tomar a Caleb y morderle por todo el cuerpo, beber de él, de todos sitios. Al imaginárselo desnudo y ella encima de él saboreándolo, sintió que los pezones se le endurecían. Maldiciendo entre dientes se levantó de la silla del tocador y dejó a María con el hilo y la aguja en la mano.

—¿Qué te sucede, pequeña? —preguntó la mujer.

—Necesito un baño... —susurró acalorada apartándose el pelo de la cara.

—Está bien —asintió recogiendo el botiquín de enfermería. —¿Quieres que te prepare la bañera?

—No, me apetece estar sola. Muchas gracias.

—Como quieras —se acercó a ella y sin mediar palabra la abrazó y la besó en la mejilla. —Yo cuidaré de ti mientras él no lo haga.

Aileen dio un respingo entre los brazos de la mujer. —Soy una mujer, niña —le explicó

acariciándole la cara. —Y percibo muchas cosas.

Aileen apartó la mirada, más avergonzada de lo que deseaba. —Caleb te necesita y tú lo necesitas a él. Es muy sencillo. —No lo es.

—Claro que lo es —insistió ella. —No se puede luchar ante el verdadero amor. Por él, se arriesga todo, todo —repitió María misteriosamente.

—Eres una mujer muy extraña, María —la miró fijamente a los ojos y entonces percibió algo de ella. Había sido hermosa y todavía lo seguía siendo. Sus ojos negros parecían infinitos y eran realmente magnéticos. —¿Qué eres, María? ¿Quién eres? Tú... sabes cosas. No me engañas.

—Sólo soy una mujer que ha aceptado todas las realidades que conviven en nuestro mundo. No
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me da miedo lo que eres, como tampoco me dio miedo tu padre. Supongo que he aceptado que
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humanos y seres de otras procedencias viven juntos y que lo único importante a saber sobre ellos
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es la verdadera naturaleza de su corazón. No me parece nada descabellado saber que hay muchas
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razas de seres. ¿Y a ti? —arqueó las cejas amagando una sonrisa de complicidad. —Tampoco
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tengo interés en saber qué eres tú. Sólo me importa saber que estás en el bando de los buenos. Yo
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lo estoy —le guiñó un ojo. —¿Lo estás tú?

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Aileen entendió que María iba a ser muy importante en su vida y deseó tenerla a su lado para
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siempre. Agradecida por aquellas palabras, la abrazó con ternura.
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—Sí, por supuesto. Eres un regalo, María. Entiendo que mi padre confiara tanto en ti.
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María asintió y sonrió.

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—Nunca te traicionaré, Aileen. Podrás confiar siempre en mí. Ahora — le tomó la barbilla con
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dulzura — te llenaré la bañera, le pondremos sales arrutadas y descansarás en tu camita.
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—Pero no puedo... —replicó ella. —Tengo que salir esta noche.

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—Ni hablar, jovencita —la recriminó ella. —Ahora mismo te metes en el jacuzzi y luego a la cama.

—No lo entiendes. Tengo que ir al centro de Londres. He quedado allí con...

—No has quedado con nadie. Caleb ha llamado —la empujó suavemente hasta hacerla entrar en el baño y abrió el agua. —Nos ha prohibido que te dejemos salir.

—¿Qué...? —gritó ella enfurecida. —Caleb puede decir misa, pero yo...

—Aileen —María la tomó dulcemente de la cara— no lo contradigas en eso. Lo primero es tu seguridad.

A Aileen le temblaba la barbilla de la impotencia. Caleb estaba empeñado en controlarla y parecía que todos lo obedecerían a él antes que a ella.

—Pero... esta noche —susurró acongojada— va a haber una pelea... y quiero estar ahí.

— Tranquila, niña —la ayudó de un modo maternal a descalzarse y a quitarse los pantalones. —

No le va a pasar nada. Es muy fuerte. —No me preocupo por él —se apresuró a contestar. María alzó las cejas con incredulidad y sonrió.

—Eres orgullosa como tu padre y muy cabezota, pero no me engañas. Sólo estás resentida con él por algo que te ha hecho, pero sé que lo quieres, La primera noche que llegaste aquí —recordó

meneando la cabeza con gesto risueño— lo supe. Él te miraba como si fueras lo más hermoso del mundo y tú a él lo mirabas de un modo... ufff... Tendrían que haberos hecho una foto.

—Te equivocas.

—No, cariño, no lo hago —una vez desnuda la ayudó a meterse en la bañera de hidromasaje. —

Con cuidado no resbales. Así, muy bien —le dio al botón de encendido y el agua empezó a burbujear. Seguidamente tomó sales de baño de aroma afrutado y lo vertió dentro de la bañera. El cuerpo de Aileen se estremeció ante el agua caliente, pero enseguida pudo estirarse sin que el hombro se sumergiera del todo y al instante se relajó. El olor a frutas subió hasta su nariz. María pasó una esponja de agua caliente por el rostro de Aileen y limpió la sangre seca de su cara.

—Caleb ha mandado a diez hombres hasta aquí. Ahora están vigilando la casa entera. Yo tengo órdenes estrictas de cuidar de ti hasta que todo se solucione.

Caleb no se fiaba de ella y Aileen sonrió al darse cuenta de que la empezaba a conocer bien. Era ella el que no lo conocía del todo. Frustrada por no poder desafiarlo ni doblegarlo con ninguna de sus decisiones, graznó como un animal.

—Estúpido —golpeó el agua con el puño cerrado. —Estúpido. Estúpido. Yo tenía que estar ahí... Esta noche se van a pelear por mí, machista arrogante... Cuando lo coja lo mato... —gruñó entre

dientes. —Voy a cogerle esa cara tan bonita y se la voy a aplastar... Aaaaarg —gritó rendida.
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María la miró mientras sostenía la esponja en el aire. Entonces estalló a carcajadas intentando
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coger aire a cada bocanada. —Jesús, niña —rió María. —Vaya carácter.
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Aileen se obligó a tranquilizarse, pero permaneció callada pensando mentalmente en lo que iba
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a hacerle a ese hombre cuando volviera a verlo. Tenía que beber de ella y ella de él. Pensó que
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Menw vendría antes del anochecer para sacarle sangre y traerle la de Caleb, pero se angustió al
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ver que eran las ocho y media de la tarde y nadie había aparecido por su casa. Vestida sólo con
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una larga bata de seda amarilla, su pelo descansaba seco y reluciente sobre los hombros,
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extendiéndose hasta la mitad de su columna vertebral.

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Cruzada de brazos, miraba a los berserkers y vanirios que rondaban los alrededores de su casa y
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pensó en Caleb. La mantenía encerrada. ¿Y si...? ¿Y si Caleb no venía esa noche a buscar su
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sangre? ¿Y si se atrevía a beber de otra mujer?

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Apretó la mandíbula ante esa dolorosa idea. No. No aguantaría que Caleb se acercara a ella con
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el olor de otra mujer.

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Más preocupada de lo que le apetecía estar, se vio sentándose en el saliente interior de la ventana, cogiéndose las rodillas y apoyando su frente en el frío cristal. Rezó para que Caleb regresara a salvo y rogó que nadie más que ella pudiera alimentarlo. Pero sobre todo imploró por la fuerza necesaria para no ceder ante el deseo persistente, la necesidad abrumadora de contactar con su mente. Habían decidido no comunicarse entre ellos como hacían las parejas, había sido el deseo de Caleb, y antes tendrían que matarla para romper ese pacto. Si ella cedía, la dejaría más a la merced del vanirio. Ella era la débil. Caleb parecía el fuerte. Si Aileen no le demostraba que ella también podía ser fuerte, entonces estaba perdida y tenía que marcar su territorio con Caleb, porque si no, un hombre como él lo ocuparía todo. Le empezaban a sudar las manos, el corazón corría con la intención de salírsele del pecho y tenía el estómago encogido por un dolor sordo y agonizante que no le dejaba siquiera respirar sin aliviar un sollozo.

Lo necesitaba. Dependía de él. Estaba enamorada y ya no podía negarlo por más tiempo. Pero debía luchar contra eso porque no era aconsejable entregarle el corazón a alguien tan posesivo y abusón como él.

Nunca se lo entregó a Mikhail cuando creía que era su padre, nunca luchó por su amor. Y

mucho menos iba a hacerlo ciegamente con alguien a quién sí anhelaba porque entonces Caleb la anularía y ella sería infeliz.

Pero ese hombre estaba debajo de su piel, dentro de su alma y poco a poco robaba parte de su corazón. Una noche compartida con él había sido suficiente como para rendirse a todos sus encantos.

Él le había traído a su perro y a sus amigos. Había volado con ella, la había hecho rica e independiente. Había hecho el amor con él y no dejaba de pensar en volver a hacerlo. Sentía que con sus cuerpos entrelazados, Caleb dejaba caer todas sus barreras y se mostraba como el hombre de buen corazón, dulce y tierno que era. Un hombre que la quería, la deseaba y la protegía por encima de sus propias necesidades. Y ella anhelaba reencontrarse con esa parte otra vez.

Sin embargo... el día había ido a peor y Caleb le había ocultado lo más importante para ella desde su conversión: saber qué les había pasado a sus padres. Y Caleb la había engañado al decirle que se había abierto a ella por completo. No era cierto.

Pero incluso ahora, herida tanto por fuera como por dentro como se encontraba, deseaba perdonarle y dejar que él le diera consuelo. Que la abrazara, la besara y la acariciara para calmarla. Sin duda estaba teniendo un ataque de ansiedad. Era como tener el mono de una droga, pero la droga era Caleb.

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Exhalando un suspiro trémulo, hundió la cara en sus rodillas y dejó de luchar contra él. Iba a ser
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una noche larga y dolorosa y su único pensamiento cuerdo entre todos los temblores físicos que
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provocaba la necesidad de estar con su cáraid era que él regresara a ella. Su único deseo, que él
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no resultara herido y que volviera a buscarla.

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Covent Garden, Restaurante The Ivy. 20:50 h.

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Caleb y As miraban a través de la ventana de la cocina del restaurante como la mesa reservada
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seguía sin llenarse. Hacía una hora que habían llegado. Tras ellos, estirados en el suelo de la

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cocina, estaban los camareros y el chef del solícito lugar, dormidos plácidamente unos encima de
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los otros. Nada más llegar, Menw los había incitado a que cerraran los ojos, de ese modo ellos
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tendrían la cocina para observar todo cuanto acontecía en el comedor.
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El restaurante The Ivy, de primera clase, albergaba a los clientes más selectos de la ciudad. Se necesitaban casi tres meses de antelación para adquirir una mesa. Actores y actrices populares así

como importantes diseñadores estaban entre su clientela más habitual. Ya había gente sentada en las mesas, esperando a que los sirvieran. Estudiaban las cartas con gran entusiasmo. Las puertas del restaurante se abrieron y dos parejas más, los hombres visiblemente mayores que las mujeres, dejaron que el recepcionista, previamente hipnotizado por Caleb, guardara sus abrigos y los guiara a sus reservados.

Cahal se colocó detrás de Caleb y As y estudió la situación cruzándose de brazos.

—Tienen que estar al caer —murmuró. Caleb asintió sin mirarlo. —¿Mi hermana está bien?

—Menw no la deja ni a sol ni a sombra —contestó con una sonrisa de suficiencia. Caleb apretó la mandíbula. Su hermana no tendría que estar corriendo peligro alguno y sin embargo estaba allí. En teoría sólo tenía que estar allí para que los lobeznos pudieran asegurar al oler su esencia que ella estaba presente.

Ni Víctor ni Mikhail aparecían todavía, pero después de todo lo que le habían hecho a su Aileen no creía poder controlarse muy bien cuando los viera.

Todos se habían rociado con sprays que anulaban sus olores peculiares, de ese modo no podrían detectarles. Si aquellos humanos venían acompañados de lobeznos y nosferátums como se esperaba, no podrían rastrearlos. Gracias a Menw y al estudio que había hecho previamente sobre los artefactos que utilizaban contra ellos para darles caza, ahora ya sabían que esos mismos artefactos podían utilizarlos en su contra. Y así habían hecho. Cada uno de ellos llevaba una bolsa negra anudada en el cinturón del pantalón, donde guardaban remedios de urgencia a utilizar si los alcanzaban con alguna de sus sustancias.

—Hay que evacuar el restaurante —ordenó As. —Hay muchos humanos.

—Yo los evacuaré —dijo Cahal alzando una ceja arrogante. —Los atraeré mentalmente hasta la salida del restaurante y los sacaré de aquí, pero tenemos que esperar hasta que ellos entren. As miró hacia atrás para asegurarse que entre berserkers y vanirios los ánimos estaban calmados. Diez de cada clan, unos a un lado y otros al otro, delineando por una línea imaginaria su separación, esperaban las órdenes de atacar de sus líderes. Para los berserkers, As. Para los vanirios, Caleb.

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